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La tecnología y el bibliotecario

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La incorporación de la tecnología a las bibliotecas ha ocasionado una larga discusión, especialmente en las últimas décadas, sobre la función y carácter del bibliotecario. Los tecnólogos, especialmente los que trabajan en el campo de la computación, han tenido la sensación de que los bibliotecarios se resistían a utilizar las “nuevas tecnologías”. Esa apreciación representa una visión equivocada; las bibliotecas han hecho uso de los instrumentos tecnológicos en la medida en que éstos se han ido incorporando a la sociedad, y en algunas ocasiones dichos instrumentos han sido empleados inicialmente en las bibliotecas. Sin embargo, hay una corriente de pensamiento que sostiene que la bibliotecología, las bibliotecas y los bibliotecarios se resisten al cambio, de modo que una parte de la sociedad los percibe como inmutables.

Ante la espectacularidad de la tecnología de la información y comunicación, algunas de las tecnologías que las bibliotecas incorporaron a sus actividades, incluso desde el siglo pasado, parecen insignificantes. Es el caso de la transición del catálogo en forma de libro al catálogo en tarjetas, en el que las fichas se sujetaban a unos cajones ad hoc, mediante una varilla para evitar que fueran retiradas, desorganizadas o extraviadas. El catálogo en tarjetas representó una mayor posibilidad de recuperación de la información; a diferencia de los catálogos en forma de libro que se consultaban de principio a fin, el catálogo en tarjetas era tan dinámico que permitió localizar la información por autor, título o tema en un solo orden alfabético (catálogo diccionario), e incluso se subdividió en los catálogos de autor, título y tema (catálogo dividido). La biblioteca también incorporó la máquina de escribir a sus actividades, y con ello abandonó la elaboración de fichas catalográficas escritas a mano; el uso de la máquina de escribir permitió tener registros más claros y legibles, así como el uso de tintas de diferente color para distinguir la información que contenía el registro. La electrificación de los edificios bibliotecarios es un ejemplo más de la incorporación de la tecnología a las bibliotecas: el primer edificio público alumbrado por electricidad en Washington, D. C., fue el de la Biblioteca del Congreso. Es posible que electrificar ese edificio haya obedecido a la necesidad de contar con una mejor iluminación para la lectura, pero sobre todo porque ese alumbrado era más seguro que las antiguas lámparas de petróleo que se utilizaban.

Se pueden encontrar muchos ejemplos más sobre el uso de las tecnologías en la biblioteca, pero por el momento se abordarán las tecnologías que se integraron a ella durante la segunda mitad del siglo xx, y a casi todas las actividades del ser humano, debido a que generaron la impresión de que el uso de la computadora cambiaría la forma de adquirir, organizar y difundir la información, y por consiguiente ocasionaría la desaparición de la biblioteca y del bibliotecario.

A partir de la segunda mitad del siglo xx, se integró gradualmente a la práctica bibliotecaria la llamada “nueva tecnología” y los productos derivados de ésta. Así, por ejemplo, al finalizar la Segunda Guerra Mundial se sumaron a los servicios bibliotecarios la fotocopia de documentos, primero en papel húmedo y posteriormente en papel seco, mejor conocidas como copias Xerox por el nombre del equipo empleado. Más adelante fue el turno del microfilm de distintos tamaños (8 mm, 16 mm, 32 mm) y de las microfichas también de distintas capacidades, pero su falta de normalización dificultó su utilización e interoperatividad, pues era necesario tener un equipo especial para leer los distintos tipos de microfilm y así poder recuperar la información contenida. Al principio, los equipos operaban manualmente y sólo servían para leer; después se les adicionó un motor eléctrico que ayudaba en la búsqueda de lo deseado y finalmente se les incorporó la posibilidad de producir una copia en papel de la información microfilmada.

Estas tecnologías tuvieron un profundo impacto en la manera de organizar y preservar los materiales y, en consecuencia, se iniciaron las predicciones sobre la desaparición del libro y la biblioteca. No obstante, esos materiales también debían ser descritos y ordenados con fines de recuperación, así que su organización se resolvió siguiendo los viejos principios de la sistematización bibliotecaria. La popularidad de la microfilmación fue breve pero tuvo gran impacto en los servicios, en la enseñanza bibliotecaria, y en la preservación de la información. De las formas de conservación, la microfilmación es una de las más seguras porque ha permanecido estable a pesar de la transformación de las tecnologías.

La biblioteca se benefició de la transmisión de textos por distintas vías basadas, casi todas, en el teléfono. Así se incorporó el Télex, que posibilitaba solicitar y obtener información. Esta tecnología superó al telégrafo, pues permitía el envío de textos largos y no era necesario asistir a una oficina específica para utilizarlo, pues al tener los equipos en las bibliotecas se podía utilizar exclusivamente para asuntos relacionados con la biblioteca a cualquier hora del día. A principios de la década de los años 1950, se sumó al trabajo bibliotecario un aparato nuevo, capaz de escanear un documento y enviar la imagen obtenida a otro aparato similar: el fax. Los primeros faxes eran muy grandes y lentos, para transmitir la copia de una página empleaban unos 10 minutos, pero esta situación cambió pronto y los nuevos equipos transmitieron con mayor rapidez reduciendo los tiempos. El fax se instaló junto al teléfono y era empleado tanto para el servicio como para la administración de la biblioteca. Es posible que los jóvenes de hoy se sorprendan al oír que existió algo llamado fax, pues para ellos el envío de documentos se hace mediante el correo electrónico.

Las computadoras utilizadas en un principio para el procesamiento de información bibliográfica eran grandes equipos conocidos como main frames. Cuando se compara la capacidad de memoria, velocidad y procesamiento de esos equipos con algunos actuales, parecen ridículos, ya que un teléfono inteligente de gama alta tiene mayor capacidad que aquellos. Eran equipos espectaculares, llenos de foquitos que se prendían y apagaban y con cintas magnéticas que se veían girar a gran velocidad, con ellos fue posible la producción de índices bibliográficos que diversificaron los puntos de acceso a la información. En esa época ya existían los índices producidos por la casa Wilson, los cuales eran elaborados manualmente y se pensó que con las computadoras se podía agilizar su elaboración. En algún momento se creyó también que con el uso de las computadoras no sería necesario ceñirse a los cánones de la organización bibliográfica, pero pronto se descubrió que no era así, y hubo un enfrentamiento entre la idea de que el almacenamiento y la recuperación de la información se podía dejar exclusivamente al poder de la computadora, y la opinión insistente de los bibliotecarios respecto de la necesidad de seguir normas bibliográficas para almacenar y recuperar información; este desacuerdo contribuyó a la idea de que los bibliotecarios se resistían al cambio. Con el paso del tiempo, se ha reafirmado la importancia de estandarizar la información que se almacena en medios electrónicos con la finalidad de garantizar su recuperación.

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