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Una de las cosas más afortunadas que te pueden suceder en la vida es tener una infancia feliz.Agatha Christie

Capítulo 1

El comienzo

Mi nombre es Adriana Lozano García, nací un 7 de septiembre de 1977 en San Luis Potosí, México. Soy la segunda de cuatro hermanos: Alejandra, la mayor, Eduardo, el varón y Paulina, la chiquita; mi papá, Eduardo (Lalín), también es originario de San Luis Potosí y mi mamá, Bertha («güera»), de Guadalajara, Jalisco.

Desde niña tuve sordera profunda en el oído derecho, pero buena audición en el izquierdo, lo que me hizo desenvolverme normalmente. Aunque solo escuchaba con un oído, eso no representó ningún obstáculo en mi vida. Tenía siete años cuando una maestra del colegio se dio cuenta de que no escuchaba bien. Resulta que en el salón de clase me movía de un lado a otro para estar siempre enfrente de la profesora; ella observó que cuando caminaba, yo me paraba de mi lugar y la seguía para poder entender sus instrucciones. De inmediato lo comentó con mis padres y quedaron sorprendidos: no tenían la más mínima sospecha de que tuviera algún tipo de problema auditivo. Pienso que tuve mucha suerte de que los salones de clase de mi escuela tuvieran pocos niños, pues eso contribuyó a que mi profesora pronto se diera cuenta de mi situación.

Lamentablemente, en muchos países de Latinoamérica a los recién nacidos no les realizan pruebas auditivas y tampoco se las piden a los niños en edad escolar. Cuando era niña, el único requisito para entrar al jardín de niños o a la primaria era un examen de la vista y tener las vacunas correspondientes a la edad. Me parece increíble que, hasta el día de hoy, aún haya muchas escuelas públicas y privadas en donde el examen de la vista es el único requisito que se solicita para la inscripción, como si la audición no fuera igual de importante.

SAN LUIS POTOSÍSan Luis Potosí es un estado que está justo en el centro de la república mexicana, su capital es considerada la décima zona metropolitana más grande de México. Tiene una población superior al millón de habitantes. Una de sus muchas bellezas es el centro histórico de la capital, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, por sus siglas en inglés) en 2010.
Este estado también es famoso por sus atardeceres prolongados, teñidos de rosa y naranja; por su Huasteca Potosina y la belleza de sus ríos e impresionantes cascadas verdeazules; por los palacios surrealistas de Xilitla, la majestuosidad e imponencia del Sótano de las Golondrinas, los rebozos de seda de Santa María del Río y el pueblo minero de Real de Catorce.

EL PRIMER DIAGNÓSTICO

Con la noticia que la maestra les dio a mis padres, de inmediato me sacaron una cita con un especialista en audición en Houston, Texas, Estados Unidos; allá me realizaron una resonancia magnética, una audiometría y otros estudios médicos. Efectivamente, tenía pérdida profunda irreversible en el oído derecho. Recuerdo que mi madre y mi abuelita —que en ese momento nos acompañaba— estaban muy angustiadas por el resultado. Le preguntaron al doctor cuál era la causa, si había nacido así, si la había perdido como consecuencia de algo y si perdería también la audición del lado izquierdo.

El doctor les respondió que no lo sabía a ciencia cierta, que lo único que tenía claro era que presentaba pérdida profunda neurosensorial permanente, y que podía ser heredada. Se trataba de un problema congénito en el caracol (cóclea) y, posiblemente, tendría algunas dificultades de aprendizaje y quizá de sociabilidad. También les explicó que la pérdida auditiva neurosensorial es un padecimiento frecuente y ocurre cuando se dañan las células ciliadas del oído interno.

Los «cilios» son una especie de «pelitos» diminutos muy delicados que están dentro de la cóclea, y tienen una tarea muy importante: al exponerlos al sonido, estos cilios se mueven en función de la presión que ejercen las ondas sonoras dentro del líquido del oído interno, y transducen el sonido en impulsos eléctricos hacia el cerebro a través del nervio auditivo. Si se dañan, entonces no se puede transmitir eficazmente el sonido, lo que produce sordera y, en algunas circunstancias, tinnitus (silbido o zumbido en uno o ambos oídos que puede ser constante o esporádico).

CAUSAS DE LA PÉRDIDA NEUROSENSORIAL EN EL OÍDO• Pérdida progresiva de los cilios con la edad.• Exposición a ruidos fuertes.• Cierto tipo de enfermedades (paperas, meningitis, esclerosis múltiple o Ménière).• Ingesta (en dosis elevadas) de algunos fármacos como la aspirina, cisplatino o quinina; de antibióticos como la estreptomicina y la gentamicina.
• Genes (heredados).• Rubéola, toxoplasmosis, infecciones virales (citomegalovirus y herpes) durante el embarazo (conocido como la prueba TORCH).• Bajo peso al nacer, bilirrubinas altas.• Lesiones o golpes en el oído o en la cabeza.Fuente: Elaboración propia con información de «Pérdida auditiva neurosensorial» (2019).

Ya con un diagnóstico (pérdida profunda de oído derecho) me recomendaron usar aparatos auditivos. Los probé, pero nunca los use porque me incomodaban, además, en aquella época eran muy grandes y no se escuchaba con la nitidez de ahora. Desde que mis padres se enteraron de mi situación, cada año nos llevaban —a mis hermanos y a mí— a una revisión auditiva. Alejandra y Eduardo no tuvieron ningún problema, pero cuando Paulina tenía nueve años y yo catorce, le descubrieron también sordera profunda de un oído.

Todos los días agradezco a Dios el que me haya podido desenvolver normalmente en la vida, y que mi audición parcial no afectara mi crecimiento, por el contrario, creo que me ayudó a desarrollar algunas otras habilidades. Por ejemplo, aprendí a leer los labios, a interpretar visualmente los movimientos de la boca, las expresiones de la cara y de la lengua para poder comunicarme mejor. También me volví más sensible y empática. Siento que me conecto rápido con los sentimientos, pensamientos y emociones de otras personas, sobre todo con las que sufren o tienen alguna desventaja. Algo que también mejoró fue mi intuición: cuando conozco a una persona, más que esforzarme en escucharla, me enfoco en sus sentimientos, en su energía y eso me ha servido mucho.

A pesar de mi situación, siempre fui una niña alegre y muy amiguera. Mis padres siempre me inculcaron que los valores se aprenden en la familia, que el respeto a la dignidad —propia y ajena—, el sentido de justicia, la honradez, el servicio desinteresado hacia los otros —en particular los más necesitados— y el verdadero amor son sumamente importantes. Aprendí que es en la familia donde, en momentos de sufrimiento, las penas y tristezas se hacen más ligeras, y las alegrías compartidas se disfrutan más.

UNA INFANCIA FELIZ

Soy parte de la llamada «Generación X», que son las personas nacidas entre 1961 y 1981. Muchos de los que formamos esta generación tuvimos padres conservadores y estrictos. Somos la generación que aún respeta a los mayores y saluda cuando llega a algún lugar. Nos gusta encontrarle soluciones a todo y si no, las inventamos.

A los de mi generación nos tocó vivir diversos cambios sociales y políticos como la caída del muro de Berlín, la guerra de Vietnam, el fin de la Guerra Fría, la guerra de Nicaragua y la guerra civil en El Salvador y Guatemala. También algunas transformaciones tecnológicas importantes que marcaron la historia de la humanidad como la creación de las computadoras, el uso de internet, el famoso ICQ, la transición de los casetes y videocasetes al formato en CD y, posteriormente al MP3, MP4 y iPod, entre otros.

Crecí viendo MTV y escuchando música de Madonna, Aerosmith, Michael Jackson, George Michael, los Rolling Stones, Chicago, Queen, Eric Clapton, Guns N’ Roses, U2, Bon Jovi, entre otros.

En mi época se vivía con mucha más tranquilidad que ahora. Fuimos la última generación que jugó libremente en la calle y que creció usando la bicicleta con total libertad. Todos los vecinos de la cuadra éramos amigos y salíamos a las banquetas a jugar; entre los juegos que más recuerdo están saltar la cuerda, «bebeleche», resorte, «un, dos, tres por mí», policías y ladrones, canicas, «la traes», «las escondidas», «calabaceados», matatena… Disfrutaba mucho de las actividades al aire libre y recuerdo que me encantaba leer todo tipo de libros, periódicos y revistas.

A mi hermana Ale y a mí nos encantaba ir caminando a la tiendita más cercana a comprar chucherías con nuestro «domingo» (cantidad de dinero que los papás, abuelos o algún familiar da a los niños para ahorrar o comprar algo); Salíamos siempre de ahí con las favoritas Quesabritas, el chocolate Carlos V, los Choco Roles y los gansitos Marinela. Andábamos en la calle casi todo el día y, cuando caía la tarde y oscurecía, era hora de meternos a la casa. No teníamos tiempo de aburrirnos, siempre inventábamos qué hacer; por ejemplo competencias de todo lo que se nos ocurría, como de baile con música de Parchís, Flans y Timbiriche y «construíamos» casitas con sábanas y cojines.

En mi familia nos encantan los animales, por lo que siempre tuvimos en casa varios perros, cuyos, ratones, peces, tortugas, víboras, camaleones, conejos, patitos, pollitos (que daban de sorpresa en las piñatas) y hasta un borreguito llamado «Chencho», famoso entre los vecinos porque siempre nos acompañaba a la tiendita atado del cuello con un «mecatito», como si fuera perro (el pobre «Chencho» tuvo un final trágico, pues cuando creció, mi papá decidió «mandarlo a hacer» barbacoa para el almuerzo).

Los sábados por la noche íbamos todos juntos a misa, donde me encantaba participar. Como verán, aunque solo podía escuchar con un oído (el izquierdo) mi infancia fue muy feliz, y mi situación auditiva nunca representó un obstáculo para las cosas que quería hacer.

En este sentido, el deporte fue parte esencial de mi niñez y adolescencia. La natación fue muy importante en mi formación física y psicológica. Físicamente, me ayudó mucho a fortalecerme por ser uno de los deportes más completos; está comprobado que ayuda a reparar las células de cualquier daño cerebral a nivel molecular. Además, como la sordera parcial me impedía captar mucha de la información que recibía siempre fui una persona muy despistada, así que nadar me ayudaba a tener más concentración: cuando nadas, se ponen en marcha los dos hemisferios cerebrales y los cuatro lóbulos del cerebro, lo que contribuye a tener una mayor cognición y a mejorar los enlaces neuronales. Psicológicamente, la natación también me enseñó a tener disciplina, humildad, tenacidad, carácter, determinación y compañerismo.

Aunque solo podía escuchar con un oído (el izquierdo) mi infancia fue muy feliz, y mi situación auditiva nunca representó un obstáculo para las cosas que quería hacer.

Mis padres siempre estuvieron muy involucrados en nuestro deporte y educación. Gracias a ellos y a otros padres de familia formamos un equipo competitivo de natación en mi club deportivo. Recuerdo que entrenaba tres horas diarias a un nivel de alto rendimiento, y hasta cinco en temporada precompetitiva. Participé en diversos eventos en varios estados de la república mexicana y en algunas ciudades de Estados Unidos.

Fueron muchos años de esfuerzo y perseverancia, y me atrevo a decir que fue en este deporte donde obtuve los mayores aprendizajes de mi niñez y adolescencia. Me siento muy agradecida con mis padres por su apoyo y dedicación en esta etapa de mi vida; de esas vivencias conservo los mejores recuerdos de mi niñez.

MIS ABUELOS

No puedo dejar de mencionar en esta parte de la historia a los regalos más preciados de mi infancia: Tita y Bobby (maternos), y papá Mario y mamá Mary (paternos). Tita y Bobby eran sumamente cariñosos, alegres y especiales. Estuvieron presentes en todos los momentos de mi vida. Aún recuerdo sus apapachos antes de dormir, en especial de mi abuelo, al que le encantaba acostarnos y acomodarnos las frazadas: sus besos y abrazos cálidos los llevaré siempre en mi corazón. No podría hablar de lo que soy ahora sin su presencia en mi vida.

Papá Mario y mamá Mary también fueron muy especiales, los recuerdo con mucho amor, en especial a mi abuela Mary, nacida en Cataluña, a quien considero una mujer admirable en todos los sentidos. Ella supo arraigar en sus doce hijos el respeto por la unión familiar y la hermandad.

Para mí los abuelos son los mayores maestros de vida, los considero guardianes de nuestro patrimonio cultural y social. Ellos nos recuerdan los valores de nuestros antepasados como el honor a la palabra, salvaguardar la ética, la cordura, preservar nuestras costumbres y transmitir los valores y las tradiciones que fortalecen la unión familiar. Solo ellos nos pueden regalar sabiduría, madurez y diferentes perspectivas de la vida; son una fuente valiosa de experiencia, serenidad y amor incondicional. No es casualidad que varias de las obras y descubrimientos importantes fueran creados por personas que estaban en la tercera edad: Víctor Hugo sorprendió al mundo con Torquemada a los 80 años; Sigmund Freud publicó Moisés y la religión monoteísta cuando tenía la misma edad, Rembrandt pintó sus más grandes obras ya en la vejez.

Es por ello que me siento muy orgullosa del legado que dejaron en México mis dos abuelos: ambos fueron fundadores de varios centros educativos, entre los que destacan la preparatoria y la universidad del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM) en mi ciudad natal. Los dos eran empresarios comprometidos con la sociedad de su época, su misión siempre estuvo enfocada en el bienestar y en la educación de nuestro país.

La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo.Nelson Mandela

Recuerdo que de niña mi abuelo Bobby me decía que un país no puede desarrollarse ni progresar si no se educa primero a su pueblo. Y mi abuelo Mario siempre apostó por combatir la desnutrición infantil, así que se encargó de dar desayunos a cientos de niños. Él decía que la base de una buena educación empieza por una buena nutrición.

Roberto García Maldonado y Mario Lozano Gonzáles fueron ganadores del Premio Eugenio Garza Sada, instituido por FEMSA y el ITESM. Es un reconocimiento muy valorado porque solo se otorga a empresarios honorables, ejemplares y exitosos, cuyo liderazgo, compromiso social y capacidad empresarial han contribuido al desarrollo integral de sus comunidades.

Mis abuelos estaban convencidos de que la educación no solo contribuye al desarrollo intelectual de un país, sino a la disminución de la pobreza y a que hombres, mujeres y familias eleven su nivel y calidad de vida. Me siento muy orgullosa de mi familia y de su legado, sin el amor y las enseñanzas que recibí durante los primeros años de mi desarrollo, no hubiera tenido la fortaleza para sortear los momentos de oscuridad que he vivido, ni para entender que no soy lo que me pasa, sino aquello en lo que elijo convertirme.

MI EDUCACIÓN

En mi vida académica nunca fui de las más destacadas, pero siempre sacaba bien mis grados, con promedio de ocho o nueve. Eso sí, me tenía que sentar hasta adelante en los salones de clase para poder escuchar a mis maestros lo mejor posible, y me apoyaba mucho en mis compañeros para realizar tareas y trabajos. Debido a mi discapacidad auditiva, no podía seguir las instrucciones al 100 %, entonces estudiaba en equipo o pedía ayuda; de un modo u otro, siempre me las ingeniaba para salir adelante en la escuela.

La primaria y la secundaria las estudié en un colegio de monjas. Después, a los quince años, ingresé a un colegio privado para estudiar el equivalente a la prepa, en la isla de Vancouver, en Victoria, Canadá. Ahí tuve el primer desafío para mi audición y, aunque acabé con buenas notas, me costó muchísimo trabajo pues sentía que me esforzaba el triple que mis compañeras para poder entender todas las materias en inglés.

Aunque de niña pasé algunos veranos en un campamento de natación en Florida y largas temporadas en otras ciudades de Estados Unidos, el inglés nunca fue mi fuerte. Me acuerdo que cada vez que llegaba de los campamentos o de algunas vacaciones mi papá casi se «infartaba» conmigo, pues quería que hablara en inglés como mis hermanos o primos y yo, en cambio, traía un acento distinto: cubano, dominicano, puertorriqueño… de todo, menos estadounidense.

Recuerdo que una vez, cuando regresé después de estar seis semanas en Florida, fuimos a una heladería en Texas y mi papá me «cachó» pidiendo mi helado de vainilla así:

—Please miss, me I have a chocolet blanc ice cream.

Solo de acordarme me ataco de risa, no me lo perdonaron nunca. Mi papá me decía seguido en broma:

—No mi hijita, contigo sí que no se puede, tantos años de mandarte a campamentos fuera y a estudiar inglés y no sabes pedir un helado de vainilla, ¡qué barbaridad!

Lo bueno es que eso del idioma no me afectaba mucho, ni me traumaba, ni a preocupación llegaba, pues siempre me las arreglaba para que me entendieran de un modo u otro.

Otra cosa que siempre recuerdo de mi niñez fue que me costaba mucho comprender las letras de las canciones en inglés, incluso algunas en español. Para poder cantar las canciones siempre tenía que leer las letras y memorizarlas. Lo bueno es que en aquel entonces uno compraba los discos o casetes y estos venían con las letras de cada canción y, por supuesto, las que no sabía o escuchaba en la radio, igual las cantaba como Dios me daba a entender.

Ahora tengo a mis mejores críticos, mis hijos adolescentes Roberto y Mauricio, que se atacan de la risa cuando canto:

—Máma (con acento en la primera «á», como se habla en Guatemala).

—Máma noooo, así no va la canción.

—Máma, no es «como un loco voy detrás de ti» es «como un lobo…».

—Máma, no es «I’ll be forever yours» es «forever blue».

—Máma no puede ser, esa canción es de tus tiempos y me la sé mejor que tú.

Ahora más que nunca, gracias a mis niños, me he dado cuenta de que he cantado siempre la mayoría de las canciones con inventos míos. No sé si cuando era niña las personas que me rodeaban no se daban cuenta de esta situación o de plano «me tiraban de a loca», porque seguro también los problemas con el idioma tenían que ver con mi discapacidad auditiva: ¡menos mal que no vivo del canto y que nunca me importó lo que los demás pensaran de mí!

Aun con el inconveniente del inglés me gradué de la preparatoria bilingüe en el ITESM, campus San Luis Potosí, México, y en la Northeastern State University (NSU), en Tahlequah, Oklahoma, Estados Unidos. Posteriormente, estudié la carrera de Relaciones Internacionales también en el ITESM, ahora en su sede principal, en Monterrey, Nuevo León, México.

En esta ciudad pasé unos años extraordinarios. Ahí conocí al que sería el hombre de mi vida, un joven muy guapo y caballeroso llamado Roberto, originario de Guatemala (con el tiempo nos hicimos novios). En el último año de la carrera me fui a Roma a trabajar durante tres meses, a la Embajada de México en el Vaticano. Fue una oportunidad muy bonita, pude conocer de cerca al papa Juan Pablo II y a todos los directivos, cardenales y ministros importantes del Estado Vaticano. En esa época se celebró el famoso Jubileo del año 2000 y el embajador de México me encomendó realizar una investigación de todas las universidades pontificias de Roma; de esa labor se editó un libro que está disponible en todas las entidades académicas y diplomáticas gubernamentales de México.

MONTERREYConocida como la capital industrial de México, es la tercera área metropolitana más poblada de ese país, después de la Ciudad de México y de Guadalajara. Está rodeada de hermosas montañas y es resguardada por una en particular: el «Cerro de la Silla» (se le llama así por la semejanza que guarda con la montura de un caballo).

Me gradué de la universidad en diciembre del año 2000 y, para festejarlo, viajé con mis amigas a Cancún. Estando allá, Roberto apareció de repente para darme una sorpresa: ¡me pidió matrimonio! Seis meses después, el 29 de junio del 2001, nos casamos en San Luis Potosí.

UN NUEVO HOGAR

Me casé muy enamorada y muy ilusionada de empezar una nueva vida en un país desconocido para mí. Tenía 23 años cuando llegué a vivir a Guatemala. Roberto no solo es una de las personas más importantes en mi vida, sino una pieza fundamental en mi recuperación. Para él no ha sido fácil: han sido años de mucha incertidumbre y dolor, pero nunca ha dejado de apapacharme, de cuidarme, animarme y de darme todo su cariño y apoyo incondicional. Puso en pausa su vida para darle prioridad a la mía, para tomar el control y hacerse cargo de todo. Ha sido maravilloso pues, por lo general, es muy difícil que tu pareja entienda y tenga la compasión, paciencia y empatía que Roberto tuvo conmigo: es un regalo de Dios haberlo encontrado y sentir día a día su profundo amor y su solidaridad.

Siempre he creído que los cambios culturales te obligan a salir de tu zona de confort, te cambian la perspectiva, te ayudan a ponerte nuevas metas y te obligan a abrirte a nuevas personas y a un mundo desconocido, así que vivir en Guatemala era un nuevo reto para mí.

Cuando llegué a este país me ayudó muchísimo conocer a Claudia Sibony, excelente psicóloga, gran ser humano y pilar esencial en mi vida; además de ser mi terapeuta, me ha dado infinidad de cursos de superación personal y, de hecho, puedo decir que gran parte de mi madurez emocional se la debo a ella.

GUATEMALAGuatemala es conocida como el país de la eterna primavera debido al clima templado que prevalece todo el año. Es tierra de 37 majestuosos volcanes, hermosos paisajes y celajes, se le considera, entre otras cosas, el «corazón del mundo maya». Tiene una población aproximada de 18 047 070 personas. Su ciudad capital es la más grande y moderna de Centroamérica. Guatemala es tierra fértil de café, caña de azúcar, plátano, cardamomo y maíz. Es un país pequeño, pero con mucha chispa, colorido y lugares mágicos como Ciudad Antigua, Río Dulce y el lago de Atitlán.

Tengo ya 19 años viviendo en este lindo país. Aquí nacieron mis hijos, Roberto y Mauricio. He tenido la dicha de coincidir con personas hermosas, maravillosas, amigas y amigos del alma que se han convertido en mi familia por elección. He sido muy feliz y me siento orgullosa de que mis hijos sean guatemaltecos y mexicanos.

Donde sea que tengas amigos, ese es tu país, y donde sea que recibas amor, ese es tu hogar.Dalái lama
La luz del silencio

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