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CAPITULO II

Desde Mataral a San Isidro y Cochabamba

En diferentes conversatorios y entrevistas Leonardo Tamayo Núñez (Urbano), narró la salida del grupo has­ta la carretera Santa Cruz-Cochabamba, la llegada a San Isidro, la partida a Santa Cruz de la Sierra y el arribo a la ciudad de Cochabamba. Incluimos las entrevistas al campesino Julio Arroyo y a la señora Zenobia Ramírez.

Urbano relató que enfrentaron lluvias intensas, que en una ocasión llovió torrencialmente por más de 30 horas, se refugiaron en una cueva de piedras y todo ese tiempo lo pasaron sin comer.

Que se encontró con un campesino, al que tomó pri­sionero y le propuso pagarle si los sacaba hasta la ca­rretera. Aceptó, pero pidió ir a su casa para avisar a su esposa y traerles ropas, charqui (carne salada y secada al sol) y queso que vendía un cuñado y añadió:

“Para evitar que nos engañara y garantizar el regreso lo acompañé. Después de llegar a la casa, no quiso salir, a em­pujones hubo que sacarlo.

Llegamos a un lugar llamado Rancho Grande. Al medio­día llovió muchísimo y acampamos en un marabuzal. A las cinco de la mañana llegamos a la carretera Santa Cruz-­Cochabamba. Por la tarde dejamos en libertad al campesino y le pagamos por sus servicios.”

En 1984 localizamos al campesino, se llama Julio Arro­yo. El 30 de noviembre de ese año en compañía del mé­dico de Vallegrande, Gerardo Muñoz y del juez agrario Desiderio Bonilla lo visitamos.

Fue amable, pero se negaba a contar su experiencia. Como tenía pendiente unos trámites de tierras, el juez agrario le prometió atender esos asuntos y la solicitud del médico lo animó a conversar.

Narró que una tarde fue a recoger sus vacas, observó movimiento de personas y cuando se acercó, sorpresi­vamente se encontró con los guerrilleros.

Que lo trataron bien, le ofrecieron “harta plata” (mu­cho dinero) si los guiaba hasta Mataral; también le pidie­ron comprar mercaderías y se comprometió a cumplir. Señaló que pidió avisar a su esposa, pero no le permitie­ron que fuera solo, lo acompañó uno de ellos.

Al decirle a su mujer que se iba con los guerrilleros, ésta empezó a llorar y a pedirle que no fuera, que lo iban a matar, entonces se negó. El guerrillero lo amenazó de muerte sino cumplía su palabra, su mujer gritaba más fuerte y él salió con el guerrillero.

Los guió hasta cerca de Mataral, lo trataron bien, com­partieron los alimentos que llevaban, le pagaron lo que le prometieron y se dispuso a volver a su casa. Ya eran sus amigos. Les dio la mano a uno por uno, el que era el jefe le dijo que demorara el regreso, que bordeara el camino carretero y no viajara en movilidad (vehículo), que si el ejército lo apresaba no mintiera, no era nece­sario sufrir atropellos.

Regresó a paso cansino (despacio), llegó a la casa de un amigo en El Trigal (una población a mitad de cami­no entre Mataral y Vallegrande), se demoró informan­do que se sentía mal con calenturas (fiebre) y dolor de cabeza. Luego le contó la experiencia que había vivido.

Continuó el camino y cerca de una quebrada seca, ocultó gran parte del dinero y se dispuso retornar a su casa, pero antes de llegar encontró a una patrulla mili­tar, lo apresaron y el teniente al conocer que guió a los guerrilleros, quería conocer donde tenía oculto el dine­ro que le dieron.

Le manifestó que fue como prisionero, bajo amenaza de muerte, que no le pagaron, lo fregaron y magullaron (golpearon) cuando no quería caminar, pero el tenien­te no le creyó, lo desnudaron para hacerle un registro y al observar que no tenía huellas de golpes, lo acusaron de estar mintiendo, lo amenazaron con matarlo como a un perro sino explicaba cabalmente donde estaba el dinero y le dieron golpes.

Se lo llevaron para Vallegrande para las indagatorias. Lo torturaron hasta que guió a los militares hasta el lu­gar donde dejó oculto el dinero.

Retomando la conversación con Urbano, éste contó:

“Al llegar a Mataral, junto al Ñato llegamos al poblado, compramos ropas y observamos los controles militares, vi­sitamos una pulpería a comprar y la mujer nos dijo: “los gue­rrilleros andan por aquí; ha sido apresado un campesino e informó que los había guiado hasta aquí cerca”.

Regresamos para informar la situación, además, habían lle­gado tres camiones de soldados para reforzar la guarnición…”

En 1984 en el poblado de Los Negros, a través de Mario Chávez, localizamos a la señora Zenobia Ramírez y el 28 de noviembre de ese año la entrevistamos:

Zenobia relató que una mañana llegaron dos guerri­lleros a la pulpería de Mataral, se percató que eran fo­rasteros, sospechó que eran guerrilleros y les comentó que habían apresado al campesino que los guió, que no simpatizaba con los militares ni con los guerrilleros, no quería que los asesinaran, era una posición cristia­na, un deber humano y alertarlos de que corrían gra­ve peligro…

Continuó relatando Urbano:

“El 24 de noviembre llegamos a una casa, al rato llegó un hombre que dijo tener 76 años, era un ingeniero civil. Nos ofreció lo que tenía. Se hizo todo un trabajo de convenci­miento para comprarlo, y él, a su vez, se hacía el remolón para obtener más dinero. En definitiva se comprometió a colaborar y a abastecernos de víveres, ropas y posterior­mente un radio.

Por la madrugada del día siguiente regresamos a la casa del viejo. Este dormía. Nos había traído víveres como para una se­mana y además pantalones. Nos dijo que había un mayor al frente de las tropas que estaban en Pulquina. Además, contó que al Teniente Jefe del puesto lo habían detenido, pues un soldado nos vio y avisó; el Teniente estaba borracho y le dijo: “Mira, no importa, hoy es domingo, los domingos no se traba­ja, así que mañana lunes los perseguimos.” .

Luego nos dijo que nos ayudaría por humanidad, y se com­prometió a traernos camisas y ropa interior dentro de tres días, porque para obtener todo eso tenía que ir al pueblo. Estuvimos tres días escondidos. El hombre nos trajo cami­sas y alguna comida; el resto de las mercancías dijo tenerlas compradas, aseguró traerlas antes de tres días.

Estuvimos escondidos otros tres días. Nos vio un vaquero de la zona, nos acercamos a él y tratamos de pasar como sol­dados, aunque con pocas esperanzas de haberlo engañado.”

Relató que continuaron la marcha con varios en­cuentros con los militares, llegaron a una tapera cerra­da (habitación, bohío o cabaña ruinosa y abandonada) rompieron la puerta y encontraron harina, arroz y ollas, recogieron todo y al mediodía llegaron a otra tapera donde encontraron manteca, alcohol y se trasladaron hasta cerca de un pocito de agua para cocinar.

“Un campesino me descubrió mientras hacia una necesi­dad fisiológica. Conversamos con él, se llama Víctor Céspedes, su actitud fue amable y nos invitó a chupar (mascar) coca y tomar alcohol. Nosotros le brindamos el alcohol que llevába­mos, hasta que nos reconoció. Dijo que los militares le ha­bían registrado su casa y roto una cama. Nos invitó a su casa donde nos brindó alcohol, queso y café. Le compramos un chancho (cerdo) y no quería cobrarlo. Por primera vez, en los últimos tiempos, en este hombre encontrábamos una actitud honesta y desinteresada.

Nos despedimos y nos internamos en el monte, pero co­menzó a llover y regresamos a la casa, después llegó la espo­sa, quién nos trató muy amablemente. Con ellos conversamos un rato y tratamos de convencerlos para que fueran a com­prarnos mercancías. El día siguiente fue de lluvia. No pudie­ron salir a comprar.

Al otro día nos trajeron muchas mercancías. Pero la seño­ra llegó preocupada porque había visto huellas en el camino y se cruzó con un hombre del pueblo que era colaborador del ejército.

Tomamos medidas y nos retiramos, nos ocultamos en un firme. A las seis y veinte, Darío dio la voz “¡Soldados!”. Estaban escasamente a 10 metros, aunque no nos veían debido al en­mascaramiento de nuestra posición. Solo sintieron el ruido, pues no tiraron.

Nos fuimos de allí inmediatamente y como una hora des­pués sentimos un fuerte tiroteo, al parecer atacaron la quebra­da donde suponían que estábamos. En todo este trayecto nos seguía uno de los perros de la casa de Don Víctor Céspedes.

Continuamos la marcha y acampamos un poco más aba­jo, y cuando nos preparábamos para hacer almuerzo, tomé prisionero a un campesino que llevaba ganado. Tratamos de interrogarlo y resultó que no hablaba español, sino quechua. Darío lo hablaba y le hizo algunas preguntas.

Continuamos la marcha y comenzó a llover torrencialmen­te, lo que nos obligó a meternos en una casita. El campesino nos brindó hospitalidad, pero se negó a vendernos mercancías.

Pasamos el día metidos en un monte. A las tres y trein­ta Darío avisó que había visto pasar cerca a varios soldados; recogimos y nos preparamos para la retirada, comenzamos el ascenso y cuando casi llegábamos a la cima nos topamos con un grupo de soldados que al parecer traían la misión de cerrar el cerco por detrás. Se formó un intenso tiroteo cuan­do nos detectaron.

Logramos romper el cerco y nos perdimos de vista. Avanzamos hacia abajo y llegamos a un chaco situado en las márgenes del río. Allí había campesinos trabajando, tuvimos que esperar a que se fueran.

Como a las cinco, nos vimos precisados a ponernos al des­cubierto, el enemigo venía directamente hacia nuestro escon­dite, el tiroteo fue esporádico ya que no lograban vernos bien. Nuestra carrera fue rápida hasta un pequeño firme con mon­te, nos detuvimos y tomamos posiciones, regresamos en bus­ca del perro y combatimos nuevamente con el ejército, luego continuamos hasta un lugar donde las casas eran salteadas. Allí comenzó a llover y nos acurrucamos unos contra otros para protegernos del frío.

Decidimos por unanimidad regresar a la casa de Don Víctor, por la tarde del día 12 entramos a la zona, Don Víctor nos recibió con mucho júbilo, nos manifestó la preocupación de su esposa por nuestra suerte. Nos relató que fue deteni­do por unos soldados que le preguntaron por los guerrille­ros. Contestó que no sabía, pero insistieron y un teniente lo abofeteó y pateó.

Después, el mayor le dio varios garrotazos y ordenó llevarlo prisionero para que los guiara hasta los guerrilleros. Cuando estaban rastreando pidió permiso para hacer una necesidad y se fugó, deambuló toda la noche hasta que llegó a su casa en San Isidro, donde fue apresado hasta el día anterior a nues­tro regreso, o sea, solo llevaba un día en libertad.

Hicimos una reunión donde se acordó que Inti y yo salié­ramos a la ciudad, para buscar contactos. El acuerdo fue sa­lir el día 15 de diciembre por la tarde…

Caminamos tres horas y llegamos a las cercanías de San Isidro. Compramos algo de comer en un hotel y tomamos café. Después fuimos hasta la tranquera (punto de control) que daba paso a la carretera y estuvimos conversando con los soldados haciéndonos pasar por campesinos de tierra adentro.

Fuimos al cine que estaba lleno en un 80% de soldados, y al finalizar la película regresamos a la tranquera para espe­rar la góndola (ómnibus). Al poco rato comenzó a llover y los soldados dejaron la barrera alta. A las dos pasó un camión, lo paramos, con tan buena suerte que la cabina iba desocupa­da. Montamos y continuamos viaje hasta Mataral, allí el ca­mión se detuvo pero no pasó nada. En Santa Cruz la barrera no estaba funcionando y llegamos sin novedad.

Compramos ropas, trajes y zapatos y nos cambiamos en un baño público, después llamamos por teléfono al Lloyd Aéreo Boliviano y reservamos dos pasajes para Cochabamba…”

De La Higuera a Chile, el rescate

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