Читать книгу Madre feminista - Agnieszka Graff - Страница 4
ОглавлениеPrólogo
Madre feminista tiene ya cinco años. Mi hijo, aunque cueste creerlo, ya es adolescente. Entre tanto se ha acabado una época. Un año después de la publicación de este libro, y tras numerosas discusiones en torno a él, en otoño de 2015 en Polonia ganó las elecciones generales el PiS, el partido Ley y Justicia (Prawo i Sprawiedliwość): populistas de derechas, nacionalistas, defensores de los «valores de la familia» y, como resultó posteriormente, enemigos empedernidos de la democracia liberal. En 2016 los británicos votaron el Brexit y los estadounidenses eligieron como presidente a Donald Trump. Todo el mundo abría los ojos con asombro mientras que en Polonia muchas personas asentían con la cabeza diciendo «os ha llegado el turno». Hoy ya se sabe que el populismo de derechas es una tendencia mundial. Después de haber ganado las elecciones, Jarosław Kaczyński, líder del PiS, prometió que Varsovia se iba a convertir en un segundo Budapest, y siguió los pasos de Viktor Orban. En los años subsiguientes los populistas se han dedicado ha desmontar la democracia polaca: se han quedado con los medios de comunicación públicos y los han convertido en el altavoz propagandista del gobierno y de la Iglesia, han sometido los tribunales y los juzgados a sus órdenes, han subyugado numerosas instituciones culturales, como museos o teatros. Poco a poco, con los gestos, las palabras y las decisiones tomadas han ido empujando a Polonia hacia los márgenes de la Unión Europea. Sentí vergüenza cuando nuestro gobierno se negó a acoger a los refugiados, cuando empezó a devastar los bosques vírgenes de Białowieża, cuando vetó la decisión de acelerar la lucha contra el cambio climático. De camino, entre 2016 y 2017, sucedió algo que dio esperanza, algo con lo que antes solo había podido soñar. Nació un movimiento feminista de masas. Como respuesta al intento de introducir la prohibición del aborto, mujeres furiosas salieron a las calles de ciudades y pueblos de toda la nación. Cientos de miles de chicas y mujeres vestidas de negro. Os ahorraré los detalles: si queréis entender lo que está pasando en mi país, tan solo imaginaos que en España llega a gobernar Vox.
¿Cuál es la relación entre los éxitos políticos de la extrema derecha y el feminismo y la maternidad? Intentaré convenceros de que es una cuestión clave. No se trata solo del hecho de que cuando la extrema derecha llega al poder empieza a vulnerar los derechos de las mujeres y como resultado las mujeres salen masivamente a la calle. Y eso es así, pero el problema empieza mucho antes, con la total omisión de todo lo que refiere a la maternidad por parte de los liberales. La tendencia en las últimas décadas ha sido la misma en la mayoría de los países occidentales: ha desaparecido el estado de bienestar, el Estado se ha retirado de la esfera de los cuidados y las élites han recurrido al lenguaje del individualismo transfiriendo toda la responsabilidad a los ciudadanos. En el caso del cuidado de los niños pequeños esos «ciudadanos» son, desde luego, las mujeres, y por eso hablo solo de maternidad y no de maternidad y paternidad, por muy bonito que suene esto último. La retirada del Estado afecta sobre todo a las mujeres que durante las décadas antes mencionadas entraron masivamente al mercado laboral. No hay forma de trabajar profesionalmente y a la vez cuidar de tus pequeños —ni, muchas veces, de tus mayores. Sobre todo, si vivimos en una sociedad en la que a los hombres se los educa en que los cuidados son cosa de ellas, y en que merecen que las mujeres los atiendan. Me consta que Polonia y España, en este aspecto, se parecen bastante.
Cuando se publicó Madre feminista, en Polonia prácticamente no había guarderías, había que luchar por las plazas en los centros preescolares públicos (yo, por ejemplo, no llegué a conseguir ninguna), el Estado no hacía nada para compensar la falta de pensiones alimenticias a las madres solteras (los padres que esquivan pagarlas son una plaga en nuestro país) y las bajas por el nacimiento de un hijo estaban pensadas de manera que en la práctica tan solo las cogían las mujeres. El objetivo de este libro era simple: convencer a los liberales (y a las feministas liberales entre las que me incluía a mí misma) de que no podíamos seguir así. Que las guarderías, el parvulario, las pensiones alimenticias y las bajas paternales eran y son cuestiones fundamentales. Que sin todo eso no se puede hablar de igualdad y que sin igualdad no hay democracia moderna. Y que, si la democracia no se ocupa del ámbito de los cuidados, la extrema derecha se ocupará de la democracia. El libro suscitó un gran interés, conseguí provocar cierto debate. Admito que algunos me acusaron de haber traicionado al feminismo y de haberme pasado al bando conservador, pero muchos otros me daban la razón. Sin embargo, antes de que el debate pudiera coger velocidad, sucedió algo que, de hecho, ya había previsto: la derecha populista ganó las elecciones.
Lo curioso es que eso pasara precisamente, en gran medida, gracias a las promesas hechas a los padres. El PiS prometió pagar a todos los padres, sin mirar la renta, 500 eslotis al mes (unos 125 euros) por el segundo hijo y los subsiguientes.1 El programa fijaba como objetivo luchar contra la crisis demográfica, los autores estaban convencidos de que la tasa de natalidad subiría sustancialmente. «Familia 500+» (así se llama el proyecto) ha supuesto el mayor programa de ayudas sociales desde los comienzos de la transición política.
500+ fue considerado como una carga excesiva para los presupuestos estatales, que la economía polaca no podría asumir. Algunos se burlaban porque «no bastará para hacer más niños» y lo cierto es que hay razones suficientes para pensar que 500+ no aumenta la tasa de natalidad. La gente no decide tener hijos solo porque le vayan a dar dinero. Otra crítica (no del todo acertada) era que con 500+ las mujeres, de manera masiva, decidirían salir del mercado laboral. Y, por último, estaba la tesis de que 500+ podía tener sentido como elemento de unas políticas sociales complejas, pero no como solución aislada. Todas esas voces críticas chocaban, aun así, con un hecho innegable: por primera vez desde 1989 el Estado transfería dinero a sus ciudadanos por el mero hecho de cuidar de otros ciudadanos. Las personas ahora reciben dinero no por ser pobres sino por ser padres. 500+ tenía muchos defectos, pero catapultó al PiS hasta el poder porque eso era lo que la gente quería y lo que los gobiernos anteriores nunca habían ofrecido. 500+ tiene, desde luego, un gran valor económico, sobre todo para las familias numerosas más desfavorecidas: muchos niños han estrenado ropa o se han ido de vacaciones por primera vez en su vida. Pero el programa tiene también un enorme significado simbólico o, si alguien lo prefiere, dignificante. Es una muestra de reconocimiento y respeto hacia la labor de los cuidados. Y eso es algo que los gobiernos liberales nunca habían entendido: que los cuidados son un trabajo digno de ser respetado. Por eso, entre otras cosas, la democracia liberal ha llegado a su fin en Polonia, al menos por algún tiempo.
¿Es posible que este mismo guion se cumpla en España? A finales de 2019 sentí alivio al enterarme de que habían ganado los socialistas, pero me alarmé, a la vez, al observar que el partido neofranquista de ultraderecha, Vox, se había convertido en la tercera fuerza política. Lo que comparte este partido con nuestro PiS no es solo el nacionalismo, sino también las aspiraciones autoritarias, la aversión hacia la igualdad de género, así como los planes de privar a las mujeres de su derecho al aborto. Ambos grupos políticos, además, luchan contra «la ideología de género» que el ala ortodoxa de la Iglesia católica considera una amenaza para la civilización. En el fondo se trata de luchar contra las minorías sexuales y de negar a las mujeres sus derechos reproductivos.
Tal vez me equivoque, pero tengo la impresión de que las élites españolas entienden un poco mejor que las élites polacas de antes de 2015 la importancia de unas buenas soluciones en el ámbito de los cuidados —y, más ampliamente, de las políticas sociales— para el futuro de la democracia. En la clasificación State of the World’s Mothers de la organización Save the Children, España ocupa el séptimo puesto y mi país, en cambio, el vigésimo octavo.2 Vale la pena echar un vistazo a la tabla y a los criterios aplicados para darnos cuenta de que realmente se puede hacer un tipo de medición objetiva de la calidad de vida de madres y niños. Y a pesar de lo que podría parecer, no es solo cuestión de riqueza. Noruega ocupa el primer puesto y Somalia el último, como resultado de unas desigualdades económicas muy profundas. Pero que los Estados Unidos ocupen el puesto 33… da que pensar. Hay derechos, servicios, prestaciones, comodidades y posibilidades que los estados ofrecen a madres y niños… O, como en Estados Unidos, que no ofrecen. Lo que es propio de la maternidad es el hecho de volverse dependiente de la comunidad humana. Por un tiempo la maternidad nos excluye del mercado laboral y por eso no se lleva bien con «los valores americanos»: el individualismo, el culto al libre mercado, la convicción de que todos los problemas se pueden resolver dejando «la elección» a la gente y haciéndola más «responsable» (a través de, por ejemplo, la ausencia de una sanidad pública o de bajas de maternidad garantizadas por el Estado).
Hace mucho que no viajo a España, pero sigo con emoción el renacimiento —y, como informan los medios de comunicación, el rejuvenecimiento— del feminismo. Empezando con las protestas masivas en contra del endurecimiento de la ley del aborto de 2014, pasando por la campaña #cuéntalo en respuesta a la bestial violación colectiva que tuvo lugar en Pamplona durante las fiestas de San Fermín de 2016, hasta las protestas masivas en las primaveras de 2017, 2018 y 2019. Participé con orgullo en las protestas negras de Polonia, pero me quito el sombrero ante la envergadura del movimiento feminista español —de una escala de movilización realmente impresionante—. Según información proporcionada por vuestros sindicatos, más de cinco millones de trabajadoras y trabajadores participaron en 2018 en la primera huelga feminista nacional.3 Lo único que puedo decir es: siento mucho no haber podido estar ahí.
El tema principal del que se ocupa ahora el feminismo español es la violencia de género, igual que en muchos otros países donde vuelve a surgir el movimiento feminista. Es una gran revolución, un cambio enorme. Igual de importante, no obstante, parece ser la cuestión de los cuidados. La feminista española Nuria Varela lo ve de la siguiente manera:
La crisis de los cuidados es la más importante que tenemos sobre la mesa porque hace que el sistema sea insostenible. Hay que cambiar el análisis. Los grandes economistas, los políticos siguen sin ver que el gran agujero negro son los cuidados. Se pretende que las mujeres se incorporen al mercado laboral en las mismas condiciones en las que se incorporaron los hombres y que nadie cuide. Eso no es sostenible. […] Lo más importante para los cuidados es que haya más hombres en las casas, no tanto más mujeres en los puestos de poder. Nosotras hemos salido pero ellos no han entrado. El PIB en Europa, por ejemplo, contabiliza la prostitución y no los cuidados. ¿Quién ha decidido eso?4
Exactamente, ¿quién lo ha decidido? ¿Y cuál es el resultado de la retirada del Estado del ámbito de los cuidados cuando los hombres se niegan a entrar en esos lares y la mayoría de las mujeres trabaja profesionalmente? Una frustración gigantesca. Un agotamiento terrible. Un sinfín de niños descuidados (o, al menos, necesitados de cariño). Y, por último, la ira. No solo de las mujeres. Ira generalizada. La crisis de los cuidados con la que tuvieron que lidiar las sociedades occidentales en la primera década del siglo xxi es producto de la política neoliberal que de una manera indiscutible contribuyó a la llegada de la ola de populismo de derechas. Sí, sí, lo sé, la crisis bancaria y la crisis de los refugiados, que también contribuyeron a reforzar las fuerzas reactivas, han motivado que los chovinismos nacionales, e incluso el racismo abierto, hayan vuelto a la circulación. Pero igual de importante es la crisis de los cuidados y la narrativa conservadora sobre el género como respuesta a esta crisis. La gente está cansada y asustada. Las banalidades sobre el papel tradicional de la mujer son, en el fondo, una promesa de que todo estará bien porque mamá volverá a casa. Es, desde luego, un gran disparate. Las mujeres ya no volverán a casa. Esos eslóganes caen en suelo fértil no porque sean racionales, sino porque hacía demasiado tiempo que las élites neoliberales escondían la cabeza bajo el ala simulando que el problema de los cuidados no existía.
Madre feminista no es solo un libro de lo bonito, difícil y complicado que es ser madre de un niño pequeño y feminista a la vez. Es también un libro sobre la dimensión política de la maternidad y de las consecuencias que tiene para un estado el hecho de que los gobernantes menosprecien el valor de los cuidados. De lo que puede pasar cuando se deja la palabra familia en manos de los conservadores. Y es precisamente en este sentido que puede resultar tan actual como importante para las lectoras y lectores españoles.
1 En un principio iba a ser una prestación para todos los niños, pero pronto resultó ser una estimación irreal. Las primeras transferencias se realizaron en abril de 2016. De acuerdo con la información de 2018, en los años 2016-2017 cerca de 3,7 millones de niños y de 2,4 millones de familias se beneficiaron del programa. Desde julio de 2019 los padres de hijos únicos también tienen derecho a la prestación.
2 The 2015 Mothers’ Index and Country Rankings, p. 60. https://www.savethechildren.org/content/dam/usa/reports/advocacy/sowm/sowm-2015.pdf.
La clasificación tiene en consideración cinco factores: la salud de las madres (incluyendo el riesgo de muerte durante el parto); el bienestar de los niños (la mortalidad antes de cumplir los cinco años, el alcance y la calidad del seguro de salud); la calidad y la accesibilidad al sistema educativo; el estatus económico y el estatus político de las mujeres. No es solo una clasificación según el nivel de riqueza, sino que también tiene en cuenta las políticas sociales.
3 Sam Jones, «More than 5m join Spain’s ‘feminist strike’, unions say», The Guardian, 8.3.2018. https://www.theguardian.com/world/2018/mar/08/spanish-women-give-up-work-for-a-day-in-first-feminist-strike.
4 «Ya no hay ningún rincón en el mundo sin feminismo», entrevista a Nuria Varela, El País, 31.10.2019. https://elpais.com/sociedad/2019/10/30/actualidad/1572461654_163097.html.