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Introducción:

salir de circulación y los orígenes de este libro

«Graff, desde que es madre, ha perdido un tornillo y se ha vuelto conservadora», era el rumor que circulaba por la ciudad mientras yo cocinaba papillas ecológicas, me pasaba el día en sitios llamados Gugu gaga, Cuchi cuchi y en mis ratos libres escribía artículos para la revista Niños.5 Normalmente una no sabe lo que dicen sobre ella pero a mí me lo soltó, en un fiesta benéfica, una vieja amiga de una ONG feminista. Digo vieja porque nos vemos solo durante eventos feministas a los que, desde hace algún tiempo, no suelo asistir. He salido de circulación. ¿Por qué? Porque a un evento feminista no puedes ir con un niño de dos años. Ni siquiera con uno de cinco. Y no puedo dejarlo con nadie. O no quiero dejarlo. Sobre la sutil diferencia entre «no puedo» y «no quiero», y sobre cómo se disuelve esta frontera en la práctica, podría escribirse una novela entera. Desde luego sería una novela para madres, porque ese dilema tener ganas de librarte del crío, aunque sea por un momento y echarlo de menos cuando por fin lo consigues a nadie más le acaece.

Pero no se trata de mí, de mi supuesto conservadurismo o de mis dilemas emocionales y organizativos relacionados con la maternidad. No se trata de mí, sino de la confluencia de dos temas: el papel de cuidadora de la mujer y su emancipación, la maternidad y el feminismo. Tengo la sensación de que el tema de la maternidad despierta resistencia e impaciencia entre las feministas polacas. Y más que el tema en sí, el hecho de que el cuidado de los niños sea una forma de trabajo no remunerado que casi siempre recae en las mujeres. La corriente feminista de la que salí en 2009, cuando me convertí en madre de Staś, se ocupaba de la maternidad en sus dimensiones literaria, histórica y antropológica (la Virgen María, la Madre Polaca, la Madre Patria, la imagen de la madre en la cultura polaca), esotérica (la Gran Diosa) y metafórica (la Madre Fundadora, el matriarcado). Las feministas del momento, no obstante, no hacían sino empezar a adentrarse en el tema desde un punto de visto más práctico, es decir, con herramientas sociológicas y económicas. El movimiento feminista polaco había reparado en la presencia de madres en sus filas apenas un par de años antes. Todo gracias a Sylwia Chutnik, la que sería fundadora de la Fundación MaMa, que en el año 2007 creó Kids Block, una plataforma para niños cuyos padres participan en la manifestación que cada 8 de marzo organiza la Unión de las Mujeres.6

No soy pionera en este campo, este libro se ha inspirado en muchas referentes polacas. Una de las fuentes de inspiración clave en la creación de este libro fueron los ensayos de Sylwia Chutnik: el conmovedor y divertido libro Macierzyństwo non-fiction [Maternidad no ficción] de Joanna Woźniczko-Czeczott; el trabajo de la socióloga Iza Desperak; los análisis y declaraciones públicas de Irena Wóycicka y la rompedora recopilación de textos Pożegnanie z Matką Polką? [¿Adiós a la Madre Polaca?] editada por Elżbieta Korolczuk y Renata Hryciuk (a las que dedico unas palabras aparte); además de escritos sobre pobreza y sobre mujeres disponibles en la Biblioteca del Laboratorio de Ideas Feminista. No obstante, lo cual, y sorprendentemente, el tema de la maternidad sigue siendo el gran ausente en el feminismo polaco, y lo que tienen en común las personas que se preocupan por esa vertiente de la vida es una gran sensación de alienación. Se sigue echando en falta un libro feminista enmarcado en la realidad polaca que analice de manera compleja las dimensiones emocional, económica y social de la maternidad, y que a la vez esboce un proyecto de cambios sociales y políticos al respecto.

Quiero dejar claro que este libro no pretende llenar dicho hueco, es una recopilación de intervenciones públicas y ensayos propios más cercana a una serie de incursiones en el terreno que a un complejo análisis del tema. En él se lanzan muchas preguntas preguntas políticas sobre la maternidad y para muchas de ellas no encuentro respuesta. ¿Cómo se debería valorar la función de cuidadora de la mujer para no contribuir, a la vez, a la consolidación del estereotipo de que las tareas domésticas son dominio exclusivamente femenino? ¿Cómo animar a los padres a implicarse más en la paternidad, o a que cumplan las órdenes de manutención? ¿Cómo se consigue que los empresarios respeten los derechos de padres y madres? O ¿cómo podemos educar a niños y niñas para que crezcan en igualdad? No es que no haya reflexionado sobre cada uno de estos temas, es que estoy convencida de que hay que hacerse estas preguntas y de que urge encontrar respuestas. Porque si nosotras las personas que creemos que la igualdad de género es un valor por el que vale la pena luchar no vamos a buscarlas, los ultraconservadores lo harán por nosotras. Ya lo están haciendo. Y sobre eso trata el primer capítulo, sobre cómo eso ha sido posible.

¿A qué me refiero exactamente cuando hablo de «maternidad politizada» y de la necesidad de cambios? A todo aquello que en la realidad polaca causa amargura, ira, e incluso desesperación a muchas madres, y que brilla por su ausencia en los debates públicos. Por un lado, tenemos nuestro «ideal» familiar: oímos constantemente que, para los polacos, y sobre todo para las polacas, lo más importante es la familia y dentro de la familia (como no podía ser de otra manera) el bien de los niños. Esta actitud conlleva la compasión forrada de desprecio hacia las personas sin hijos y la sentimental idealización de la maternidad: las florecitas, las tarjetitas y las cancioncitas infantiles. Por otro lado, está la práctica cultural y social que convierte a las personas cuidadoras de un niño pequeño es decir, a las madres, porque la paternidad activa sigue siendo un fenómeno anecdótico en nuestro país en seres marginados.

Vivimos en una sociedad que presume de respeto hacia la familia y la maternidad el vínculo entre la madre y la niña o el niño y que a la vez organiza la vida de la gente de acuerdo con el planteamiento individualista según el cual los seres humanos son autónomos y plenamente responsables de si mismos. Lo que tienen que hacer es ganar dinero, pagar impuestos, ahorrar para la jubilación (cada uno para la suya, obviamente); cuanto más separados, autónomos y alejados estén, mejor. Una relación de total dependencia, un vínculo tal, supone en esta sociedad neoliberal una anomalía, un escándalo. Por eso la madre de un niño pequeño, sobre toda la madre soltera, se vuelve invisible socialmente. Lo único que la cultura contemporánea le transmite es «has parido un niño, es asunto tuyo; ahora ocúpate tú de él». El resultado es la enorme frustración de las mujeres, el dilema interior, el constante sentimiento de culpa, la impotencia por las expectativas contradictorias que les proyectan los demás: sacrifícate por el niño, dale el pecho, trabaja a jornada completa, invierte en tu desarrollo personal y en el de tu hijo. Y, sobre todo: apáñate y no nos molestes con tus necesidades. Dependiendo de las condiciones económicas y el grado de apoyo de los más cercanos, ese dilema puede llegar a ser más dramático o menos.

¿Queréis ejemplos? La incapacidad del Estado y la indulgencia social para con los padres divorciados que esquivan pagar la manutención (estos señores forman ya un ejército, las estadísticas son impactantes);7 la violencia hacia las embarazadas en el espacio público y en los medios de comunicación; la precariedad del sistema de ayudas sociales para padres (el peor de Europa),8 sobre todo para padres de niños minusválidos; los despidos reiterados (y ampliamente tolerados, a pesar de su ilegalidad) de las mujeres que se reincorporan tras la baja por maternidad; la falta de plazas en preescolar, por no hablar de las guarderías; el drama de las parejas que tienen problemas de fertilidad, el clima de vergüenza que las acompaña y el tema de la fecundación in vitro, aún sin resolver; la aversión de los médicos hacia las mujeres con niños y las condiciones escandalosas en los hospitales infantiles, donde los padres no tienen derecho ni a dormir en el suelo; la arrogancia de los gobernantes hacia las crisis causadas por la liquidación del fondo de manutención infantil o la rebaja de la edad escolar. O un detalle como el profundo desdén hacia las madres inscrito en el paisaje urbano de las ciudades, palpable en la ausencia de infraestructuras para cochecitos, como, por ejemplo, ascensores y rampas.9

He dejado de lado muchos temas importantes, y es que la lista de quejas de los padres es larga; el problema es que esta lista nunca llega a hacerse presente en los debates públicos. La maternidad en Polonia es «sagrada» y sobre las cosas sagradas se habla en términos muy generales y con solemnidad, sin entrar en detalles como la manutención o las rampas para cochecitos. A todo el que intenta introducir este tema en el debate público se lo acusa de «reivindicativo». A finales de marzo de 2014, cuando escribo este texto, los medios de comunicación informan de que los desesperados padres de unos niños minusválidos están ocupando el Parlamento polaco. Exigen que las prestaciones aumenten y que su trabajo de 24 horas como cuidadores sea reconocido como profesión por el Estado. Las ayudas con las que pueden contar son las siguientes: prestación por discapacidad, 153 eslotis (para personas con un grado de minusvalía elevado); prestación por el cuidado de personas dependientes, 620 eslotis. Otras posibles ayudas no pasan de 420 eslotis.10 A los manifestantes se les echa en cara que son reivindicativos y que su protesta tiene carácter «político». Claro que lo tiene. Se trata precisamente de eso, los derechos de los padres son una cuestión política pero los políticos siguen arrojándolos al ámbito privado.11

Los cuidados de un niño pequeño consumen grandes cantidades de tiempo, energía, dinero y, sobre todo, involucramiento emocional. Tanto, que de estos recursos apenas queda algo para otros asuntos. Esto ocurre en una cultura que desprecia el enorme esfuerzo de las madres, tratando el cuidado de los niños no como un trabajo sino como «una tarea femenina por naturaleza», un trajín sin importancia. Ignorando esa dimensión de la existencia de la mujer o mirándola desde un punto de vista puramente teórico y racional, el movimiento feminista, de hecho, asume la aversión que provoca en las chicas y mujeres que se convierten en madres.

He conocido a muchas de ellas. Algunas habían tenido un amorío con la ideología de género durante la carrera universitaria, pero después de dar a luz llegaron a la conclusión de que el feminismo no era para ellas antes sí, pero en ese momento ya no—. Otras intentan conciliar esta dicotomía, pero se sienten solas. Una de ellas lo describió de una manera muy gráfica: «La teta me ha dado en la cara. Era feminista pero el feminismo que llegué a conocer no tenía nada que decir sobre la maternidad. De hecho, me aconsejaba esperar a que la pequeña se fuera a dormir o creciera y por fin empezara el parvulario para que yo pudiera volver a ser “yo misma”. Finalmente, me encontré a mi misma yendo hacia la niña». Otra dice así: «Sigo siendo feminista pero a mi manera, más maternal. Y creo que la mayoría de las feministas no siente ningún vínculo ideológico conmigo».

Lo que tienen en común estas mujeres es la sensación de soledad. No creen que exista una comunidad de madres feministas como ellas. Muchas veces recuerdan con amargura entrevistas y artículos en los que la profesora universitaria Magdalena Środa, la feminista polaca más conocida, rostro del Congreso de la Mujer, mantiene que el embarazo no es una enfermedad, se queja de las falsas bajas laborales de las madres, argumenta que la baja por maternidad son novillos pagados, declara que ella misma volvió al trabajo un par de días después de dar a luz y elude el problema de las tareas domésticas diciendo que «la lavadora es la que lava, planchar no es necesario, cocinar me encanta. Y tengo asistenta».12 Intenté defenderlos a ella y al feminismo polaco durante mucho tiempo, al fin y al cabo jugábamos en el mismo equipo. Personalmente Magda Środa me cae bien, hace años que apoyo sus acciones políticas y sociales (en algunas incluso participo) y admiro profundamente muchos de sus textos e iniciativas. Estoy, no obstante, convencida de que sus comentarios y las campañas de tipo superwoman tienen para el movimiento feminista polaco consecuencias deplorables. Madres jóvenes que cada día constatan que la lavadora, al fin y al cabo, no lava sola, se sienten despreciadas y rechazadas por este movimiento.13 En un país donde el feminismo tiene esta configuración la experiencia de ser madre lleva a las mujeres a dejarse abrazar automáticamente por el conservadurismo.

Cuando escribo estas palabras soy consciente de mis propios pecados. Mis tres libros anteriores distan mucho del problema de la maternidad, y escribí en ellos cosas de las que hoy en día no me siento demasiado orgullosa. Más de una vez tuve que oír críticas de las cuales no supe defenderme. Mis amigas madres criticaban tímidamente que mi obra anterior (Swiat bez kobiet, «Un mundo sin mujeres») se centraba más en hablar de los medios de comunicación que en pronunciarse sobre la maternidad o los problemas reales de los padres. No sabía muy bien qué responder. Limitaba todo el asunto a la cuestión organizativa y al control de nuestras propias vidas: saber qué queremos, saber tomar decisiones conscientes y, como mucho, exigir al Estado que nos facilitara esas elecciones. Hoy entiendo que «la elección» muchas veces es tan solo aparente, y ese es uno de los hilos principales de este libro.

El problema es que la maternidad tanto la esperada y querida, como la sobrevenida de manera accidental no se rige por la racionalidad y el control. Es una experiencia que nos confronta con el papel que juega el azar en nuestra vida, con el límite de nuestras fuerzas y nuestra influencia en la realidad. Y con la falta de autonomía: la del niño, que durante mucho tiempo no será autónomo, y la nuestra propia, porque tenemos que satisfacer sus necesidades y para eso es necesario el apoyo de los demás. No hay manera de conjugar esa experiencia con una plena dedicación al trabajo. Es demasiado absorbente, demasiado imprevisto. «No hay manera de conciliarlo», es la frase que he oído pronunciar reiteradas veces a las mujeres que, en mayor o menor grado, «salieron de circulación» después de ser madres. ¿Lo hicieron por voluntad propia? Es difícil de saber. Porque he ahí la cuestión, la maternidad socava nuestras convicciones sobre la voluntad, la independencia y la libertad de elegir.

Ya percibo el murmullo irritado tachando todo esto de palabreo conservador. El problema es que es un palabreo femenino que oigo cada vez que hablo con madres de niños pequeños. Estos dilemas maternos no solo tienen dimensión emocional, sino también económica. No se puede limitar las tensiones relacionadas con la maternidad a un bonito eslogan, «dejemos que las mujeres elijan». Porque ¿qué elección es esa? ¿Parir pronto o esperar hasta los treinta, incluso los cuarenta, asumiendo el riesgo de infertilidad? ¿Quedarse en casa con el peque y no tener nada para comer o dejarlo en una guardería y pasar el día preocupándose por él y añorándolo? Eso no son elecciones. Primero, porque la maternidad es una sucesión de crisis y necesidades. Segundo, porque todo ser humano siente necesidad de autonomía, pero también de crear vínculos. Las madres no solo quieren, sino que tienen que conciliar de alguna manera esas necesidades contradictorias.

Conozco a una chica que desde el principio se vio privada de la posibilidad de elegir: sexo ocasional en el último año de bachillerato, un embarazo escondido y no deseado, una depresión, la imposibilidad de abortar a esas alturas y una cuestión dramática, dar al niño en adopción o no y decidir que no. Esa chica es feminista pero su historia tiene un feliz final conservador, como en un cuento sobre un «superviviente del aborto»: nace el niño y a la vez el amor hacia él. Pero hay otra dimensión menos alegre en esta misma situación: el padre de la criatura desaparecido mucho antes del parto, la pobreza, la dependencia total de la familia, el abandono de los sueños de ir a la universidad, la grisura del día a día. Durante tres meses la chica vaciló entre cuidar del niño y trabajar en un supermercado, donde le prohibían llevar el móvil y la tarifa por hora era de 8 eslotis. La última vez que hablé con ella tenía que sacar al niño del parvulario porque no podía permitírselo sin trabajo. Y sin trabajo tampoco le iban a asignar una plaza. Cada año nos vemos en la manifestación feminista porque ahí a diferencia de la mayoría de eventos feministas se prepara el espacio infantil Kids block.

Con los índices de pobreza que hay en Polonia la supuesta «libre elección» que defiende el liberalismo parece cosa de broma. Vale la pena recordar cuál es la escala: la tasa de desempleo llega al 14% (siempre es más alta en mujeres); una cuarta parte de los polacos tiene contratos de trabajo precarios, sin puestos fijos, sin prestaciones sociales y dos millones de personas viven bajo el umbral de la pobreza.14 Esta situación, y la falta de elección vinculada a ella, condena a las madres jóvenes a una prolongada dependencia de sus familiares más cercanos (sean los abuelos, sean los padres de las criaturas). Las mujeres son las responsables de los niños y, a la vez, el Estado las priva de cualquier apoyo. Y de nada les sirven nuestras divagaciones sobre el constructo cultural de género, la libre elección o los cambios en la imagen de la maternidad a lo largo de la historia.

La falta de comprensión hacia la maternidad por parte de las feministas es paralela a la indiferencia e irritación que despiertan en los círculos conservadores el feminismo y, en general, las aspiraciones profesionales de las mujeres, nuestra necesidad de autonomía. No, no me he vuelto conservadora. No comparto la opinión de que la maternidad sea la «esencia» de la feminidad. Constato simplemente que es una experiencia que viven muchas mujeres e insisto en que no se debería obviar al hablar de igualdad de género. No estoy de acuerdo con la siguiente división: el feminismo para las independientes, el conservadurismo para las «domesticadas». Y estoy muy convencida de que la «domesticación» está eminentemente relacionada con la maternidad. No puedes crear un vínculo con un mini ser humano sin pasar tiempo con él. Para ser madre hay que estar donde están los niños, es decir, en casa, para qué engañarnos. Podemos, no obstante, e incluso debemos, preguntarnos: ¿durante cuánto tiempo?, ¿en qué condiciones? y ¿quién debe pagar ese sueldo?

***

Madre feminista es un archivo de mis batallas con esta problemática. Los textos incluidos en este libro proceden de varias etapas de mi maternidad y mi manera de pensar en ella. El primer capítulo es bastante reciente y, hasta ahora, inédito; supone un intento de entender por qué el feminismo polaco evita el tema de la maternidad y cuáles son las consecuencias. El siguiente texto es mi despedida feminista del mito de la Madre Polaca: el punto de partida lo supuso la reseña del libro mencionado anteriormente, editado por Elżbieta Korolczuk y Renata Hryciuk. Los textos que vienen después son reflexiones públicas sobre la igualdad y los cuidados: los discursos que pronuncié en las tres ediciones sucesivas del Congreso de la Mujer, que luego fueron publicados en el periódico Gazeta Wyborcza, y un ensayo que rompió mi manera de pensar, titulado «Maternicemos Polonia», que escribí junto con Elżbieta Korolczuk. Luego el ambiente se vuelve más íntimo y entretenido: «Feminismo de debajo de un tobogán» recoge ensayos publicados en la revista mensual para padres de niños pequeños Niños y en Wysokie obcasy [Tacones altos] (un suplemento femenino, e igualitario, del periódico Gazeta Wyborcza). Muchos de ellos los escribí durante el bonito, y a la vez dificilísimo, periodo de baja maternal, cuando a consciencia renuncié al trabajo en la universidad, centrando todo mi tiempo y atención en el niño. Al principio trataba estos ensayos como un extra una simple fuente de ingresos que tanta falta me hacía; con todo, conforme fue pasando el tiempo ese «extra» se convirtió en una gran aventura, entre otras cosas por la influencia de las lectoras que me escribían correos y debatían en los foros.

Cuando preparaba este libro, volví a los textos que había escrito cuando Staś era muy pequeño. Algunos de ellos me sorprendieron, otros me emocionaron. Algunos me irritaron. Añadí algo por aquí, algo por allá, puse notas a pie de página, quité alguna cosa. Sin embargo, los ensayos siguen siendo los mismos, no los reescribí. Son para mí un testimonio de aquella época. Me parece importante lo que entonces sentía y por qué pensaba así. Por eso todos los ensayos de Niños han sido incluidos en el libro, incluso aquellos que hoy en día me resultan ingenuos o exaltados, así como los más personales, aislados de la política o absortos en la cotidianidad.

Ahora una advertencia. No es un libro de confesiones, aunque sé de sobras que eso es lo que algunos esperaban de mí. Los voy a decepcionar: Madre feminista no trata de las ganas que tenía Agnieszka Graff de ser madre y de qué pasó cuando al fin lo consiguió. No soy muy aficionada a la cultura actual de las confesiones, tan propensa a convertir todo lo íntimo en una cuestión pública y que todo lo pone en venta sobre todo lo difícil y doloroso—. Como soy especialista en estudios culturales me interesa ese fenómeno, he leído sobre él y creo entender por qué Oprah Winfrey, la reina de los programas de confesiones, es una de las personas más ricas del mundo se habla incluso de la «oprahficación» de la cultura estadounidense.15 Soy también consciente de que el feminismo, sobre todo en Estados Unidos, desde hace varias décadas participa en un ritual en que las historias personales de las mujeres sirven para politizar la causa femenina. Muchas obras que he leído funcionan del mismo modo, porque a eso se dedica el feminismo, a convertir lo privado en tema político. En los últimos años he leído bastante sobre ese feminismo materno de confesión y muchos libros del género me han impresionado. Pero, en fin, yo escribo de otra manera. Hago referencia a mi experiencia personal, si bien preservo celosamente las fronteras, sobre todo porque la privacidad nunca acaba de ser del todo nuestra y revelando nuestros propios secretos evidenciamos la vida de los otros. Pero también porque el exceso de privacidad perjudica el debate sobre la crianza de los niños, mi objetivo es precisamente politizar la maternidad y no hablar de mis propias vivencias.

Bueno, quizá estoy yendo demasiado lejos… Porque, al fin y al cabo, es un libro sobre mí, sobre lo que he vivido en los parques de juegos o de camino a la guardería. Sobre mi viaje intelectual y emocional hacia… ¿Cómo llamarlo? Digamos que se trata del feminismo maternizado y la maternidad feminizada. Sobre una cosa y la otra. Por igual. Me he convertido en madre, sin dejar de ser feminista.

5 En polaco la palabra dziecko tiene género neutro, designa niño y niña. (N. de la T.).

6 Sylwia Chutnik decidió organizar Kids Block después de que uno de los representantes de Młodzież Wszechpolska, una organización nacionalista juvenil, le tirara una piedra que cayó cerca del cochecito de su hijo Bruno. Este es un fragmento del primer folleto de Kids Block: «Los niños llevan participando en la Manifa desde hace años. [...] Se mueven en cochecitos, los llevan en portabebés o en brazos. Algunos ya saben caminar y suelen desplazarse en todas direcciones, normalmente opuestas a la ubicación de la manifestación. [...] No queremos más quejas “maaamáááá, vámonos a caaaasa”. Queremos que los niños se pasen el año siguiente preguntando cuándo volveremos a ir a esa demostración tan chula». (Gracias a Sylwia por facilitarme este material.)

7 Más de 250.000, según datos de septiembre de 2013 (cito la Agencia de Prensa Nacional): «En 2012 los municipios pagaban las pensiones alimenticias de 255,2 mil deudores morosos». http://www.dziennikwschodni.DI/aDDs/nbcs.dII/articłe?AID:/20130910/KRAJSWIAT/130919994.

8 Datos referentes a 2014. (N. de la T.).

9 En mayo de 2011 las feministas de Varsovia vinculadas con la Fundación MaMa organizaron un happening titulado «La rebeldía de las Madres». Su objetivo era poner el foco de atención en las barreras arquitectónicas: las escaleras, los bordillos altos y los semáforos que se apagan de inmediato, que hacen que la ciudad se convierta para una mujer con cochecito en una carrera de obstáculos.

10 Datos referentes a 2014. 1 esloti, 0,24 euros; 153 eslotis, 36,08 euros; 620 eslotis, 146,22 euros; 420 eslotis, 99,04 euros. (N. de la T.).

11 «Padres de niños minusválidos ocupan el Parlamento», Gazeta Wyborcza, 20.3.2014.

12 Agnieszka Kubik, «Nauczycielka», entrevista a Magdalena Środa, Magazyn Świątczeny, 14.6.2013.

13 Un ejemplo conmovedor de esa reacción llena de decepción e ira a la citada entrevista fue una entrada en el blog de Zimno, una bloguera popular en aquel entonces.

14 La Inspección General de Trabajo señaló en 2011 que cerca del 25% de empleados trabaja con un contrato precario. El número exacto es objeto de disputas, ya que todo depende de si se toman en cuenta los falsos autónomos. Los datos sobre la pobreza proceden del informe del Instituto Nacional de Estadística del año 2010. Dos millones de personas vivían por menos de 466 eslotis al mes (el límite de subsistencia establecido por el Instituto del Trabajo y Provisión Social). https://natemat.pl/2457,prawda-o-polskiej-biedzie-w-kraju-zyja-dwa-miliony-ubogich.

15 Los libros más interesantes sobre el tema son las obras de Eva Illouz: Oprah and the Glamour of Misery. An Essay on Popular Culture, Columbia University Press, Nueva York, 2003; y Saving the Modern Soul: Therapy. Emotions, and the Culture of Self Help, University of California Press, Berkeley, 2008.

Madre feminista

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