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CAPITULO XX

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Índice

1. Y sin embargo, Señor excelentísimo y óptimo Creador de cuanto existe, gracias te daría si hubieses dispuesto que yo no pasara de la niñez. Poruqe yo existía y vivía; veía y sentía y cuidaba de mi conservación, vestigio secreto de aquella Unidad de la que procedo. Un instinto muy interior me movía a cuidar la integridad de mis sentidos, y aun en las cosas más pequeñas me deleitaba en la verdad de mis pensamientos. No me gustaba equivocarme. Mi memoria era excelente, mi habla ya estaba formada. Me gozaba en la amistad, huía del dolor, del desprecio y de la ignorancia. ¿Qué hay en un ser así que no sea admirable y digno de loor?

2. Pero todo esto me venía de mi Dios, pues yo no me dí a mí mismo semejantes dones. Cosas buenas eran, y todas ellas eran mi yo. Bueno es, entonces, el que me hizo. El es mi bien, y en su presencia me lleno de exultación.

Las Confesiones de San Agustín

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