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CAPITULO VIII

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¿Qué clase de afecto era pues aquel? Ciertamente era pésimo y yo muy miserable porque lo tenía. ¿Pero qué era? Pues por algo dice la Escritura: "¿Quién entenderá los pecados?" (Sal. 18, 13). Risa nos daba; un como cosquilleo del corazón, de que así pudiéramos engañar a quienes no nos juzgaban capaces de cosas semejantes, ni querían ni querían que las hiciéramos.

¿Pero, por qué razón me gustaba hacer esas fechorías junto con otros? ¿Acaso porque no es fácil reír cuando no se tiene compañeros? Y sin embargo, en ciertas ocasiones la risa vence al hombre más solitario: cuando algo se le presenta, al sentido o a la imaginación como muy ridículo.

Las Confesiones de San Agustín

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