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Latinización

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No existe un modo plenamente satisfactorio de latinizar el chino o el japonés. La palabra Tao se pronuncia aproximadamente como «dow» en Pekín, como «toe» en Cantón y como «daw» en Tokio. Pero si sustituyera cualquiera de estas tres posibilidades por Tao –que en lo sucesivo se incorporará al idioma inglés sin utilizar la letra cursiva– me comportaría, simplemente, de un modo caprichoso y confuso en el contexto de la literatura británica, americana y europea sobre China. También se ha latinizado como T’ao –que en Pekín se pronuncia «tow», como en el vocablo inglés «towel»– que, de acuerdo con el tono empleado al pronunciar la vocal y con el contexto en que se utiliza, puede significar: desear, temeridad, insolencia, dudar, sacar o vaciar, inundar, cubierta o temblor, faja o cuerda, gula, melocotón, libertinaje, matrimonio, huir, un tipo especial de tambor, llorar, limpiar, atar o trenzar, horno para cerámica, alegrarse, suplicar, castigar o exterminar, bloque de madera o estúpido, grandes olas o envases. Antes de que alguien califique esto de irracional, considerad el número de significados que puede tener el sonido inglés «jack» sin que haya variaciones de tono que los diferencien. Y para casi todos los diversos significados del sonido T’ao existen ideogramas claramente diferenciados.

En todo el mundo de habla inglesa la forma usual de latinizar el chino es la establecida por el sistema Wade-Giles, y, a pesar de todos sus defectos, es el que emplearé. Las personas de habla inglesa no iniciadas pueden averiguar cómo pronunciarlo y he llegado a pensar, en un estado de ánimo jocosamente malicioso, que los profesores Wade y Giles lo han ideado para levantar una barrera entre los profanos e ignorantes y los realmente eruditos. Como alternativa, existen torpezas tales como las invenciones del reverendo profesor James Legge: p. ej., escribir Kwang-ҙ por Chuang-tzu, lo que requiere un fundidor de letras caprichoso y, si se trata de utilizar letras misteriosas, se puede emplear, también, el chino. He pensado seriamente en utilizar la revisión del sistema Wade-Giles realizada por Needham que sustituye, por ejemplo, Thao por T’ao y Chhang por Ch’ang, pero no puedo dejar de reconocer que el apóstrofe es estéticamente menos detestable que la doble h que, por otra parte, no sugiere realmente la diferencia existente: que Chang se pronuncia como «jang» y Ch’ang como «chang», con una «a» que suena de modo semejante a la «u» en la palabra inglesa «jug». ¡Qué confusión! En el barrio chino de San Francisco, según el sistema Wade-Giles, se pronunciará Feng como Fung (la misma «u» que en «jug») y Wang como Wong, de modo tal que no se lea como «whang». Por otro lado, a un restaurante que lleva el nombre de Wooey Looey se lo llama (de modo tal que rime con «boy») «Woy Loy Goy».

El problema de latinizar los ideogramas se convirtió en una comedia del más alto nivel cuando, poco antes de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno del Japón intentó autorizar un nuevo romaiji en el que Fuji se convertía en Huzi y príncipe Chichibu en príncipe Titibu, basándose en el principio de que la latinización del japonés no había sido ideada únicamente para las personas de habla inglesa. En consecuencia, los alemanes seguramente se habrían referido al noble volcán como «Ootzee», mientras los británicos llamaban Titty-boo al príncipe. Afortunadamente, los japoneses abandonaron esta reforma, aunque muchos americanos siguen llamando a las ciudades de Kyoto y Hakone como «Kigh-oat-oh» y «Hack-own». Ya veréis las complicaciones que se presentan incluso al intentar latinizar idiomas alfabéticos tales como el tibetano o el sánscrito que, desde nuestro punto de vista, parecen idiomas destinados específicamente a resultar difíciles. El sistema erudito lo ha elaborado de tal modo que para hablaros del Señor Krishna tendría que contar con una tipografía que pudiera convertirlo en Krsna pero... ¿a quién le dice algo esto, salvo a los iniciados?1

Así como en algunas economías los ricos se enriquecen y los pobres se empobrecen, en las disciplinas muy especializadas de la erudición moderna los sabios se vuelven más sabios y los ignorantes más ignorantes, hasta el punto de que las dos clases apenas pueden hablar entre sí. He dedicado mi trabajo a salvar, en la medida de lo posible, esta brecha.

El camino del Tao

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