Читать книгу La saga del viajero del tiempo - Alberto Chimal - Страница 8

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El Viajero del Tiempo (pues tal será el apelativo adecuado para hablar de él) estaba contándonos un asunto especialmente enigmático. Sus ojos grises brillaban y centelleaban, y su rostro, por lo general pálido, estaba encendido y resplandeciente. El fuego de la chimenea ardía con fuerza y la suave luminosidad de las luces incandescentes bajo las tulipas de plata se reflejaba en las burbujas que centelleaban y desaparecían en nuestras copas. Los sillones, que eran invenciones suyas, nos abrazaban y nos acariciaban, en vez de limitarse a servirnos de asiento, y flotaba en el ambiente esa atmósfera gratificante de la sobremesa nocturna, cuando las ideas surgen libre e ingeniosamente, sin poner barreras a la imaginación. Y entonces nos lo contó como diré, haciendo hincapié en los puntos indecisos con su huesudo dedo índice, mientras nosotros seguíamos sentados y admirábamos de manera perezosa la vehemencia con que hablaba de su nueva locura —eso era lo que pensábamos— y su fecunda inventiva.

h. g. wells

La máquina del tiempo (1895)

La saga del viajero del tiempo

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