Читать книгу Aspectos jurídicos y bioéticos de los derechos sexuales y reproductivos en menores de edad - Julio César Moreno Correa, Alberto Prada Galvis - Страница 10
3. Ebullición de la sexualidad
ОглавлениеEl término sexualidad apareció a principios del siglo XIX como un hecho que no hay que subestimar ni sobreinterpretar. El propósito era reconocer que los cambios en las sociedades occidentales habían producido una experiencia mediante la cual los individuos se reconocían como sujetos del conocimiento y sometidos a sistemas de reglas y restricciones. Involucrarse dentro de la historia y en la experiencia de subjetividad cobra la mayor importancia, así como la noción de deseo y de sujeto deseante. El sujeto deseante es concebido como un sujeto del deseo, es decir, ante todo un sujeto de la necesidad y, sólo por esto, es sujeto del deseo. La necesidad es la encargada de imprimir el carácter social e histórico que tiene la esencia del sujeto en su relación con el mundo porque de allí surgen sus condiciones concretas de existencia (Freud, Foucault). En esta línea es que se ha desarrollado una corriente en el psicoanálisis acerca de la existencia humana.
La evolución de la sexualidad, en su paso de la necesidad a la satisfacción del deseo, ha tomado el camino de la privacidad y de la represión; acciones que han sido provocadas no solo por individuos, sino por un medio social coercitivo que ejerce control y garantiza un orden compartido. Ni siquiera la sexualidad hacía parte del lenguaje cotidiano porque era enviado al dominio del secreto íntimo personal. Ni en la relación de madre a hija ni entre una hermana y otra y menos entre amigas interfamiliares era aceptado socialmente hablar o comentar temas de sexualidad. La razón es que ella era considerada mundana y propia del cuerpo que obstaculizaba la limpieza del alma y la pureza del espíritu. Detenerse en el cuerpo era reducir la capacidad de búsqueda de la felicidad y de realización personal.
En la posmodernidad, en cambio, el mismo acto tiene connotaciones ligadas a la felicidad y al placer, antes que al cumplimiento de un deber de prolongación de la especie humana. Este es un cambio sustancial que debe ser resaltado por la trascendencia que tiene no solo para los individuos sino para la sociedad, la cual hace un giro en sus patrones de conducta y en sus normas para legitimar los actos. Este desplazamiento del interés y de la mirada presenta rasgos sustanciales en el desarrollo de la humanidad que son asimilados y canalizados por las formas de organización política como es el caso de la democracia. Por esta vía se produce una transformación de la necesidad en el individuo y en la especie para colocar otro nivel que es la esfera pública.
La ebullición de la sexualidad ha cobrado tanta relevancia en los medios académicos que la interdisciplinariedad se ha hecho cargo de su tratamiento con una conciliación de literatura y estudios culturales, y con una variedad notable de enfoques, metodologías y marcos teóricos (Blanco, 2009; Prieto y Araujo, 2008). En la línea de los derechos reproductivos, de las identidades y subjetividades ligadas al género, la emancipación de las mujeres, las figuras paterna y la materna, las políticas en sexualidades asociadas a las pautas de crianza, los derechos reproductivos, los saberes médicos, los procedimientos pedagógicos y hasta las tecnologías de la sexualidad forman parte de la agenda cotidiana de las familias en espacios que desbordan la intimidad del yo personal. Los límites entre el recato y la apertura sin restricciones resultan borrosos, por cuanto las barreras entre lo que es vedado y lo que es permitido ya no son afectados por los muros de las diferencias.
Los discursos sociales y los imaginarios relacionados con la construcción de funciones dentro de las familias se han abierto paso para sacar a la luz los ámbitos secretos de cada persona. Los discursos sociales y los imaginarios relacionados con la construcción de funciones dentro de las familias se han abierto paso para sacar a la luz aquello que ha estado inserto en los ámbitos secretos de cada yo personal. Un nuevo contrato social ha permitido que ese espacio sea transitado sin tabúes ni consignas inundadas de moralismo e ideología. La fuerza de la modernidad ha hecho frágiles las instituciones que respaldaban los supuestos y construían frenos a los impulsos individuales.
Las emociones, los sentimientos y las sexualidades “no son una emanación singular del individuo sino una consecuencia íntima, en primera persona, de un aprendizaje social y una identificación con los otros que nutren su sociabilidad” (Le Breton, 1999, p.108). Por esta razón se argumenta que la sexualidad se encuentra en el cruce entre los vínculos sociales y las historias de vida individuales (Margulis, 2003, p. 95). Este argumento se fundamenta en el hecho de la revolución reproductiva actual que separa la sexualidad del ámbito estrictamente “público”, como regulación institucional exterior a los individuos, para darles a ellos un juego más amplio en sus decisiones personales. La imputación causal va de la revolución reproductiva a las opciones de los individuos, y no al revés, como se argumentaba en décadas anteriores. En esta dirección se encuentra la tesis que afirma que “la afectividad no es la medida objetiva de un hecho sino un tejido de interpretación, una significación vivida” (Le Breton, 1999, p.110).
Una de las transformaciones que dejan huella dentro de las familias es el despertar de la sexualidad. Aquí se acepta y se reconoce que la sexualidad es una construcción histórico-social, atada, desde luego, a los grandes procesos de la sociedad global que inciden en la vida cotidiana de los seres humanos y en sus instituciones. Se acepta, por tanto, que las decisiones son personales dentro del juego que las individualidades tienen y gozan en el contexto de la sociedad específica. Pero fundamentalmente estos procesos sociales involucran y conllevan individuos en sus decisiones por el carácter de seres humanos, vale decir, en su configuración anatómica y fisiológica, psicológica y cultural. Estas consideraciones desplazan el interés por la sobredeterminación de aspectos meramente biológicos, para entender al ser humano como una integridad en sus relaciones sexo-eróticas y socioafectivas.
Los cambios experimentados en la actualidad no son solamente cambios, sino cambios radicales que inducen a que se les denomine “cambios de época”, que traen aparejadas las transformaciones o pérdidas de los referentes en los cuales tienen su fundamento y que desestabilizan y ya no dan seguridad, sino que producen inestabilidad. Esta es una razón para que algunos analistas propongan el concepto de sociedad de “riesgo” para denominar el carácter ambivalente, “líquido”, volátil e inestable de los sistemas sociales actuales (Bauman, 2002, 2005, 2006, 2007). Lo que Giddens llama el “riesgo fabricado” es el resultante “de la intervención humana en la naturaleza y en las condiciones de la vida social” (Giddens, 2000, p. 75). Todos los subsistemas se vuelven también frágiles, débiles, inestables y no aceptan sino su propia autorregulación. Por ello, son sensibles en su propia diferenciación interna: el político (sensible a los votos), el jurídico (sensible a la ley positiva), el económico (sensible a los precios), el educativo (sensible a la acreditación), el científico (sensible a la verificación/falsación empírica), el de medios masivos de comunicación (sensible al índice de audiencia), el de salud (sensible a las enfermedades), el deportivo (sensible al triunfo) y el artístico (sensible a la experimentación de las formas). Este carácter de sensibilidad hace que no acepten jerarquizaciones objetivas externas a ellos mismos. En términos de Luhmann, son autopoiyéticos y autorreferenciales por cuanto depende de ellos mismos en el sentido de sus interpretaciones y del control de sus acciones (Pont Vidal, 2018).
Ninguno de los cambios se produce impunemente y en forma pacífica. Al contrario, de paso se afectan la organización y los valores sobre los cuales está sustentada cada una de las esferas institucionales, vale decir la economía, el poder político o la religión. Cada una de estas esferas procura obtener autonomía para ganar en sus pretensiones a un nivel supraordinal que cobije a sus congéneres. Esta es una tensión permanente y nada tranquila porque los intereses y las motivaciones tienen, en todo caso, una vocación de poder. En esta tensión no solamente priman los valores, sino que ellos se traducen en contenidos instrumentalizados que van directo a la práctica social y no se quedan en la formulación o en la intencionalidad. Desde esta posición analítica es oportuno referirse a una de las teorías que ha hecho trayectoria en las ciencias sociales, la teoría del campo.
Entre los cambios característicos del remolino de la modernidad está la revolución demográfica. Pero, ¿qué es la revolución demográfica? Los orígenes del concepto se remontan a los trabajos de Kingsley Davis, en los Estados Unidos, en la segunda mitad de los años treinta (Davis, 1937; julio; MacInnes y Pérez, 2008; Odum, 1959). Las familias en la premodernidad tenían su eje de movimientos en el paterfamilias quien concentraba poder, autoridad, liderazgo, capacidad para disponer sobre bienes y personas, y se constituía en el núcleo que daba unidad e identidad a la familia. El patriarcado sufrió una corrosión tal que perdió su status, su poder y su fortaleza. Si la función de proveedor único le aseguraba al padre un reconocimiento dentro de la esfera familiar, cuando esta característica es satisfecha por la mujer o por los hijos se disuelve el elemento que define su supremacía con respecto a los demás miembros. De ahora en adelante es un miembro más que entra a competir su papel tradicional con los demás que conforman la familia. La revolución en la economía está llamada a hacer lo que los movimientos feministas se propusieron como acciones políticas y que no siempre lograron mostrarse como realizaciones con evidencias reales.
La modernidad y la mundialización han roto los lazos de solidaridad interna, definida como un proyecto común y a través de medios comunes, para disolverlos en una multiplicidad de seres “yoicos” que practican una ética del laissez -faire, en la cual cuentan de manera preponderante las decisiones particulares de cada uno. Vivimos en una sociedad de egos (Beck, 2002, p. 341) cuya individualidad se impone a proyectos colectivos. A pesar de todo, las tendencias tienden a ceder a favor de una acción pensada de forma colectiva, en la cual una sociedad verdaderamente autónoma se fundamenta en “individuos autónomos” (Bauman, 2002, p. 146). La autonomía no significa egoísmo, individualismo, tendencias a la anomia, sino decisiones conscientes y reflexivas sobre el papel personal en la sociedad.