Читать книгу Aspectos jurídicos y bioéticos de los derechos sexuales y reproductivos en menores de edad - Julio César Moreno Correa, Alberto Prada Galvis - Страница 11
4. El concepto de familia en sus ambivalencias históricas
ОглавлениеLa familia actual, en la mayoría de las sociedades, se encuentra frente a dilemas aún no resueltos. Gran parte del peso de las funciones tradicionales descansa sobre la familia del tipo nuclear. Sin embargo, ella ha venido perdiendo importancia relativa para dar paso a otros tipos no convencionales. Es más, las familias han dejado de cumplir funciones, o parte de ellas, para depositarlas en organizaciones del Estado o de la sociedad civil, estableciéndolas como una responsabilidad del Estado de bienestar o como la reinvención de nuevos esquemas de socialización y de crianza a cargo de comunidades o extensiones suyas.
Una institución que hace cuarenta años era considerada por algunos analistas en una fase de extinción en tanto organización tradicional, recientemente ha retomado protagonismo y ha concedido la razón a quienes preveían una “familia postfamiliar” (Beck y Beck-Gernsheim ) y la previsión “después de la familia, la familia” (Del Valle, 2004). Incluso en algunas regiones del mundo se experimentó un desánimo por avanzar en una especialidad disciplinaria como la “sociología de la familia” por cuanto los indicadores de su debilidad eran contundentes (Iglesias y Flaquer, 1993), sobre todo después de haber ganado tanto protagonismo en la tradición europea y norteamericana (Fromm et al., 1998, Gurvitch y Moore, 1970; Odum, 1959). Del desánimo se pasó a profundizar las fortalezas a una institución que contenía funciones diversas y era un soporte social y cultural para la sociedad en su conjunto. Nuevos elementos teóricos y empíricos marcarían la diferencia con la tradición por cuanto nuevas dimensiones serían exploradas en una mirada abierta a los hallazgos sobre formas de amar, de vivir y de relacionarse los seres humanos.
Las definiciones tradicionales de familia ya no empatan con la diversidad de formas que ella presenta en la actualidad (Beck-Gernsheim, 2003). De una forma predominante como familia nuclear, las sociedades han experimentado alternativas emergentes que buscan espacio en los neologismos, con sus connotaciones y denotaciones para los repertorios de la vida social familiar. El concepto de familia no está cargado con los mismos referentes que en décadas anteriores, como tampoco los conceptos de matrimonio, de pareja, de novio, de compañero, de soltero o casado. La terminología lleva una carga conceptual incierta y resbaladiza que se mueve entre significaciones variables cargadas de ambigüedad. Algunos conceptos asociados a los anteriores son, igualmente, presa fácil de la extensión de sus referentes. Entre los ejemplos pueden mostrarse los de estabilidad; ¿qué es una familia o una pareja estable? ¿Significa “unión para toda la vida” o “hasta que la pareja decida”, o “hasta que el amor resista” o está asociada solo al “vivir juntos”? ¿El concepto de estabilidad se asocia necesariamente con pareja con convivencia o sin ella, con paternidad o con maternidad? ¿Igual consideración conlleva el vocablo fidelidad? ¿Cuál es el contenido del concepto y cuáles son las apelaciones que evoca? La experiencia terminológica muestra significados no controlados por consensos sino, más bien, términos que se encuentran dispersos por los disensos.
Cuando la familia está relacionada con hijos, el panorama se hace más complejo. Madre connota hijo, pero no necesariamente matrimonio, pareja estable o convivencia permanente. Los casos desviados del modelo estándar han crecido de tal forma que atentan contra el carácter excepcional o marginal que se les ha otorgado en la literatura y en las estadísticas. De esta misma forma, el modelo de familia nuclear ha sufrido quiebres y fracturas no solo en la vida social sino en los conceptos que evocan esa realidad.
Relacionado con los conceptos anteriores se encuentra, por ejemplo, el de madre soltera. Hace cincuenta años, o antes, el término estaba asociado con la idea de una madre no casada, con padre ausente en la relación y en la convivencia. En algunos contextos se le cargaba de atribuciones de mala conducta, de reprochable reputación, de vergüenza para la mujer y su familia (sus padres y hermanos), y era, por tanto, objeto de sanción social, de estigma y de separación del núcleo de convivencia (Goffman, 1980). En la actualidad, la idea de madre soltera se vincula con la familia monoparental, con orígenes diversos como madre casada pero separada, madre no casada, pero con hijo o hijos, con viudez, con desaparición de su compañero, con uso de tecnologías médicas, con inseminación artificial, con opciones por fuera del matrimonio tradicional. También se encuentran casos de monoparentalidad encubierta por razones económicas, sociales, políticas o culturales las cuales, en todo caso, no hacen visible el registro oficial ante el Estado ni la legitimación traslúcida ante la sociedad. La familia es una de esas instituciones que se inscriben dentro de la sociedad líquida, con un mundo líquido y un amor líquido, alimentados por una modernidad líquida (Bauman, 2001b, 2003ª, 2005a).
La realidad social es proveedora de un abanico de variantes que muestran una diferenciación de formas de convivencia ricas en decorados diversos. Las implicaciones de esta diferenciación conceptual y de relaciones entre seres humanos se extienden hasta el Estado, que debe responder con políticas públicas y con servicios eficientes y eficaces. En el dominio de los registros estadísticos, sobreviene la exigencia de reacomodación de los conceptos para adecuarlos a los nuevos contenidos. Nos encontramos en una fase de transición que impulsa los elementos nuevos para que encajen en los moldes viejos. Hay necesidad de abrir el abanico de conceptos para capturar la variedad de formas que ha tomado la familia y las relaciones internas entre sus integrantes. Tanto las entidades encargadas de las estadísticas de familia como aquellas que diseñan o ponen en ejecución políticas públicas y las que evalúan los procesos sociales tiene un compromiso fundamental que consiste en otorgar respuestas satisfactorias a necesidades crecientes a demandas no siempre esperadas.
En las sociedades contemporáneas ha surgido el fenómeno de la ampliación y diversificación de los mercados de trabajo. Hace apenas unas pocas décadas, las mujeres casadas debían obtener de sus maridos los permisos necesarios para salir al mercado de trabajo, para tener en sus manos un pasaporte, para abrir una cuenta bancaria o para votar por un candidato en las elecciones públicas. Hoy ellas deciden esos asuntos y van más lejos por cuanto deciden, en ejercicio de su autonomía, sobre sus relaciones sexuales, sobre si se embarazan o controlan la natalidad. El aborto era ilegal y, de hacerlo, se practicaba clandestinamente mientras que las relaciones homosexuales estaban proscritas y, más aún, los matrimonios entre parejas del mismo sexo.
Las prácticas acerca de cómo orientar la convivencia, la sexualidad y la procreación (Jelin, 2000) son indefinidas y presentan variaciones entre sociedades y grupos humanos. Las variaciones son permanentes y muestran sistemas de parentesco heterogéneas como la matrilealidad y patrilealidad, la matrilocalidad y patrilocalidad de linajes y de clanes, regulaciones de la endogamia, exogamia, monogamia o poligamia, con su correlativo de poliginia. Las culturas asimilan esas relaciones y las incrustan en la vida social, de tal suerte que el panorama familiar se muestra múltiple y complejo.
La revolución de la supervivencia humana y de la reproducción sentó las bases para que esos cambios que afectaron a las familias fueran posibles (MacInnes y Pérez, 2008). Tal revolución estuvo vinculada al Estado, el cual abrió sus normas a las instituciones sociales que legitimaron sus prácticas y a los individuos que produjeron una subjetivación eficiente en asimilar los cambios como un proceso vital. Esta es una demostración de que la modernidad no solo es un proceso ideológico o que actúa en el campo simbólico, sino que va a las prácticas sociales y culturales y, desde luego, modifica de forma sustancial los cursos de la historia.