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Prólogo

Han pasado cuarenta años desde que naciera Cienfuegos. Fueron tales la fuerza y el éxito literario del personaje que el primer título se extendió hasta convertirse en una serie de siete libros que Alberto Vázquez-Figueroa estuvo escribiendo y publicando durante una década en los años 80 impulsado por la fascinación que sentía por el choque de dos civilizaciones diametralmente opuestas que supuso el descubrimiento de América.

Cienfuegos –nacido en la remota isla de La Gomera, analfabeto y cabrero, para más señas– ha sido seguramente la criatura más exuberante, disparatada y auténtica que la desbordante imaginación del novelista canario haya creado en su extensa producción literaria. Un personaje extremo que a lo largo de la saga fue creciendo hasta transformarse en un auténtico héroe de leyenda.

Junto a él, Vázquez-Figueroa se embarca en la bodega de una de las naves de Cristóbal Colón camino del Nuevo Mundo (aunque ya sabemos que ellos iban a otro sitio), y con él recorre las inexploradas tierras americanas convirtiéndonos en testigos de primera mano de las que pudieron ser las hazañas y desventuras de los audaces españoles que en el siglo XV osaron atravesar el Océano Tenebroso y adentrarse en exóticas tierras vírgenes rebosantes de mil y un peligros.

Nunca antes la historia del Descubrimiento se había contado de forma tan amena y sorprendente, lo que explica el rotundo éxito de una saga de libros que ya son todo un clásico y que han leído millones de personas en todo el mundo.

El lector, igual que Ingrid Grass, la vizcondesa de Teguise, se enamora irremediablemente, en apariencia de forma inexplicable, del cateto pelirrojo, pero los encantos del que no tiene más posesión que su inagotable perspicacia son tantos que sobrepasan con mucho las limitaciones de sus orígenes humildes y rústicos. Cienfuegos se va haciendo grande en proporción al tamaño de los desafíos y penalidades que tiene que atravesar, demostrando que la inteligencia no depende de los títulos universitarios, y que la grandeza del ser humano estriba en la grandeza de su alma, siendo la de Cienfuegos la más noble y libre que nadie pueda tener.

Alberto Vázquez-Figueroa da rienda suelta a su talento y deja hacer a un personaje cuya capacidad e inventiva para superar peligros y dificultades asombra, y cuyo desmedido afán de libertad despierta los anhelos y sueños más profundos del lector atrapado en una vida rutinaria y predecible. Muchas veces Iche se encontró a su marido riéndose a carcajadas en su despacho en la parte alta de su casa de Lanzarote mientras trabajaba. El escritor le contaba que la culpa la tenía Cienfuegos –que campaba ya a sus anchas por las líneas de sus novelas– con sus ocurrencias y su sentido del humor, de una lógica tan aplastante como la de un niño, casi surrealista.

Con estas premisas no sorprende que Alberto Vázquez-Figueroa recibiera durante años innumerables peticiones para continuar la serie que se cerró tras el séptimo libro publicado, «pues alguna vez tenía que acabar».

Pero ahora, tres décadas después de la publicación del último libro de la saga y desde el prisma único que da la madurez (del autor y del personaje), ese deseo de muchos lectores se ha hecho realidad y Cienfuegos vuelve con sus memorias en un ejercicio literario magistral que recoge los momentos más interesantes de la historia del descubrimiento de América, con un estilo brillante que destila socarronería y sabiduría a partes iguales.

Sin duda este es un broche de oro a una saga que ha hecho historia en la literatura y que se puede leer de forma independiente, y que asombrará a muchos por su rigor histórico a pesar de ser una insuperable novela de aventuras que solo Alberto Vázquez-Figueroa podía escribir.

La editora

Memorias de Cienfuegos

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