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Capítulo 2 Heraldos del mensaje del Segundo Advenimiento (1755-1843) A. Tres señales espectaculares

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Tres señales naturales, ocurridas en el mundo natural en 1755, 1780 y 1833, indicaron, señalaron y apuntaron dramáticamente hacia la segunda venida del Señor.

 La primera se conoce como el sorprendente “terremoto de Lisboa”, por haber tenido allí su epicentro, aunque afectó grandes zonas de Europa y África. Se sintió tan al norte como Suecia y Noruega, y tan al oeste como Groenlandia, América del Norte y las Antillas. En total, abarcó una región de casi 7 millones de kilómetros cuadrados. Muchas personas corrían de un lado para el otro, gritando: “¡Llegó el fin del mundo! ¡Llegó el fin del mundo!” El terremoto del 1º de noviembre de 1755 cumplió la profecía de la apertura del sexto sello, registrada en Apocalipsis 6:12 y 13.

 Veinticinco años después de este terremoto, se oscureció el sol, como cumplimiento de otra extraordinaria señal. Jesús había predicho este suceso en el Monte de las Olivas, cuando prenunció a sus discípulos: “Pero en aquellos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor” (Mar. 13:24). El período profético de 1.260 años, al que Jesús hizo referencia al decir “en aquellos días”, terminó en 1798; pero la persecución, tal como la profecía lo predijo, fue acortada como resultado de la Reforma protestante. Esto sucedió por medio de un decreto de la emperatriz María Teresa, y las Actas de Tolerancia de 1773 a 1776. Por tanto, de acuerdo con la profecía, el oscurecimiento del sol tendría que suceder después de estas fechas y antes de que terminaran los 1.260 años en 1798. Y, efectivamente, ese fenómeno ocurrió el 19 de mayo de 1780, y quedó registrado en la historia como “el día oscuro”.

Los periódicos de ese día relatan las circunstancias extrañas del evento, que ocurrió en los Estados del nordeste de Norteamérica. Un año más tarde, Noé Webster escribiría: “Jamás se dio una razón satisfactoria para explicar la causa de ese oscurecimiento”. Quienes describen la oscuridad de la noche de ese día, noche de luna llena, dijeron que “si cada cuerpo luminoso del universo hubiese sido eliminado de su existencia, ni aun así la oscuridad podría haber sido tan completa”. Un médico que visitaba a sus pacientes cuando ocurrió el fenómeno, dijo que no podía ver el pañuelo blanco colocado ante sus ojos. La oscuridad era tan densa que parecía poder palparse.

Este fenómeno tuvo un efecto solemne sobre los hombres, las mujeres y los niños. Las iglesias abrieron sus puertas para realizar reuniones de oración, ya que la gente creía que había llegado el día del Juicio final. Luego de la medianoche, la oscuridad desapareció, y apareció la luna llena con apariencia de sangre.

 Jesús predijo, también, una gran caída de las estrellas. Esa fue otra de las señales en el reino atmosférico, o cielos, para que todos pudieran observarla. De acuerdo con lo que dice Juan en el Apocalipsis, las estrellas caerían del cielo en todas direcciones, “como la higuera deja caer sus higos” (Apoc. 6:13). Este suceso tuvo lugar el 13 de noviembre de 1833 (en el hemisferio occidental, y se repitió pocos días después, el 25 de noviembre, sobre Europa), apenas dos años después de que Guillermo Miller comenzara a predicar la inminencia de la segunda venida del Señor Jesús.

Estas lluvias de meteoritos, “cuya semejanza no encuentra parangón ni fue registrada en los anales de los relatos históricos”, también fueron consignadas por los diarios locales. La primera fue descrita como “torrentes de fuego que descendían del cielo”, y “caían tan espesamente como flecos de nieve en una tempestad de nieve”. La segunda fue reseñada “como lluvia de fuego.... tornando la noche tan clara que las personas pensaban que las casas cercanas estaban en llamas. Los caballos, asustados, corrían y se caían al suelo. Hubo escenas de histeria y mucho miedo”.

Estas tres espectaculares señales en el mundo natural, o fenómenos atmosféricos, ocurrieron por la voluntad divina, con el propósito de llamar la atención de hombres y mujeres a la verdad de la proximidad del fin del mundo. Estas señales dieron un gran empuje a la predicación de las doctrinas adventistas.

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