Читать книгу Política comunitaria gobernanza global y desarrollo internacional - Aldo Olano Alor - Страница 9
CAPÍTULO PRIMERO PENSAMIENTO DECOLONIAL Y RELACIONES INTERNACIONALES
ОглавлениеEn este primer capítulo, presentamos aspectos dirigidos a entender el posicionamiento del occidentalismo como paradigma dominante en el estudio del sistema-mundo moderno y colonial. Para ello, consideramos que su actual organización está relacionada con la trayectoria histórica e intelectual de un solo tipo de civilización: la occidental, lo cual se afirma después de haber revisado aspectos muy puntuales de la normatividad que ha dado forma a los distintos regímenes internacionales. Cosa parecida sucede si constatamos el lugar de procedencia de quienes dirigen las instituciones multilaterales que integran el sistema.
Partimos por considerar que sin haber sido los únicos aspectos normativos, algunos de estos fueron realmente importantes en el proceso con el cual se le dio forma al sistemamundo moderno y colonial. Aquí hablaremos del derecho de conquista, la doctrina del descubrimiento, la disputa de Valladolid y la Paz de Westfalia como acuerdos que trajeron consigo imposiciones legales, morales, culturales e institucionales con las que se justificó la ocupación europea del continente. Todos estos se consideran los antecedentes más tempranos y por ello fueron también decisivos para la formación del sistema internacional, pues estuvieron siempre presentes en la violenta incorporación de Abya Yala en dicho proceso para luego hacer presencia en otras regiones del planeta.
Por último, hacemos una muy puntual revisión de aspectos relacionados con las teorías dominantes en el interior de la disciplina de relaciones internacionales, ubicándolas como parte de un pensamiento profundamente historicista que por considerarse universal, no deja de tener su origen en un determinado lugar del mundo. Esta es la razón para que el occidentalismo responda de manera muy adecuada a cierto contexto, reconociendo que al ser un pensamiento situado ha logrado tener una muy buena capacidad explicativa de tal trayectoria histórica, incluso con las corrientes críticas surgidas a lo largo de su formación.
En la actualidad, los Estados-nación considerados más poderosos del planeta son quienes mantienen el control de los múltiples aspectos que conforman el sistema-mundo moderno y colonial. Esto es posible de afirmar cuando revisamos la normatividad que da forma a los distintos regímenes internacionales que forman parte de él, se constata la procedencia de quienes dirigen las instituciones multilaterales que integran dicho sistema o estudiamos su organización y funcionamiento, todo desde una perspectiva basada en la larga duración. En tal sentido, este primer capítulo está dedicado a identificar algunos aspectos normativos y regulatorios del sistema, considerando que la existencia y el funcionamiento de la mayor parte de ellos se relacionan con una trayectoria histórica e intelectual, aquella que ha dado forma a la epistemología del occidentalismo.
En su interior, la ideología del liberalismo es la que ha proveído la mayor cantidad de ideas para la organización del sistema internacional durante la larga fase del dominio europeo occidental y que en la actualidad se nos presentaría como en su fase de la globalidad liberal; esta última se entiende como una nueva etapa en la historia de la civilización occidental. Aquí veremos cómo algunos principios teóricos de origen liberal abarcan lo político, lo económico y lo jurídico con que se han elaborado y luego aplican las normas internacionales. Sin dejar de lado el contexto en el que se retoman, las normas internacionales terminan condicionando las decisiones que influyen en el direccionamiento del sistema, y si en algún momento se oponen a los designios imperiales de algún Estado en particular, simplemente son obviadas.
Pero bueno, empezamos señalando que numerosos análisis elaborados durante las últimas tres décadas en distintos centros de investigación y de pensamiento, públicos o privados, nacionales o multilaterales por igual, coinciden en destacar los múltiples logros alcanzados por el sistema internacional en la renovación de sus instituciones. En relación con aspectos de tipo teórico, pensamos que fueron renovados con el liberalismo de las últimas cuatro décadas, actualizando el institucionalismo de mediados del siglo pasado para darle forma, ahora sí, a lo que podríamos llamar institucionalismo neo-neoliberal. Para nosotros, en cambio, es un sistema que ha transitado por distintas fases y se ha reinventado con los principios que son parte de una trayectoria histórica e intelectual muy propia, con la cual se ha dado forma al occidentalismo. Esta sería la epistemología que resultó ser la articuladora de principios, valores, normas y símbolos que han dado forma al orden político y jurídico de una civilización en particular: Occidente.
Según nuestro parecer, el occidentalismo no deja de ser una epistemología situada, pues se fundamenta en que distintos pensadores y dirigentes políticos pertenecientes al mundo europeo occidental –desde su particular lugar en el mundo y siguiendo determinados métodos, sobre todo el positivismo– han elaborado formas de conocimiento condensadas en teorías, conceptos y definiciones basadas en el estudio de su civilización. De manera casi que simultánea, parte importante de aquellas formas tan particulares de leer su mundo adquirieron el carácter de universales y tras el manto legitimador del racionalismo contenido en las ciencias, lograron expandirse alrededor del planeta no solo por considerarse naturalmente superiores, sino también por la asociación que establecieron con el colonialismo. América Latina ha sido/es un territorio emblemático en este proceso, pues fue aquí donde se inició la transformación del particularismo europeo en universal.
Con los mismos principios, normas, valores y símbolos agrupados en las narrativas y metadiscursos también se fundaron la modernidad, la idea de progreso (luego llamado desarrollo), la igualdad y la libertad como aspiraciones comunes de toda la humanidad, y el inevitable bienestar en el sentido material de la palabra, pero también la regeneración ética y moral de las sociedades. Una epistemología que, desde sus orígenes con la fusión de los pensamientos helénicos y romanos para después sumárseles el judío y el cristiano, es consecuencia de un proceso de larga duración y que en el camino transitado hacia el lugar que ocupa en la actualidad llevó a la subalternización de otras epistemes como algo natural a la supuesta supremacía que iba adquiriendo. Todas aquellas epistemes que tienen un lugar de enunciación distinto al que logró ubicarse en el centro del sistema universal del saber y del poder.
En tal sentido, el consenso que promueve el multilateralismo tiene una particularidad: haber establecido que no hay espacio para opciones políticas e ideológicas distintas a las que fundamentaron las normas o el pensar de quienes dirigen las instituciones. La multiplicidad ontológica de las civilizaciones que componen la humanidad ha sido de lejos superada con la formación de un sistema donde predominan los que en sí mismos se han considerado Estados-nación racionales, modernos, democráticos y liberales. En nuestro caso, son los mismos que hace quinientos años se volvieron potencias, imperios, metrópolis, hegemones, líderes globales o de manera más reciente, y muy a tono con aspectos de la cultura Avengers, los superpoderes que nos protegen de los villanos globales.
Todas estas son sociedades políticas que han logrado construir un sistema en el que no existen límites a su accionar, salvo los que entre ellas mismas establecen. Son Estados que pueden pensar, actuar e intervenir con altos niveles de independencia en un mundo al que están destinados y es su deber controlar. La superioridad moral que induce su comportamiento se fundamenta en el alto grado de razón que han alcanzado, lo cual conlleva el cabal y completo entendimiento no solo del lugar que habitan, su centro, sino también del mundo entero. Nunca entendieron que hace ya muchos siglos el planeta adquirió un carácter policéntrico, y a pesar de cortos periodos de tiempo en los que ciertos Estados asumieron un rol dominante, y hasta les llamaron hegemónicos, múltiples civilizaciones lograron subsistir manteniendo su lugar en el mundo. Algo así sucedió en la región Andina, tal como lo veremos de manera más detallada en los capítulos cuatro y cinco de este libro.
Al considerarse racionales por naturaleza, fueron incapaces de cometer los mismos equívocos en los que cayeron los integrantes de las múltiples civilizaciones que no habían alcanzado igual nivel de evolución. Ellas mismas eran responsables de haber caído bajo el dominio colonial, de comenzar a perder sus idiomas o de que sus dioses fueran siendo extirpados de su espiritualidad y conciencia. En gran medida, esto sería producto del predominio de una ontología estatalista de típico origen europeo occidental que da forma al ser que conquista, el ego conquiro del que nos habló algunas décadas atrás el filósofo argentino Enrique Dussel.
Un tipo de ontología con sus correspondientes formas de ver y pensar el mundo y luego actuar sobre él, para lo cual sus poseedores muy poco utilizaron la sabiduría de la que presumían al momento de justificar sus intervenciones. Esto se evidencia en la forma como ha sido organizado el sistema-mundo moderno y colonial, jerarquizado por quienes lo han controlado desde su periodo formativo hasta el día de hoy. En este proceso en que se va construyendo el occidentalismo, confluyen muchos argumentos sobre humanidad y redención, pero también algunos menos idealistas, por ejemplo, los ejércitos y las armadas reales, pues pertenecían a los monarcas, pero compartían el trabajo y las ganancias con otras no tan estatales y menos reales. Estas últimas hasta podrían ser vistas como formas tempranas de empresas militares que, en aquel entonces, prestaron sus servicios a cambio de un pago en tierras en los territorios conquistados o a cambio de dinero.
Las ideas que dieron forma al ser europeo que conquista pueden encontrarse en los principios ideológicos contenidos en el derecho de la conquista. Este fue un grupo de leyes con las cuales se justificó la expropiación de los territorios que estaban en manos de los pueblos primitivos y paganos según la calificación asignada por el conquistador para así transferirlos a los pueblos cristianos y civilizados que él mismo representaba. La doctrina empezó a aplicarse durante las cruzadas en el siglo XI, señalando la importancia de contar con un “régimen legal que justificara la conquista, dominación y colonización de los pueblos y naciones no europeas” y no cristianas por una coalición en la que participaron las monarquías europeas y el papado. Medio milenio después, se utilizó con igual o mayor intensidad en la conquista de América una vez que fueron conocidas como las leyes del colonialismo (Miller y Stitz, 2021).
Posteriormente, llegó la doctrina del descubrimiento, un conjunto de principios contenidos en las bulas emitidas en 1493 durante el papado de Alejandro vi, con los cuales se sentaron las bases jurídicas para la institucionalización del colonialismo. En las bulas alejandrinas no solo se estableció lo que podría ser la primera gran repartición del mundo entre dos Estados con ambiciones imperialistas muy similares, sino que también se legitimó el derecho de los invasores europeos a quedarse con las tierras que supuestamente iban descubriendo o a tomar posesión de ellas en nombre del príncipe cristiano al cual debían obediencia. La posesión de las tierras obligaba al conquistador a que, haciendo uso de los medios disponibles, cristianizara a la población que habitaba los nuevos territorios a cambio de las tierras que entregaba. Casi al mismo tiempo, se realizó uno de los primeros debates entre teólogos dominicos, evento de donde salieron los primeros argumentos filosóficos sobre la superioridad del ser que conquista, el ego conquiro.
La disputa de Valladolid convocada en medio del fragor de la conquista de Abya Yala se resolvió en favor de los invasores, puesto que los primeros indios descubiertos luego pudieron ser conquistados al no tener las condiciones suficientes para considerárseles humanos; por lo tanto, debían ser sojuzgados y puestos al servicio de un nuevo soberano: el emperador de España. Varias décadas vieron a las sucesivas majestades hablar muy bien de quienes habían considerado súbditos para así, entre otras razones, protegerlos de las maldades que los humanos son capaces de cometer y para ello les ofrecieron la evangelización. La protección prometida nunca llegó a concretarse y así fue como los administradores locales tomaron sus propias decisiones para organizar el absolutismo monárquico en versión colonial hispanoamericana. Un siglo después, se sentaron las bases jurídicas del que luego sería conocido como el moderno derecho internacional, el cual ha sido considerado como el gran aporte de los absolutismos monárquicos europeos luego de haberse firmado la Paz de Westfalia.
Con el derecho de conquista, la doctrina del descubrimiento, la disputa de Valladolid y la Paz de Westfalia, se fundamentaron la organización y el funcionamiento del sistema-mundo moderno y colonial, el mismo que luego del último acontecimiento pasó a conocerse de manera mucho más eurocentrada como sistema internacional. Entre las bases jurídicas del orden mundial que empezó a surgir no podemos dejar de lado el principio tomista de la guerra justa, que desde mediados del siglo XVI fuera enarbolado para justificar la invasión de Abya Yala y la subordinación/destrucción de milenarias civilizaciones en todo el continente.
Un resultado hasta cierto punto previsible, pues luego de haber sido inferiorizadas por el discurso y la acción se asumieron con la suficiente capacidad para establecer quiénes eran poseedores de humanidad. Luego, se sumó el Estado como actor determinante en lo relacionado con la organización y el funcionamiento del sistema, el derecho a la integridad territorial bajo el principio de soberanía nacional y la libertad religiosa, la renuncia a intervenir en asuntos internos de otros Estados, la extraterritorialidad de las sedes diplomáticas y la organización de la diplomacia en el sentido moderno del término.
Con el transcurrir del tiempo y conforme se fueron fortaleciendo las bases para normativizar y legitimar su dominio –estamos hablando de casi trescientos años en los que confluyen diferentes perspectivas en su formación–, el occidentalismo pudo concluir su trayectoria como fundamento de la mayor parte de las teorías pertenecientes a la disciplina de relaciones internacionales, que ya en la primera mitad del siglo XX se fue organizando con el llamado idealismo y las semillas del moderno realismo como sus puntos de partida. Es un conjunto de principios que están condensados y son parte de una narrativa que se considera de alcance universal, por ejemplo, la retórica del consenso y la cooperación que ya hemos referido, los cuales ayudan a la fundación de una nueva etapa en ese orden interestatal pactado en la Paz de Westfalia, pero también la profundización de las diferencias entre civilizaciones establecida en la disputa de Valladolid. Esto es perfectamente entendible dada la expansión moderna colonial tenida en las décadas anteriores y la posterior naturalización de los principios en que dicho sistema se fundó.
Desde la perspectiva del mainstream, las tradiciones grociana y hobbesiana de manera muy temprana fundamentaron el occidentalismo en las relaciones internacionales, a las cuales se han sumado los que son considerados valiosos aportes de Kant al derecho internacional. Todas estas tradiciones jurídicas y filosóficas se han considerado como las que dieron forma al idealismo y luego, con la presencia de los historiadores, es que se diseña el realismo político. Cosa similar sucedió con las teorías siguientes, el liberalismo o transnacionalismo, por ejemplo, más todas aquellas que participaron de manera activa en los cuatro grandes debates realizados en el tiempo de vigencia de la disciplina y que por ahora no han sido mencionadas.
Algo parecido viene sucediendo con las ahora llamadas teorías reflectivistas, como el posmodernismo, las teorías feministas, el constructivismo y las teorías críticas. Podemos afirmar que ellas, en su mayoría, están también inmersas en el occidentalismo, pertenecen a esta tradición, ven el mundo desde el ser occidental y por eso proponen recuperar los fundamentos extraviados de la modernidad.
Una trayectoria que se mantuvo en la segunda mitad del siglo pasado gracias al rol dominante y desde entonces es abiertamente intervencionista de Estados Unidos, y que en gran medida ha logrado sostenerse en el siglo XXI. Es por eso también muy comprensible que en los distintos estudios y análisis que se realizan con la epistemología del occidentalismo y teniendo el marco disciplinar de las relaciones internacionales, la mayor parte de todos ellos se haga bajo la dirección teórica del mainstream académico. Si bien es cierto que esto último no es más que un conjunto de teorías procedentes de una comunidad de pensadores sobre todo angloestadounidenses, que siguen pensando y analizando el mundo según los criterios orientadores de la epistemología dominante, la teoría que ha sido más utilizada y que hasta el día de hoy sigue dominando el debate es el liberalismo.
En tal sentido, podemos afirmar que, desde sus orígenes, el multilateralismo y el institucionalismo de la segunda posguerra fueron al mismo tiempo teoría, práctica y expresión política del renovado pensamiento liberal luego de su crash ideológico sufrido en la década de los treinta. Fue el liberalismo, por medio de sus más destacados pensadores y las instituciones que se fueron fundando con suma rapidez, el que asumió la conducción ideológica del proceso de lo que para nosotros es actualmente el sistema-mundo moderno y colonial en su fase de globalidad neoliberal. Podemos afirmar que el sistema y las teorías de las relaciones internacionales son partes inseparables de una tradición fundada en los sacralizados principios que dieron origen a un sistemamundo muy jerarquizado y al primer sistema regional de Estados, que ya finalizando el siglo XX y con la inclusión de otras formas de Estado y tipos de gobierno alcanzó el grado de realmente global.
Según lo planteó el sociólogo e historiador estadounidense Immanuel Wallerstein, este proceso dio forma a “un sistema interestatal global de organizaciones político-militares controladas por hombres europeos e institucionalizadas en administraciones coloniales” (1979). Agregaría que todas ellas vienen funcionando desde el momento de su fundación con el institucionalismo auspiciado por el pensamiento liberal, una alianza político-epistémica que pone en evidencia la irrefutable realidad de considerarse modernas en sí mismas, pero terminan siendo neocoloniales. En la actualidad, la colonialidad y la modernidad mantienen su presencia en el actual orden globalizado que ha impuesto el neoliberalismo, y funciona con instituciones del viejo y el nuevo multilateralismo.
El sistema y los principios con los que se ha organizado y se administra se aceptan para ser parte integrante, y esa es la razón principal para que los Estados pierdan soberanía, pero aun así son condiciones que no pueden rechazar, pues se corre el riesgo de lograr solo condenas de la comunidad internacional, y la consecuencia solo puede ser el aislamiento y las sanciones que terminan afectando a la población. Aquellos principios de un origen tan local o regional tendieron a legitimarse globalmente gracias a la ley internacional y al asentamiento del poder dentro del sistema en las ciudadescapitales de determinados Estados. Desde aquel entonces, los poderes que actúan a escala local se concentran y ejercen desde lugares controlados por ciertos Estados y que, casi siempre, se referencian con los nombres de las ciudades que los albergan.
Son lugares que inspiran respeto al ser mencionados, pues se han posicionado como centros del orden planetario sin tener en cuenta que estas denominaciones terminan ocultando a quienes realmente influyen o conducen las decisiones de política internacional. Aquí se tiene a un pequeño grupo de Estados que se organizan en territorios nacionales, algunos incorporan a sus colonias llamándolos de ultramar o insulares, que utilizando distintos mecanismos han llegado a ser lugares donde se concentra el poder de quienes mayores recursos de poder tienen dentro del sistema internacional. Es por eso que no deja de sorprender la simpleza de ciertos análisis en los que se dice que Washington manda señales sobre alguna relación o comportamiento que considera ajeno al orden existente, Bruselas muestra su preocupación por tal acontecimiento, Londres expresa interés en adelantar algún convenio o como ha sucedido en años recientes, cuando todos ellos le piden a cierto Estado que administre justicia según los criterios establecidos por un ordenamiento legal al que han llamado derecho internacional.
Este lenguaje tan aséptico no sería posible utilizarlo si es que al momento de analizar se incorporaran variables de estudio que vayan más allá de lo establecido en las normas y los discursos que rigen al multilateralismo contemporáneo. Por ejemplo, cuando mandan señales o piden ser responsables con ciertas decisiones, quienes allí habitan lo hacen porque saben perfectamente que albergan a las alianzas militares encargadas de garantizar la defensa y la seguridad de los distintos niveles del sistema internacional, continentales o regionales por igual, porque allí están establecidas las instituciones encargadas de proteger la vigencia de la economía de mercado o radican los tribunales internacionales de justicia.
Quisiéramos enfatizar que desde los escenarios multilaterales siempre se manifiesta una profunda preocupación por el logro de la paz en el mundo, a la vez que se amenaza con hacer uso del abrumador poder militar de un reducido grupo de Estados. La mayoría de las veces son amenazas que se llevan a cabo de manera unilateral, con el declarado objetivo de neutralizar las que puedan surgir contra la seguridad internacional o para proteger a la humanidad; en algún momento se llamó defensa anticipada, pero en realidad están dirigidas a preservar la desigualdad inherente a un sistema-mundo como el moderno colonial.
Todos ellos garantizan el orden ante lo que consideran amenazante, como la presencia de comunidades o sociedades políticas que ya existen o pueden ir surgiendo, pero que son descalificadas puesto que no están preparadas para asumir los desafíos de conducir o participar en la administración del sistema-mundo. El argumento más utilizado es que no reúnen los requisitos políticos o las cualidades intelectuales para tener mayor participación en el funcionamiento de las instituciones multilaterales, pues su falta de conocimiento o experiencia en el manejo de los asuntos globales les imposibilita tener una presencia más destacada. Se argumenta que esto no debe ser motivo de preocupación para quienes han sido excluidos del pensar sobre el sistema y del actuar en el sistema, puesto que desde mediados del siglo XX se tienen las instituciones que siempre se han mostrado como medios para garantizar la paz, la igualdad y la prosperidad en el planeta.
Utilizando de manera bastante intensa la retórica que habla del principio de la igualdad entre Estados, de la cooperación y ayuda oficial al desarrollo o, de manera más simple y para cuando estaba vigente el campo socialista, de la amistad entre los pueblos, sabemos perfectamente que parte importante de todo ello ha sido muy difícil de alcanzar en el campo de la política real. Es algo estructural que viene de tiempo atrás: la subalternización de una multiplicidad de actores es parte intrínseca de un sistema que funciona sobre la base de jerarquías bien establecidas. Claro, debemos tener en cuenta que los Estados y las instituciones siempre hablan en nombre de la humanidad, pues ella no solo requiere el discurso ordenador de todo sistema, sino que también necesita aquellos que, con su desinteresado accionar, contribuyan a mantener el orden establecido. En todo caso, lo anterior ha llevado a que:
[…] mientras que para unos existen amenazas, para otros es bienestar, algunos ven riesgos donde otros buscan reducir la desigualdad. El discurso dominante naturaliza el predominio de una ideología, el liberalismo desde su neutralidad y manteniendo el control de las instituciones multilaterales, ha llevado a la aceptación de un orden dirigido por ciertos Estados quienes afirman decisiones basadas en su soberanía, mientras que promueve la desregulación por el lado de los que menos capacidad de resistencia tienen. (Zuleta et al., 2007)
Algo de esto se puede ver en los distintos niveles de la gobernanza global con la reiterada utilización de adjetivos que hacen sus altos funcionarios, quienes buscan la descalificación política y moral del sujeto que confrontan para de allí hacer notar su inferioridad. Una actitud que desdice el razonar del que se cree superior, pues nos permite observar sus limitaciones por lo binario, simple y maniqueo de los análisis del sistema basados en la epistemología del occidentalismo. A fin de cuentas, lo que se busca es mantener esa misma producción de superioridad basada en la ontología del ser que conquista sobre la inferioridad del ser conquistado, una relación que funciona hace varios siglos y que, como ya lo hemos dicho, ha funcionado en los principios que se consolidaron luego de la elaboración del derecho de conquista, la doctrina del descubrimiento, la disputa de Valladolid y la Paz de Westfalia.
En la actualidad, la noción de superioridad se reproduce más en función de los intereses de quienes dirigen las instituciones de la gobernanza y los Estados que las controlan, los cuales para todo efecto práctico resultan siendo los mismos. La superioridad también se manifiesta en el desmesurado uso de adjetivos que, de manera bastante explicable, se volvieron conceptos, al tiempo que aparecen y sobredimensionan las capacidades de los Estados y los líderes políticos que promueven desafíos al orden establecido.
Calificados los terroristas como graves amenazas a la seguridad internacional, entre otras cosas, el adjetivo terrorista se naturaliza y encarna en el sujeto político que se atreve a confrontar a las “grandes naciones”, George Bush dixit. A raíz de las últimas elecciones en Estados Unidos, muchos analistas del sistema internacional, que además se dicen académicos, reclamaron que este país debía recuperar el prestigio perdido durante los años de Trump. Una de las primeras acciones internacionales del gobierno de Joseph Biden para acceder a este pedido fue bombardear lugares donde habitan algunos de los que han sido considerados “enemigos de la humanidad” desde hace un par de décadas, lo cual imagino que llenó de alegría a quienes desde su lugar de enunciación siguen motivando a Estados Unidos para que recupere su lugar en el mundo.
Ahora bien, esos enemigos son actores y agentes que han sido naturalizados como amenaza a la seguridad del ser que conquista, y fueron incluidos sin ningún razonamiento medianamente serio como integrantes de los distintos ejes del mal que, supuestamente, han surgido en las dos últimas décadas. Al ser considerados de esta manera, pierden su calidad de seres humanos y por su irracional accionar en defensa de lo propio, se legitiman los bombardeos que se hacen en nombre de la humanidad. Después de todo, aquellos son humanos que han entrado en la zona del no ser y, ante esa inevitable realidad, su destino no puede ser otro que su desaparición de la faz de la Tierra. Como puede verse, el discurso con el cual se legitima la inferioridad involucra a civilizaciones con sus correspondientes sociedades políticas, ubicadas en territorios que durante cientos de años fueron objeto del imperialismo y la mentalidad conquistadora, y que hoy en día son caracterizados por los mismos invasores como carentes de legitimidad y autoridad para gobernar su interior.
Las incontables víctimas civiles que trae consigo toda acción militar son daños colaterales susceptibles de superarse una vez llegue la ayuda humanitaria que la comunidad internacional se encargará de proveer de manera muy rápida y eficiente por medio de las organizaciones no gubernamentales de alcance global. Con dicha ayuda, se sanarán las heridas físicas y emocionales que la guerra produce, y harán notar lo bondadosos que también pueden ser quienes alientan los ataques militares, puesto que desde lo más profundo de su ser están comprometidos con la necesidad de humanizar las guerras o compensar los daños que todas ellas, sin distinción, producen.
Ahora bien, a esa inocultable voluntad por recuperar el prestigio perdido durante los años de gobierno del republicano Donald Trump, súmenle el mayoritario parecer del multilateralismo como ideología y el accionar de los gobernantes globales, desde el cual también se argumenta sobre la incapacidad de ciertas comunidades políticas de dirigir a su población o de administrar los recursos que se encuentran en sus territorios. En consecuencia, tras ser lugares en el mundo que se constituyeron producto del dominio colonial en esta triple vertiente (política, económica y epistemológica), se les niega la posibilidad de gobernarse con autonomía puesto que esa será la prueba de una mayor rebeldía o resistencia al orden establecido.
Además, deben reconocer que todo ello se hace por su propio bien, puesto que la paz y la prosperidad de la humanidad no deben ponerse en riesgo por el irresponsable accionar de actores que no aceptan el lugar donde han sido ubicados. Ante cualquier desafío, siempre quedará el recurso de la fuerza militar para reintegrarlos al orden mundial. En la misma situación se encuentran las instituciones que crean el derecho y administran la justicia internacional, puesto que la mayor parte de ellas fue pensada y quedó organizada con base en una tradición jurídica conocida como el iuspositivismo. En esta tradición, predomina la norma escrita como fuente de autoridad, sobre todo si viene escrita en latín o en cualquiera de sus derivados romances, y que de manera definitiva pudo legitimarse a inicios del siglo XIX con la codificación de las normas durante la vigencia del imperio dirigido por Napoleón Bonaparte.
Siendo el Código Civil uno de los más importantes, el iuspositivismo estuvo acompañando, desde su independencia, el ordenamiento legal y normativo de la casi totalidad de los neocoloniales Estados andinos. Allí radica la importancia de superar los estrechos marcos jurídicos que el pensamiento republicano trajo consigo y de superar también las negativas consecuencias que el sistema político basado en la forma republicana de Estado contribuyó a profundizar en la región. En el caso del llamado derecho internacional, que empezó a instaurarse con el advenimiento de la modernidad al continente europeo, se retomaron los principios elaborados por uno de los filósofos más promocionados del supuesto humanismo occidental, de los cuales también se dice que son parte fundamental en el surgimiento del pensamiento ilustrado: Immanuel Kant.
En relación con su administración, otro aspecto a tomar en cuenta es que en los territorios de aquellos Estados que se han ubicado en el centro del sistema funcionan las cortes internacionales de justicia, como la CIJ ubicada en La Haya (Países Bajos), la Corte Penal Internacional (CPI) con sede en Roma o el Tribunal Internacional del Derecho del Mar que se ubica en Hamburgo (Alemania). Pero al mismo tiempo, existen cortes que actúan con una jurisprudencia local, que por razones muchas veces inexplicables han terminado adquiriendo una influencia de alcance global. Allí se ven desde delitos cometidos por organizaciones ilegales de distinto tipo, casos de corrupción o narcotráfico –que son los más investigados–, hasta demandas de inmensos conglomerados económicos contra Estados que incumplen sus compromisos de mantener la seguridad jurídica y proteger la inversión privada, por ejemplo.
Por eso la importancia del régimen internacional y de las instituciones que defienden la inversión privada y extranjera, como el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias relativas a Inversiones (Ciadi), pues en ellas se refugian los agentes económicos que demandan seguridad para las grandes inversiones que realizan en distintos megaproyectos de infraestructura o de extracción de recursos. Solo quisiéramos mencionar que la seguridad jurídica y los mecanismos de protección de la inversión privada consisten en la explícita prohibición de las distintas agencias que conforman el Banco Mundial de afectar las utilidades o renegociar los ingresos que las empresas transnacionales obtienen por medio de ir acelerando el extractivismo rural y urbano en los lugares donde operan.
En este caso, no importan los graves daños ocasionados en la Amazonia ecuatoriana y peruana con la explotación petrolera, sobre todo por la ruptura en los últimos años de los obsoletos oleoductos que transportan el recurso, o por el estrés hídrico que desde 2016 se sufre en Bolivia y sus principales ciudades ya sea por la desglaciación, la sequía o el uso intensivo del agua en la extracción minera o para el riego de los monocultivos. Ni mencionar los desplazamientos de población que el extractivismo genera en campos y ciudades, pues hoy en día lo que realmente importa es que la dinámica del capital no se vea afectada por cambios en las normas que regulan la economía de mercado. La mayor parte de ellas aparece como naturalizada en el discurso y el accionar de los agentes y actores con mayores recursos de poder en el interior del sistema-mundo.
Si no, cómo entender que un tribunal internacional de arbitramento ubicado en La Haya termine anulando una sentencia promulgada por un tribunal ecuatoriano, la Corte Provincial de Sucumbíos, y ratificada en todas las instancias judiciales de un Estado soberano contra una multinacional que se demostró que había cometido graves crímenes ambientales. Pero no solo ambientales, pues el tribunal ecuatoriano aceptó como agravante en la decisión tomada el hecho de que cerca de dos mil personas, casi todos integrantes de los pueblos originarios que habitan el territorio, habían fallecido a causa de la contaminación ocasionada. La consecuencia más notoria y hasta cierto punto lógica de las decisiones que se van tomando, en este caso por un tribunal de arbitramento, es que la administración de justicia forma parte de un sistema basado en leyes e instituciones, cuyo funcionamiento está muy distante de una definición mínima de democracia entendida, en este caso, como igualdad.
A nuestro modo de ver, es la consecuencia de contar con un sistema-mundo moderno y colonial construido con base en los principios jurídicos y políticos procedentes de la particularidad que ha dado forma a la tradición jurídica europea occidental. Es un sistema que, ya lo hemos dicho, funciona con jerarquías bien establecidas producto de las grandes diferencias en los recursos materiales de poder, cierto, pero sobre todo producto de la actitud dominante y exclusionaria de la epistemología que ha gobernado el pensamiento y las instituciones construidas sobre estas ideas. Resulta siendo la misma tradición epistemológica con la cual se fundó, y se ha ordenado y dirigido, el sistema-mundo desde comienzos del siglo XVI: el occidentalismo. En este caso, la llamada justicia internacional que ciertos Estados-nación tan ávidamente se han encargado primero de promover y organizar para luego controlar, siempre argumentando que lo hacen en nombre de la humanidad.
Con estos antecedentes en su contenido y al ser analizados en clave decolonial, se han elaborado muy serios argumentos para considerar que los conceptos con los que se da forma a la disciplina de relaciones internacionales no vienen a ser sino la actualización de formas de violencia epistémica históricamente constituidas, con las cuales ha sido posible darle continuidad a un particular dominio del sistema-mundo moderno y colonial en su fase actual de la globalidad liberal. En América Latina y desde hace ya varios años, el pensamiento decolonial cuestiona tales conceptos y sus convencionales definiciones, las mismas que se producen de abundante manera en distintos medios académicos que no cesan en definirse globales y cosmopolitas. Cosa parecida sucede con las definiciones que sostienen a las instituciones multilaterales, en realidad son sus conductores quienes las elaboran, y las prácticas que adelantan como parte de lo que sus dirigentes consideran una ecuménica misión.
Las teorías y el conocimiento producidos en las relaciones internacionales son también situados. Todos ellos son formas particulares de leer e interpretar, pues se formaron en un espacio histórico-temporal que abarca casi un milenio y un continente entero, más los territorios que se fueron sumando en los últimos quinientos años. A todas ellas las hemos considerado teorías acompañantes en el reforzamiento no solo de un pensamiento situado en las relaciones internacionales, sino también de activos participantes en la institucionalización de la fase actual del sistema-mundo moderno y colonial. Retomando el concepto de geopolítica del conocimiento, el antropólogo colombiano Eduardo Restrepo considera que todo conocimiento es situado puesto que:
Es imposible la existencia de un conocimiento des-subjetivado, descorporalizado. El conocimiento está siempre anclado y marcado por los sujetos que lo producen, independientemente de sus capacidades reflexivas para comprender y cartografiar estas improntas. Las historias y trayectorias de estos sujetos (las cuales no solo operan en el registro de lo mental, sino que se han hecho cuerpos) troquelan de las más diversas maneras, no solo el conocimiento como resultado, sino las posibilidades e imposibilidades mismas del conocer. Ciertas experiencias o condiciones de los sujetos concretos invisten de maneras difíciles de separar (cuando no incluso de identificar) la producción misma del conocimiento. (2016)
Para refutar los argumentos anteriormente señalados, se establece como falso el que otras regiones del mundo no clasifiquen como lugares de enunciación en el entendimiento y el funcionamiento del sistema-mundo. Estas regiones están destinadas a ser simples receptores de teorías explicativas y modelos organizativos con los que se han construido los múltiples conceptos y organizado las prácticas dirigidas a garantizar el dominio del sistema. El moderno Estado-nación, capitalista y con una impronta imperialista, terminó por dominar el sistema internacional utilizando distintos medios, hayan sido epistemológicos o materiales, para lo cual han resultado muy útiles las violencias de distintos tipos.
Las violencias han sido el medio a través del cual se aniquilaron civilizaciones enteras, por ejemplo, adoctrinando en el sentido cristiano de la palabra e incorporando en la desde entonces llamada civilización superior a todos aquellos que pasaron a ser objetos de su misión civilizatoria. Es así como se impuso el occidentalismo y es parte integrante de todas las formas de colonialidad existentes, la del poder, el ser, el saber y de la naturaleza, que han permitido mostrar el ahora bien conocido lado oscuro de la modernidad.
Estas primeras páginas nos comienzan a mostrar que las instituciones multilaterales y sus normas permiten establecer alianzas entre ciertos actores políticos involucrados en la gobernanza multinivel, con agentes económicos que sobre todo son los propietarios del capital oligopólico aglutinado en las empresas y corporaciones transnacionales. Para darle forma a la coalición, utilizan un sistema en el que se conjugan los principios más elementales del liberalismo económico, por ejemplo, la prioridad que se le sigue dando a la desregulación del sistema económico internacional.
En tal sentido, quisiéramos advertir que, por razones propias de la investigación, el estudio del actual régimen internacional para el desarrollo atraviesa la totalidad del libro debido a las implicaciones que tiene al momento de pensar la gobernanza global y las otras formas de gobernanza que revisaremos más adelante. Pero también dadas las respuestas que ha generado entre los pueblos originarios andinos. Lo hacemos porque parte de un sistema construido sobre la base de múltiples alianzas, el desarrollo, si es posible de lograrse y además debe ser sostenible, abarca temas e instituciones globales de importancia como los relacionados con la gobernanza del ambiente, la extracción responsable de las materias primas más la protección humana de los que en años recientes pasaron a llamarse bienes públicos globales.
En todo este accionar, interviene el multilateralismo con el potencial regulador de sus normas y acciones, más ahora que están tan preocupados por implementar la gobernanza en los distintos sentidos que le han dado a este concepto. Junto a ellos, el inocultable accionar de los Estados que se encargan de proteger las inversiones de sus connacionales utilizando distintos mecanismos, por ejemplo, el Organismo Multilateral de Garantías de Inversiones (MIGA, por sus siglas en inglés) y el Ciadi, o como también se viene haciendo ahora con la colaboración gobierno a gobierno en el caso de la contratación de la obra pública. En todo caso, podemos afirmar que esto en gran parte sucede en un sistema-mundo organizado en múltiples instituciones que buscan desde regular la economía mundial hasta promover el desarrollo, cuidar el ambiente y conseguir el bienestar para todos los habitantes del planeta. Por lo menos, así es como nos lo dicen.
Entre todos los conceptos que hoy en día han logrado una gran popularidad se destacan la gobernanza global y la gobernanza regional para el desarrollo. Podríamos afirmar que ambos, al igual que muchos otros, traen consigo una importante cantidad de referentes simbólicos y materiales en los que el sistema-mundo legitima su actual existencia y funcionamiento, y en los que sus actores más relevantes mantienen unas políticas que siguen jerarquizando y, en consecuencia, subalternizando amplias regiones del mundo. Con la gobernanza global y el desarrollo regional, se da continuidad a parte importante de los conceptos insertos en la epistemología que ha influido de manera decisiva en los estudios del sistema-mundo moderno y colonial, pero además y como algo realmente pernicioso y amenazante, han condicionado las decisiones en la política internacional, sobre todo aquellas relacionadas con el ordenamiento económico a escala local. Es algo que viene pasando hasta el día de hoy y así lo mostraremos en los siguientes capítulos.