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/ CAPÍTULO 3

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¡BRAVISSIMO! ¡BRAVISSIMO!

Ya pasó un mes, el Va, pensiero! del colegio empieza a sonar un poco más parecido al Va, pensiero! de la grabación que tengo en casa. Al comienzo, parecíamos una jauría de lobas hambrientas que aullaban en un bosque cubierto de nieve, sin una sola presa a la vista.

El dire está entusiasmado con nuestros avances y esta tarde, tanto él como nosotras, trabajamos especialmente concentrados. El tiempo pasa veloz y tenemos la sensación de que el concurso de coros de la capital se nos cae encima, como un desprendimiento de hielo del glaciar Perito Moreno.

¡En fin! Aquí estamos, cantando en italiano con excelente pronunciación, gracias a la colaboración de una señora nacida y criada en Italia, que emigró con sus papás y sus abuelos y, desde entonces, se quedó a vivir aquí. Es una señora muy coqueta que, además, es profesora en la Academia Dante Alighieri para la enseñanza de la lengua italiana y lo dice a cada rato. “Por si no lo saben”, repite.

–¡Vamos de vuelta! ¡Desde el principio! –nos indica el dire y atacamos:

Va, pensiero, sull’ali dorate;

va, ti posa sui clivi, sui colli,

ove olezzano tepide e molli

l’aure dolci del suolo natal!

que en perfecto italiano, según nuestra profe de la Dante Alighieri y el dire, se canta así:

¡Va, pensiero, sulali dora-a-ate;

va ti posa sui cli-ivi, sui coolii,

ove olesa-no tépide e mo-o-olí

laure do-o-olchi del suooo lo natal!

Pero no llegamos más que hasta el final de esta primera estrofa. Un grito nos petrifica.

–¡DIVINOOO! ¡DIVINOOO! ¡BRAVO, MAESTRO! ¡BRAVISSIMO! ¡BRAVISSIMO!

Es Olga, que camina como hipnotizada por el salón de música y se acerca al coro, sin dejar de aplaudir y gritar: “¡Bravissimo! ¡Bravissimo!”, con un acento italiano súper exagerado.

Inmediatamente, le toma las manos al dire y se las besa. Él la conoce tanto como nosotras, pero igual está pasmado por la sorpresa. Es que nadie la vio llegar. Olga apareció de la nada, como por arte de magia, y su voz de trompeta nos cortó la respiración.

Sus hijas se buscan con la mirada, para ponerse de acuerdo. Por suerte están cerca (las dos son sopranos). Amagan a bajar de la grada con la visible intención de sacar a su mamá del ensayo, pero el dire las ataja.

–¡No, no! ¡Tranquilas! Vuelvan a sus lugares –les dice, y enseguida habla con Olga, que le sigue dando besos ruidosos en las manos–: ¿Qué tal, señora? ¿Cómo está?

–¡Ay, maestro, ¡¿cómo voy a estar?! ¿Cómo quiere que esté con esta maravilla? ¡Maravillada, maravillada de lo maravilloso de esta maravilla estoy, maestro!

A Olga le caen lágrimas de los ojos, inundados por la emoción. Saca uno de sus pañuelitos inútiles de la cartera y se suena la nariz varias veces. Su voz es de trompeta, pero la nariz le suena como una cornetita de cotillón. En cuanto termina de sonarse, se inclina otra vez frente al dire, le toma las manos con toda su fuerza y se las vuelve a besar.

Él se pone un poco nervioso, se siente incómodo. Olga sigue con los besos que solo interrumpe para exclamar: “¡Maestro! ¡Maestro!” y sonarse la nariz.

–¡Por favor, señora! –le dice el dire, sonriente y amable, mientras lucha por rescatar sus manos de los besos de Olga y esquivar el pañuelito pegoteado–. ¿Quiere quedarse a escuchar el ensayo? –la invita.

–¿De veras, maestro? ¿Puedo? –pregunta ella, con una mirada infantil, llena de ilusión.

Las hijas de Olga le hacen gestos al dire. Le dicen que no sacudiendo las cabezas, fruncen el ceño y, con el índice asomado por detrás de las partituras, vuelven a decir que no. Es obvio que quieren sacar a su mamá del salón de música urgente. Están dispuestas a cualquier cosa con tal de que no se quede al ensayo. Incluso, son capaces de ir a buscar al portero y pedirle que abra el patio de juegos, para que su mamá se quede pegada a las hamacas todo lo que le dé la gana.

El dire o no les presta atención o no entiende el lenguaje de señas. Y como si hubiéramos estado en otro planeta y no ahí mismo, viendo y oyendo todo, nos da la gran noticia:

–Chicas, la señora Olga nos va a acompañar durante el ensayo. ¡Es excelente ensayar con público! Nos va a venir al pelo acostumbrarnos para el concurso.

Las hijas de Olga se miran; la mayor cierra los ojos y se muerde el labio inferior; la menor se pone la mano en el cachete, como si le doliera muy fuerte una muela.

El dire consigue una silla y se la ofrece a Olga. Ella le agradece con una reverencia de dama antigua de 1810. Se escuchan risitas en el coro. Es que todo lo que viene de Olga tiene gracia. ¿A quién se le ocurre hacerle semejante reverencia al dire? ¡A Olga y a nadie más en el universo!

Enseguida, se suena la nariz por última vez y grita:

–¡Métale cuando quiera, maestro!

–Dígame Tito, señora –le pide él.

–¡Jamás, jamás! ¡Faltaba más! ¡De ninguna manera, maestro! ¡Avanti! ¡Avanti con tutti!

Tito se prepara para dirigir. Nos mira, respira hondo. Nosotras también lo miramos y respiramos hondo, listas para cantar. Él nos da la nota y comenzamos “todo en voz baja” (como indica la partitura).


¿Quién se iba a imaginar? Olga se sabe toda la letra del Va, pensiero! Pero, obviamente, a ella no le gusta nada de nada esa indicación de cantar “todo en voz baja” aunque la haya puesto el mismísimo Giuseppe Verdi, y aguanta solamente el primer verso:

Va, pensiero, sull’ali dorate…

Para el segundo verso, ya está de pie, a la derecha del dire, frente al coro, dirigiéndonos y cantando con esa voz explosiva y tan llena de fuegos artificiales que tiene:

VA, TI POSA SUI CLIVI, SUI COLLI,

OVE OLEZZANO TEPIDE E MOLLI

L’AURE DOLCI DEL SUOLO NATAL!

El dire da un salto del susto y la oreja derecha le queda zumbando (creo que le va a zumbar durante varios días). No hay manera de que Olga desista y regrese a su silla.

–Mamá nunca deja una canción por la mitad –nos explica la hija mayor, pero no hace ni un solo comentario sobre el volumen ensordecedor con el que canta su mamá.

Así que Olga nos interpreta a su estilo el Va, pensiero! enterito, y cuando termina, allá, bien arriba, en lo más alto del sonido humano, no nos sale hacer otra cosa que aplaudirla y gritarle: “¡BRAVISSIMO! ¡BRAVISSIMO!”, con el mismo acento italiano súper exagerado que a ella le gusta tanto.

Al principio, las hijas dudan, pero después aplauden y gritan con el resto del coro.

Así descubrimos el otro secreto extraordinario de Olga: si se emociona mucho, también le dan ataques de risa, pero mezclados con llanto.

Y ahora está réquete emocionada, tanto como para no acordarse ni siquiera de que existen las hamacas. Esa canción, los aplausos y los “¡BRAVISSIMO!” la han hecho volar quién sabe hasta dónde de alto y de lejos. Así que se ríe y llora; llora a moco tendido y se ríe a carcajadas, todo a la vez, y se sopla los mocos con su pañuelito inservible y ese sonido de cornetita que le sale por la nariz. Y no para… no para de hacerle reverencias exageradas de dama antigua de 1810 al dire y a nosotras y a un público imaginario que la ovaciona enloquecido y la aplaude de pie.

El dire da por terminado el ensayo. Ha sido una tarde un poco loca, pero llena de magia.

Mientras vuelvo a casa, trato de imaginar cómo será vivir, crecer con una mamá que no puede resistirse a las hamacas, cuya pasión por la música no le permite dejar una canción por la mitad (pase lo que pase) y que si se emociona mucho, le dan ataques de risa, pero mezclados con llanto. Es difícil imaginar todo eso. Quizá, nunca sepa cómo es.


¡Vuela, pensamiento!

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