Читать книгу ¡Vuela, pensamiento! - Alejandra Erbiti - Страница 8
/ CAPÍTULO 4
ОглавлениеNO PUEDE SER
Un sol de julio entra por el ventanal que da al jardín. Brilla y proyecta ese calorcito y esos matices de “Hogar, dulce hogar” sobre todas las cosas. Sin embargo, la abuela Tota, nuestra fanática fabricante de pañuelitos inútiles pero “muy femeninos”, no para de llorar.
Nosotras la espiamos y nos reímos. La abuela se seca las lágrimas frotando cada ojo en el hombro correspondiente. Esa parte de su blusa está empapada de llanto. Mi hermana y yo, que vamos a reventar de tanto aguantarnos la risa, nos tapamos la cara, mordemos almohadones y la seguimos espiando, siempre escondidas detrás de una estantería que divide el ambiente.
Entre floreros, juegos de copas, portarretratos y otro montón de cosas, asoman nuestras caras para ver llorar a la abuela. Esperamos ansiosas que llegue la mejor parte: cuando empieza a cantar esa zarzuela que repite cada vez que le pasa esto. ¡Y por fin se nos cumple el deseo! La abuela llora y canta:
Los ojos que lloran no saben mentir,
las malas mujeres no miran así.
Temblando en sus ojos dos lágrimas vi,
y a mí me ilusiona que tiemblen por mí…
… que tiemblen por mí.
Justo en ese momento, llega papá. Entra sin hacer ruido y nos da un golpecito suave y silencioso en la cabeza a cada una, un golpecito con una revista. Las dos nos sorprendemos. No lo oímos llegar.
Nos mira, observa a la abuela que llora y canta el estribillo de No puede ser, una y otra vez. Él también se esconde al lado nuestro y se ríe. Pero ninguno, ni él ni nosotras, podemos aguantar mucho tiempo más. Entonces, de golpe y porrazo, papá sale de nuestro escondite y exclama en voz bien alta:
–¡MENOS MAL QUE NO ESTÁ OLGA, QUE SI NO…!
Del susto, la abuela levanta las manos, espantada, y se le escapa el cuchillo, que no va a parar directamente al piso, sino que da un triple salto mortal en el aire y cae en picada adentro de la pileta de la cocina, rompe una taza de cerámica y un vaso de vidrio. Mucho ruido.
–¿Me quiere matar de un infarto, Rolo? ¡Se me va a salir el corazón por la boca! –rezonga la abuela. Tiene la cara toda lacrimosa y le cuesta recuperar el aliento.
Nosotras por fin podemos reírnos con todo. Nos tiramos al piso de la risa. La abuela deja las cebollas que estaba picando, abre la canilla, se enjuaga la cara y elige un repasador limpio para secarse.
–¿Por qué no utilizás esos pañuelitos “tan femeninos” que nos hacés usar a nosotras? –le pregunta mi hermana.
–¿Por qué no ayudan a la abuelita a cortar cebollas en vez de reírse y criticarle los pañuelos que les borda con tanto cariño? –nos responde ella, como si hablara de otra persona.
–Estábamos haciendo la tarea del cole, abuela –le contesto yo.
–¡Mentira! ¿Cuánto hace que me están espiando? ¡Como si no las conociera!
–No se ponga así, Tota –le dice papá y la abraza–. Me hubiera esperado para picar las cebollas, si usted sabe que a mí no me hacen llorar.
–No quería que se hiciera demasiado tarde para la cena.
–¡Pero si siempre llego de trabajar a esta hora!
–Por eso mismo, Rolo. Ya tiene bastante con el restorán, como para venir y ponerse a cocinar acá. Además, yo no puedo estar todo el día sin hacer nada.
–Usted hace montones de cosas, Tota, y sabe que a mí me encanta –insiste él–. ¡Mire si Olga llegaba más temprano, ¿eh?! ¿Y si la escuchaba repetir siempre el mismo estribillo de No puede ser? Ya sabemos lo que pasa, ¿no?
–Bueno, yo soy de esas mujeres que no tienen miedo de correr ciertos riesgos de vez en cuando –sonríe la abuela, con una sonrisa pícara. Los dos saben de qué habla. Y nosotras también.
Papá la mira y suelta una carcajada.
–¡Usted es una campeona, Tota, una mujer muy valiente! Pero ahora, vaya a refrescarse la cara y déjeme terminar de picar esas cebollas. Las nenas me van a ayudar a poner la mesa. Cuando llegue Olga, vamos a tener todo casi listo y en orden.
–No sé si vamos a tener todo en orden –digo yo–. Si alguien estuvo llorando, mamá siempre se da cuenta.
–Le decimos la verdad, le explicamos que fue culpa de las cebollas –propone papá.
–No le va a importar nada de nada que la culpa sea de las cebollas –insisto.
–Es cierto –dice mi hermana–. Ya la pescó un montón de veces llorando y cantando No puede ser cada vez que pica cebollas, y a mamá no le importa. Está súper convencida de que la abuela Tota tiene un secreto de amor, o un amor secreto, o no sé qué, y la persigue por toda la casa, para que le cuente. Hasta que no da más de sueño y se queda dormida en cualquier parte.
–Pa, vos sabés que a mamá le fascinan los secretos, la vuelven loca de curiosidad –le recuerdo.
–Sí, ya sé… ya sé todas esas cosas –nos dice papá, mientras se arremanga la camisa para ponerse a picar cebollas.
–Y después, estamos una semana escuchando No puede ser, en versión completa de mamá –agrego yo.
–¿Una semana? ¡Dos semanas como mínimo! –dice la abuela, que vuelve de su cuarto con una blusa impecable y un frasquito de colirio, para descongestionar sus ojos.
–Tenés la nariz colorada como un tomate, abuela –le avisa mi hermana.
–Mamá se va a dar cuenta de que lloraste –le digo yo.
–Todavía falta un rato para que llegue –nos contesta la abuela, se mira en el espejo, suspira y se pone gotitas en los ojos.
–Por ahí, tenemos suerte y, en vez de volver por la avenida, cruza el parque y se queda un rato en las hamacas –dice papá, que termina de picar todas las cebollas, las echa en el aceite de oliva caliente y revuelve con una cuchara de madera.
Ya pasó el peligro lacrimógeno para la abuela Tota. Ahora, las cebollas son completamente inofensivas. Solo crujen dentro de la cacerola y despiden un aroma delicioso.
–Voy a cortar la carne en trozos bien chicos, así queda más tierna y el estofado se cocina más rápido –anuncia ella y pregunta–: ¿Le puso unas hojas de laurel al aceite, Rolo?
–¡Me extraña, araña! –contesta papá.
Y nosotras completamos la frase a dúo:
–¡Me extraña, araña, que siendo mosca no me conozca!
Los cuatro nos reímos.
A quienes no viven en esta casa tal vez les parezca que nuestra vida es más complicada que la de otras familias. No lo sé. Puede ser. Pero lo que sí sé es que casi todos los días pasa algo divertido y, por esa razón, es bastante difícil que nos pongamos tristes, salvo cuando sufre un ser querido (y a ningún integrante de nuestra familia le importa si el ser querido que sufre es una persona, un animal, o una planta). En casa, cada uno colabora para que todo esté lo mejor posible. Como siempre dice mamá: “Todos necesitamos cuidar y que nos cuiden”, y tiene razón.