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Capítulo 6

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Se abrió en esto la puerta del despacho para dar paso a una joven que se aproximó de puntillas al doctor y después de contemplarle un instante con melancólica expresión a la que no parecía habituado su semblante risueño, le dio en la espalda una palmada cariñosa.

El doctor se estremeció y levantó la cabeza.

—¡Cómo! ¡Antoñita! ¿eres tú?—exclamó.—¡Bien venida seas, hija mía!

—No sé si dirá usted eso mismo dentro de muy poco rato, tío.

—¿No? ¿por qué no he de decirlo?

—Porque vengo a reñirle.

—¿Reñirme, tú?

—Sí, yo misma.

—¡A ver! Explícate; dime por qué.

—Querido tío, lo que tengo que decirle es cosa muy seria.

—¿De veras?

—Mire usted si lo será, que casi no me atrevo…

—En verdad, tiene que ser algo muy serio para que te dé tanto reparo a ti, querida sobrina. Pero veamos, ¿de qué se trata?

—De cosas que no son propias ni de mi edad, ni de mi posición.

—Vamos, habla de una vez, tontuela. Ya sé yo que tu jovialidad encubre una inteligencia sesuda y grave y que tras de tu frivolidad aparente escóndese un carácter más prudente y razonable que el nuestro. Habla, pues, sin recelo, máxime si, como supongo, vienes a hablarme de mi hija…

—Sí, tío, precisamente vengo a hablarle a usted de Magdalena.

—¿Y qué tienes que decirme?

—Tengo que decirle, tío, mejor dicho, debo decirle a usted… perdóneme si soy tan atrevida, pero debo decirle que quiere demasiado a mi prima y acabará por matarla…

—¡Yo! ¡Matarla, yo! ¿Qué es lo que estás diciendo?

—Digo, tío, que su lirio, como usted la llama, es cosa muy frágil, muy delicada, y que combatido por dos amores a la vez no resistirá, sino que habrá de quebrarse.

—No te entiendo, Antoñita, si no te explicas mejor.

—Sí que me entiende usted, tío—dijo la joven rodeando con sus brazos el cuello de Avrigny.—¡Ya lo creo que me entiende!… Tan bien como yo le he comprendido.

—¿Pero estás loca, chiquilla?—exclamó el doctor, aterrado.—¿Que tú me has comprendido, dices?

—Sí, señor.

—¡No puede ser!

—Tío—dijo la joven sonriendo tan melancólicamente que no se comprendía cómo podían sonreír así aquellos labios tan sonrosados—tío, no hay corazón impenetrable para los ojos de los que aman; yo que le quiero a usted he alcanzado a leer en el suyo.

—¿Y qué has visto en él?

Antonia miró a su tío e hizo un gesto de vacilación.

—¡Vamos! ¡habla!—ordenó el doctor.—¡No me martirices más con tus reticencias!

Antonia, acercando sus labios al oído de Avrigny le dijo en voz muy baja:

—Está usted celoso, tío.

—¿Yo?—exclamó el doctor.

—Sí—afirmó la joven—y esos celos llegan a hacerle obrar mal.

—¡Dios de bondad!—exclamó el doctor inclinando la cabeza con profundo abatimiento.—Yo creía que sólo Tú, con tu omnisciencia infinita, conocías mi secreto.

—¿Acaso hay en ello algo que pueda causar horror? Los celos constituyen una pasión execrable, pero que no es tan difícil de vencer, después de todo. Yo también he tenido celos de Amaury.

—¿Tú? ¿Celos de Amaury, dices?

—Sí—repuso Antoñita bajando a su vez la frente;—los tenía porque él venía a robarme a mi hermana y porque cuando vivía con nosotros mi prima sólo tenía ojos para él y ni siquiera se acordaba de que yo estaba con ellos.

—¿Así, pues, has sentido tú lo mismo que siento yo?

—Poco más o menos, sí; pero gracias a Dios yo he logrado dominarme, puesto que vengo a decirle: «Tío, los dos se aman con locura y es conveniente casarlos, porque separarlos sería la muerte de ambos.»

El doctor movió la cabeza tristemente y sin despegar sus labios mostró a Antoñita las últimas líneas que acababa de trazar. Su sobrina las leyó en voz alta, y dijo:

—Tranquilícese usted, tío; Magdalena no ha sufrido ni un solo acceso de tos.

—¡Dios mío!—exclamó Avrigny mirando a su sobrina con asombro manifiesto.—¡Todo lo adivina esta criatura! ¡Lo ha comprendido todo!

—Sí, tío, sí, he llegado a comprender toda la ternura que encierra su corazón. Mas reflexione que si Magdalena se ha de casar alguna vez, ¿no hemos de preferir todos que se case con Amaury? ¿Es que habremos de creer que su dicha constituirá nuestra desgracia? ¿Acaso hemos de echarle en cara su alegría? Dejemos que sean felices y no tratemos de oponernos insensatamente a su destino. No por eso irá usted a quedarse solo, porque tendrá en su compañía a su sobrina, a su Antoñita, que tanto le quiere, que a nadie ama más que a usted y que jamás se separará de su lado. No sabrá reemplazar a Magdalena, demasiado lo comprendo, pero sí será otra hija, aunque no tan rica ni tan hermosa, que no se enamorará como ella, pues aunque la pretendiesen y poseyera las dotes de Magdalena no habrá de querer a nadie, porque le consagrará toda su vida y le consolará… Así como usted será a su vez su consuelo.

—Pues Felipe Auvray, ese amigo de Amaury ¿no está enamorado de ti? Y tú ¿no le correspondes?

—¡Tío!… ¡Tío!… —exclamó Antoñita, como queriendo reconvenirle.

—Está bien, no hablemos de ello. Todo se hará como quieras, que en resumen es lo mismo que yo tenía en proyecto. Pero es necesario hacer que se explique Amaury, porque hemos podido equivocarnos… Si así fuera… Si no amase a Magdalena…

—No es posible equivocarse, tío, y usted está bien seguro de su amor… como también lo estoy yo.

Avrigny no replicó porque su convicción era la misma de su sobrina.

Se abrió de pronto la puerta del aposento y José, el ayuda de cámara del doctor, entró para anunciarle que el criado del conde Amaury de Leoville traía para él una carta de parte de su amo.

Avrigny y su sobrina cambiaron una mirada de inteligencia, pues los dos supusieron en el acto cuál sería el contenido de la misiva de Amaury.

El doctor dijo al criado:

—Venga la carta y di a Germán que espere un momento y podrá llevarse la respuesta.

Pocos instantes después tenía Avrigny la carta entre sus manos sin atreverse a abrirla.

—¡Valor, tío!—díjole Antoñita para darle ánimo.

Obedeció maquinalmente el doctor, abrió la carta y después de leerla de un tirón alargóla a su sobrina que con un gracioso ademán la rechazó y le dijo:

—¿Para qué, tío? ¡Si ya me imagino lo que dice!

—Tienes razón—asintió el padre de Magdalena, contestando a Antonia con las palabras de Hamlet a Polonio (Words, Words, Words):—¡Palabras, palabras, palabras!

—¿Sólo palabras ha visto usted en esa carta?—preguntó con viveza Antonia arrebatándosela y devorándola de una ojeada.

—Palabras solamente—replicó el doctor;—palabras con que esos artistas de la frase saben suplantarnos en el corazón de nuestras hijas que no tienen empacho en sacrificar a esa retórica huera el cariño que les profesamos.

—Tío—dijo con gravedad Antonia devolviéndole la carta;—créame usted: Amaury quiere a Magdalena con amor puro y sincero. Y yo, que he leído esta carta como usted, he visto algo más en ella y le respondo que la ha escrito con el corazón, no con el entendimiento.

—Entonces…

Antonia ofreció a su tío una pluma que él aceptó para escribir acto continuo:

«Querido Amaury: Ven a verme mañana. Te aguardaré a las once.

»Tu padre,

»Leopoldo de Avrigny.»

—¿Y por qué no le cita usted para esta misma noche?—preguntó Antoñita, que por encima del hombro de su tío leía lo que éste iba escribiendo.

—Porque serían muchas emociones juntas, para mi pobre hija. Ahora irás a decirle que le he escrito ya y que crees que vendrá mañana por la mañana.

Y haciendo entrar al ayuda de cámara de Leoville le entregó la respuesta.

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