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Capítulo 12

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Diario del doctor avrigny 15 de mayo

«Por lo menos no me separaré de mi hija; se quedarán a mi lado; yo iré a donde ellos vayan y viviré con ellos.

»Proyectan pasar el invierno en Italia, o para hablar con más propiedad, mi prudente previsión les ha sugerido ese propósito. Así, pues, presentaré mi dimisión de médico de cámara y me iré con mis hijos.

»Magdalena es rica y yo también lo soy. ¡Qué puedo necesitar yo, si lo que guardé fue para ella!

»Seguro estoy de que mi partida causará a muchos gran sorpresa y que tratarán de retenerme en nombre de la ciencia, diciéndome que no debo dejar abandonada mi clientela, pero, ¿qué importa?

»Para mí la única persona en quien tengo que pensar es Magdalena; eso no sólo constituye una dicha sino que es además un deber. Mis hijos necesitan de mí y a ellos me debo. Les serviré de cajero; es necesario que Magdalena sea la más deslumbradora entre todas, ya que es la más hermosa, sin que su fortuna disminuya por tal causa.

»Nos procuraremos en Nápoles, en Villa Reale, un palacio cuya fachada dé al Mediodía. Allí mi hija florecerá como una planta lozana restituida al suelo natal.

»Yo dirigiré su casa, organizaré sus saraos, haré el papel de intendente y les descargaré del peso de todos los cuidados materiales que la vida social lleva consigo.

»Sólo habrán de pensar en ser felices y en quererse… Ya es bastante ocupación, después de todo.

»Quiero además que este viaje, que para ambos es de puro recreo, sea provechoso para Amaury y le sirva para adelantar en su carrera; así, sin enterarles de nada, ayer mismo pedí al ministro que le encomendase una importante comisión secreta y mi pretensión fue atendida.

»Todo lo que treinta años de trato con los hombres más eminentes y de observación constante en el orden físico y en el moral me han producido en influencia y en conocimientos, lo pondré a su disposición para que se sirva de ello.

»Y no sólo me propongo ayudarle en el cumplimiento de la misión que le encargan, sino que su trabajo lo llevaré a cabo yo mismo. Sembraré para él a fin de que sólo tenga que tomarse el trabajo de recoger la cosecha.

»Todo lo que yo le doy pertenece a mi hija, como le pertenecen mi fortuna, mi vida y mi pensamiento, que ya le había dado antes.

»Todo será para ellos; yo no quiero reservarme para mí otra, cosa que el derecho de mirar de vez en cuando a Magdalena, escucharla cuando me hable y verla hermosa y satisfecha.

»No me separaré de ella y me olvidaré, como me olvido ya, del instituto, de los clientes y hasta del rey, que hoy ha enviado a preguntar por mi salud. Todo lo olvidaré menos mis hospitales; los demás enfermos son ricos v pueden acudir a otro médico, pero mis pobres no; si éstos no me tuvieran a mí ¿quién los asistiría?

»Y el caso es que no tendré más remedio que dejarles, cuando me vaya con mi hija. Algunas veces me pregunto si tengo derecho a abandonarles; pero no paso a creer que haya nadie en el mundo que tenga sobre mí más derecho que mi hija.

»Parece increíble la facilidad con que dudamos a veces de las cosas más simples. Ya rogaré a Cruveilhier o a Jaubert que ocupen mi lugar.»

16 de mayo.

«Tan felices son que en mí se refleja su júbilo. No dejo de comprender que el aumento de amor hacia mí que en ella advierto no es otra cosa que un desbordamiento del que le profesa a él; pero a veces lo echo en olvido, como quien viendo una representación dramática, llega a imaginarse que presencia escenas de la realidad.

»Hoy le he visto venir tan regocijado que me privé de entrar en la habitación de mi hija para no obligarles a que se hiciesen violencia delante de mí.

»¡Ah! Son tan escasos en la vida estos momentos que, como dicen muy bien los italianos, es un crimen ponerles tasa cuando se tiene la dicha de disfrutarlos.

»Unos minutos después paseaban los dos por el jardín. Este es su edén. En él están más aislados, sin que por eso estén solos; pero abundan los árboles tras de los cuales pueden estrecharse la mano, y recodos en que pueden acercarse el uno al otro.

»Contemplábales yo oculto tras de mi ventana y veía por entre las lilas buscarse sus manos y confundirse sus miradas. También ellos parecían nacer y florecer, como las plantas que los rodeaban. ¡Oh, primavera, juventud del año! ¡Oh juventud, primavera de la vida!

»A pesar de todo no puedo pensar, sin estremecerme, en las emociones, por agradables que sean, que esperan a mi pobre hija. Es tan delicada, y tan débil de cuerpo y de espíritu que una alegría la trastorna tanto como a otros una pena.

»¿Obrará el novio con la prudencia del padre? ¿La tasará ciertas cosas como yo, que le taso el viento que puede perjudicarla? ¿Encerrará a la delicada flor en una atmósfera tibia y embalsamada sin sobra de sol y sin vientos tempestuosos?

»Ese joven fogoso y apasionado puede destruir en un mes con sus locos transportes mi compleja tarea de diez y siete años de cuidado constante.

»Navega pues, supuesto que es preciso, frágil barquilla mía; ve a desafiar la tempestad. Afortunadamente yo seré tu piloto; yo sabré gobernarte y no te abandonaré a merced de las olas.

»¿Qué sería de mi vida, pobre hija mía, si te abandonara yo?

»Pensando en lo delicada y endeble que es tu constitución, siempre creería verte enferma, o amenazada de estarlo. ¿Quién podría decirte a todas horas:—Mira, Magdalena, que ese sol del mediodía quema demasiado.—Mira, que esa brisa nocturna es fría con exceso.—Magdalena, cúbrete la cabeza con un velo.—Magdalena, échate un chal sobre los hombros?

»No; nadie te hablará así. El te amará, pero no pensará en otra cosa que en quererte, mientras que yo pensaré en hacer que vivas.»

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