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EL PRESENTE PRIVILEGIADO QUE VIVIMOS

Vamos a ser nosotros mismos y no lo que otros quieren que seamos. Los que hemos puesto nuestra vida en esta opción de consagración sabemos muy bien lo que queremos ser y cómo hemos de serlo. Sobre todo, vamos sabiendo cada día más cómo no queremos ser. Estamos convencidos del valor de nuestra opción. Una opción que solo puede entenderse desde la fe y desde la seguridad de que el Evangelio es una firme propuesta de vida que conduce a la felicidad. Hay muchas maneras de vivir la consagración hoy, pero no todas serán útiles y valiosas para el pueblo de Dios en el futuro inmediato si se despojan de los valores más constitutivos de su ser o si no saben actualizarse adecuadamente para no quedarse atrás con propuestas trasnochadas y puramente espirituales. La condición profética ha acompañado siempre a la vida consagrada y no podemos alejarnos de ella. Y ser proféticos hoy es vivir en discernimiento continuo para saber adaptarnos a la situación cambiante de los tiempos.

Sentimos la contradicción de ver cómo la Iglesia institucional nos valora en los documentos oficiales y cómo en la realidad de cada día apenas se nos tiene en cuenta. Pero eso no nos desalienta ni nos impide seguir insistiendo en nuestro ideal.

En esta precariedad creciente que nos aborda estamos aprendiendo a distinguir lo esencial de la cáscara. Ya no pretendemos grandes cosas, grandes instituciones, grandes nombres, sino saber estar en nuestro lugar sin dejarnos condicionar por ningún poder fáctico.

Algunos quisieron, a través de nuestra obediencia, convertirnos en serviles para que no resultáramos molestos, pero la vida consagrada está espabilando mucho para poder ser ella misma y tomar sus propias opciones.

Este tiempo nuestro no es tiempo de bajar, sino de subir. Ya lo decía Machado:


¡Qué difícil es

cuando todo baja

no bajar también!


La vida consagrada tiene hoy una misión preciosa y necesaria: mantenerse en vela para proponer horizontes amplios y altos, para colocar en lo alto de la cumbre la bandera de Dios. Sin luchas, sin polémicas, sin imposiciones, pero con la firmeza de quien sabe que, si la vida consagrada no lo hace, tal vez nadie se atreva a proponerlo. Hay una manera de vivir en Dios que solo la vida consagrada ha cultivado con pasión y ha producido muchos frutos valiosos de santidad. Es la opción de poner la vida en Dios, centrada en Dios, configurada por Dios y entregada a él.

El paso detenido

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