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CoolTure 3

Monstruos como nosotros

La civilización es un barniz, una fina película que fácilmente se rasga. O bien por los enemigos de la civilización, que son poderosos y feroces; o bien porque esa pátina apenas cubre la fiera que anida en el interior de cada uno. Las costuras... Lamentamos decir cosas tan obvias. Sí, ya sabemos que esto es un tópico recurrente. Dentro de cada uno hay un niño; dentro de cada uno hay un monstruo. Etcétera.

Desde los cuentos infantiles a las superproducciones de Hollywood, las bestias con aspecto o sentimientos humanos son multitud, son legión. Mandíbulas, garras, zarpas...: todo temible para confirmar que las fieras pueden abatirnos y que son tan temibles como los individuos. ¿Y el demonio? En el diablo pensamos y condensamos todo lo que de odioso hay en nosotros; o todo aquello a lo que no nos atrevemos y abiertamente deseamos.

En los espectros percibimos todo lo que hay de mal hecho, evanescente o turbio en nuestra vida de vigilia. Seres dolientes que pagan una deuda insaldable. Los fantasmas no son espíritus con sábanas, no son tipos que ululan. Son, por el contrario, ánimas sin recubrimiento, inaudibles, individuos que fueron algo y que ahora malviven a la intemperie.

En los seres deformes vemos a unos congéneres mal acabados, toscamente consumados. E incluso consumidos. Vemos a tipos que se nos parecen y que nos deforman. Llevamos siglos −milenios− interrogándonos por la deformidad, la patología, la pésima hechura de tantos y tantos que física o psicológicamente nos pueden, nos agreden, nos entretienen.

Mientras veamos o leamos historias de monstruos, podremos salir indemnes. Leer no provoca gran o grave trastorno. Del mismo modo, contemplar un film no produce tremendas consecuencias. Mientras caminamos con pie firme y no con el mal paso de los zombis, nos sabemos a salvo. Mientras tenemos corporeidad y no somos meros ectoplasmas, nos congraciamos con nuestra condición. Mientras el cascarilleo de huesos es fantasía o simple aturdimiento, nos felicitamos por haber sobrevivido a la fatalidad del camposanto. Mientras el ser informe, hecho de jirones, de carnes tumefactas, sólo es nuestro destino final, nos aliviamos pensando en la suerte de los vivos. La suerte de los vivos. ¡Ja!

Los autores de este libro visitaron recientemente el cementerio de Montparnasse. Numerosas celebridades están allí inhumadas. Desde Jean-Paul Sartre hasta Simone de Beauvoir; desde Durkheim hasta Cioran. Que se sepa, nadie ha conseguido escapar del recinto, nadie ha logrado perturbar el sueño de los vivos. ¿O sí?

Cuando estamos en un cementerio, todo nos parece ornamental y ficticio; todo lo creemos artificioso. Hasta la vida, que se nos antoja una vaciedad. Sin embargo, no hay más allá, no hay un más allá. Hay, por el contrario, un más acá que nos aturde: los muertos conviven con los vivos, los deformes con los apolos, los dionisíacos con los bellos. Ésa es la clave de la cultura fúnebre.

Este libro pertenece a la serie CoolTure. Publicada por Punto de Vista Editores, la obra nos revuelve las entrañas, nos acongoja. Repasamos una nómina de monstruos del Novecientos, principalmente del Novecientos. Examinamos a fieras con piel de cordero. Evaluamos su influencia. La historia cultural no sólo se ocupa de lo realmente vigente o efectivo. También detalla los pormenores de nuestras fantasías.

Hay dos o tres casos de bichos deplorables que han despertado la admiración o el terror del público. Hay varios ejemplos de alimañas que nos acechan. Las asechanzas de los monstruos son acometidas de los indeterminados, de los evanescentes. Pero son también el resto de lo material, de lo visible. La ficción engendra monstruos, pero el horror no lo provocan únicamente las bestias tangibles.

Cuando una odiosa fiera se alza contra uno de nosotros, entonces experimentamos el espanto. Pensamos en la humanidad, coaligada y entera, sintiéndonos solidarios. Pero esa bestia se nos parece. Tiene unos rasgos prácticamente equivalentes y sus zarpas no son tan diferentes de nuestras pezuñas. ¿Nos miramos al espejo y qué vemos?

El monstruo, el extraño que se desconoce, de repente percibe algo o a alguien que le provoca pánico, el pánico de su propia visión, pero que él lo ignora. No sabe que es él mismo, y no lo sabe porque en su solitaria educación nadie le enseñó qué cosa era un espejo...

Más acá hay monstruos

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