Читать книгу Дорога в Эммаус - Александр Веселков - Страница 7

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Han pasado ya más de diez años desde aquel día. El hermano Roger ya falleció. Taizé vive, como siempre lo ha hecho; florece en virtud de todas las contribuciones a la humanidad. Y así como antes, el paso de jóvenes y viejos no ha declinado, mas incluso aumentado. Uno de mis principales recuerdos del hermano Roger está relacionado con un caso de conexión milagrosa. Una vez, luego de un rezo vespertino, vi al hermano Roger alejarse del lugar de rezo de los hermanos, hacia la derecha, a siete u ocho metros de mí. Estaba hablando con alguien, pero no podía escuchar sobre qué estaban hablando. De repente, el hermano Roger sonrío y… un sentimiento de paz (si mal no recuerdo) vino a mí luego de algunos segundos, seguido por otro sentimiento de amor. Este sentimiento nunca dura (Diveyevo fue solo una excepción). La conversación parecía haber terminado; el sentimiento de paz ya se había desvanecido, dejándome con una apacible sensación y con una jovial sonrisa en mi cara. Esta ocurrencia fue única, razón por la que siempre admiro tanto este recuerdo. Nunca había sentido algo semejante. Quizás el canto de esta mañana ha creado un ambiente favorable.

Y estamos aquí en Taizé, otra vez. Tenía planeado visitar la tumba del hermano Roger dos veces, y en ambas ocasiones no pude hacerlo por causas inesperadas. Con el favor de Dios, estábamos invitados a la misa ortodoxa en la Iglesia Romana. La ceremonia fue llevada a cabo por el sacerdote rumano, y se encontraban presentes también varios hermanos de Taizé, así como algunas personas de diferentes creencias. Después de la misa, comencé a buscar la tumba del hermano Roger entre las que se encontraban allí. Impulsado por un cierto tipo de tonta lógica mundana intenté buscarla entre majestuosos monumentos hechos de fino mármol. Sin embargo, no había necesidad de buscarla; estaba parado ante una de las tumbas más modestas de que pudiese imaginar, y de pronto resultó ser que aquella tumba correspondía a la de él.

Estaba junto a otra modesta tumba de otro hermano que había muerto antes que él. La única decoración que tenía era un ramo de flores frescas. Tan pronto como leí el nombre, Frére Roger, comenzaron a caer lágrimas por mis ojos. Traté de detenerlas – habían otras personas alrededor de mí – pero no pude. Lentamente, una ola de bondad y amor, la misma que había sentido en Diveyevo y durante mi última milagrosa reunión con el hermano Roger, me cubrió y finalmente las detuvo.

Cinco minutos después, por alguna razón, decidí irme del cementerio; todavía me sentía feliz, mis ojos estaban humedecidos y mi corazón estaba lleno de amor.

Algunos días después, en la misma misa, volvió a ocurrir lo mismo; lágrimas llenas de gracia y una indescriptible sensación de amor.

Apesar del número de veces que intenté volver a experimentar esta experiencia visitando la tumba del hermano Roger, no pude.


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