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La personalidad

«Toda mi vida no ha sido más que una enfermedad»

Poco sabemos de la infancia y la adolescencia de Grigori Yefímovich Rasputín, aunque sí se ha logrado preservar algún que otro documento. De acuerdo con las pruebas documentales que han sido publicadas en los últimos años, G. Y. Rasputín nació el 9 de enero de 186944 y fue dado de alta, con fecha del 10 de enero de 1869, en el registro civil de la población de Pokrovskoie, distrito de Tiumén, provincia de Tobol.45

El apellido Rasputín consta en el «Listado de familias naturales de la comarca de Pokrovskoie» y sus orígenes se remontan a la segunda mitad del siglo xviii.46 Puede seguirse una línea que parte de Yakov Vasílievich Rasputín, abuelo de Grigori. Al nacer Rasputín, vivían en Pokrovskoie treinta y tres familias procedentes de la mencionada línea que partía de su abuelo. Al margen de los trabajos propios de los campesinos, los Rasputín se dedicaban al transporte de mercancías y a la pesca.47 Hasta donde nos es conocido, en la familia de los Rasputín no hubo enfermos mentales.

El padre de Grigori, Efimi (Yefim) Yákovlevich (1843-1916)48 —«un hombre regordete, peludo y recio»— 49 «a menudo impresionaba a sus convecinos con “charlas ilustradas”, por lo que pasaba por aldeano sabio, que de todo discurría y sabía».50 Cuando construyeron una iglesia en la aldea, Yefim Yákovlevich desempeñó durante un tiempo las labores de encargado de la misma. Según las convenciones locales, se trataba de un hombre acaudalado, toda vez que era dueño de una casa de ocho habitaciones, de diversos enseres para ejercer sus oficios y de una parcela de tierra.51 La madre de Grigori, Anna Vasílievna (aunque Matriona Rasputina la menciona con el patronímico Yegórovna) superaba en tres años la edad de su marido.52

Es imposible afirmar hoy con exactitud cuál era el número exacto de hermanos y hermanas que tuvo Grigori Rasputín. Matriona Rasputina informa de la existencia de Mijaíl, un hermano de Grigori, dos años mayor que éste, que había sido su único compañero de juegos durante la infancia y que murió cuando Grisha había cumplido los ocho años53 (doce según otras versiones).54 Los otros tres hermanos de G. Y. Rasputín, siguiendo también las afirmaciones de Matriona, murieron siendo aún muy pequeños.55 Por su parte, A. V. Chernyshov, quien accedió a los registros de nacimientos de la población de Pokrovskoie, no menciona a ningún Mijaíl y se refiere, por el contrario, a Feodosia, una hermana de Grigori nacida en 1875 y que habría vivido, al menos, hasta alcanzar la edad de doce años.56 A. N. Bojanov precisa, basándose en los mismos registros, que Yefim y Anna Rasputín tuvieron nueve hijos en total, todos ellos, con la excepción de Grigori, muertos antes de superar la niñez.57 Por último, O. A. Platonov, apoyándose igualmente en los registros, menciona a las hermanas mayores de Grigori y a un hermano, dos de nombre Evdokia, una de nombre Glikeria y un chico llamado Andrei, todos fallecidos a tierna edad.58 No es difícil percatarse de que aquí tampoco se menciona al hermano de nombre Mijaíl. Sólo se puede afirmar fehacientemente que Grigori fue el único de los hijos de Anna y Yefim Rasputín que alcanzó la edad adulta, lo que quedó registrado durante el Censo nacional de población realizado en el año 1897.59

La personalidad de Rasputín no fue ajena al trasfondo de las evidentes secuelas que le produjo un trauma de nacimiento.60 Según el testimonio de su madre, a diferencia de su hermano mayor, Grigori era un bebé extremadamente intranquilo, «se revolvía en la cuna, como si quisiera liberarse de los pañales».61 Comenzó a andar a la edad correspondiente, pero no habló hasta los dos años y medio,62 «y cuando comenzó a hacerlo, pronunciaba las palabras con descuido», aunque «no era disléxico» y, de hecho, muy pronto adquirió un elevado volumen de vocabulario.63

Según el testimonio de Matriona Rasputina, su padre jamás destacó por su buena salud.64 «Toda mi vida no ha sido más que una enfermedad ... », apuntaba un melancólico Rasputín en uno de sus escritos autobiográficos.65 La secuela principal del trauma que sufrió Rasputín durante el parto consistía en su escasa capacidad de adaptación al estrés lo que, a su vez, le producía una significativa merma de las defensas propias del organismo. Ello motivó que ya desde su infancia, Rasputín sintiera la necesidad de recibir ayuda psicológica exterior, especialmente, femenina, que le permitiera superar el estrés y los malestares que éste le acarreaba. En una ocasión, por ejemplo, y cuando aún se encontraba convaleciente de una enfermedad y con una fiebre muy alta que no remitía, el pequeño Grigori «vio a una hermosa mujer de la ciudad sentada en su cama que estuvo tranquilizándolo hasta que le pasó la fiebre».66 Más adelante, el propio Rasputín cultivaría esa «curación por apaciguamiento», en particular, cuando le tocó ocuparse de la salud del zarevich Alexei.

Grisha Rasputín se excitaba con facilidad, era extremadamente vivaz y, en el plano emocional, era un niño inestable e intranquilo. «Su comportamiento impredecible sacaba a mi abuela de sus casillas», escribe Matriona, porque «nunca sabía qué esperar de su hijo». «Un día va y se marcha a todo correr al bosque con el corazón destrozado por el llanto y los alaridos de dolor [con motivo de la muerte de su hermano mayor]; y al día siguiente ya está otra vez en casa entrometiéndose con sus juegos en el ir y venir de la gente u oculto en algún rincón, paralizado por algún miedo incomprensible».67

Durante sus años de juventud, Rasputín padeció un insomnio persistente. Padeció de enuresis hasta la edad adulta: «Por las noches me pasaba lo que a los niños, me orinaba en la cama». Sólo después de comenzar a viajar por los «lugares santos» consiguió Rasputín superar esa disfunción.68 También se conoce que Rasputín tenía una memoria sorprendentemente mala —según algunos testigos «obtusa»—,69 una escasa capacidad de concentración, que se comportaba de forma harto alterada, saltando de un tema a otro en las conversaciones, y que era extraordinariamente inquieto, nervioso y poco apto para el trabajo sistemático.

El monje Iliodor, quien le conoció muy de cerca nos ha dejado la siguiente descripción: «no entró, sino que irrumpió [en la habitación] un hombre que se contorsionaba estrambóticamente y pegaba como unos saltos; daba la impresión de que no se trataba de un ser vivo, sino de un hombre, más bien de un hombrecillo de juguete, una marioneta a la que alguien daba vida tirando a la vez y con fuerza de todos los hilos, moviéndole a golpe de sacudidas las piernas, los brazos y la cabeza».70

Iliodor, quien se había propuesto preparar a Rasputín para la carrera sacerdotal, termina pronto constatando desesperado: «Pero si es que es un lerdo, no aprende nada, es más bruto que un tocón».71 En otra ocasión, cuando el obispo Hermógenes sacó el tema de la posible preparación de Rasputín para la imposición de manos, éste estimó mucho mejor echarse atrás: «Le dije rápidamente [a Hermógenes] que yo no podía ni soñar con algo así... Para llegar a ser sacerdote hay que estudiar mucho... Hay que meditar con mucha concentración... Y eso no es para mí... Mis pensamientos son como pájaros del cielo, van de un lado para otro sin que yo pueda impedírselo».72

Rasputín leía muy mal y despacio, escribía torcido y sin el menor respeto por las reglas de la ortografía y la sintaxis. En cuanto a los números, sabía contar sólo hasta cien y de ahí en adelante decía «dos veces cien, tres veces cien», a lo que seguían sus «millares», de los que disponía ya sin orden ni concierto.73 Jamás memorizaba los apellidos de sus numerosos conocidos, y les llamaba con motes —algunas veces bastante ingeniosos— como: Belleza, Estrellita, Mashka, Ronco, Hija, Gobernadora, Lechuguino, Abejita,74 Bella, Magnífico, Joven, Melenudo,75 Ricitos, Viejete, Sorderas, Pañuelito, Viveika, Simochka,76 y otros.

No obstante, sus contemporáneos no dejaban de manifestar su asombro ante el «importante conocimiento que Rasputín tiene de las Sagradas Escrituras y las cuestiones teológicas»,77 y su capacidad a la hora de aplicarse a comentar la Biblia y «penetrar en los entresijos de la casuística escolástica de la Iglesia».78 Nadie dejó de subrayar la inteligencia de Rasputín, ni sus amigos ni sus enemigos.79 P. G. Kurlov, quien fuera comandante del cuerpo especial de gendarmes, reconoció que Rasputín poseía «una comprensión práctica de los asuntos de actualidad, incluso de aquellos que tenían una dimensión de Estado».80

«Su principio fundamental en la vida era la egolatría»

El conflicto interno entre las características «suficientes» y «deficientes» de la constitución psíquica provocado por el trauma de nacimiento constituyó el fondo sobre el que se formó un tipo psicopático de carácter en Grigori Rasputín. Lo más sencillo sería considerar que nos hallamos en este caso ante un «trauma orgánico», ante una psicopatía que fuera consecuencia directa de un trauma de parto, es decir, «orgánico». Sin embargo, no es este el caso, porque las psicopatías orgánicas se caracterizan por el embrutecimiento y la primitivización de los aspectos psíquicos de la personalidad y en ningún caso por la colisión entre «una mentalidad capaz de tener una visión de Estado» y «una memoria obtusa».

El hipnólogo V. Rozhnov emprendió un intento de establecer —aunque de forma más bien aproximada— el tipo de psicopatología de Rasputín y llegó a la conclusión de que se trataba de «una psicopatía paranoica o, quizás, de una psicopatología de índole histérica marcada por una sobrevaloración de las ideas religiosas».81

Antes de intentar responder con mayor o menor exactitud a por qué corresponde dar el tratamiento de psicópata a Grigori Rasputín, qué tipo preciso de psicopatía presentaba y cuál fue el papel que jugó el trauma sufrido durante el parto en su desarrollo, probablemente convenga dedicar unas palabras a las psicopatías en sentido general. A toda persona normal le son inherentes una serie de rasgos de uno u otro signo que permiten establecer cuál es el tipo de su carácter, lo que supone, a su vez, la «ley fundamental» que rige su comportamiento. El carácter de una persona puede ser «histeroide», «esquizoide», «hipertímico», «epileptoide», «conformista», hasta un total de unos quince tipos distintos. Aun cuando el tono psiquiátrico de estos términos pudiera asustarnos, es menester dejar claro que no implica que todos estemos un poco locos. De hecho, lo que esto indica es que en las personas comunes, normales, están contenidas las mismas características, los mismos rasgos de la personalidad, que encontramos en las personalidades patológicas: ser sociable o reservado, avaro o dadivoso, agresivo o apocado, etc. La diferencia sólo estriba en que esas características se manifiestan en forma hipertrofiada en las personalidades patológicas.

En los casos en que los mencionados rasgos de carácter se desarrollan sin rebasar determinado límite, no sólo no obstaculizan, sino que más bien estimulan el desempeño de la persona en la carrera que convenga a sus características psíquicas individuales. Un histeroide, por ejemplo, cuyo lema en la vida suele ser del tipo: «¡Miren cuán maravilloso soy!», podrá realizar cualquier tipo de actividad que le permita concitar la atención general. Podrá intentar convertirse en artista, maestro, guía turístico, etc. Y si cosecha éxitos en su profesión, el histeroide en cuestión puede considerar sin lugar a dudas que ha tenido suerte con su carácter y que sus rasgos de personalidad no rebasan el marco de lo normal.

Por el contrario, cuando el carácter más que favorecer obstaculiza la adaptación social —es decir, el desempeño laboral productivo o el establecimiento de relaciones sociales—, y no sólo en circunstancias determinadas, sino en cada momento y en cualquier situación, entonces corresponde diagnosticar ese carácter como psicopático, es decir, marcado por una extravagancia patológica.

Las manifestaciones psicopáticas se pueden atenuar parcialmente si el psicópata se encuentra rodeado por condiciones que le sean favorables, en el sentido de que permitan «perdonar» los rasgos más vulnerables de su carácter. Por el contrario, si por alguna razón desaparecieran esas condiciones, entonces se produce una «descompensación» y el psicópata comienza a comportarse de forma asocial y destructiva, en primer lugar contra sí mismo. Al margen de las psicopatías orgánicas, los científicos aún no han llegado a un acuerdo respecto a la cuestión cardinal de la psicopatía, a saber, las causas de su aparición, y si se tratan fundamentalmente de patologías adquiridas o condicionadas genéticamente.

Regresemos ahora a la personalidad de Grigori Rasputín, comenzando por establecer su tipo psicopático como «his­teroide». Rasputín era una persona con un tipo de carácter histriónico y exhibicionista, cuyos motivos vitales son los elogios, los aplausos, la gloria, etc. En el caso de Rasputín, los ­rasgos histeroides se manifestaban en una conducta extra­vagante permanente. Todo parece indicar que el desarrollo de la psicopatía histeroide de Grigori Rasputín fue condicionado tanto por las características especiales de la educación que recibió y sus condiciones de vida (era hijo único en una familia patriarcal, «la niña de los ojos», cabría decir), como por toda una serie de padecimientos mentales derivados de un parto traumático: memoria deficiente, una prolongada enuresis, etc.

La presencia de esos trastornos psicopáticos de la personalidad privaba al starets de una adaptación normal a la sociedad y lo empujaba a emprender incesantes aventuras sociales, en particular, al vagabundeo que, en realidad, venía motivado por su incapacidad para trabajar de forma planificada y productiva, así como para establecerse en un lugar específico. El único «lugar de trabajo» en el que Grigori Yefímovich consiguió mantenerse durante un período prolongado de tiempo, aunque sazonado de interrupciones, resultó ser el traspatio de la corte. Sin embargo, esa circunstancia es menos un testimonio de la normalidad del «padre Grigori» que una prueba de la dimensión patológica que afectaba la atmósfera de las «altas esferas» del Imperio ruso durante el último decenio previo al estallido de la revolución.

El carácter histeroide de Rasputín se refleja claramente en su «filosofía ética»: «todos quieren ser “el primero”, pero sólo uno consigue llegar a serlo».82 Pero nadie consiguió una descripción más precisa y sucinta del carácter de Rasputín que George Buchanan, embajador inglés en Rusia: «Su principio fundamental en la vida era la egolatría», escribió.83 El rasgo histeroide más evidente y constante en el carácter de Grigori Rasputín era su gusto por la jactancia. En su esfuerzo por ser en todo momento el centro de atención, y concitar las miradas admirativas de quienes le rodeaban, Rasputín se jactaba ante todo aquel que se le acercara, fueran sus paisanos, sus conocidos, cualquier persona con la que se cruzara por casua­lidad e, incluso, los agentes secretos encargados de su se­guridad.

Si bien codiciaba el interés que hacia su persona pudie-

ra manifestar cualquier mortal, es natural que valorara aún

más la atención que le prodigaban los representantes de la más alta aristocracia y los miembros de la familia del zar que, a su vez, constituía el principal combustible de su permanente jactancia. Con ocasión de una visita de Iliodor, Rasputín le contó excitado: «Antes tenía una choza de nada. Y mira ahora la casa que tengo, el casón que me he agenciado... Esta al­fom­bra cuesta seiscientos rublos, ésa me la mandó la esposa del Gr.(ran) Prín.(cipe) N.84 por haber bendecido su matrimonio... ¿Y ves el crucifijo de oro que llevo? Mira, tiene grabada una “N”. Me lo dio el zar, como signo de distinción... Y este retrato que ves aquí lo encargaron los zares para mí; y los iconos de aquí, los huevos de Pascua, las escrituras, las lámparas... todos me los ha ido regalando la zarina... Y esta camisa me la cosió ella. Y tengo más camisas que me hizo».85 No es difícil advertir que al jactarse de sus posesiones, lo que quería mostrar no eran tanto sus riquezas materiales, como la significación y la influencia que él mismo tenía como persona y la «adoración» de que era objeto por parte de los distinguidos donantes de las mismas.

El más valioso de los motivos de orgullo era su gran poder sobre los zares. Cuando Anna Vyrubova, la dama de compañía de la zarina, se postró de rodillas ante él en presencia de Iliodor, Rasputín le explicó al monje: «Es que Annushka es así. Y en cuanto a los zares, ¿qué te voy a contar?... A Papá [Nicolás II], por ejemplo, le cuesta seguir todo lo que digo, porque se pone tan nervioso, le da tanta vergüenza... y Mamá [Alexandra Fiodorovna] me dice: “soy incapaz de tomar ninguna decisión, Grigori, sin haberte consultado antes; siempre te lo consultaré todo... Aunque el mundo se levante contra ti, yo no te voy a abandonar y no voy a escuchar los argumentos de nadie”. Y el zar, cuando escuchó eso, levantó los brazos y se puso a gritar: “¡Grigori! ¡Tú eres Jesucristo!”».86

La extensión natural del dominio espiritual que ejercía sobre los zares se tradujo en influencia política, tan «material» y efectiva como los regalos que recibía, de la que el starets Grigori no perdía jamás la ocasión de ufanarse. Al mostrarle al propio Iliodor el proyecto de cierto manifiesto que le había remitido la zarina, Rasputín apuntó lo siguiente: «Esto me lo envió Mamá para que verificara si está bien escrito o no; me lo mandó para que yo le diera el visto bueno y se lo di... y sólo entonces lo promulgaron».87 «Me llaman el monaguillo de los zares», añadió. «Poca cosa parece un monaguillo, ¡pero qué grandes cosas hace!».88 «¡Nada me cuesta despojar de su cargo a cualquier ministro! ¡Y después voy y pongo en su lugar a quien me parezca!».89 «Puedo poner de ministro a un perro pinto, si me viene en gana! ¡Fíjate en todo lo que puede hacer Grigori Yefímovich».90 «¡Puedo hacer lo que quiera!».91

Al mismo tiempo que se dejaba embriagar por su extraordinaria influencia, Rasputín se mostraba bastante escéptico con respecto a los poderes públicos, convencido de que «el poder estropea el alma... la aplasta bajo su peso».92 «Por ahora nada necesito conseguir para mí», declaró en una ocasión. «Pero cuando me vaya haciendo mayor, y comience a pecar un poco menos, entonces me haré obispo».93

No parece que esta declaración evidencie ninguna hipocresía o contradicción interior. Lo que Rasputín buscaba no era el poder como tal, en el sentido de la ocupación de una función social cuya autoridad de mando fuera significativa, como la posibilidad de continuar «pavoneándose» eternamente, sin encontrar ninguna limitación, ya fuera de tipo vertical (administrativa) u horizontal (social).

Zinaida Hippius consiguió describir con gran exactitud el método que subyacía al comportamiento del starets al escribir: «Si intentamos expresar con palabras qué era exactamente lo que buscaba Rasputín, habría que formularlo aproximadamente así: “Quiero vivir a mi arbitrio y, por supuesto, colmado de honores. Que nadie se interponga como obstáculo y que yo pueda hacer lo que me venga en gana. Y los demás que se suban por las paredes viéndome actuar...”. Hasta los deseos más modestos de ese peregrino ruso adquirían, en su fuero interno o, incluso, “al natural”, unas proporciones homéricas, cuando no rebasaban toda proporción».94

«Siempre exige que le prodiguen una atención exclusiva»

Rasputín no podía sentirse a gusto sin llamar en todo momento la atención de alguien, una atención que terminase transformándose en admiración o idolatría. Las seguidoras del starets «hacían guardia» a su alrededor sin descanso: «Había quien le hacía tiernas caricias en la nuca, quien recogía las migas de su barba para comerlas con veneración. Otras muchas se dedicaban a beber o comer lo que el starets había dejado en copas y platos. Y entretanto, él permanecía con los ojos cerrados en un estado de total languidez».95

«Siempre exige que le prodiguen una atención exclusiva y es muy aprensivo», recordaba una de sus allegadas.96 Y, en efecto, cuando Rasputín se percataba de que, estando él presente, la atención se centraba en otra persona, daba muestras de encontrarse «fuera de sus casillas». En una ocasión en que el obispo Hermógenes estaba dirigiendo un servicio religioso, y al percatarse Rasputín de que las miradas de todos los presentes se concentraban en la pintoresca figura del predicador, se encaramó a un escalón y «se irguió en una postura muy forzada, colocó sus manos sucias sobre las cabezas de las mujeres que estaban de pie delante de él, levantó el mentón de manera que la barba adquirió una posición casi perpendicular a la posición natural de su rostro y paseó su mirada sombría alrededor, mientras el brillo opaco de sus ojos parecía decir a los presentes: “Pero qué hacéis escuchando a Hermógenes, a un obispo; mirad a este sucio campesino; alguien que os acaba de devolver a vuestro padrecito [poco antes Rasputín había intercedido ante el zar en favor de Iliodor, que había caído en desgracia]; él es dueño del poder para perdonar o castigar a vuestros padres espirituales».97

Pero también podía suceder que, aun a pesar de todos sus esfuerzos por hacerse notar, alguien lo ignorase tozudamente. Al encontrarse en esas situaciones, el starets se ponía al borde de un ataque de nervios. En una ocasión, Grigori e Iliodor coincidieron en el compartimiento de un tren con A. I. Guchkov, hombre de extraordinaria energía y circunspección, miembro de la Duma y líder del partido de los octubristas. A. I. Guchkov, que era un hombre violento y entregado sin descanso a la tarea de desenmascarar al «disoluto starets», no prestó esta vez ninguna atención a Grigori Rasputín, que intentaba a toda costa entablar una conversación con él, limitándose a llamarlo desdeñosamente «campesino basto», a la vez que se puso a conversar gustosamente con Iliodor. Entonces se produjo en Rasputín una reacción inimaginable. Se puso extremadamente nervioso, se agitaba en el mullido banco del compartimiento, y de pronto pegó un salto, asió el banco con las manos, subió los pies y los rodeó con sus brazos, se hundió en un rincón, lanzó una mirada furiosa, se recogió todo el cabello hasta taparse con él el rostro, comenzó a mesarse la barba y a musitar moviendo apenas los labios: «¡Un campesino, sí! Un campesino de nada, pero me reciben los zares... ¡Me reciben y además se inclinan ante mí!... ».98

Resulta curioso que Rasputín reaccionase con la misma fuerza ya le ignorase una personalidad relevante o la persona más insignificante. En Tsaritsin entabló una encendida disputa con una anciana apellidada Tarakanova, en cuya casa se alojó, porque ésta no lo habría «respetado» al mismo nivel que a Iliodor y a Hermógenes al ofrecer la vasija para que se enjuagaran las manos: «Si a mí los zares me lavan ellos mismos las manos, me traen el agua, la toalla y el jabón... ¡A ver si no me vas a respetar tú! No volveré a beber de tu té. Me has ofendido. A unos vas y los tratas con delicadeza y a mí me vienes con éstas... ».99

Aun así, Rasputín no se consideraba a sí mismo una persona rencorosa y vengativa, ni lo era objetivamente. Carecía totalmente de la voluntad «fisiológica» de «perjudicar al prójimo», de hacerle daño o, incluso, de destruir a quienes le ofendían: «No sirvo yo para las perrerías. No soy de los que hacen el mal: desde siempre los hombres me han dado una pena enorme».6 100 En cuanto conseguía un testimonio de arrepentimiento o recibía una disculpa, se calmaba de inmediato. Sin embargo, con tal de conseguir sus propósitos, podía actuar de forma bastante ruidosa y atemorizante. En una ocasión, puesto que «no lo querían las señoritas de Moscú», comenzó a destrozar una vajilla con todas sus fuerzas y, mientras lo hacía, según relató un testigo, «infundía pavor»: «La frente se le cruzó toda de arrugas. Sus ojos echaban chispas y su cara adquirió una apariencia verdaderamente salvaje. Daba la impresión de que en cualquier momento podría desatarse una ira incontenible que destruiría todo a su paso». Pero en cuanto las «señoritas» lo rodearon, Rasputín «comenzó enseguida a cambiarse de ropa delante de todo el mundo. Las damas le asistían, le alcanzaban las botas... Y Rasputín, de muy buen humor, entonó una canción y se puso a restañar los dedos marcando el ritmo».101

No todas las protestas y antojos iban acompañados de ataques de ira. Habiendo sentido celos de una de sus conocidas, Rasputín reclamó papel y tinta y su voz se abrió paso para dictar una nota entre torrentes de sollozos: «Le voy a contar a la Elegantilla [se trata de otra de las mujeres de su entorno: E. Dzhanumova] todo lo que has hecho; ella me comprenderá y se apiadará de mí». En la misma carta consignaba que «le caían las lágrimas», «su alma sollozaba», etc.102

También resulta curioso que cuando Grigori encontraba una firme resistencia a su desparpajo o su descaro, cambiaba inmediatamente de talante y comenzaba a ceder, dejando al descubierto un desconcierto profundísimo y un pavor y una impotencia genuinamente femeninas. En una ocasión, la esposa de un comerciante de Tsaritsin, a la que Rasputín besó sin tener antes la precaución de prevenirla del ósculo, «levantó su enorme y poderoso brazo y le propinó una bofetada con todas sus fuerzas». El starets «se quedó de una pieza ... , salió corriendo al portal de la casa», y allí permaneció largo tiempo a la espera de Iliodor, sin atreverse a volver a entrar a la casa donde estaban sirviendo el té. «Habrase visto que canalla», se quejó más tarde Grigori, «¡la fuerza con que me ha atizado!».103 En otra ocasión, una de sus conocidas, a la que el starets había ofendido, le gritó que era un «bribón y una carroña», a lo que éste levantó un pesado sillón de roble para golpearla, pero viendo antes que la mujer empuñaba una pistola, cejó de inmediato en su empeño y se puso a dar lastimosos alaridos: «¡Ay, ay, ay! ¡No me mates! No incurras en ese pecado, piensa un poco, piensa. ¡Acuérdate de tu hijita! ¡Acuérdate de tu pequeña! ¡Vas a desgraciarla, la dejarás huérfana y a tu marido le vas a destrozar la vida! ¡Déjalo, pues! ¡Déjalo! ¡Guarda el arma!». Mientras hablaba de esta guisa, la voz de Rasputín se hacía cada vez más entrecortada y subía de tono, hasta que al final y para su enorme sorpresa, la mujer que había sido agredida por el starets fue incapaz de encontrarlo, porque éste se había escondido debajo de la mesa y «se protegía la cabeza con los brazos».104

Sin embargo, las reacciones más drásticas de Rasputín, incluyendo manifestaciones somatovegetativas, se producían cuando alguien intentaba chantajearlo amenazando con desacreditarlo ante los ojos del zar y la zarina: «El sudor... le caía a mares. No podía estarse quieto. Después se disculpó para ir a hacer aguas menores. Se ponía de pie, caminaba, se sacudía, se reía para sí... volvió a sacudirse, soltó una carcajada y comenzó a mesarse la barba y a mordisquearla, sudaba extraordinariamente, tanto que se veían claramente las gotas de sudor en la nariz y las mejillas... ».105

En las situaciones en que todo transcurría favorablemente y se veía convertido en el centro de atención de una audiencia predispuesta a su favor, Rasputín, literalmente, se transformaba. Hasta el propio Iliodor, cuyo odio hacia el starets era manifiesto, se vio forzado a reconocer que, con ocasión de un discurso de despedida ante sus seguidores que habían acudido a la estación de trenes a despedirle, «Grigori me dio la impresión de ser un ente etéreo y que en cualquier momento iba a despegarse del basto e improvisado pedestal al que se había subido y echaría a volar... El viento le agitaba ligeramente el cabello y la barba recién lavados, que oscilaban con gracia de un lado a otro, como si tropezaran a propósito y jugaran a enmarañarse. Habló con voz entrecortada, firme y sonora. Su discurso estaba transido de gravedad y de fuerza».106 Incluso otro de los detractores de Rasputín, el publicista M. O. Men­shikov, confirmó su habilidad para causar una profunda impresión en sus oyentes: «Es un filósofo natural, surgido del fondo del pueblo; un hombre prácticamente analfabeto, pero buen conocedor de las Escrituras, alimentado de todo tipo de cuestiones eclesiales, imbuido de ellas, cual un disco de gramófono y, encima, dueño de un pensamiento animado por un encanto natural. Algunas de sus manifestaciones me sorprendieron por su originalidad e, incluso, por su profundidad. Así hablaban los oráculos antiguos o las pitonisas entregadas a su delirio místico: algo sustancial emergía de aquellas palabras enigmáticas, algo absurdamente sabio».107

Pero Rasputín se mostraba todavía más inspirado y expresivo cuando se entregaba al baile: «Se bebió la copa de un trago, la arrojó al suelo y salió a bailar chillando y soltando alaridos con total desenfado... Se entregaba al baile por entero, como poseído y ganado por la violenta alegría de los elementos. Los taconazos, los alaridos, los chillidos, la música de las balalaicas y el crujido del vidrio de las copas rotas generaban la impresión de que todo giraba alrededor de R[asputín], como si de un vórtice se tratara, y su camisa se entreveía apenas flotando entre la bruma... Súbitamente, se acercó corriendo a mi mesa, me alzó por encima de ella y hasta de sí mismo desde el diván que yo ocupaba, me colocó en el suelo, al borde del ahogo, y me gritó: “¡A bailar!”». En otra ocasión «saltó como un relámpago de su silla y tras dar un golpe de palmas se puso a gritarme: “Ay, señora mía... yo me cago en el consistorio, y al hijo de perra de Pitirim 108 lo convertiremos en metropolita, ay, señora mía, a mí qué me importa el Sínodo, qué me importa Samarin,109 yo sé muy bien lo que diré... Qué me importa a mí la catedral, ni una higa doy por la iglesia, y el patriarca... ése a tomar por saco; ¡con Pitirim harán lo que yo les diga!”».110

Borís Almazov, quien estuvo presente en una sesión de bailes protagonizada por Grigori, observó cómo «Rasputín se colocó las manos detrás del fajín y salió a bailar de improviso... moviéndose monótonamente, mientras marcaba el ritmo con el pie derecho». Pero cuando poco después actuó el bailarín profesional del Teatro Mariinsky Alexandr Orlov, «Rasputín pidió más música y la emprendió otra vez con el baile intentando imitar los pasos y las figuras de Orlov. Lo cierto es que no lo hacía demasiado bien pero sí logró aprender algunos de los pasos y se pasó un buen rato repitiendo lo que había conseguido imitar de las evoluciones de Orlov, esforzándose por imitarlo y consiguiéndolo cada vez con más acierto. Pero cuando concluyó “su segunda actuación”, Rasputín consideró que su deber era elogiar a Orlov: “Bailas muy bien, ¡sí que bailas bien! ¿¡Cómo es que yo no sabía nada de ti!? ¿Dónde bailas?”». Y no terminó ahí el duelo entre bailarines. Después de que Orlov terminara de hacer sus pasos y figuras sobre una mesilla, lo cierto es que esta vez de forma más contenida, Rasputín se lanzó a su tercera actuación de la noche, no deseando quedarse a la zaga del bailarín profesional, pero terminó desplomándose desde la mesilla. Incluso en el suelo «continuó bailando, con mayor celo aún, pegaba unos saltos salvajes, que le hacían caer sentado, taconeaba con fuerza y avanzaba ayudado de los talones y, entretanto, gritaba: “¡Abran paso!... ¡Me encanta bailar!... Así, así”. Y, de pronto, dirigiéndose al bailarín Orlov, le dijo: “A ver. Sal tú a bailar. Bailemos los dos, a ver quién aguanta más tiempo...”, para dejarse caer sin fuerzas en el sofá inmediatamente después de lanzar el reto».111

«Es un actor, pero no un bufón»

Según el testimonio del antiguo director del Departamento de policía S. P. Beletski, «Grishka, el profeta» era «a la vez ignorante, elocuente, hipócrita y fanático, un santo y un pecador, un asceta y un mujeriego, y en todo momento un actor».112 Según el escritor N. N. Evreinov se trataba «a pesar de sus pocas luces» de una persona «de gran talento y hábil ... ; de un actor innato, capaz de comprender perfectamente no sólo el valor escénico de la llamativa vestimenta de “profeta campesino” que llevaba (todas aquellas camisas bordadas, de colores crema, azul y carmesí, las botas de piel suave hechas a medida, los fajines con sus borlas, etc.), sino también el valor de su especial “discurso divino”, que le asemejaba a un “profeta”».113

La ya aludida manera de expresarse de Rasputín merece que hagamos un alto en el camino. En 1893, es decir, en el momento de su «alumbramiento espiritual» (a la edad de veinticuatro años), Rasputín se apartó de la jerga común para comenzar su «curiosa prédica». Generalmente, ésta se constituía de frases de las Escrituras, sin ningún nexo de unión entre sí, trufadas de opiniones del propio Grigori.114 «Solía hablar poco y se limitaba a pronunciar frases cortas, entrecortadas y, en ocasiones, incomprensibles. Y todo el mundo tenía que prestarle una enorme atención, porque tenía en muy buena opinión sus propios pensamientos».115 «A veces hablaba con frases incomprensibles, sin preocuparse demasiado por su significado, ya que sus seguidoras se encargaban después de encontrárselo».116 Rasputín hablaba «saltando de un tema a otro ... Contaba algún episodio de su vida, después pronunciaba alguna sentencia de contenido espiritual, sin relación con el tema que venía desarrollando y, de pronto, comenzaba a hacer preguntas a alguno de los presentes ... Después se ponía en pie de un salto y decía: “Sé lo que estás pensando, querida...”». 117«Jamás pronunciaba una frase clara y comprensible. Omitía siempre el sujeto, o el predicado, o algún otro elemento de la oración. Por eso transmitir sus palabras es absolutamente imposible, tanto como comprenderlas si se anotan literalmente».118 «Me describe un cuadro patético de los padecimientos que la guerra inflige al pueblo ruso, utilizando frases cortas, inconexas y desplegando un amplio abanico de gestos ... Y, después, me suelta de sopetón: “Tontos hay en todas partes...”. A continuación regresa al tema original, a la necesidad de aliviar los sufrimientos del pueblo. Seguidamente, besa a la señora O., me aprieta a mí contra su pecho y sale a grandes zancadas dando un portazo tras de sí».119

Es lógico que, a estas alturas, surja una pregunta: ¿no habrá sido Rasputín un demente, es decir, una persona que presentaba graves alteraciones de todos sus procesos psíquicos? Esta pregunta sólo admite una respuesta negativa, toda vez que en aquellas situaciones en las que a Rasputín no le resultaba provechosa una actitud deliberadamente «sonambulesca», podía mantener una conversación perfectamente razonable. Así, por ejemplo, habiendo averiguado con toda sensatez y «de forma exhaustiva todo lo que le interesaba acerca de mi persona», recuerda F. Yusúpov, «Rasputín comenzó a proferir toda una serie de frases entrecortadas y carentes de sentido acerca de Dios, el amor fraterno ... las mismas palabras que ya le había escuchado cuando le conocí hace cuatro años».120 Con respecto a la desquiciada jerga que Rasputín utilizaba a propósito en las cartas y telegramas que escribía a los zares, el historiador M. N. Pokrovski afirma: «Es imposible que el “hom­bre de Dios” no fuera capaz de expresarse de forma comprensible a su manera, a la manera de los campesinos, pero tanto a él mismo, como a sus seguidores, hacer uso de la forma de expresión habitual les hubiera parecido una renuncia al ritual».121 El propio Grigori explicó que «la gente, cuanto menos comprenda algo, más valor le da».122

«Dotado de una inteligencia campesina», anota D. D. Isaev, Rasputín «captaba fácilmente el estado de ánimo de quienes le rodeaban, se orientaba rápidamente en la situación (principalmente, a nivel inconsciente), solía actuar “para la galería”, y encontró con toda precisión su espacio como excéntrico, cuya función era exagerar, gemir, farfullar, maldecir y repartir bendiciones. Al mismo tiempo, el carácter incomprensible y fragmentario de sus manifestaciones y la deliberada incorrección de su discurso solían beneficiarle, y se aprovechaba de ello. Los “poderosos de la tierra” se escuchan más a sí mismos que a los demás y de todo cuanto escuchan sólo destacan las palabras que parecen reflejar sus propios pensamientos e intenciones, que proyectan sobre el abracadabra de los profetas, de manera que éstos adecuan fácilmente su comportamiento, atendiendo cuidadosamente a las reacciones que éste provoca. El histrionismo, el exhibicionismo y la premeditación, que son características de las personalidades histéricas, favorecen en gran medida esos procesos».123

La realidad es que sólo cuando la situación exigía la máxima precisión y argumentación a la hora de expresarse —como sucedió, por ejemplo, cuando el hijo de Rasputín fue llamado a filas en 1915—, el discurso del starets se veía despojado de inmediato de cualquier matiz «esotérico».124 Es cierto que Dimitri Rasputín terminó siendo declarado apto para el ejército, pero su padre se las apañó para que lo destinaran a un puesto seguro: acabó al servicio de la emperatriz en el tren hospital que ésta organizó.125

Rasputín tenía una capacidad extraordinaria para orientarse en las más diversas situaciones y jugar los papeles más disímiles, según lo exigiera la coyuntura. Encontrándose, por ejemplo, en la «eminente compañía» de personas a las que apenas conocía «de pronto, se transformó»: «Se comportó durante la cena de forma harto contenida y con gran dignidad. Bebió abundantemente, pero en esta ocasión el vino no ejerció ningún poder sobre él y hablaba despacio, como sopesando cada palabra».126 «Cuando quería, se mostraba más atento y mesurado que de costumbre, y si se encontraba en sociedades o situaciones distintas a las habituales “no perdía el tono”, como suelen decir los artistas».127 Según el testimonio de P. G. Kurlov, antiguo comandante del cuerpo de gendarmes, en un encuentro que tuvo con Rasputín éste se comportó «de forma muy contenida y no sólo inhibió cualquier manifestación de fanfarronería, sino que ni siquiera hizo la menor alusión a sus relaciones con la familia imperial».128

Ante un público aristocrático, especialmente si estaba conformado por representantes de la mitad femenina de la aristocracia, Rasputín se convertía en otra persona. «La liberalidad y la familiaridad del trato»,129 «la descarada soberbia de sus discursos y su cínico libertinaje en materia moral»,130 el exhaustivo y retador escrutinio al que sometía a quienes le rodeaban,131 así como el uso indiscriminado del «tuteo»132 son los elementos que conformaban una capacidad de generar asombro, de rasgos agresivos y plebeyos, que granjeaba a Rasputín, al encontrarse en compañía de los miembros de la aristocracia, un éxito instantáneo. «En los salones aristocráticos se comportaba con un descaro insoportable ... Les trataba [a los aristócratas] peor que a los lacayos o a las criadas. Por los motivos más nimios, reñía a las damas aristocráticas de forma tan inadecuada y utilizando palabras tan soeces que hubieran hecho ruborizarse a un mozo de cuadra. En ocasiones, su descaro alcanzaba cotas indescriptibles. A las damas y jóvenes de abolengo les hablaba sin ningún tipo de ceremonia, sin que la presencia de sus esposos o padres le cohibieran en absoluto. Su comportamiento hubiera escandalizado hasta a la prostituta más experimentada».133

Rasputín comprendió enseguida cuál era el «talón de Aqui­les» de la alta sociedad rusa, completamente imbuida de una eslavofilia de corte romántico, y a la que los sucesos de los años 1905-1907134 dieron un susto de muerte, «le encantaba... pelearse con los aristócratas y burlarse de ellos; los llamaba perros y afirmaba que por las venas de cualquier aristócrata no corría ni una gota de sangre rusa».135 Habiendo sido invitado por primera vez a una comida en casa de la condesa S. S. Ignatieva, promotora y anfitriona de un célebre salón conservador de San Petersburgo, y una mujer «desequilibrada y de escasas luces»,136 ésta contradijo a Rasputín en una conversación acerca de la perspectiva de que Iliodor, entonces amigo del starets, fuera sometido a un destierro forzoso en Minsk. Entonces, Rasputín «acercó su rostro al de la condesa, llevó su dedo índice hasta la nariz de ésta y amenazándola con el dedo, con voz entrecortada y el aliento sobresaltado, le espetó: “¡Que te calles! ¡Chitón! ¡Grigori te está diciendo que Iliodor permanecerá en Tsaritsin! ¿Lo has comprendido? ¡Y no te creas más de lo que eres en realidad: una cualquiera!”».137

Merced al extraordinario talento histriónico del que hacía gala, en muchas ocasiones Rasputín conseguía predisponer en favor suyo incluso a aquellos que habían comenzado por mantener una posición crítica hacia él y, con el paso del tiempo, habían terminado formando parte del bando de sus más fervientes y convencidos detractores. Uno de esos casos fue el del célebre romántico ortodoxo, «místico, asceta y anacoreta»,138 rector de la Academia espiritual de San Petersburgo, el archimandrita Feofán, precisamente gracias a cuya recomendación accedió Rasputín a los palacios imperiales el 1 de noviembre de 1905. Esta es la manera en que, la víspera de aquel día, Feofán fundamentó su fatal recomendación: «Grigori Yefímovich ... es un campesino y un analfabeto. Será de utilidad escucharlo, porque es la tierra rusa la que habla por su boca. Conozco todos los reproches que se le hacen. Y conozco sus pecados. Sus pecados incontables y, en su mayor parte, repugnantes. Pero la angustia que hay en él es tan inmensa y tan ingenua es su fe en la misericordia divina que estoy seguro de que le espera la salvación eterna. Tras cada uno de sus arrepentimientos, emerge puro como un infante recién salido de la pila bautismal. Dios no le escatima Su gracia».139

En 1909, cuando por iniciativa del propio Feofán, que ya comenzaba a «sospechar» algo extraño en el starets, se convocó un tribunal arbitral con presencia de autoridades eclesiales; sorprendentemente Rasputín consiguió justificarse del todo,140 demostrando a los malhadados jueces que «todo cristiano debe prodigar ternura a las mujeres», toda vez que «la ternura es un sentimiento cristiano».141 La verdad es que resulta difícil imaginar los niveles de histrionismo y brillantez escolástica que tuvo que desplegar para predisponer a su favor a todo un concilio de moralistas profesionales, que habían acudido a la reunión animados por el firme propósito de confinar a Rasputín en un monasterio.

«Es un actor, pero no un bufón», reconoció Borís de Nikolskoe, uno de los cientos de detractores del starets.142 La teatralidad constituía el sentido de la vida del «padre Grigori» o, mejor, el elemento en que ésta se desarrollaba. No se trataba, por lo tanto, de una mera simulación carnavalesca e insensata o de una hipocresía banal y egoísta. Rasputín no se limitaba a «representar un papel», sino que era capaz de vivir en él de una manera tan plena que nadie, salvo él mismo, pudiera reprocharle la dimensión teatral de su comportamiento.

El obispo Hermógenes, quien fuera primero su protector y después enemigo acérrimo, recordaba a su muerte: «Creo que al principio hubo en Rasputín un fulgor divino. Tenía la agudeza necesaria para penetrar en el interior de la gente y sabía mostrar conmiseración, cosa que, a fuer de ser sincero, hube de experimentar en mi propia persona, pues en más de una ocasión fue capaz de aliviar mis padecimientos espirituales. De esa manera me conquistó a mí y, al menos, en los inicios de su carrera, también a otras personas».143

¿Se concebía a sí mismo como un «simulador»? Sí y no. Se producía una suerte de fusión entre la imaginación de Rasputín y la realidad, si bien aún en los momentos de fusión más sincera entre la persona y la imagen que él había creado de sí, permanecía una frontera, apenas perceptible, que delimitaba y separaba lo interior de lo exterior, la esencia, de la representación. El permanente estado de interpretación de papeles e intercambio de máscaras no ocurría a un nivel exclusivamente inconsciente. De ello da buena fe el consejo que Rasputín dio a Nicolás II en un momento en que el zar estaba muy preocupado por cómo «poner freno» a un demasiado insistente P. A. Stolypin: «Cuando venga a verte con un informe así muy rimbombante, tú coge y sal a recibirlo con la camisa más sencilla que tengas». Si hemos de creer el testimonio de Iliodor, «el zar así lo hizo» y le dijo paternalmente al Primer Ministro que «Dios mismo vive en la sencillez», a lo que P. A. Stolypin, que evidentemente adivinó el origen de semejante transformación en el zar, «se mordió la lengua e incluso se encorvó ligeramente».144

«En cuanto le veía, caía víctima de un total abatimiento»

Fundamentalmente, a Rasputín le resultaban imprescindibles sus dotes histriónicas para influir sobre la psique de la gente. Y si bien jamás recurrió a la hipnosis total o parcial, en el sentido pleno del término, la capacidad de sugestión del starets era claramente perceptible. «A veces, cuando le miraba a los ojos», recordaba F. Yusúpov, «me parecía que ... estaba poseído por algún “demonio” interior ... Esa apariencia “demoníaca” confería a sus palabras y acciones una contundencia especial, y por ello las personas que carecían de sólidos fundamentos espirituales o de una voluntad firme, se sometían fácilmente».145 «La fuerza que posee», escribe Iliodor, «que el propio starets denomina ... “electricidad”, emana a través de sus manos y especialmente ... a través de sus ojos. Con esa fuerza es capaz de someter a cualquier espíritu débil e impresionable».146 «Rasputín es uno de los hipnotizadores más poderosos que yo haya visto en mi vida», señala el ex ministro del Interior A. N. Jvostov, quien hace un uso no muy propio del concepto hipnotizador, como veremos a continuación. «En cuanto le veía, caía víctima de un total abatimiento ... Rasputín ejercía una impresión sobre mí».147

Existen documentos que acreditan que, a principios de 1914, Rasputín tomó varias lecciones con Guerasím Dionísievich Papnadato, un hipnotizador afincado en San Petersburgo.148 No obstante, difícilmente esas lecciones pudieron añadir algo esencialmente nuevo al rico y ya sobradamente probado registro con que contaba Rasputín para sugestionar a quienes le rodeaban. Las más tempranas manifestaciones de las extraordinarias facultades «extrasensoriales» de Rasputín datan del primer período de su infancia, cuando, si hemos de creer el relato de su padre, era una suerte de veterinario milagrero que trataba por «sugestión» a las reses que enfermaban (según el testimonio de su hija Matriona Rasputina, esos poderes milagrosos de su padre decayeron repentinamente tras la muerte de su hermano Mijaíl).149 Efimi Rasputín, entretanto, «consideraba que todo aquello era obra del diablo y, aunque no era un hombre religioso, se cuidaba de persignarse para ahuyentar las desgracias».150

Rasputín, por su parte, sí estaba convencido de que tenía un «poder» espiritual peculiar. «Y comprendí que había una fuerza enorme dentro de mí. Y que yo no tenía poder sobre ella. No podía esconderla. ... Dios mío, mi Salvador, me has elegido en Tu Gracia así como me has dado de tus frutos».151 Asimismo, V. Rozhkov consideraba que Rasputín poseía «dotes intuitivas para penetrar en la psicología de la gente, así como facultades hipnóticas innatas».152

Llegados a este punto, es menester hacer un par de comentarios. En primer lugar, conviene hablar más bien de facultades «de sugestión» y no «hipnóticas», cuando se trata de Rasputín. En segundo lugar, éstas distaban de ser efectivas con todo el mundo. «Mira, voy y te toco y ¿qué es lo que sientes?», le preguntó una vez a Iliodor. Y éste, que confesará no haber sentido absolutamente nada, respondió maliciosamente: «Ohhhhh, impresionante... ».153 Ante esa respuesta, Grigori se excitó sobremanera: «¡¿Lo ves?! ¡¿Lo ves?! Es lo mismo que con ellos [los zares], y a ellos los toco de otra manera, por todos lados, cada vez que me invitan a palacio».154

P. G. Kurlov no observó en Rasputín «el menor signo de poderes hipnóticos».155 Apenas «unos pocos ardides de hipnotismo que habría aprendido»156 fue lo que apreció V. N. Kokovtsov, quien sustituyó a P. A. Stolypin en el puesto de presidente del Consejo de ministros: «Cuando R[asputín] entró en mi despacho y tomó asiento ... estuvo largo rato sin sacármelos [los ojos] de encima ... Al cabo de un rato, echó atrás la cabeza bruscamente y comenzó a mirar detenidamente el techo, siguiendo la línea de la cornisa, después hundió la cabeza en el pecho y se entregó al estudio del suelo sin pronunciar palabra. Tuve la impresión de que aquella absurda situación podía eternizarse y, al final, me dirigí a él y le dije: “Usted quería verme y aquí me tiene. ¿Qué es lo que se proponía decirme? Es que así podríamos estar aquí hasta el amanecer”. Entonces Rasputín sonrió forzada y estúpidamente y farfulló: “Si no era nada, sólo estaba aquí mirando lo altos que son estos techos”».157

Veamos también qué es lo que consignan otros testimonios de personas con un perfil psíquico sólido y una estabilidad emocional menos dúctil que la de Kokovtsov. P. A. Stolypin, por ejemplo, escribe: «[Rasputín] me recorría con sus ojos blancuzcos... pronunciaba no sé qué fragmentos misteriosos e inconexos de las Sagradas Escrituras, agitaba los brazos de forma harto desacostumbrada, y yo sentía cómo me ganaba una repugnancia insuperable... Pero, al mismo tiempo, comprendía que de ese hombre emanaba una gran fuerza hipnótica y que ejercía sobre mí una impresión muy fuerte, que por muy grande que fuera la repugnancia que me producía, tenía un carácter moral».158 M. V. Rodzianko, por su parte, relata que «[Rasputín] se volvió hacia mí y me examinó con la mirada. Primero estudió mi rostro, después bajó los ojos al pecho, como auscultándome el corazón, y los volvió a subir y me miró fijamente a los ojos. Así se mantuvo durante unos instantes. Personalmente, soy inmune a los efectos de la hipnosis, como he tenido ocasión de comprobar en innumerables ocasiones, pero aquí me estaba topando con una fuerza desconocida de un potencial enorme».159

Al mismo tiempo, el propio Rasputín poseía una voluntad extraordinariamente poderosa, una «suerte de fuerza interior»,160 y quienes le conocían íntimamente señalaban la absoluta inutilidad de cualquier intento de ejercer alguna influencia sobre él, pues con ello «no se conseguía más que enojarlo».161

En Rasputín, la capacidad de ejercer una influencia psicológica sobre las personas se completaba con una finísima intuición, que le permitía actuar como un «profeta», y no sólo en relación con su propio porvenir (en el caso de las personalidades histeroides, ocupadas permanentemente de sí mismas, lo último es más una norma que un «don divino»). Según relatos de testigos, la víspera del asesinato de P. A. Stolypin en Kiev, al paso del carruaje que llevaba al Primer Ministro, Rasputín «de pronto, se estremeció y se puso a gritar: “¡Tras él va la muerte! ... ¡La muerte va detrás de él! ... Sigue a Piotr ... va en pos de él”».162 En otra ocasión, poco antes del estallido revolucionario, Rasputín, que se encontraba junto a la fortaleza de Pedro y Pablo rodeado de sus admiradoras, declaró: «Veo mucho sufrimiento y muchos cadáveres; no unos pocos, sino legiones de cadáveres; cerros de cadáveres entre los que hay algunos archiduques y cientos de condes. La sangre teñirá de rojo el río Neva».163

En efecto, sus «aptitudes para predecir el futuro y su clarividencia», escribe su hija Matriona, «eran las que más extrañeza e incomprensión suscitaban entre quienes le rodeaban».20 164 A veces adquirían dimensiones verdaderamente maravillosas, como, por ejemplo, y siguiendo un relato de Feofán, cuando en una ocasión en que Rasputín se alojaba con él en Pokrovskoie, «Grigori se apartó de la mesa, pronunció una oración y dijo con voz firme: “durante tres meses, hasta el día del Patrón, no habrá lluvias” ... Y así fue».165

«No sufras. Tu hijo vivirá»

Los talentos de Rasputín para la sugestión resultaban insustituibles cuando se trataba de desempeñar el papel de curandero, indispensable en el desempeño de cualquier «Hombre de Dios», alguien capaz de erradicar las enfermedades mediante la sugestión psicológica. «Me sucedió una vez», recordaba L. V. Golitsyna, «que se me inflamó la lengua, nadie comprendía de qué se trataba, temían que habría que operar. Pero Gr.[igori] Yef.[ímovich] me dijo: “Se te pasará” y me dio una manteca de Ioan de Tobolsk y podéis creer que la hinchazón desapareció sola».166

Al hijo de A. Simanóvich, que padecía brotes epilépticos, tras los que solía desarrollar una parálisis lateral izquierda, Rasputín lo trató de la siguiente manera: «Salió de su habitación al encuentro del enfermo, se sentó frente a él en la butaca, colocó sus manos en sus hombros, lo miró fijamente a los ojos y comenzó a sacudirse con fuerza. Los temblores se fueron apaciguando y Rasputín recuperó la calma. Seguidamente se levantó de un salto y le gritó: “¡Andando, muchachito! ¡Regresa inmediatamente a casa o te voy a dar una tunda de golpes!”. El niño abandonó el asiento, se echó a reír y corrió a su casa».167 Según contaba el propio Simanóvich, Rasputín lo había «desactivado» para los juegos de cartas, sirviendo vino en dos vasos, mezclado el contenido de ambos después, para que a continuación «bebiéramos los dos al unísono».168

Para el tratamiento del impresionable zarevich Alexei, «el padre Grigori» también utilizó plenamente su don sugestivo-curativo. Suena el teléfono en la casa de Rasputín. Al heredero le duele un oído y no consigue quedarse dormido. El starets se pone al habla: «¿Qué pasa, Alioshenka, que andas despierto a estas horas? ... ¿Qué te duele? ... Pues no te duele nada. Ve ahora mismo a acostarte. ... Esa orejita no te duele nada. ... Que no te duele, ya te lo digo yo. Duérmete, duérmete ahora mismo. ... Que te vayas a dormir, te digo. ¿Me oyes? A dormir». Quince minutos más tarde vuelven a llamar para comunicar que a Aliosha ya no le duele el oído y que duerme plácidamente.169

En 1907, el heredero, enfermo de hemofilia, se encontraba al borde de la muerte. Rasputín consiguió detener la hemorragia sin rozar siquiera al zarevich con las manos: se limitó a sentarse a rezar junto a él.170 «Quizás sea posible», escribió el genetista británico J. B. S. Haldane, «que fuera capaz de generar un estrechamiento de las arterias menores por medio de la hipnosis o de algún otro procedimiento similar. El sistema nervioso las controla y si bien es cierto que generalmente no lo hace la conciencia, es posible que se hubiera producido un estrechamiento en el organismo del sujeto hipnotizado».171 Más tarde, los médicos establecieron que mediante la hipnosis o incluso la distracción de la atención de un enfermo agobiado por su padecimiento hacia cualquier otro asunto, se consigue una merma significativa de la hemorragia durante la práctica de operaciones a hemofílicos.

También es conocido que el estado psicológico de los pacientes hemofílicos deriva en buena parte del sosiego que mantengan sus allegados. Dicho en otras palabras: hasta cierto punto, es posible infundir en un hemofílico una mejoría en su estado y, de esa manera, ayudarlo a superar una crisis. Y la capacidad de Rasputín para ejercer una influencia positiva sobre las personas sumidas en una situación de desasosiego era fundamental para este propósito: «Tenía una sagacidad y un encanto tan especial, o un carisma, que hacían que su presencia ejerciera un efecto tranquilizador en quienes le ro­deaban».172

Uno de los más conocidos casos de esta cualidad de Rasputín lo constituye la curación del zarevich Alexei de una terrible crisis hemofílica que sufrió en Spala (no lejos de Varsovia) en octubre de 1912. Grigori Yefímovich, que se encontraba a miles de kilómetros del paciente, consiguió aliviarlo tan sólo enviándole un telegrama tranquilizador. Durante el primer día, la temperatura del paciente había subido hasta los 39,4 grados y el pulso se había acelerado hasta las 144 pulsaciones por minuto. Ya desde el 10 de octubre, la familia real y toda Rusia comenzaban a prepararse para la muerte del zarevich. El 11 de octubre se preparó un boletín que anunciaba la muerte de Alexei para enviarlo a San Petersburgo.173 Y fue entonces cuando A. Vyrubova envió un telegrama a la lejana Pokrovskoie, donde se encontraba G. Rasputín. A la ma­ñana siguiente, Alexandra Fiodorovna, pálida y desmejorada, sonreía: «Los médicos no han conseguido constatar ninguna mejoría pero, personalmente, ya no me preocupo más. Esta madrugada recibí un telegrama del padre Grigori, que me ha devuelto completamente la calma». El telegrama rezaba: «Dios ha reparado en tus lágrimas y ha escuchado tus plegarias. No sufras. Tu hijo vivirá». Poco después, Alexei se repuso.174

A principios de 1916, el heredero padeció una hemorragia nasal incontenible y el zar regresó inesperadamente con él desde Stavka. Los esfuerzos desplegados por el Privatdozent V. N. Derevenko y el profesor S. P. Fiodorov resultaron infructuosos, a pesar de todas las oportunas medidas que tomaron. «La emperatriz estaba de rodillas junto a la cama devanándose los sesos e intentado dar con una solución... Entonces, él [Rasputín] se acercó a la cama, santiguó al heredero, y tras tranquilizar a los padres diciéndoles que no se trataba de nada importante y no había, por tanto, de qué preocuparse, se dio la vuelta y se marchó. La hemorragia cesó ... Los médicos afirmaban no tener la menor idea de cómo había sucedido. Pero era un hecho».175

Lo más probable es que convenga admitir que en algunos casos la mejoría del estado de Alexei ocurría con independencia de las acciones del «padre Grigori». Es conocido que, en los enfermos de hemofilia, la pérdida de sangre y la consunción general del organismo, o astenia, conllevan una disminución de la presión arterial, lo que produce, a su vez, que la hemorragia cese por sí misma. Un cese que ocurre repentinamente, cuando la crisis ha alcanzado su punto más álgido, y la mejoría puede observarse de inmediato.176

En la historia de los «milagros de curación» de Grigori Rasputín ocupan un lugar muy destacado los casos en que el efecto de remisión de la dolencia se conseguía sin que mediara ningún contacto del starets con el paciente o su entorno inmediato. Digamos de antemano que el actual estado de desarrollo de la ciencia no permite comentar estos casos de forma demasiado convincente. No obstante, es posible que futuras investigaciones de la psique humana puedan ofrecer explicaciones más precisas acerca de los fenómenos extrasensoriales.

En cierta ocasión, un príncipe montenegrino aquejado de una enfermedad tuvo un sueño en el que un humilde campesino le decía: «Te vas a reponer. Dentro de tres días ya podrás andar». Y así ocurrió. La hija del príncipe le envió un retrato de Rasputín y el príncipe confirmó que era precisamente ése el campesino que se le había aparecido en el sueño. El propio Rasputín afirmó que «había rezado con fervor a Dios por su [la del príncipe] salud».177

Elena Dzhanumova relata cómo Rasputín salvó a una de sus sobrinas que estaba agonizando en Kiev: «Me tomó de la mano y me condujo al dormitorio ... Le conté todo lo que estaba pasando y le dije que tenía que marcharme aquel mismo día. Y en ese momento ocurrió algo muy raro, que no consigo explicarme ... Tomó mis manos entre las suyas. Su rostro se transformó hasta adquirir la apariencia de un cadáver; se tornó amarillento, inmóvil, como de yeso. Era algo horroroso. Puso los ojos completamente en blanco. Seguidamente tiró con fuerza de mi mano y me dijo con voz sorda: “No se va a morir. No se va a morir. No se va a morir”. Después me soltó, le volvió el color al rostro y continuó la conversación, como si nada hubiera pasado. ... Yo me disponía a viajar esa noche a Kiev, pero antes recibí un telegrama en el que leí: “Alisa está mejor, ya le ha bajado la fiebre”».178

«Carecía de motivaciones basadas en ideas»

Todo el poder psicológico de Grigori Rasputín, al igual que sus muchos y diversos talentos, no estaban dirigidos a llevar a término ningún programa que tuviera un contenido social significativo sino, por el contrario y exclusivamente, a colocarlo en el centro de atención de quienes le rodeaban y obligarles a girar inconscientes alrededor de un starets Sol y devolverle en su adoración la luz que de él recibían. La consecución de ese objetivo fundamental constituía el verdadero «programa» de Rasputín.

Si bien Rasputín era dueño de un sistema de ideas bastante original y no desprovisto de coherencia, difícilmente se le puede considerar un hombre «de principios» o alguien «entregado a sus ideas». Las ideas y los principios despertaban el interés de Rasputín sólo en la medida en que pudieran convertirse en sus «siervos», en ningún caso en sus «señores». «Carecía de motivaciones basadas en ideas», anota S. P. Beletski, quien lo conoció bien, «cuando abordaba un asunto lo hacía desde el punto de vista del beneficio que podía reportarles a él y a Vyrubova»,179 su principal protectora.

La gente no interesaba de por sí a Rasputín y la trataba «sólo en función de la utilidad que le pudiera proporcionar su trato para satisfacer sus propios intereses; ... habiendo ayudado a alguien, pasaba inmediatamente a esclavizar a “aquel a quien había sido útil”, y sólo hacía concesiones en aquellos casos en que hacerlo “obedecía a sus intereses”»,180 el principal de los cuales, recordémoslo, consistía en la magnificación de su propio «Yo» por todos los medios a su alcance.

El dinero, tanto como las ideas y las personas, no tenía para Rasputín un valor en sí mismo, sino sólo en la medida en que le sirviera para desarrollar con éxito su programa egocéntrico, constituyendo, por lo tanto, más bien un aliciente para su «osadía» y un medio para «ganar honores», y en ningún caso un instrumento para la acumulación de bienes materiales. En contra de la afirmación de Arón Simanóvich, secretario de Rasputín, de que su patrón presuntamente dejó una fortuna de trescientos mil rublos, «se ha demostrado oficialmente, que tras la muerte de Rasputín en su apartamento no se encontró ni un kópek y que tampoco tenía dinero en bancos».181 El propio Grigori «hablaba siempre de lo manirroto que era y de que no sabía conservar el dinero».182 Según el testimonio de A. A. Vyrubova, «el dinero no jugaba ningún papel en su vida: si le daban algo, lo repartía inmediatamente».183 Es cierto que Rasputín dedicaba dinero a obras benéficas, pero también lo es que gastaba mucho más todavía en francachelas. Su origen campesino también se manifestaba a veces: en Pokrovskoie, por ejemplo, se construyó «una magnífica casa amueblada con lujo».184

Aunque Rasputín era vehemente y se tenía en alta estima (características comunes a las personalidades histeroides, en general, y a los psicópatas histeroides, en particular), se consideraba un hombre sereno, modesto, tímido, inseguro, atento y piadoso. Así recuerda su infancia: «a los quince años ... un verano, con el solecito calentando a gusto, y las aves entonando paradisíacas melodías, iba por un camino y lo hacía por las guardarrayas, temeroso de caminar por el medio ... Soñaba con Dios ... Mi alma se proyectaba hacia lo lejos ... A cada rato, sumido en mis ensoñaciones, rompía a llorar ... siendo mayor hablaba largo y tendido con mis compañeros acerca de Dios, la naturaleza, las aves ... Creía en las cosas buenas, creía en la bondad y en la aldea me amaban y mimaban ... y a veces me sentaba con los ancianos y los escuchaba contar las leyendas de los santos ... Más tarde, cuando la reali­dad de la vida me alcanzaba, me rozaba, corría a esconderme a un rincón y me entregaba a las plegarias».185 E incluso cuando ya se había convertido en un todopoderoso favorito, lucía abrigos de piel de marta cebellina y llevaba una vida licenciosa, Rasputín continuaba rindiendo culto a un modo de vida ascético, creyendo sinceramente, con toda probabilidad, que le era propio: «Hay que ser siempre humilde en el vestir» y «no se debe hacer ostentación».186 «Ay, abejita», suspiraba en una ocasión Rasputín, entre elegíaco y humilde, tras haber informado a su interlocutora con amanerada indiferencia de que el ramo de flores que observaban se lo había enviado la zarina, «¿de qué va uno a ufanarse, si todo da igual, todo es polvo y barro. Nos vamos a morir todos igual, sea el zar, sea yo o seas tú».187

Claro está que ese tipo de frases sentenciosas no impedían en lo más mínimo a Rasputín considerarse una persona extraordinaria: el «elegido de Dios»,188 el «enviado de Dios».189 «¿Acaso puede uno esconder el talento bajo tierra? ¿Acaso se puede hacer tal cosa?», así manifestaba su sincera indignación ante Feofán cuando éste intentaba poner riendas a las demasiado terrenales prácticas curativas de Rasputín.190

«¿Quieres que te enseñe esto?»

De entre todos los temas que rondan la figura de Rasputín, probablemente el que ha alcanzado una mayor y genuinamente universal difusión ha sido el del mito acerca de la capacidad y los milagros sexuales del iletrado campesino «con su mirada desquiciada y su poderosa virilidad».191 Los «absolutamente ilimitados excesos sexuales» del starets y su «sadismo»,192 así como su «grosera sensibilidad acompañada de una lujuria animal y salvaje»,193 se convirtieron en la comidilla de los periodistas de principios del siglo xx, quienes volvieron indisociables el nombre de Rasputín y las acusaciones de «erotómano» y «psicópata sexual», ambas extremadamente deshonrosas en aquella época. «Rasputín era una persona que había decidido forjarse una carrera en la vida apoyándose exclusivamente en su anomalía sexual, que los médicos denominan priapismo», diagnostica Grigori Bostunich, de forma perentoria y carente de cualquier fundamentación clínica.194

Los términos científicos y los veredictos morales con los que se fue describiendo la hipótesis del comportamiento sexual del «padre Grigori» han experimentado no pocas correcciones con el tiempo. No obstante, hay un elemento que permanece inconmovible: el reconocimiento de Grigori Rasputín como un símbolo, poco menos que universal y eterno, de una insuperable hipersexualidad.195 En realidad, el perfil sexual del «padre Grigori» era distinto del que todavía hoy la industria de la cultura de masas de todo el mundo continúa reproduciendo; Rasputín distaba mucho de ser esa «máquina sexual» que cantaron al mundo las rítmicas mulatas de Boney M.

Si lo meditamos, vemos enseguida que ello no entraña nada sorprendente, ya que los histeroides típicos se caracterizan por una potencia sexual comparativamente modesta. Sin embargo, aquí es obligatorio dar una respuesta satisfactoria a los numerosísimos testimonios que afirman que la práctica de relaciones sexuales era poco menos que la única necesidad vital que se percibía en Grigori Rasputín. Encontrar una solución a esta incongruencia es tanto más importante cuanto que fue precisamente el erotismo el encargado de jugar un papel clave en la elevación del «padre Grigori» hasta las cimas del poder, así como en su postrer ruina.

El análisis detallado de los testimonios que han llegado hasta nosotros no deja lugar a dudas: el verdadero Grigori Rasputín era un sujeto con una potencia sexual gravemente disminuida, cuyo modelo de comportamiento estaba dedicado totalmente a la máxima ocultación de esa deficiencia, que se le hacía todavía más insoportable por cuanto la suya era una personalidad histeroide, radicalmente necesitada de un amor inmediato y total por parte de todos y todo. Además, Rasputín no se esforzaba simplemente en compensar —es decir, ocultar, velar— su carencia, sino que, por el contrario, quería «sacar un clavo con otro» o, dicho según la terminología médica, «hipercompensarse». En lugar de admitir su discapacidad sexual y, por lo tanto, administrar en la medida de lo posible sus relaciones físicas con las mujeres, Grigori pretendía dominarlas totalmente llevando esa pretensión a dimensiones verdaderamente industriales, convirtiendo así una discapacidad psicofísica que parecía fatal en una poderosísima arma de expansión erótica.

Una de las admiradoras del «padre Grigori» ha dejado testimonio de que sus técnicas de conquista sexual eran extremadamente peculiares y no se correspondían con las «costumbres amatorias» de principios del siglo xx. Esta testigo afirma que Rasputín era alguien muy especial, capaz de ofrecer a una mujer «tales sensaciones ... que hacen que nuestros hombres no valgan nada».196 Lo más sencillo sería suponer que, a diferencia del resto de los hombres de su tiempo, Grigori Rasputín era un «cíclope sexual». No obstante, si meditamos acerca del sentido del testimonio que hemos citado, no podemos dejar de percibir que no se refiere al aspecto «cuantitativo» del asunto, sino a la capacidad de Rasputín de ofrecer a las mujeres sensaciones fundamentalmente distintas en cuanto a su calidad.

Probablemente fue Iliodor quien primero reparó en que el esquema erection & penetration no era en absoluto el fundamento de las relaciones sexuales de Rasputín con la gran mayoría de sus adoradoras. En el transcurso de la preparación de un amplísimo «expediente sexual» con el objetivo de incriminar a Rasputín, Iliodor dividió en cuatro categorías a las mujeres seducidas por el starets. En primer lugar, estaban aquellas a las que Rasputín se limitaba a besar y llevar a los baños. En segundo lugar, aquellas a las que «mimaba». En tercer lugar, las mujeres a las que «liberaba de los demonios», y sólo en último lugar aparecían, como cuarta categoría, aquellas con las que, según la opinión de Iliodor, Rasputín cometía el pecado de la fornicación.197

Las representantes del primer grupo —el de los besos y las idas a los baños— se contaban por «centenares ... Y en los monasterios de mujeres, que tan aficionado a visitar era el starets Grigori, su número es incontable».198 Por regla general, eran precisamente las monjas y novicias las que se convertían preemi­nentemente en «víctimas» de los súbitos y breves ataques sexuales del starets.

Cuando no se trataba de los casos de «mimos» o de la «liberación de los demonios», el guión de las «agresiones sexuales» de Rasputín era siempre el mismo: les manifestaba verbal­mente sus intenciones, las besaba, les realizaba tocamientos caóticos en sus partes íntimas, les arrancaba la ropa, y concluía ... dándoles un «beso monacal» e invitándolas a pronunciar juntos una apasionada plegaria. Prácticamente todas las «víctimas» que dejaron memorias de estas «agresiones» constatan con sorpresa la facilidad con la que Rasputín estaba dispuesto a deponer en cualquier momento sus, en apariencia irrefrenables, intenciones —especialmente si la mujer comenzaba a ofrecer algún tipo de resistencia— y continuar la conversación sobre cualquier otro tema.

Rasputín «se sentó frente a mí, colocó mis piernas entre sus rodillas, e inclinándose me dijo: “Ay, mi dulzura, mi abejita llena de miel. Ámame, anda. El amor es lo máximo en la vida, ¿sabes? ... y no pienses en eso (y señalaba hacia eso con un gesto desvergonzado), de todos modos se va a pudrir, qué más da si se pudre estando enterito o no estando enterito ... aunque sólo me lo dejes tomar una vez”».199 Sin embargo, bastaba que el objeto de su asedio mostrara su enojo y se dispusiera a esperar para que las cosas tomaran otro cariz: «R[asputín], que corrió tras de mí, descolgó en silencio mi abrigo de pieles de la percha y, mientras me ayudaba a ponérmelo, me dijo suavemente: “No te asustes, abejita, no te volveré a tocar, era sólo una bromita para el estribo”».200

«El rostro enrojecido de R[asputín], dominado por sus ojos pequeños, que lo mismo te escrutaban que se hundían, se aproximó entre guiños, como si navegara lentamente hacia mí, a la manera de aquel mago del bosque de la leyenda, mientras me susurraba con una boca abierta de lujuria: “¿Quieres que te enseñe esto?”. Había un ser horrible e inclemente mirándome desde el fondo de aquellas pupilas apenas visibles. Pero, de pronto, se abrieron los ojos, se desdibujaron las arrugas, y acariciándome con la mirada propia de un peregrino, me preguntó: “¿Cómo es que me miras así, abejita?”, y, seguidamente, se inclinó completamente hacía mí y me besó con frío júbilo monacal».201

En otra ocasión «pareció volverse completamente loco ... Su rostro enfurecido se transmutó, perdiendo todo relieve, y los cabellos húmedos y desgreñados le cubrían la cara como si fueran lana, y los ojos empequeñecidos, ardientes, parecían traslúcidos como el vidrio ... Después de resistirme un rato en silencio, decidí que sólo me quedaba defenderme y me solté de él y fui reculando hasta la pared, temiendo que volviera a lanzarse. Pero, en lugar de eso, lo que hizo fue acercárseme lentamente, balanceándose, hasta decirme con voz ronca: “vamos a rezar” y agarrarme de los hombros ... comenzó a orar pegándose golpes contra el suelo, rezando al principio para sí y subiendo la voz poco a poco ... Estaba pálido, el sudor le caía copiosamente por la cara, pero su respiración volvía a ser acompasada y sus ojos habían recuperado un brillo sereno y amable: eran esos grises ojos suyos de vagabundo siberiano ... y terminó besándome con desapasionado gozo monacal».202

«Cerró la puerta de un golpe y se encaminó hacia mí agitando los brazos como una fiera ... Un fulgor de carnívora sensualidad apagó el brillo inspirado de sus ojos. Quien se me aproximaba con una sonrisa entre delirante y lasciva era un macho bestial no acostumbrado a negativas. “Amor mío, mi bien”, iba susurrando, seguramente sin reparar en lo que decía ... Mi rostro no abandonó ni por un momento su aire impasible, sereno y grave. Y no ofrecí resistencia cuando llegó hasta mí y me abrazó ... Si me hubiera resistido, se habría vuelto loco».203 Podría parecer que el «macho bestial» había conseguido su objetivo, pero ¿qué vino después?: «“¿Te sientes asqueada? ¿Es que no te ha gustado?” ... Levantó los brazos crispados ... No descargó el golpe. Abrí los ojos. Rasputín permanecía sentado en el sofá, respirando trabajosamente, todo desmadejado y repitiendo con un énfasis mujeril: “Has hecho tuyo mi cuerpo, lo has hecho tuyo, a mi cuerpo dominado por el frenesí”. Después abandonó el sofá de un salto, se puso de cuatro patas como si fuera un animal salvaje y así se me acercó, agarró los bajos de mi vestido y tiraba de él. Yo solté un grito ... Se llevó el vestido a los labios, mientras me miraba desde el suelo, como un perro apaleado. Seguidamente, se puso de pie, me tomó de una mano y me condujo rápidamente al comedor».204

«Un brillo tempestuoso y oscuro se adueñó de su mirada, y su respiración se tornó ronca, mientras se me acercaba cada vez más y comenzaba a acariciarme y, después, a apretarme los pechos. Me levanté: “Es hora de que me marche”, dije. Y Rasputín me dejó ir».205

«“¿Para qué te me has insinuado, zorra, e invitado a venir por medio de ardides, si ahora te resistes a gozar de mi cuerpo?”, le gritó en una ocasión a una de sus conocidas, a lo que ésta le replicó bruscamente: “A ti nadie te ha invitado, así que compórtate, que estás entre gente decente” ... Rasputín dio un respingo y cogió el vaso. “¿Qué se le va a hacer?”, musitó como para sí y se lo bebió de un trago».206

«No prestaba ninguna atención a mis reparos y me agarraba de la cara y de los pechos, mientras me decía: “Bésame, que me he enamorado de ti”. Después escribió no sé qué nota y la emprendió otra vez con su asedio: que lo besara, que se había enamorado de mí. No me dio a leer la nota y me dijo: “me he enfadado contigo, vuelve mañana”».207

«Se veía que su pasión había alcanzado la máxima ten­sión ... ». Al verse rechazado, «se enfurruñó y comenzó a pasearse por la habitación. Su rostro adoptó una expresión salvaje, los ojos resplandecían de ira ... Yo aparté la mirada y, fuera de mí, grité ... “No te enfades, Modernilla, si yo lo hacía a propósito, quería ponerte a prueba para ver si me amabas de verdad”».208

Cuando el ambiente era propicio, Rasputín preparaba de antemano a la mujer para las insólitas formas de expansión sexual que practicaba. «¿A que no sabes cuál es el sentido de la vida? Acariciar, ése es el sentido de la vida, pero acariciar de otra manera, no como los pervertidos esos que tenéis en casa, ¿me comprendes? Esos acarician sólo para el goce de la carne, mientras que yo la mitad de mis caricias las dedico al espíritu, he ahí su fuerza. Y te digo algo más: soy igual de cariñoso con todas, ¿me comprendes? ... Lo que sucede es que aquí sobran las que se pegan como lapas y andan mendigando favores, ¡es que de esas las hay a montones!», «¿Y a esas usted qué les da?», «Pues, imagínate, ¿qué te puedo decir yo? les puedo dar de una cosa, de la otra, pero al final parece que no tengo ni... Y entonces me hacen aparecer como un mentiroso y un farsante. ¿Te parece poco prodigar caricias gratuitas? ¿Crees que cualquiera es capaz de darlas? Pero si a cambio de una caricia como esa cualquiera te da lo que le pidas, ¿me comprendes? El alma entera te la da ... Tú ve a preguntar por ahí y después regresa pura a donde yo estoy ... Tú todavía no sabes lo que son mis caricias, pero déjame hacer, déjame, en lugar de estar cavilando tanto, y lo verás por ti misma, ¡verás lo que vas a sentir! Puede que estés pensando que lo hago con todas las que pasan por aquí. Pues te lo digo, si lo quieres saber: desde el otoño no han sido más de catorce las mujeres que han pasado por aquí y a todas me las he... ».209 Sin embargo, V. A. Zhukovskaya, que con el tiempo llegó a conocer de muy cerca al starets, tuvo serias dudas acerca de esas catorce mujeres: «no sería que se refería a aquellas caricias de las que él decía que “la mitad [era] para el espíritu”, es decir, el tipo de caricias que prodigaba a Lojtina.210 No se mostraba indiferente con todas, ¿o sí? ¿No era así como actuaba con Lojtina, llevándola hasta el paroxismo para ponerla después a rezar? ¿Haría lo propio con la zarina? Recordé la desbordante e insatisfecha pasión presente en todas las frenéticas caricias a Lojtina. Sólo podía tratarse de una pasión siempre inflamada, pero jamás plenamente satisfecha».211

Muchas eran también las representantes del segundo grupo, aquellas a las que Grigori «mimaba». La escena tradicional de los «mimos» tenía la siguiente apariencia, descrita en confesión a Iliodor por una de las seguidoras del starets, Xenia, que contaba dieciocho años en el momento de los hechos: «Grigori me ordenó que lo desvistiera. Así lo hice. Después me ordenó desvestirme. Me quité la ropa. Se acostó en la cama ya preparada para acogerlo y me dijo: “ven y acuéstate conmigo, cariñito”. Yo ... obedecí ... y me acosté a su lado. ... Comenzó a besarme. Lo hacía de tal forma que no quedó un solo punto de mi cara que no hubieran cubierto sus labios. Me besaba, como suele decirse, chupándome, lo que me producía ahogos. No pude aguantar más y grité: “¡Grigori Yefímovich! ¿qué es lo que hace? ¡pobre de mí!”. “Nada, nada, tú quédate así y calla”, replicó. Le pregunté: “Hermano Grigori. ¿Conoce mi padrecito Iliodor las cosas que usted me está haciendo?”. “Claro que lo sabe”, me respondió. ... “¿Y también lo conoce monseñor Hermógenes?” “¿Cómo no lo va a saber? ¡Sí que lo sabe! Tú no te aflijas”. “¿Y lo saben también el padrecito zar y la madrecita zarina?”. “¡Bah! ¡Esos lo saben mejor que nadie! A ellos les hago lo mismo que te estoy haciendo a ti ahora; compréndelo, palomita” ... Me estuvo martirizando durante cuatro horas. Hasta que me fui a casa».212

Es lógico suponer que si en este caso se tratara de una unión carnal plena, el comentario «tranquilizador» de Rasputín acerca de que con los zares, incluyendo a Nicolás II, hacía «lo mismo», le habría parecido, por lo menos, absurdo, requiriendo entonces una aclaración por parte de la autora de las memorias citadas, cosa que no ocurre. No menos significativo es que Iliodor, quien conocía hasta el último detalle de esta historia, no la haya asignado a la cuarta categoría, la «carnal-pecaminosa».

Extraño es también el descuido profesional de A. N. Bojanov, quien al analizar este relato de la novicia Xenia, informa al principio que Iliodor lo había incluido en la cuarta categoría, para inmediatamente después acusar solemnemente al monje exclaustrado de «mentir».213

Algunas de las seguidoras de Rasputín pasaban a engrosar las filas del grupo de las «mimadas» después de que el starets las hubiera liberado con éxito de sus «demonios», es decir, que pasaban del «tercer» al «segundo» grupo. Con toda probabilidad, entre las que experimentaron ese tránsito se encontraba Akilina (Akulina) Nikitichna Laptinskaya, una campesina del distrito de Gorodets, provincia de Moguiliov,214 antigua novicia del monasterio de Ojtay y hermana de la caridad en el tren de Alexandra Fiodorovna, a la que Rasputín, que se la encontró al coincidir con ella en una misa, sanó de unos ataques de histeria que padecía y que se manifestaban en «posesiones diabólicas» que le sobrevenían en presencia del Crucificado. Desde entonces, y con el beneplácito de la abadesa del monasterio, esta «mujer astuta y calculadora, encargada de cobrar las gratificaciones a los visitantes de Rasputín y que actuaba como secretaria de éste»,215 se convirtió en una fiel sirvienta del starets 216 a la vez que se dedicaba a mantener «ejercicios eróticos» con él que, debido a la ausencia de cortinas, solían ser vistos desde la calle.217

Sin embargo, en muy contadas ocasiones conseguían las representantes del tercer grupo, el de las «posesas», permanecer a solas con el «padre Grigori» más de una vez. Rasputín no consideraba este tipo de contactos como una diversión, sino que le daba más bien el carácter de un trabajo duro y responsable, a la vez que agradecido e interesante. Iliodor tuvo ocasión de ser testigo de una de esas ceremonias de «expulsión del demonio», practicada por Rasputín a la rica esposa de un comerciante de Tsaritsin, una mujer de cincuenta y cinco años que parecía salida de un lienzo de Borís Kustodiev.218 Rasputín se pasó un buen rato buscando un lugar donde practicar el exorcismo, hasta que dio con una pequeña habitación en la que sólo cabía una cama grande. «Allá condujeron a la “enferma”, que comenzó a sacudirse y berrear. Entonces entró el starets, cerrando la puerta tras de sí ... De la habitación salía un enorme alboroto que se prolongaba sin pausa». Iliodor comenzó a inquietarse y, según escribe, «no pudiendo contenerme, miré a través de los visillos y me encontré con tal cuadro, que tuve que apartarme violentamente y en un estado de gran turbación. Unos cinco minutos después salió del “despacho” el starets. Se le veía terriblemente cansado y respiraba con notable agitación. “Uy, hermano, eso sí que era un demonio. ¡Uf, qué enorme! ¡Cómo me he fatigado! ¡Fíjate, qué mojada tengo la camisa! Ay, qué cansado que estoy y ella también, que se ha quedado dormida”. Y mientras el starets hablaba de esta guisa, el infeliz marido de la mujer lloraba sin parar». Y veamos lo que Iliodor escribe a modo de conclusión: «Esta vez sí que creí en Grigori. Y de sus métodos de tratamiento pensaba que así se tenía que hacer y nada más».219

Evidentemente, lo que Iliodor atisbó a través de los visillos no fue un acto de unión carnal o, de lo contrario, hubiera referido la historia con la mujer del comerciante a la categoría correspondiente, es decir, a la cuarta, la de los pecados de Rasputín. Sólo queda suponer que, tal y como ocurrió con la joven Xenia, en esta ocasión Rasputín también se limitó a desplegar su amplio abanico de caricias amatorias, incluyendo sus formas «más increíbles», según la terminología de Iliodor.

El secreto de las «inéditas sensaciones» con que Rasputín regalaba a sus seguidoras y pacientes se esconde en sus extraor­dinarias caricias, en cuanto a intensidad y particularidad, que con toda probabilidad se asemejan a lo que hoy conocemos co­mo «masaje erótico». Resulta llamativo que el propio Grigori insistiera incansablemente en que curaba a las mujeres con «caricias» y no mediante la unión carnal: «Hay unos pervertidos por ahí que van diciendo que yo me acuesto con la zarina, pero esos diablos no saben que caricias hay más que ésa (hizo un gesto con la mano)». «A una de sus seguidoras le dijo retóricamente: “¿Quieres pensar tú misma en lo que se dice de la zarina? ¡Maldita la falta que le hago!”».220

«Hay sólo dos mujeres en el mundo que

me hayan robado el corazón»

Cuando Rasputín convencía a cualquier precio a las mujeres para que se le entregaran y las regalaba con sensaciones eróticas «que a nada podían compararse», en realidad, estaba resolviendo dos problemas que revestían una enorme importancia para él.

En primer lugar, ello le permitía mantener firmemente sometidas a su esfera de influencia a un buen número de mujeres que experimentaban una fuerte tensión sexual, incluyendo, con toda probabilidad, a sus principales protectoras: Alexandra Fiodorovna y Anna Vyrubova. El que el «padre Grigori» no encajara en absoluto, ni por su apariencia ni por sus maneras, en el perfil tradicional de «cortesano modélico» no parecía entorpecer en lo más mínimo sus propósitos. Vyrubova, por ejemplo, y a pesar de que declaraba ante la Comisión Extraordinaria de Instrucción, en circunstancias bastante particulares, no tuvo reparo en comentar que Rasputín lucía «viejo y nada apetecible».221 Ya en el mes de marzo de 1917, V. M. Bejterev adelantó la idea de que Rasputín poseía un «hipnotismo sexual».222 No existe una noción semejante en la actual terminología diagnóstica, aunque no es difícil comprender que el conocido psiquiatra de San Petersburgo aludía a la capacidad de Rasputín para generar una impresión imborrable, y, en ese sentido, hipnótica, en las exaltadas damas que frecuentaba.

En segundo lugar, y en este punto nos apoyamos en la opinión de D. D. Isaev, frente a una disminución del componente sexual de la libido, responsable del comportamiento propiamente sexual (la erección, la eyaculación, la realización del acto sexual, la duración del mismo, la frecuencia con que se practica), es decir, de lo que se conoce como potencia, en Rasputín se observa una acusada exacerbación del componente erótico de la libido, cuyo carácter es eminentemente compensatorio: «Ante la imposibilidad de consumar el acto sexual, se apreciaba en él un erotismo difuso, y una exacerbación ilimitada de su atracción por un gran número de mujeres. La necesidad insatisfecha de amar y sentirse amado lo empujaba a la búsqueda de patrones capaces de sustituir las formas tradicionales de la actividad sexual. Ello hacía de las caricias eróticas prácticamente la única forma posible de actividad sexual y, por lo tanto, podía entregarse a ellas durante horas hasta el completo agotamiento de la pareja. La necesidad imperiosa de “ver, tocar y comentar, y cuanto más tiempo, mejor”: he ahí la esencia y el contenido de la sexualidad de Rasputín».223

Una de las ocupaciones preferidas del starets era entregarse al «amor por la vista». «En una ocasión paseábamos por el Parque de los Laureles», recuerda Iliodor, «y a Grigori no le pasaba inadvertida ninguna dama sin que la atravesara con su mirada penetrante e intensa. Cuando una mujer especialmente bella pasaba por su lado, Grigori decía: “Una mujerzuela como cualquier otra; seguramente va camino de las sábanas de algún monje”». «Según pude observar [Rasputín] nunca rezaba ... Dedicaba todo el tiempo a sus correrías detrás de las mujeres y las jóvenes, a las que perseguía con sus requerimientos».224

La necesidad de una estimulación adicional a su relativamente bajo nivel de sexualidad, aparte de los juegos eróticos y el manoseo al que sometía a las mujeres, conducía a Rasputín a encontrar aún otros sucedáneos de satisfacción sexual entre los que se contaban los bailes desaforados (a los que nos referimos más arriba) y todo un complejo de experiencias sadomasoquistas en las que primaba un claro componente sexual. Un ejemplo de esas prácticas lo encontramos en el placer que proporcionaba a Grigori Yefímovich el obligar a las mujeres que estaban presentes cuando se lavaba los pies a desnudarlo y desnudarse ellas mismas para que así «se sometieran ... y humillaran» durante las abluciones.225 Tras una de sus visitas a los baños, acompañado de sus novicias, Rasputín ofreció esta explicación de sus actividades: «Les bajé los humos de la soberbia. La soberbia es un pecado mayúsculo. Que no vayan a pensar que son mejores que las demás»;226 «Cuando vienen a verme a Pokrovskoie, llegan envueltas en oro, en brillantes, con sus trajes de seda de largas colas, henchidas de soberbia, y yo voy y las llevo desnudas a los baños para que se sometan. Salen de allí totalmente cambiadas»;227 «acaso hay peor humillación para una mujer, que estar completamente desnuda lavándole los pies a un hombre también desnudo».228

Rasputín atacaba la soberbia de Vyrubova, acudiendo a visitarla acompañado de prostitutas, cocineras y sirvientas y obligando a la anfitriona a servirlas.229 En los días de fiesta le gustaba embadurnarse cuidadosamente las botas con alquitrán para que cuando llegaran a felicitarlo los invitados, «las elegantes damas que se enredaban a sus pies se mancharan abundantemente sus trajes de seda»; «las damas besaban sus manos sucias de comida y no hacían ascos a sus uñas negras de mugre. Como Rasputín no utilizaba cubiertos, en la mesa repartía la comida entre sus admiradoras con las manos, mientras que todas ellas se afanaban en convencerle de que consideraban ese trato como una suerte de bendición».230

«Sentado en una ocasión a la mesa, Rasputín se manchó el dedo de mermelada sin querer y lo acercó inmediatamente a los labios de la importante señora que había a su lado diciéndole: “¡Humíllese, condesita, ¡chúpelo ... vamos, chúpelo!”, y a renglón seguido, aquella pobre condesita, que había acudido a tomar el té, comenzó a lamer afanosamente y ante toda la concurrencia aquel dedo mugriento».231

Pero a veces, precisaba de un estimulante sádico aún más tonificante y entonces apelaba a una paliza leve. En Kazán, salió totalmente ebrio de un prostíbulo, pegándole cintarazos a una joven desnuda que huía de sus golpes.232 También ocurría que él mismo se convertía en objeto de sus torturas. De pronto, en algún día especialmente caluroso, tomaba la decisión de imponerse ayunos: «no bebía kvas233», «me contentaba con una pizca de pan, y no ahuyentaba a tábanos y mosquitos».234

A pesar de las evidentes dificultades para la realización normal y plena de sus apetencias sexuales, Rasputín no era absolutamente impotente, de lo que da fe, en primer lugar, que tuviera hijos. Sí es un hecho muy significativo que Iliodor, al conformar la célebre «lista n.º 4», fuera incapaz de aducir siquiera un sólo caso plenamente convincente de cópula de Rasputín con mujeres. Ello a pesar de que Iliodor mantuvo una larga relación con Rasputín, con quien incluso llegó a vivir durante cierto tiempo y a quien, por lo tanto, pudo observar a lo largo de días enteros. Habiendo tenido que conformarse con meros rumores, Iliodor sólo logró precisar doce «víctimas de la cópula», aun incluyendo nombres en la lista que generan todo tipo de dudas, como es el caso de Anna Vyrubova, cuya virginidad fue posteriormente establecida por la Comisión extraordinaria de investigación del Gobierno provisional, así como el de la emperatriz Alexandra Fiodorovna, cuyos contactos carnales con Rasputín no han sido demostrados por fuente alguna, siendo, probablemente, falsos.235

En cuanto a los otros nombres que menciona Iliodor, hay tres que sí han sido documentados de forma exhaustiva.

Elena Timofeievna, proveniente de un instituto eclesiástico, y seguidora durante cierto tiempo del «padre Grigori», tomó súbitamente la decisión de confesarse al obispo Feofán, tras lo que se sumó a una ruidosa campaña contra Rasputín, al que acusaba de haberla obligado durante largos años a practicar el comercio carnal. La evidente afinidad de la «víctima» con los detractores de Rasputín, agrupados alrededor del «santo» Mitia Kozelski, a quien Grigori había apartado de la corte, así como las evidentemente descabelladas afirmaciones de Timofeievna según las cuales Grigori habría ordenado su asesinato a unos mercenarios, provocaron desde el inicio serias dudas acerca de la veracidad de su «testimonio».236

María Vishniakova, la hermosísima hija de un senador y aya del zarevich, comenzó su relación con el «padre Grigori» pidiéndole ayuda para liberarse de la pulsión concupiscente que la atenazaba. Sin embargo, un buen día consideró que el starets le había robado la virginidad durante el sueño y corrió a confesárselo a Feofán.237 En 1917, durante los interrogatorios de la Comisión extraordinaria, Vishniakova declaró: «Una noche Rasputín apareció en mi dormitorio, comenzó a besarme y, tras llevarme a un estado de total histeria, me privó de la virginidad».238

Como bien apunta E. S. Radzinsky, existen fundamentos de peso para dudar de la veracidad de las palabras de Vishniakova, quien pretendía haber llevado una larga vida de castidad, y a la que, sin embargo, muy poco después de haber sido privada de la virginidad, encontraron en la cama con un cosaco de la guardia imperial. En primer lugar, lo que Vishniakova entendía por «estado de histeria» podía significar prácticamente cualquier cosa, desde una mera conmoción nerviosa hasta padecimientos motivados por estados delirantes u orgásmicos, y Vishniakova rechazó categóricamente más tarde entrar en detalles acerca de su estado, lo que puediera haber arrojado alguna luz sobre la verosimilitud de sus declaraciones.239 En segundo lugar, la versión original de Vishniakova tiene un carácter francamente fantástico, toda vez que es prácticamente imposible desvirgar a una joven durante el estado fisiológico del sueño, por lo que se puede descartar que el relato íntegro de «Mary», como era conocida en la corte, se corresponda con la realidad. En tercer lugar, y ya por último, a María Vishniakova le fue diagnosticada una enfermedad mental, lo que obliga a ser extremadamente prudentes cuando se trata de evaluar sus «confesiones». No obstante, ninguno de estos reparos significó el menor obstáculo para que Iliodor incluyera a «Mary» entre las «víctimas de la cópula». Rasputín, por su parte, se mostró incansable a la hora de desmentir el testimonio de Vishniakova: «Hay por ahí mintiendo unas ayas ... Se inventan cosas y la gente va y se las cree».240

La viuda de un oficial, que, aunque coja de una pierna, era «una damita extremadamente hermosa y tierna»,241 Jionia Matvieievna Berlandskaya (o Berladskaya) se unió al grupo de seguidoras de Rasputín a raíz de la depresión que le provocó el suicidio de su marido. Después de trabar relación con Rasputín, los síntomas depresivos remitieron pronto: «Me acariciaba y me decía que estaba libre de pecado ... y poco a poco se fue generando en mí una sensación de plena salvación ... de que estaba con él en el paraíso ... Al percatarse del tránsito que yo estaba experimentando desde el estado de muerte en que me había sumido hacia la vida que comenzaba a recuperar, mis familiares ... me permitieron viajar a Pokrovskoie con mi hijo ... En la noche, cuando todos se habían echado [a dormir] ... abandonó su lecho y se acostó a mi lado, comenzó a acariciarme bruscamente, a besarme y a decirme frases apasionadas, y me preguntó: “¿Te casarás conmigo?”. Yo le respondí: “Lo haré, si es preciso”. Él me dominaba completamente, yo creía que sólo mi relación con él podía salvar mi alma, cualquiera que fuese la forma que esa relación adoptase. Sus besos, palabras y miradas apasionadas constituían para mí una prueba de la pureza de mi amor por él ... Y estaba segura de que él me ponía a prueba, que era puro y lo más probable es que le respondiera de esa manera porque me instó a que me convenciera de que me quería como hombre ... y quería que yo lo recibiera como mujer ... y comenzó a hacer lo que les está permitido hacer a los hombres, quiero decir, a poseer lo que se entrega en el momento de la pasión ... Hizo entonces todo lo que le apetecía hacer, lo hizo hasta el final y, entretanto, yo sufría y padecía como jamás lo había hecho ... Pero después comencé a rezar, cuando vi que Grigori comenzaba a prosternarse una y otra vez con esa velocidad espasmódica que lo solía agitar ... ».242 Durante las noches siguientes, según el relato de Berlandskaya, Rasputín volvió a frecuentarla con idéntico propósito.

Podría dar la impresión de que estamos ante una acusación bien sustanciada. No obstante, hay al menos un elemento bastante extraño que llama la atención desde la primera lectura. Se trata de la forma en que Jionia narra el momento mismo de la relación carnal: el padre Grigori «me instó a que me convenciera de que me quería como hombre ... y comenzó a hacer lo que les está permitido hacer a los hombres, quiero decir, a poseer lo que se entrega en el momento de la pasión ... ». Con su énfasis repetitivo, Berlandskaya revela involuntariamente su temor a que aquellos destinatarios de su confesión que tenían un trato íntimo con Rasputín y conocían, por lo tanto, su nulo apasionamiento o impotencia, no la creyeran.

Es menester tomar también en consideración que el propio Rasputín, al igual que sucedió con las acusaciones de Vishniakova, se negaba en redondo a admitir que había mantenido relaciones sexuales con Berlandskaya: «Jionia ... se enojó conmigo porque dije que en el infierno su padre estaría ayudando a los diablos a echar paletadas de carbón en los hornos. Y se ofendió y llenó enterito un cuaderno de basuras contra mí para dárselo a ver al zar».243 Sin embargo, aun en el caso de que el testimonio de Jionia Berlandskaya fuera la pura verdad, no haría más que constatar que sólo en determinadas circunstancias Rasputín era capaz de mantener una única relación carnal con una mujer, lo que, como es obvio, dista de encajar con la tradicional versión acerca del «gigantismo sexual» del «padre Grigori».

Se conserva aún otro recuerdo —aunque en el relato de una tercera persona— susceptible, si esa es la intención, de ser interpretado como un documento más de un contacto sexual completo con el starets. Pero también en este caso, Rasputín aparece más como un hombre capacitado para alardear de su pasión que para entregarse a ella durante un tiempo prolongado: «Apenas le hube respondido, me vi arrastrada al suelo de cabeza: me atacó como una bestia hambrienta, lo último que recuerdo es cómo me arrancaba la ropa interior y, nada más. Cuando volví en mí, estaba tirada en el suelo, desgarrada y desmadejada, mientras que él estaba de pie sobre mí, desvergonzado y desnudo. Al descubrir que yo había abierto los ojos, me dijo: “¿Qué? ¿Se te fue el alma al cielo? A mí es que no me gustan las asustadizas, no me ponen, es como estar con un pez”».244

Iliodor confirma, en palabras del propio Grigori, la incapacidad de éste para los efluvios de la pasión: «Por esa época [el año 1909], Grisha me habló bastante de sus idas a los baños con Vyrubova y otras mujeres y de que su órgano reproductor no funcionaba, que él era ajeno a esas pasiones».245 La vigilancia externa impuesta sobre Rasputín con el declarado objetivo de dar testimonio de la «depravación» del starets no consiguió «ni en una sola ocasión, ni pagando el dinero que fuese, ninguna declaración de las mujeres, que, según los datos policiales, constaban entre quienes habrían mantenido relaciones íntimas con Rasputín o habrían sido seducidas por él».246

Hay aún otra confirmación, aunque indiciaria, de las carencias sexuales de Rasputín, a saber, la circunstancia de que no consta que ninguna de las mujeres que lo rodeaban fuera su amante durante un período más o menos prolongado de tiempo. «Soy igual de cariñoso con todas», declaró en una ocasión Rasputín247 y añadió: «Hay sólo dos mujeres en el mundo que me hayan robado el corazón: ellas son Vyrubova y Sujomlinova».248 No obstante, es conocido que ni la una ni la otra fueron amantes de Rasputín.

Sí es cierto que Rasputín tenía dos esposas de hecho: la de Pokrovskoie (Praskovia249 y la de San Petersburgo (Dunia Bekeshova). Pero tampoco con ellas, a juzgar por todos los datos de que se dispone, mantenía Rasputín una armonía sexual plena. Si hemos de creerla, Dunia, su cónyuge de San Petersburgo se habría lamentado ante él en estos términos: «¿Será que no soy capaz de cumplir airosamente mis deberes maritales? ¿Será que soy menos de lo que él esperaba y que no respondo a sus caricias como debería? Soy ignorante en estas cosas y lo único que sé es aquello que él mismo me ha enseñado, ¿y si él no me ha enseñado todo lo que debería saber una buena mujer?».250 Esta glosa, imbuida de una comprensión cercana a la compasión, permite suponer que es muy probable que, al redactarla, Avdotia Bekeshova se estuviera solidarizando con Praskovia Fiodorovna Rasputina, y que, en realidad, estuviera dando voz a sus propias reflexiones acerca de sus relaciones con Rasputín, en cuanto que compañero sexual.

«No es en pos de ese pecado que acudo yo a los baños»

La doctrina sexual de Rasputín estaba consagrada a la ocultación del «oprobio» de su concupiscencia y su impotencia con el exuberante ropaje de una sofística cuasi religiosa. Rasputín disponía de un inagotable abanico de máximas, que hacían las veces de argumentos con los que justificar su lujuria, y entre los cuales elegía en función de la situación y de su estado de ánimo. La raíz común que los aglutinaba era el reconocimiento de que el principio sexual (o «pecaminoso», según la terminología oficial de la iglesia) no sólo no entraba en contradicción con la idea de la salvación, sino que facilitaba una suerte de viaje secreto hacia el paraíso.

«Sólo mediante el arrepentimiento nos podemos salvar. Por lo tanto, hemos de pecar, para tener después motivos para el arrepentimiento».251

«Te diré qué es ante todo la salvación: si alguien vive para Dios, aunque lo tiente Satanás, se salvará sólo con que no se haya dejado dominar por la codicia; aquel al que la codicia domine: ése será hermano de Judas».252

«No hay nada malo en que uno haya andado dando tumbos por la vida, con tal de que no se deje dominar por el pecado, con tal de que uno no esté pensando en el pecado y se aparte de las buenas acciones. Te diré lo que hay que hacer: si incurres en pecado, olvídalo».253

«“En mi juventud me dominaban las pasiones, pero eso está bien, hay que nadar hasta lo profundo, cuanto más hondo te sumerjas, más cerca estarás de Dios. A que no sabes para qué tienen los hombres un corazón. ¿Y sabes donde tienen el espíritu? ¿A que te crees que aquí?”, dijo señalándose el corazón, “¡pues nada de eso!”, y R[asputín] se levantó y se bajó el sayón en un abrir y cerrar de ojos: “¿A que lo comprendes ahora?”».254

La recia envoltura que dotaba de solidez y unidad complementarias a tan peculiar abanico erotosófico era el «dogma» de la santidad del «padre Grigori», es decir, su inocencia real, que le permitía convertir cualquier pecado que cometiera él mismo o fuera cometido sobre él —incluyendo el pecado de la carne— en un no pecado, «puesto que mi espíritu es puro y todo lo que hay en mí es puro».255 Tras asegurarse de esa forma el derecho a cualquier comportamiento que implicara desenfrenos sexuales —aquellos que siendo formalmente «pecaminosos», en la doctrina de Rasputín se despojaban de cualquier hálito de pecado—, Grigori afirmaba su incuestionable valor espiritual y en su prédica declaraba que nadie podría salvarse sin la ayuda del starets. Ello concernía especialmente a las mujeres, quienes, debido a su más débil naturaleza, necesitaban al starets aún más que los hombres, puesto que sólo él era capaz de liberarlas de sus lascivas pasiones.256

El principio curativo del starets, que era al mismo tiempo el más importante atributo de su santidad, radicaba en su «carencia de pasión»: «Para mí es lo mismo tocar una mujer que un tocón. ¿Quieres saber cómo lo he conseguido? Pues te lo voy a explicar», instruía Rasputín al entonces todavía joven sacerdote Iliodor. «Cuando me vienen las ganas, las desvío del bajo vientre a la cabeza, a la mente. Y entonces me hago invulnerable. Y la mujer que me toca en ese momento se libera de las pasiones de la lujuria. Por eso las mujeres se arremolinan a mi alrededor: tienen ganas de juguetear con un buen hombre, pero como no pueden, porque temen perder la virginidad o temen el pecado en general, entonces vienen a mí para que las libere de las pasiones, para que las haga tan desapasionadas como yo mismo. Te voy a contar lo que sucedió una vez: venía en viaje hacia aquí desde Piter [San Petersburgo] acompañado de L., Mary, Lienka, B., V. [por este orden: O. Lopujina, M. Vishnyakova, E. Timofeievna, J. Berlandskaya, A. Vyrubova] y otras mujeres. Por el camino, entramos a Verjoturie, al monasterio. ... Nos tendimos en el suelo. Las hermanas me rogaron que me desvistiera, para poder así tocar mi cuerpo desnudo e iluminarse, purificarse ... Y no iba yo a ponerme a discutir con las mujeres, tontas como son, ¿no crees? Como lo hagas, te desnudan ellas. Así que me quité la ropa y ellas se acostaron a mi alrededor como mejor podían: Lienka apretó mi pierna izquierda entre las suyas desnudas, L. hizo lo propio con mi pierna derecha, V. se apretó contra un costado, Mary hizo lo mismo contra el otro y así sucesivamente ... Después las traje aquí [a Pokrovskoie] y las conduje a todas a los baños. Me desnudé y les ordené que se desnudaran. Y comencé a explicarles que en mí no hay pasiones; ellas se postraron ante mí y besaron mis pies. Más tarde, ya en la noche, se desató una pelea entre Mary y L. Discutían acerca de cuál se acostaría junto a mi costado derecho y cuál junto al izquierdo ... y llegaron a tirarse de las trenzas».257

No es difícil percatarse de que la tesis acerca de la «carencia de pasiones» del starets incurre en una evidente contradicción con la circunstancia de que se le reconociera el derecho a mantener trato carnal con las mujeres. Tal «aspereza lógica» se resolvía mediante la declaración de la unión carnal como una suerte de «efecto colateral», que ocurría de vez en cuanto por causas ajenas al starets y carentes de cualquier relación con su profunda y espiritual esencia: «Y es que jamás pienso yo en eso. Llega y pierdes la cabeza ... se va, y te quedas con náuseas ... Llega, te envuelve y al final te suelta, y nada hay en eso que yo tenga por pecado o gozo. Porque no es cosa que salga de mí, así que carezco de voluntad para resistirlo».258

La manera ostentosa en que Rasputín se refería al pecado carnal como a algo externo, casual, insignificante y, en esencia, indeseado, no sólo le servía como excusa adicional para evadir la responsabilidad moral por la comisión de acciones que la Iglesia considera pecaminosas, sino que también le permitía reconocer abierta y «serenamente» su impotencia sexual, lo que entrañaba una importancia enorme a efectos de la hipercompensación: «No es en pos de ese pecado, en el que rara vez incurro, que acudo yo a los baños»259 con las mujeres, sino para curarlas: predicarles la idea de la «carencia de pasiones», liberarlas del «demonio de la lujuria», humillarlas en su soberbia y purificarlas de sus miserias.

En el desarrollo de la idea de la «curación por el desapasionamiento», Rasputín planteó una suerte de «homeopatía sexual», es decir, un tratamiento con pequeñas dosis de una «medicina» cuyos mecanismos de acción coincidían con los del mal enfrentado y que, en grandes dosis, significaba un peligro. Grigori consideraba que debía besar a las mujeres hasta que sus besos «les resultaran repugnantes»260 e impedir así que la «pequeña fornicación» segregase la «gran fornicación».

Según el punto de vista de D. D. Isaev, la práctica de actividades esencialmente «pecaminosas» pero situadas en el marco de la lucha contra el «pecado de la carne» resultaba harto conveniente, puesto que arrojaba una luz de «decencia moral» sobre Rasputín que le permitía continuar atrayendo a nuevas devotas: «Este planteamiento psicoterapéutico, como diríamos ahora, en ocasiones servía efectivamente al objetivo de superar las barreras psicológicas y neuróticas que impedían a las mujeres alcanzar una descarga orgásmica. Por lo tanto, no sorprende que desde la perspectiva de los enfoques tradicionales acerca de la imagen masculina del sexo, Rasputín fuera considerado un “gigante sexual” ... mientras que, simultáneamente, pueda considerársele poco menos que impotente, dado que era prácticamente incapaz de realizar el acto sexual ... Además, era frecuente que sus adoradoras y pacientes llegaran a “perder la razón” en el trato con su ídolo, quien ... de forma bien original ... aplacaba su deseo sexual (llevándolas, de hecho, al máximo nivel de excitación y a veces hasta el clímax), sin obligarlas, con ello, a incurrir en infidelidades. La táctica descrita podría pasar perfectamente por una variante de las terapias para tratar las disfunciones sexuales femeninas. Y muchas de las usufructuarias de la misma no sólo estaban agradecidas a Rasputín, sino que lo adoraban, ya que les había brindado por vez primera la posibilidad de disfrutar de ese aspecto de la vida».261

También es cierto, como deja entrever Iliodor, que Rasputín se entregaba con denuedo a la «cura» de las más jóvenes y hermosas, «pero dado que las mujeres de más edad también pugnaban —¡y con mucho más ahínco que las jóvenes!— por gozar de los besos del starets, él las rechazaba sin ningún tipo de ceremonia».262 A pesar de que a Iliodor le apenaba la suerte que corrían las pobres ancianas, interpretaba su rechazo con ingenuidad propiamente monacal: «claro que es cierto que las ancianas no padecen los asedios de la carne, así que Grigori actúa con justicia».263

Además de su dedicación a la «cura» de mujeres sexualmente atractivas, Rasputín se entregaba con fruición al tratamiento de los hombres, hacia los que también manifestaba un evidente interés erótico. Ya en sus años de juventud, durante una de sus peregrinaciones, Grigori fue objeto de una agresión homosexual. Ello ocurrió en el monasterio de Verjoturie, donde a lo largo de varias noches padeció el asedio de los padres Iosif y Serguei, quienes estuvieron a punto de violarlo. Rasputín cuenta que terminó gritándoles: «Me niego a participar en vuestras fornicaciones», antes de escapar a la carrera.264

No obstante, en el futuro, el comportamiento de Rasputín pondría claramente en evidencia su naturaleza bisexual: «No sólo a las mujeres curo ... a los hombres también. ¿Conoces al obispo Innokentii? ... Pues es muy amigo mío. Sufre y mucho, el pobrecito, de pensamientos lascivos. En cuanto ve a una mujer, y esto me lo ha dicho él mismo, le da por saltarle encima como un garañón sobre una yegua. Lo he estado tratando. Cada vez que voy a verlo, me mete con él en la cama, bajo la manta, y me dice: “Échate a mi lado, Grigori, échate. En cuanto estás conmigo, se me van los pensamientos lascivos”».265 Reparemos en que este relato sale de los labios de Rasputín en circunstancias muy particulares: está a solas en los baños con el joven y hermoso monje Iliodor. Es evidente que Rasputín está esperando una reacción por parte de éste. Pero Iliodor, un niño enorme «con puños de un pud266 cada uno»,267 calla castamente...

Tras haber hecho esfuerzos denodados por conocer al gran duque M. M. Andronnikov, célebre aristócrata homosexual, y encontrándose por primera vez en su casa, Rasputín inmediatamente le preguntó: «Pues, aquí me tienes ... ¿Dónde tienes el templo pagano? Me han dicho que tienes uno aquí en casa».268 Es menester aclarar de qué se trataba: el gran duque Andronnikov tenía una enorme cama cerca del altar de su residencia, en la que se entregaba a todo tipo de juegos lascivos con los jóvenes que le visitaban.269 Y ése era el «templo pagano de color azul» al que ansiaba correr el sexualmente excitado starets. Cuando en 1912 M. V. Rodzianko mostró al emperador unas fotografías que comprometían a Rasputín, le insinuó de forma inequívoca: «Aquí está Rasputín rodeado de chicas muy jóvenes, y aquí hay unos chicos; también entre ellos está».270

Hay aun otro síntoma relevante. Cada vez que Rasputín se refiere a las mujeres sus epítetos son humillantes y manifiestan su «carencia de pasión» hacia ellas, mientras que en las ocasiones en que aludió a sus contactos con hombres jamás utilizó una sola palabra grosera o despectiva, ni mencionó ninguna sensación de desagrado y, mucho menos, de repugnancia. Muy notable es también el hecho de que la única persona que de verdad «le robó el corazón» a Rasputín fuera un hombre: Félix Yusúpov.

«Rara vez sus ojos parpadeaban»

El retrato de la personalidad de Rasputín quedaría incompleto si dejáramos a un lado su apariencia física. Los registros policiales reproducen así el perfil de Grigori Yefímovich Rasputín: «Complexión: normal; color del pelo: castaño claro; rostro: alargado; nariz: mediana; barba: encrespada, de color castaño oscuro; tipo: ruso».271 Aparte de esta descripción tan escueta, se han conservado un buen número de fotografías y retratos, si bien también estos son de todo punto insuficientes, dado que el rostro de un actor se revela mejor cuando está actuando y en ningún caso se lo puede reducir a un conjunto de poses estáticas: de frente, de perfil, en escorzo, etc.

Si tuviéramos que juzgar a Rasputín únicamente por las imágenes que de él se han conservado, nos sería extremadamente difícil comprender cómo consiguió este hombre apenas atractivo y no demasiado brillante dejar impresiones no sólo distintas, sino a veces incluso diametralmente opuestas, en tantas personas, desde algunos que escriben acerca de la respiración «hedionda» del starets272 y de ciertas «costras negras»273 en el lugar de los dientes, hasta otros que hablan de un «aliento totalmente fresco» y de unos «dientes fuertes, como los de una bestia salvaje», «impecables» y «sanos».274

Los labios de Rasputín, al parecer de unos, son «pálidos y finos»,275 mientras que otros los describen como «llenos y sensibles».276 Algunos recuerdan que «de toda la figura del starets siempre emanaba un olor desagradable, de origen difícilmente precisable».277 Otros dan testimonio de que Rasputín «era extraordinariamente pulcro: se cambiaba de ropa interior a menudo, iba a los baños y por eso jamás apestaba».278 La estatura de Rasputín era superior a la media.279 Además era enjuto,280 musculoso281 y ancho de hombros,282 por lo que daba la impresión de ser un hombre macizo.13 283 Sus movimientos eran los de alguien nervioso, impetuoso y audaz.14 284 Al hablar gesticulaba en exceso285 y cuando se excitaba «se ponía a dar coces como un potro embridado».286

Cuando estaba sentado a la mesa, «se comportaba de forma indecente», «sólo en muy raras ocasiones utilizaba los cubiertos y prefería coger los fiambres del plato con sus dedos huesudos y enjutos. Los trozos de cierto tamaño, los desmenuzaba como las fieras».287 Le gustaba «dejarse caer de su silla, hincar los codos en el estómago de su vecina en la mesa, castañetear los dientes», y mientras masticaba ruidosamente «ir soltando las perlas de sus enseñanzas espirituales».288

Sus cabellos grasientos,289 pocas veces «bien peinados»,290 y más a menudo «revueltos» y «enmarañados»,291 estaban separados por una descuidada raya en el medio.292 Eran de color oscuro,293 «castaño oscuro»,294 «oscuros y estropajosos», 295 «castaños».296

«Tenía una cabeza enorme ... y encima de la frente se apreciaba un claro en el cabello» que era «producto de una paliza que le dieron».297 Matriona Rasputina aclara que la pequeña cicatriz en la frente, que se aprecia en cierta fotografía, es la huella de un hachazo que un vecino de su pueblo propinó a Rasputín, durante una pelea en que el primero defendía el honor de su hija.298

«Siempre llevaba consigo un minúsculo peine, con el que peinaba sus cabellos largos, brillantes y grasientos. La barba, en cambio, la tenía casi siempre descuidada y casi nunca la atusaba»,299 por lo que ésta daba más bien la impresión de «que le hubieran pegado a la cara los mechones de lana esquilados de una oveja».300

Tenía la frente ancha,301 cejas pobladas,302 una nariz prominente,303 además de «ancha y picada de viruelas»304 y una boca musculosa,305 encajada en una cara alargada306 y demacrada,307 con «rasgos pronunciados y desagradables».308 En términos generales, estamos ante una cara «campesina, de lo más común».309 Pero los ojos ya son otra cosa...

Los ojos de Rasputín eran «de un azul intenso, profundamente hundidos ... así eran todos los de Pokrovskoie, con ojos claros, aunque tuvieran el cabello oscuro».310 «Unos grandes ojos claros, azules, del color de un campo de lilas o del cielo del norte. Ojos de mujer. Ojos de pecado. Los ojos del San Juan Bautista de Leonardo da Vinci».311

«Lo primero que me llamó la atención», relataba V. D. Bonch-Bruevich, «fueron sus ojos: miraban fija y concentradamente, y en ellos tintineaba una extraña luz fosforescente. Daba la impresión de que estuviera todo el rato palpando a su interlocutor con los ojos»;312 «sin abrir siquiera sus maravillosos ojos, acariciaba y palpaba a su interlocutor durante toda la conversación».313

«Sus ojos me asombraban cada vez más ... Lo que distinguía a sus ojos era su pequeñez, que eran incoloros y que estaban muy juntos, alojados en unas cuencas extraordinariamente profundas, tanto que desde lejos ni siquiera se los veía, como si se perdieran en las profundidades de sus órbitas. Gracias a esa circunstancia, a veces era difícil percibir si tenía los ojos abiertos o cerrados, y sólo una sensación como de que te atravesaran dos agujas revelaba que Rasputín te estaba mirando, te vigilaba».314

Según diversos testimonios de sus contemporáneos, los ojos de Rasputín estaban «muy hundidos»,315 «demasiado juntos, casi pegados al tabique nasal»,316 eran «ardientes»,317 «minúsculos»,318 «con órbitas marcadas por manchas de color marrón»,319 feos,320 pero dotados de un extraordinario atractivo,51 321 «de una fuerza casi hipnótica».322

«Sus ojos son especialmente hermosos y expresivos. Son limpios y azules. Él es consciente de la fuerza que tienen. En esos ojos refulgen llamas que se encienden y se apagan. Embrujan a las mujeres».323 «Rara vez sus ojos [parpadeaban], y esa mirada inmóvil y magnética era capaz de desconcertar hasta a la persona más atrevida».324 «Era precisamente la fuerza con que clavaba los ojos», reza el testimonio de V. D. Bonch-Bruevich, «lo que más impresionaba a cuantos estuvieran en su presencia, especialmente a las mujeres, en quienes producía una turbación brutal que comenzaba por inquietarlas, pero que después las animaba a mirarle tímidamente y en ocasiones las empujaba a acercársele, hablarle y arrancarle unas palabras más».325 Una mujer que acababa de conocer a Rasputín cayó víctima de un ataque de histeria, mientras gritaba: «No puedo, no puedo resistir la mirada de esos ojos que todo lo ven. ¡No puedo!».326

«Es imposible sostener su mirada durante un rato. Hay en ella algo pesado, como si uno sintiera una opresión física, aunque a veces sus ojos se iluminen con amabilidad, siempre con cierta picardía, y haya tanta suavidad en ellos. Mas, también: ¡cuán crueles pueden ser a veces y cuán aterradores cuando los domina la ira!».327

«Su mirada», apunta F. Yusúpov, «era aguda, pesada y penetrante. Ciertamente, uno sentía que en él había una fuerza que no era humana».328

Paralelamente, también se han conservado descripciones radicalmente distintas de la mirada de Rasputín. Así, por ejemplo, si hemos de creer el testimonio de I. F. Manasevich-Manuylov, Rasputín «mira como hacia un lado de la cara de su interlocutor, incapaz de sostenerle la mirada».59 329 «Busqué detenidamente aquel brillo misterioso, que muchos atri­buían a sus ojos. Nada encontré», recordaba otro articulista, L. Lvov. «Lo que brillaba en sus ojos era la astucia y la sagacidad propias de un recio campesino, que había captado perfectamente el tipo de curiosidad por la sencillez que sentían los “señores”».330 «Una desagradable sensación me produjeron sus ojos astutos, que no dejaban de moverse, incapaces de mirarte directamente a la cara»,331 consignó también en sus memorias el antiguo comandante de palacio V. N. Voieykov.

Del cutis de Rasputín leemos que era oscuro, surcado de arrugas que, a veces, parecían más bien grandes pliegues, como «los que apreciamos en el rostro de cualquier campesino viejo».332

La voz era fuerte,333 aunque sorda.334 Su expresión era monótona y a la vez cantarina, «a ratos la de un novicio monacal, pero también la de un perro viejo sectario».335 Hablaba subrayando el sonido de la «o»,336 en aquellas palabras en que habitualmente suena como una «a» e «inclinando la cabeza hacia un lado a la manera de los sacerdotes durante la prédica».337

Tenía los brazos largos,338 nudosos, «con las venas muy marcadas»,339 «extraordinariamente largo el dedo índice, casi hasta la indecencia».340 «Tiene las manos sucias y las uñas mugrientas»,341 «los restos de alimentos solían enredársele en la barba, mientras comía», si bien es cierto que «era bastante aseado y se bañaba asiduamente».342

«Era curioso observar», relata Matriona Rasputina, «cómo se acercaba a mirarse a los espejos, creyendo que nadie lo veía. Al principio, mostraba preocupación (a ver qué es lo que me encuentro), después disgusto (¿qué es lo que veo?), y finalmente parecía conformarse (lo que hay, es lo que hay)».343 Una completa gama de sentimientos, si reparamos en que se trata de un simple campesino: por una parte, se aprecia el deseo de resultar atractivo a quienes le rodeaban (de ahí la preocupación por si lucía suficientemente atractivo), la coqueta inconformidad con su aspecto (tan característica de la personalidad histeroide) y, al mismo tiempo, la admiración ante sí mismo («¡tampoco estoy tan mal que digamos!»).

En general, mirarse desde fuera era tan propio de Grigori Yefímovich que incluso cuando hablaba por teléfono «se llevaba artísticamente las manos a las caderas y apoyaba el pie en un pequeño taburete dispuesto a ese fin junto al aparato. Probablemente, imaginaba que ésa era la pose que debía adoptar un triunfador».344

También prestaba una gran atención a la ropa. Cuando llegó a San Petersburgo en 1904, Rasputín «vestía una casaca sencilla, barata, de color gris, cuyos faldones gastados colgaban como dos viejas mangas de piel; los bolsillos los tenía hinchados pero vacíos, como los suelen llevar los pobres, que echan en ellos cualquier cosa comestible que encuentran; los pantalones iban con el ánimo general del atuendo, y también la chaqueta, asombrando ambos por la manera en que colgaban sobre las burdas botas campesinas, cubiertas prolijamente de alquitrán; el colmo del descuido era el trasero de los pantalones, que colgaba como una hamaca vieja y ajada».345

Al cabo de cuatro años, Grigori ya lucía «un buen abrigo ruso de paño negro y calzaba unos soberbios botines laqueados y rematados en punta».346 Y dos años más tarde, Rasputín «vestía lujosamente: llevaba una camisa rusa de raso carmesí, ceñida por un cinturón del que colgaban enormes borlas de seda; los pantalones eran de caro paño negro e iban recogidos a la altura de las pantorrillas a la manera castrense; los suntuosos botines llamaban la atención de todos por su pulcritud y brillo».347

Entre 1915 y 1917, Rasputín solía ir vestido «con una camisa de seda de color lila, pantalones ingleses a rayas y elegantes zapatos a cuadros».348

En general, la imagen de Rasputín provocaba recelo, irritación y desasosiego: «toda su “sencillez”, desde su presunción de elegancia, aunque continuara vistiendo trajes “campesinos”, hasta los cabellos engomados y las uñas mugrientas, tenía un carácter premeditado»;349 «era un típico vagabundo ruso, de los que se han evadido de la cárcel ... A juzgar por su apariencia, lo único que le faltaba era el abrigo de buriel y el gorro rojo de los presidiarios»;350 «un campesino ruso como el que más: típico, asqueroso y tosco»;351 «un campesino semianalfabeto, desmadejado sobre mullidos muebles desde cuyo fondo profería con aplomo cualquier insensatez que le pasara por la cabeza»,352 y tras cuya apariencia «se escondía una persona taimada, astuta, sinuosa, misteriosa y conocedora de todo lo horrible que llevaba dentro de sí».353

Rasputín no era ni un santo, ni un diablo; era exactamente tal y como querían verlo las personas que le rodeaban, de cuyas voluntades él, por su parte, se intentaba adueñar. En la medida en que esas personas que se arremolinaban a su alrededor, incluyendo a los aristócratas y personalidades más célebres, carecían, inmersos como estaban en una época turbulenta, de una definición clara de lo que verdaderamente querían, si la misteriosa y por lo tanto amenazante «constitución» o el tan ruso y centenario «esturión con rábanos», a Rasputín no le quedaba más remedio que ser, al mismo tiempo «diablo» y «santo».

44. Bojanov, A. N., op. cit., p. 39.

45. Platonov, O. A., op. cit., p. 10; Chernyshov, A. V., «Acerca de la edad de Grigori Rasputín y otros detalles biográficos», en Otiechestvienni Arjiv, 1992, nº 1, p. 113.

46. Chernyshov, A. V., op. cit., p. 112.

47. Rasputina, M., op. cit., p. 15.

48. Chernyshov, A. V., op. cit., p. 113; Radzinsky, E. S., op. cit., p. 460.

49. S. P., «Un encuentro con Rasputín», Russkoie Slovo, 31 de diciembre de 1916.

50. Almazov, B., Rasputín y Rusia. Una semblanza histórica, Tipografía Grunhut, Praga, 1922, p. 18.

51. Rasputina, M., op. cit., p. 16.

52. Chernyshov, A. V., op. cit., p. 113.

53. Amalrik, A., Rasputín. Relato documental, slovo, Moscú, 1992, p. 18.

54. Rasputina, M., op. cit., p. 20.

55. Ibid., p. 22.

56. Chernyshov, A. V., op. cit., p. 113.

57. Bojanov, A. N., op. cit., p. 40.

58. Platonov, O. A., op. cit., p. 10.

59. Ibid., p. 10.

60. Trauma de nacimiento: traumatismos en los órganos o tejidos del neonato producidos durante el parto. Pueden ocasionar algunas patologías transitorias o permanentes del carácter. También pueden afectar a otros aspectos del funcionamiento del organismo.

61. Rasputina, M., op. cit., p. 17.

62. Rasputin: The Man behind the Myth..., p. 11.

63. Rasputina, M., op. cit., p. 17.

64. Ibid., p. 16.

65. Rasputín, Grigori, Leyenda de un experimentado peregrino [mayo de 1907], p. 9.

66. Rasputina, M., op. cit., p. 18.

67. Ibid., p. 22.

68. Rasputín, Grigori, Leyenda..., p. 9.

69. Yo conocí a Rasputín, Kiedr, Moscú, 1993, p. 29.

70. Iliodor [Serguei Trufánov], op. cit., p. 10.

71. Ibid., p. 53.

72. M-v, I. [Manasievich-Manuylov, I. F.], Con Grigori Rasputín, Novoie Vremia, 18 de febrero de 1912.

73. Yo conocí a Rasputín..., p. 24.

74. Yo conocí a Rasputín..., p. 29; Dzhanumova, E., «Mis encuentros con Grigori Rasputín», Suplemento de la revista Ogoniok, 1992, nº 47-49, p. 4; Zhukovskaya, V. A., Mis recuerdos de Grigori Rasputín (1914-16), en Archivos de Rusia, Testimonios y documentos acerca de la historia nacional, ss. xviii-xx, vol. 2 y 3, trite, Moscú, 1992, p. 259.

75. El secreto de la dinastía de los Romanov, o Las aventuras de Grigori Rasputín, Tipografia M. Briskera i A. Cherniaka, Kiev, 1917, p. 23.

76. Kasvinov, M. K., op. cit., p. 167.

77. Kurlov, P. G., La caída de la Rusia imperial, Sovremennik, Moscú, 1992, p. 167.

78. Beletski, S. P., «Grigori Rasputín», en El diablo santo, Byloie, Petrogrado, 1923, p. 22.

79. Rodzianko, M. V., op. cit., pp. 13, 18 y 24; Kokovtsov, V. N., Recuerdos de mi pasado, 1913-1919, vol. 2, Nauta, Moscú, 1992, p. 33; Shulguin, V. V., Años y días. 1920, Novosti, Moscú, 1990, p. 397, 410; Mosolov, A. A., En la corte del último emperador. Notas del jefe de despacho del ministerio de la corte, Naúka, San Petersburgo, 1992, p. 15; Dzhanumova, E., op. cit., p. 8; Beletski, S. P., op. cit., p. 16; Yusúpov, F., «El final de Rasputín. Memorias», en Amalrik, A., op. cit., p. 250; [Protopopov, A. D.], «Interrogatorio a A. D. Protopopov», en El diablo santo, Byloie, Petrogrado, 1923, p. 309.

80. Kurlov, P. G., op. cit., p. 169.

81. Rozhnov, V., «El último favorito del último zar», Naúka i religuia, 1974, nº 7, pp. 54-55.

82. Véase p. 367 de la presente edición.

83. Buchanan, G., Memorias de un diplomático, Mezhdunarodnye otnoshenia, Moscú, 1991, p. 158.

84. La gran duquesa Anastasia Nikoláevna (Stana) (1867-1935). Princesa montenegrina, hija del príncipe de Montenegro Nikolai Niegosh. En 1889 contrajo matrimonio con el duque G. M. de Leuchtenberg, de quien se divorció en 1906. En 1907 se casó en segundas nupcias con el gran duque Nikolai Nikoláevich, hijo.

85. Iliodor [Serguei Trufánov], op. cit., pp. 30, 31, 28 y 39.

86. Ibid., pp. 50, 94 y 25.

87. Ibid., p. 33.

88. [A. M.], «Las fuerzas oscuras a los pies del trono. La fábrica de administradores Rasputín y Co.», Petrogradski listok, 30 de marzo de 1917.

89. Iliodor [Serguei Trufánov], op. cit., p. 94.

90. [A. M.], op. cit.

91. Zhukovskaya, V. A., op. cit., p. 290.

92. Rasputín-Novy, G., «Infancia y pecado», Dym otiechestva, 16 de mayo de 1913.

93. E. S. (ed.), «Los secretos de la casa de los Romanov», Svoboda (almanaj), segunda entrega, Petrogrado, 1917, p. 11.

94. Hippius, Z., Rostros vivos. Memorias, Merani, Tiflis, 1991, p. 72.

95. Yo conocí a Rasputín..., p. 31.

96. Dzhanumova, E., op. cit., p. 4.

97. Iliodor [Serguei Trufánov], op. cit., p. 19.

98. Ibid., p. 54-55.

99. Ibid., p. 21.

100. Véase p. 327 de la presente edición.

101. Dzhanumova, E., op. cit., p. 13.

102. Ibid., p. 13.

103. Iliodor [Serguei Trufánov], op. cit., p. 67.

104. Yo conocí a Rasputín..., pp. 50-51.

105. «Borís Nikolski y Grigori Rasputín», El archivo rojo. Revista histórica, Tsentrarjiv, ogiz-sotsekgiz, Moscú, 1935, vol. 1 (68), pp. 159-160.

106. Iliodor [Serguei Trufánov], op. cit., p. 64.

107. Menshikov, M. O., «Rasputín en la iglesia», Novoie vremia, 14 de enero de 1912.

108. Pitirim (Pável Oknov) (1858-1920). En 1883 se hizo monje y en 1914 fue nombrado arzobispo de Samara. Gracias a la protección de Rasputín se convirtió en arzobispo de Kartlino y Kajeti y, desde 1915, en metropolita de Petrogrado y Ladoga. Murió en Ekaterinodar.

109. A. D. Samarin (1868-1931). Destacado miembro de la nobleza en el gobierno de Moscú (1908-1915), adjunto al fiscal general del Santo Sínodo (1915), acérrimo opositor a Rasputín.

110. Zhukovskaya, V. A., op. cit., pp. 288-89.

111. Almazov, B., op. cit., pp. 217-19.

112. Beletski, S. P., op. cit., p. 17.

113. Ievréinov, N. N., op. cit., p. 55.

114. Zhukovskaya, V. A., op. cit., p. 280.

115. Simanóvich, A., Rasputín y los hebreos. Memorias del secretario personal de Grigori Rasputín, Istoricheskaya biblioteka (Biblioteca de la revista Slovo), Riga, 1991, p. 19.

116. Voeykov, V. N., Con el zar y sin el zar. Memorias del último comandante de palacio del emperador Nicolás II, Voiennoe Izdatelstvo, Moscú, 1995, p. 92.

117. Dzhanumova, E., op. cit., p. 3.

118. Amalrik, A., op. cit., p. 21.

119. Paléologue, M., Rasputín. Memorias, Deviatoie yanvaria, Moscú, 1923, p. 30.

120. Yusúpov, F., op. cit., p. 280.

121. Pokrovski, M. N., op. cit., p. xxvii.

122. Véase p. 329 de la presente edición.

123. Isaev, D. D., op. cit., p. 113.

124. Bojanov, A. N., «Nicolás II», en Autócratas rusos, Mezhdunarodnie otnoshenia, Moscú, 1993, pp. 363-364.

125. Ibid., p. 365.

126. Dzhanumova, E., op. cit., p. 8.

127. Yo conocí a Rasputín..., p. 9.

128. Kurlov, P. G., op. cit., p. 167.

129. Yusúpov, F., op. cit., p. 250.

130. Paléologue, M., op. cit., p. 13.

131. Yusúpov, F., op. cit., p. 257; Yo conocí a Rasputín..., p. 6.

132. Dzhanumova, E., op. cit., p. 2; Shulguin, V. V., op. cit., p. 404.

133. Simanóvich, A., op. cit., p. 20.

134. Levantamiento popular contra el zar Nicolás II, que tuvo su inicio en la marcha de miles de obreros hacia el Palacio de Invierno el 22 de enero de 1905. (N. del t.)

135. Ibid.

136. Moinehen, B., Grigori Rasputín: un santo pecador, Rusich, Smolensk, 1999, p. 91.

137. Iliodor [Serguei Trufánov], op. cit., p. 15.

138. Radzinsky, E. S., op. cit., p. 130.

139. Paléologue, M., op. cit., pp. 10-11.

140. E. S. (ed.), «Grishka Rasputín: su vida, obra y muerte. El suplicio de Grishka Rasputín», en Svoboda (almanaj), primera entrega, Petrogrado, 1917, pp. 4-5.

141. S. V., «Rasputín Novy», Riech, 25 de mayo de 1910.

142. Borís Nikolski y Grigori Rasputín, p. 159.

143. [Hermógenes], «El obispo Hermógenes acerca de Rasputín», Russkoie slovo, 21 de diciembre de 1916.

144. Iliodor [Serguei Trufánov], op. cit., p. 26.

145. Yusúpov, F., op. cit., p. 292.

146. Iliodor [Serguei Trufánov], op. cit., p. 120.

147. [Jvostóv, A. N.], «Interrogatorio a A. N. Jvostov», en El diablo santo. El secreto de Grigori Rasputín. Recuerdos. Documentos. Materiales de la comisión de investigación, Knizhnaya palata, Moscú, 1990, p. 299.

148. «Todo lo que sabemos de Rasputín... evidencia que su fuerza nada tenía que ver con la hipnosis, sino con la poderosa naturaleza de su carácter» (Bejterev, V. M., «La moda de Rasputín en la sociedad de las damas aristocráticas», Petrogradskaya gazeta, 21 de marzo de 1917).

149. Rasputina, M., op. cit., p. 18.

150. Rasputin: The Man behind the Myth..., p. 13.

151. Véase p. 330 de la presente edición.

152. Rozhnov, V., «El último favorito del último zar», en Nauka i religuia, 1974, nº 8, p. 51.

153. Iliodor [Serguei Trufánov], op. cit., p. 50.

154. Ibid.

155. Kurlov, P. G., op. cit., p. 167.

156. Amalrik, A., op. cit., p. 116.

157. Ibid., pp. 32-33.

158. Ibid., p. 121.

159. Rodzianko, M. V., op. cit., pp. 66-67.

160. Voeykov, V. N., op. cit., p. 91.

161. Beletski, S. P., op. cit., p. 28.

162. Shulguin, V. V., op. cit., p. 407.

163. Paléologue, M., «La Rusia zarista en vísperas de la revolución», en Grigori Rasputín en los recuerdos de sus contemporáneos, p. 96.

164. Rasputina, M., op. cit., p. 19.

165. Iliodor [Serguei Trufánov], op. cit., p. 4.

166. Zhukovskaya, V. A., op. cit., pp. 313-14.

167. Simanóvich, A., op. cit., pp. 68-69.

168. Ibid., p. 69.

169. Dzhanumova, E., op. cit., p. 10.

170. Berns, B., Alexei. El último zarevich, en Zviezda, San Petersburgo, 1993, pp. 26-27.

171. Messi, R., Nicolás y Alexandra: una novela biográfica, Biesy/Libro, Moscú, 1991, p. 172.

172. Moinehen, B., op. cit., p. 172.

173. Ibid., p. 289.

174. Paléologue, M., Rasputín. Memorias, pp. 18-19.

175. Vyrubova, A. op. cit., p. 281.

176. Moinehen, B., op. cit., pp. 171-172.

177. Iliodor [Serguei Trufánov], op. cit., p. 27.

178. Dzhanumova, E., op. cit., p. 10.

179. Beletski, S. P., op. cit., p. 41.

180. Ibid., pp. 22-23.

181. Kurlov, P. G., op. cit., p. 171.

182. Beletski, S. P., op. cit., p. 53.

183. Vyrubova, A. op. cit., p. 281.

184. Rodzianko, M. V., op. cit., p. 55.

185. M-v, I. [Manasievich-Manuylov, I. F.], op. cit.

186. Rasputín, Grigori, Leyenda..., pp. 10 y 14.

187. Zhukovskaya, V. A., op. cit., p. 261.

188. Rasputín, Grigori, Leyenda..., p. 15.

189. Shulguin, V. V., op. cit., p. 413.

190. Iliodor [Serguei Trufánov], op. cit., p. 50.

191. Tolstoi, A. N., Tinieblas y amanecer, en Obras Completas en diez volúmenes, vol. 5, gijl, Moscú, 1959, p. 11. [Obras escogidas en seis volúmenes, vol. 1, Progreso, Moscú, 1976-1982.]

192. Ievréinov, N. N., op. cit., pp. 60 y 62.

193. Prugavin, A., El starets Grigori Rasputín y sus seguidoras, Knizhnoie Izdatelstvo, Samara, 1993, p. 46.

194. Bostunich, G., El porqué de la aparición de Rasputín. Fundamentos de una fatalidad psicológica, 1917, Petrogrado, pp. 11-12. El priapismo es una erección patológica, permanente y en ocasiones dolorosa del miembro viril, que no depende de la excitación erótica, ni desaparece tras la realización del acto sexual, que, en esas circunstancias, no resulta en eyaculación ni orgasmo.

195. «Rasputín es célebre por su tormentosa actividad heterosexual ... Rasputín se colocó en el vórtice de su época gracias a la hipersexualidad que demostró por doquier» (Etkind, A. M., op. cit., p. 596); «Como un genuino semental siberiano, Ras­pu­tín se ufanaba de su capacidad para satisfacer a decenas de mu­je­res en unas pocas horas», (Shishkin, O. A., op. cit., p. 72); «No dejaba en paz a las mujeres, arrastrándolas a la perversión... “No se le escapa nadie”, decían sobre él en la aldea» (El secreto de la influencia de Grishka Rasputín. Grishka y las mujeres. Grishka como político. Grishka y «Sashka». El espíritu de Grishka, Petrogrado, 1917, p. 6); «Las jóvenes se le pegaban como las moscas a un tarro de miel... Y él no se apocaba lo más mínimo. Con que tuvieran apariencia femenina, ya bastaba para que las pervirtiera en toda regla» (Beliankin, E., El pervertido starets Grishka Rasputín. Crónica novelada sobre las aventuras íntimas del «santo cortesano», pomatur, Moscú, 2001, p. 15).

196. Shulguin, V. V., op. cit., p. 412.

197. Iliodor [Serguei Trufánov], op. cit., pp. 68-91.

198. Ibid., p. 68.

199. Zhukovskaya, V. A., op. cit., pp. 258, 307 y 274.

200. Ibid., p. 308.

201. Zhukovskaya, V. A., op. cit., p. 259.

202. Ibid., p. 279.

203. Yo conocí a Rasputín..., pp. 31-32.

204. Ibid., pp. 32-33.

205. Zhukovskaya, V. A., op. cit., p. 261.

206. Yo conocí a Rasputín..., p. 43.

207. «Rasputín desde la perspectiva de sus escoltas», El archivo rojo. Revista histórica, Tsentrarjiv, ogiz-sotsekgiz, Moscú, 1924, vol. 5, p. 280.

208. Dzhanumova, E., op. cit., pp. 11-12.

209. Zhukovskaya, V. A., op. cit., pp. 271, 272 y 278.

210. Olga Vladímirovna Lojtina (Lajtina) (1865-¿?). Viuda de un general e ingeniero y seguidora de G. Y. Rasputín. Parece ser que padecía esquizofrenia.

211. Zhukovskaya, V. A., op. cit., p. 279.

212. Iliodor [Serguei Trufánov], op. cit., pp. 72-73.

213. Bojanov, A. N., Rasputín. Anatomía de un mito, pp. 193, 196.

214. Radzinsky, E. S., op. cit., p. 182.

215. «El último favorito del último zar (Materiales de la Comisión extraordinaria de investigación acerca de Rasputín y la corrupción de la autocracia creada por el gobierno provisional)», en Voprosy istorii, 1964, nº 10, p. 124.

216. Paléologue, M., «La Rusia zarista en vísperas de la revolución», p. 97.

217. «El último favorito del último zar», en Voprosy istorii, 1964, nº 10, p. 124.

218. Kustodiev, Borís (1878-1927): pintor ruso. Ha sido llamado el «Rubens ruso» por su aproximación a la belleza femenina. (N. del t.)

219. Iliodor [Serguei Trufánov], op. cit., p. 76.

220. Zhukovskaya, V. A., op. cit., p. 278.

221. «Interrogatorio a A. A. Vyrubova el 6 de mayo de 1917», en Anna Vyrubova, la dama de compañía de Su Alteza, Orbita, Moscú, 1993, p. 353.

222. Bejterev, V. M., op. cit.

223. Isaev, D. D., op. cit., p. 114.

224. Iliodor [Serguei Trufánov], op. cit., pp. 14, 43.

225. M-v, I. [Manasievich-Manuylov, I. F.], op. cit.

226. Amalrik, A., op. cit., p. 34.

227. Iliodor [Serguei Trufánov], op. cit., p. 68.

228. Bejterev, V. M., op. cit.

229. [Jvostóv, A. N.] op. cit., p. 299.

230. Simanóvich, A., op. cit., p. 19-20.

231. Bejterev, V. M., op. cit.

232. Iliodor [Serguei Trufánov], op. cit., p. 6.

233. Bebida refrescante muy popular en Rusia preparada a base de centeno. (N. del t.)

234. Rasputín, Grigori, Leyenda..., pp. 3, 12.

235. Iliodor [Serguei Trufánov], op. cit., pp. 79-91.

236. Amalrik, A., op. cit., p. 39.

237. Iliodor [Serguei Trufánov], op. cit., p. 89.

238. Radzinsky, E. S., op. cit., p. 150.

239. Ibid.

240. M-v, I. [Manasievich-Manuylov, I. F.], op. cit.

241. Iliodor [Serguei Trufánov], op. cit., p. 82.

242. Amalrik, A., op. cit., p. 36-37.

243. Iliodor [Serguei Trufánov], op. cit., p. 48.

244. Zhukovskaya, V. A., op. cit., p. 273.

245. «Nota de Iliodor sobre Rasputín», en Tras las bambalinas del zarismo. Archivo del médico tibetano Badmaev, Gosudarstviennoe izdatelstvo, Leningrado, 1925, p. 139.

246. Platonov, O. A., op. cit., p. 138.

247. Zhukovskaya, V. A., op. cit., p. 271.

248. Shulguin, V. V., op. cit., p. 285.

249. El corresponsal de un diario moscovita que tuvo ocasión de ver a la esposa de Rasputín en el hospital, donde éste se recuperaba del apuñalamiento, la describió en los siguiente términos: «La esposa: un rostro triste y marchito. Sus ojos son los característicos de las primeras esposas de hombres que terminan ganando gran notoriedad —pintores, escritores, etc.—, ojos de quienes compartieron los primeros fracasos, las penurias y el duro trabajo inicial, pero a quienes no tocará compartir las mieles del éxito».

250. Rasputin: The Man behind the Myth..., p. 61.

251. Paléologue, M., Rasputín. Memorias, p. 19.

252. Rasputín Grigori, Mis pensamientos y cavilaciones, Petrogrado, 1915, p. 19.

253. Zhukovskaya, V. A., op. cit., p. 278.

254. Ibid., p. 282.

255. S. V., «Rasputín Novy», Riech, 30 de mayo de 1910.

256. Ibid., 20 de mayo de 1910.

257. Iliodor [Serguei Trufánov], op. cit., pp. 37-38.

258. Véase p. 331 de la presente edición.

259. S. V., «Rasputín Novy», Riech, 30 de mayo de 1910. El subrayado es nuestro.

260. «El último favorito del último zar», en Voprosy istorii, 1964, nº 10, p. 124.

261. Isaev, D. D., op. cit., pp. 114-115.

262. Iliodor [Serguei Trufánov], op. cit., p. 66.

263. Ibid., p. 67.

264. Rasputin: The Man behind the Myth..., p. 70.

265. Iliodor [Serguei Trufánov], op. cit., p. 38.

266. Medida de peso rusa que equivale a 16,38 kilogramos. (N. del t.)

267. Radzinsky, E. S., op. cit., p. 177.

268. [Andronnikov, M. M.], «Interrogatorio al príncipe M. M. An­dronnikov», en El diablo santo, Byloie, Petrogrado, 1923, p. 304.

269. «El último favorito del último zar», en Voprosy istorii, 1964, nº 12, p. 96.

270. Rodzianko, M. V., op. cit., p. 46.

271. Archivo estatal de la Federación rusa, fondo 623, caja 1, le­gajo 23.

272. Yo conocí a Rasputín..., p. 32.

273. Simanóvich, A., op. cit., p. 18.

274. Zhukovskaya, V. A., op. cit., pp. 253, 258.

275. Ibid., p. 256.

276. Kovyl-Bobyl, I., op. cit., p. 231.

277. Iliodor [Serguei Trufánov], op. cit., p. 6.

278. Radzinsky, E. S., op. cit., p. 266.

279. Paléologue, M., Rasputín. Memorias, p. 29; Iliodor [Serguei Trufánov], op. cit., p. 64.

280. «Borís Nikolski y Grigori Rasputín», op. cit., p. 159.

281. Beletski, S. P., op. cit., p. 18.

282. Zhukovskaya, V. A., op. cit., p. 256.

283. Yusúpov, F., op. cit., p. 257.

284. Beletski, S. P., op. cit., p. 18; Zhukovskaya, V. A., op. cit., p. 256; Amalrik, A., op. cit., p. 21.

285. Paléologue, M., Rasputín. Memorias, p. 30.

286. Iliodor [Serguei Trufánov], op. cit., p. 9.

287. Simanóvich, A., op. cit., p. 18.

288. Zhukovskaya, V. A., op. cit., p. 280.

289. Annenkov, Yu., Diario de mis encuentros. Ciclo trágico, Judozhestvennaya literatura, Moscú, 1991, p. 221.

290. «Borís Nikolski y Grigori Rasputín», op. cit., p. 159.

291. Yusúpov, F., op. cit., p. 257.

292. Zhukovskaya, V. A., op. cit., p. 256.

293. Paléologue, M., Rasputín. Memorias, p. 30.

294. Zhukovskaya, V. A., op. cit., p. 256.

295. «Borís Nikolski y Grigori Rasputín», op. cit., p. 159.

296. Simanóvich, A., op. cit., p. 17.

297. Yusúpov, F., op. cit., p. 257.

298. Rasputina, M., op. cit., p. 139.

299. Simanóvich, A., op. cit., p. 18.

300. Iliodor [Serguei Trufánov], op. cit., p. 5.

301. Paléologue, M., Rasputín. Memorias, p. 30.

302. Yusúpov, F., op. cit., p. 257.

303. Zhukovskaya, V. A., op. cit., p. 256.

304. Yusúpov, F., op. cit., p. 257.

305. Paléologue, M., Rasputín. Memorias, p. 30.

306. Dzhanumova, E., op. cit., p. 2.

307. Gilliard, P., El emperador Nicolás II y su familia, Knigoizdatielstvo «Rus», Viena, 1921, p. 55.

308. Yusúpov, F., op. cit., p. 257.

309. Ibid.

310. Rasputina, M., op. cit., p. 17.

311. S. P., op. cit.

312. «El último favorito del último zar», en Voprosy istorii, 1964, nº 10, p. 123.

313. Rumanov, A., «Grigori Rasputín (mis recuerdos personales)», en Russkoie slovo, 1 de julio de 1914.

314. Yusúpov, F., op. cit., pp. 257-258.

315. Kokovtsov, V. N., op. cit., p. 32; Dzhanumova, E., op. cit., p. 2.

316. Annenkov, Yu., op. cit., p. 221.

317. Zhukovskaya, V. A., op. cit., p. 259

318. Yusúpov, F., op. cit., p. 257.

319. Radzinsky, E. S., op. cit. Prefacio.

320. Yo conocí a Rasputín..., p. 6.

321. Paléologue, M., Rasputín. Memorias, p. 30.

322. Rumanov, A., op. cit.

323. Bayán [Kolyshko, I. I.], «Liliputienses», en Russkoie slovo, 13 de enero de 1912.

324. Zhukovskaya, V. A., op. cit., p. 256.

325. Iroshnikov, M., Protsay L., Shelaev, Yu., Nicolás II. El último emperador ruso, Dujovnoie prosveschenie, San Petersburgo, 1992, p. 194.

326. Dzhanumova, E., op. cit., p. 16.

327. Ibid., p. 8.

328. Yusúpov, F., op. cit., p. 258. El «postestructuralista» A. M. Etkind interpreta la seguridad que manifiestan los testigos acerca de la extraordinaria expresividad de los ojos de Rasputín como una demostración de la regla que establece que la gente ve en los héroes de su tiempo sólo aquello a lo que están condicionados por el «discurso» vigente. De esa manera, un fenómeno psicológico e individual como la mirada queda relegado por un fenómeno de índole cultural: «La civilización ejerce un efecto represor sobre la mirada y la sustituye por el habla y la escritura. Por ello, un genuino representante del pueblo debe ser prácticamente analfabeto y disléxico, a la vez que estar dotado de una mirada hiperexpresiva» (Etkind, A. M., op. cit., p. 611). No obstante, a pesar de la importancia que tiene considerar los estereotipos de la percepción propios de una u otra época, no se debe olvidar que, por regla general, la base de las impresiones que causa una persona está constituida por características totalmente reales y no por elementos «impuestos por el discurso dominante».

329. M-v, I. [Manasievich-Manuylov, I. F.], op. cit.

330. Lvov, L, «Mis encuentros con Rasputín», Riech, 21 de diciembre de 1916.

331. Voeykov, V. N., op. cit., p. 91.

332. Zhukovskaya, V. A., op. cit., pp. 256, 259.

333. Yo conocí a Rasputín..., p. 49; Alexeev, V., «Una hora en casa de Grigori Yefímovich Rasputín», Peterburgskii kurier, 5 de febrero de 1914.

334. Yusúpov, F., op. cit., p. 257.

335. Menshikov, M. O., op. cit.

336. Dzhanumova, E., op. cit., p. 49.

337. Zhukovskaya, V. A., op. cit., p. 256.

338. Yusúpov, F., op. cit., p. 257.

339. Dzhanumova, E., op. cit., p. 3.

340. Annenkov, Yu., op. cit., p. 223.

341. Paléologue, M., Rasputín. Memorias, p. 7.

342. Simanóvich, A., op. cit., p. 18.

343. Rasputina, M., op. cit., p. 325.

344. Ibid., p. 326.

345. Iliodor [Serguei Trufánov], op. cit., p. 5.

346. Ibid., p. 9.

347. Ibid., p. 10.

348. Zhukovskaya, V. A., op. cit., p. 256.

349. Lvov, L., op. cit.

350. Kokovtsov, V. N., op. cit., p. 33.

351. Iliodor [Serguei Trufánov], op. cit., p. 120.

352. Yusúpov, F., op. cit., p. 281.

353. Zhukovskaya, V. A., op. cit., p. 256.

Rasputín

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