Читать книгу Catorce conferencias en la Universidad Sverdlov de Leningrado (1921) - Alexandra Kollontay - Страница 8

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1. Situación de la mujer en el comunismo primitivo

Comenzamos hoy una serie de conferencias que tratarán de las siguientes cuestiones: la diferente posición de la mujer en relación con el desarrollo de distintas formas económicas sociales; cómo la posición de la mujer en la sociedad determina su situación en la familia; y cómo esta conexión estrecha e indisoluble se da en todos los grados intermedios de desarrollo socio-económico. Como el trabajo de ustedes consiste en conquistar a las mujeres de los trabajadores y campesinos para que construyan la nueva sociedad y se ganen la vida en ella, deben comprender esa relación. En esta tarea se encontrarán frecuentemente con la objeción de que es imposible un cambio de la situación de la mujer y de sus condiciones de vida. Se afirma que están condicionadas por la particularidad del sexo. Si quieren combatir la opresión que sufren las mujeres, si quieren liberarse del yugo de la actual vida familiar, si aspiran a una mayor igualdad entre los sexos, les opondrán los viejos y conocidos argumentos: la falta de derechos de la mujer y su carencia de igualdad frente al hombre han sido santificadas por la historia y por eso no pueden abolirse. La dependencia de la mujer, su posición subordinada ante el hombre han existido desde siempre por lo que en el futuro no cambiarán nada. “Así han vivido nuestras abuelas, así vivirán también nuestras nietas.” Pero la primera objeción contra tales argumentos la proporciona la misma historia; la historia del desarrollo de la sociedad humana; el conocimiento del pasado y de cómo se configuraron realmente en él las situaciones. Si se informasen sobre las condiciones de vida, tal como dominaron hace miles de años, se convencerían de que no siempre y por siempre ha existido esa falta de igualdad de derechos de la mujer frente al marido, ni esa subordinación de esclava. Hubo períodos en que la mujer fue considerada totalmente igual al hombre; e incluso épocas en que el hombre reconocía a la mujer, en cierta medida, la posición dirigente.

Si ahora examinamos más minuciosamente las distintas posiciones de la mujer —que cambiaron con frecuencia— en las diferentes fases del desarrollo social, verán que la actual falta de derechos, su privación de independencia y sus derechos limitados en la familia y .en la sociedad de ninguna manera se explican por propiedades congénitas específicamente femeninas. Ni tampoco se aclaran con el argumento de que la mujer es menos inteligente que el hombre. No, la situación de privación de derechos, la dependencia de la mujer, la falta de igualdad no se explican por ninguna “propiedad” natural, sino por el carácter del trabajo que a ella se le asigna en una sociedad determinada. Los invito a leer con atención el primer capítulo del libro de Bebel, La mujer y el socialismo. Bebel demuestra la exactitud de la teoría, que también radica en el fondo de nuestra charla: “Existe una relación extraordinariamente estrecha y orgánica entre lo que interviene la mujer en la producción y cómo se halla situada en la sociedad”. Una especie de legitimidad socio-económica que se tiene que grabar profundamente en la memoria de la mejor manera. Y entonces les será mucho más fácil comprender todos aquellos problemas que tienen que ver con la tarea de liberar totalmente a la mujer. Muchos creen que ésta, en aquellos tiempos de salvajismo y barbarie, se hallaba en una situación todavía peor que la actual y que de hecho llevaba una vida de esclavitud; eso no es exacto. Sería falso suponer que la liberación de la mujer depende del desarrollo de la cultura y de la ciencia, y que cuanto más civilizado sea un pueblo, más libres vivirán las mujeres. Sólo los representantes de la ciencia burguesa podrían formular semejante afirmación. Sin embargo nosotros sabemos que ni la cultura ni la ciencia liberan a las mujeres, sino aquel sistema económico en el que la mujer desempeña un trabajo útil y productivo para la sociedad. Y el comunismo es ese sistema económico. La situación de la mujer es siempre el resultado de las tareas de trabajo que se le asignen en la fase eventual de desarrollo de un sistema económico. Bajo el comunismo primitivo —lo habrán escuchado en las conferencias sobre la historia del desarrollo socio-económico de la sociedad— en aquel tiempo tan incomprensiblemente lejano para nosotras, en que era desconocida la propiedad privada y los seres humanos eran nómadas en pequeños grupos, no existía ninguna clase de diferencia entre la situación de la mujer y la del hombre. Los seres humanos se alimentaban de lo que les proporcionaba la caza y la recolección de frutos y hortalizas silvestres. En ese período de desarrollo del hombre primitivo, hace diez mil o cien mil años, no se diferenciaban las tareas y obligaciones del hombre de las de la mujer. Las investigaciones de sabios antropólogos han demostrado que en los grados inferiores de desarrollo de la humanidad, es decir, en la fase de la caza y recolección, no existían grandes diferencias entre las propiedades físicas del hombre y de la mujer, su fortaleza y agilidad, lo cual es un hecho interesante e importante. Muchos de los rasgos tan característicos de la mujer, como, por ejemplo, los pechos muy desarrollados, la figura esbelta, las formas redondeadas y los músculos débiles se desarrollaron mucho más tarde desde que la mujer, de generación en generación, tuvo que garantizar en su papel de “hembra” la reproducción de la especie. Incluso hoy, todavía es difícil distinguir a cierta distancia entre un hombre y una mujer en los pueblos naturales porque sus bustos sólo están desarrollados débilmente, sus pelvis son más estrechas y sus músculos más fuertes. Así sucedía durante el comunismo primitivo, cuando la mujer sólo se diferenciaba insignificantemente del hombre en cuanto se refiere a fortaleza y dureza del cuerpo.

El parto de sus hijos solamente producía una corta interrupción de sus ocupaciones ordinarias: la caza y la recogida de frutos en común con los otros miembros de la antigua colectividad, la tribu. La mujer era exactamente como sus restantes camaradas en el rebaño humano, como sus hermanos, hermanas, hijos y padres, obligados por puro instinto de conservación a colaborar en la defensa contra los ataques del enemigo más temido en aquellos tiempos, los animales de presa, y como el resto de la tribu buscaba y recogía frutos.

Durante esta época no existían ni dependencia de la mujer ante el hombre, ni probablemente diferencias en derechos. Faltaban las premisas para ello, porque en aquel tiempo la ley, el derecho y la división de la propiedad eran cosas desconocidas. No existía la exclusiva dependencia del hombre, ya que entonces no había otra cosa que lo colectivo, la tribu. Esta tomaba acuerdos, y decidía. Quien no se subordinaba a la voluntad de la colectividad, perecía: se moría de hambre o era despedazado por las fieras. Sólo manteniéndose firmemente juntos en la colectividad se encontraban los seres humanos en disposición de defenderse del enemigo más poderoso y temible de aquel tiempo. Cuanto más firmemente soldada se encontrara una colectividad, mejor se subordinaban los miembros particulares a la voluntad de la misma, lo que significaba que podían formar filas con mayor unidad contra el enemigo común y así la lucha obtenía mayor éxito y la tribu tenía más probabilidades de supervivencia. La igualdad y la solidaridad natural —las dos fuerzas que mantenían unida a la estirpe— por lo tanto eran también las armas mejores para la defensa propia. Por consiguiente en la época más antigua del desarrollo económico de la humanidad era imposible que un miembro de la tribu dominara a otro o dependiera exclusivamente de algún otro. En el primitivo comunismo la mujer no conocía ni la dependencia social, ni la opresión. Y la humanidad de aquella época no sabía nada de clases, explotación del trabajo o propiedad privada. Así vivió la humanidad miles y aun posiblemente cientos de miles de años. Sin embargo, este cuadro cambió en la fase siguiente del desarrollo humano. Los primeros brotes de trabajo productivo y de economía doméstica fueron el resultado de un largo proceso durante el cual la humanidad buscó la mejor manera de asegurar su existencia. Por razones de clima y de geografía, según llegara entonces a una comarca de bosques o a una estepa, una tribu se convertía en sedentaria, mientras la otra se pasaba al pastoreo. Esta es la fase próxima que sigue a la colectividad originaria de caza y recolección. Al mismo tiempo que esta nueva forma de economía surgen nuevas formas de comunidad social.

Vamos a examinar ahora la situación de la mujer en dos tribus de la misma época, es decir, tribus que vivían probablemente al mismo tiempo pero en diferentes formas de economía. Los miembros de la que fijó su residencia en una zona de bosques con pequeños campos abiertos, se fueron convirtiendo en agricultores sedentarios. Otra tribu que vivía de la caza en extensas zonas esteparias con grandes rebaños de búfalos, caballos y cabras, se pasaron al pastoreo. En la tribu que se dedicaba a la agricultura la mujer no sólo tenía los mismos derechos, sino que a veces incluso asumía una posición dirigente. Sin embargo en el pastoreo nómada empeoraba crecientemente la situación subordinada, dependiente y opresiva de la mujer.

Dentro de la investigación histórica de la economía dominó durante largo tiempo la opinión de que la humanidad había atravesado necesariamente, siempre y en todo lugar, todas las etapas, todos los grados de desarrollo económico: por consiguiente que toda tribu se había dedicado primero a la caza, después al pastoreo, finalmente a la agricultura y sólo posteriormente a la artesanía y al comercio. Sin embargo, investigaciones sociológicas más recientes demuestran que las tribus pasaron con frecuencia de la fase originaria de caza y recogida de frutos directamente a la agricultura pasando por alto la fase de pastoreo. Fueron decisivas para ello las circunstancias geográficas y naturales bajo las que se vio obligado a vivir un grupo humano determinado.

Por tanto, esto significa que se desarrollaron en la misma época bajo condiciones naturales dos formas distintas de economía radicalmente diferentes: la agricultura y el pastoreo. Se ha demostrado que las mujeres de las tribus dedicadas al cultivo de la tierra gozaban de mucha mayor igualdad. Algunas tribus campesinas incluso poseyeron un sistema de matriarcado (matriarcado es una palabra griega que significa predominio de la mujer). Sin embargo, el patriarcado, es decir el predominio del derecho paterno —detentación del poder por el más anciano de la tribu— se desarrolló en los pueblos pastores, los nómadas. ¿Por qué fue así y qué nos demuestra? La razón fue, naturalmente, el papel de la mujer en la economía. En los pueblos agrícolas la mujer era la primera productora. Hay abundantes indicios de que fue a la mujer a quien se le ocurrió por primera vez la idea de cultivar la tierra y de que fue la “primera que trabajó en la agricultura”. Gran cantidad de hechos interesantes en las formas primitivas de la economía los encontramos en el libro de Marianne Weber El matriarcado. La autora no es comunista, pero su libro posee excelente información y es una lástima que no esté disponible más que en alemán.

La mujer llegó a la idea de la agricultura de la siguiente manera. A las madres con hijos lactantes no las llevaban con los demás en la época de caza porque no estaban en condiciones de seguir su paso y además porque los niños obstaculizaban las operaciones de cacería. Por lo tanto la madre se quedaba con su hijo y estaba obligada a esperar hasta que la tribu regresara con el botín. No era sencillo procurarse alimento y con frecuencia la espera era muy larga. No disponía de muchas provisiones y en consecuencia estaba obligada a buscarlas con su propio esfuerzo para alimentarse ella y el niño pequeño. De ahí han deducido los científicos que es muy probable que la mujer comenzara a cultivar la tierra. Si se agotaban las provisiones de frutos en el lugar en que ella esperaba la vuelta del clan, tenía que buscar vegetales con semillas comestibles y con ellas alimentaba también a su hijo. Mientras trituraba el grano entre sus dientes —las primeras ruedas de molino— caerían algunos granos al suelo y cuando después de bastante tiempo volvía la mujer al mismo lugar descubría que los granos caídos habían comenzado a germinar y ella marcaba esos lugares. Y entonces se dio cuenta de que era una ventaja para ella volver cuando el vegetal estuviera maduro: la búsqueda de alimento le costaría así menos esfuerzo. También vio dónde podría recoger en el futuro el alimento más rico. Por consiguiente, los seres humanos aprendieron por experiencia que el grano que caía en tierra comenzaba a crecer. Y a base de experiencia comprendieron también que la cosecha era mejor cuando previamente habían removido la tierra. Sin embargo esta experiencia se olvidaba frecuentemente, ya que el saber sólo se hacía propiedad de la tribu cuando era transmitido a la comunidad y no se propagaría hasta las generaciones siguientes. La humanidad tenía que realizar un trabajo mental increíblemente fatigoso antes de que estas cosas tan sencillas para nosotros se les hicieran comprensibles y las asimilaran. Sin embargo, para poder fijar esos conocimientos tenían que convertirse en costumbres.

La mujer estaba interesada en que el clan o estirpe regresara al lugar de descanso donde crecían los vegetales plantados por ella, pero no se encontraba en condiciones de convencer a sus compañeros de los beneficios de su plan económico. No podía moverlos con palabras y convencerles de esa manera. En lugar de esto contribuyó a que se infiltraran aquellas normas, costumbres e ideas que fomentaban sus propios planes. La siguiente costumbre se elevó al carácter de ley: si el clan había dejado a madres y a niños con luna llena en un campo próximo a un arroyo, los dioses ordenaban que volvieran después de algunos meses al mismo campo; y quien no lo hiciera sería castigado por los espíritus. Como la estirpe descubrió que los niños morían antes cuando no se respetaba esa norma, es decir, cuando no se regresaba al “sitio de hierba”, comenzaron finalmente a observar estrictamente esa costumbre y creyeron en la “sabiduría” de las mujeres. Como a la mujer le interesaba conseguir el rendimiento máximo con el esfuerzo mínimo, descubrió lo siguiente: cuanto más poroso esté el suelo al sembrar, mejor será la cosecha. En cuclillas, arañaba en los primeros campos la tierra con ayuda de ramas, azadas u horcas de piedra. Se demostraría que esto proporcionaba a los seres humanos más seguridad que el vagabundear por los bosques en busca de frutos, con el constante peligro de ser despedazados por los animales de presa.

Por razón de su maternidad tenía la mujer, entre los miembros de la tribu, una situación especial. A ella debe la humanidad el descubrimiento de la agricultura, una nueva fuerza que hizo progresar notablemente su desarrollo económico. Y fue este descubrimiento el que determinó durante largo tiempo el papel de la mujer en la sociedad y en la economía y la colocó en la cúspide de esas tribus que se dedicaban al cultivo de la tierra. Muchos científicos opinan también que a la mujer se debe el fuego como recurso económico.

Siempre que la estirpe salía de caza o a la guerra, se quedaban las mujeres que eran madres. Se veían obligadas a protegerse y a proteger a sus hijos de las fieras. Las muchachas y las mujeres sin hijos marchaban con el resto de los miembros del clan. El hombre primitivo conocía por su propia experiencia que el fuego era la mejor protección contra los animales de presa. Al labrar la piedra para construir armas o primitivos utensilios domésticos habían aprendido a hacer fuego. Así, para proteger a los niños y a las madres, antes de que el clan saliese de caza, se encendía el fuego en el campamento. Para las mujeres era una obligación sagrada mantener encendido ese fuego que ahuyenta a las fieras. Para los hombres, el fuego era una fuerza temible, incomprensible y sagrada. Sin embargo las mujeres, que lo manejaban constantemente, aprendieron a conocer sus propiedades y por eso pudieron utilizarlas para facilitar y reducir su propio trabajo. Al fuego quemaba la mujer las plumas del faisán que había pelado, cocía las vasijas de barro para hacerlas más resistentes y asaba la carne para que así se conservara. La mujer atada al lugar del fuego por su maternidad lo domesticó y le hizo su sirviente. Pero las leyes del desarrollo económico modificaron esa relación y la llama del fogón familiar llegó a esclavizar a la mujer convirtiéndola durante largo tiempo en una criada sumisa y sin derechos, relegada al fogón de la cocina.

La hipótesis de que las primeras chozas fueron construidas por mujeres para protegerse y proteger a sus hijos del calor abrasador, o de la lluvia, no es del todo errónea. Pero las mujeres no sólo levantaron viviendas, removieron la tierra, sembraron y recogieron cereales, sino que también fueron las primeras que comenzaron a ocuparse de trabajos de artesanía. Hilados, tejidos, alfarería fueron descubrimientos femeninos. Y las líneas que arañaron para adornar las vasijas de barro fueron las primeras tentativas artísticas de la humanidad, la fase previa del arte. Y recogían hierbas y conocían sus propiedades medicinales; nuestras madres primitivas fueron los primeros médicos. Esta prehistoria se conserva en leyendas y creencias populares. En Grecia, cultura que alcanzó su esplendor hace dos mil años, era considerado como el primer médico no el dios pagano Esculapio, sino su madre Coronis. Anteriormente Hécate y Diana se consideraron como diosas de la medicina y para los antiguos vikingos lo era la diosa Eir. Aun hoy todavía encontramos con frecuencia en aldeas apartadas ancianas que pasan por especialmente sabias y a las que incluso se les atribuye virtudes mágicas. El saber de nuestras madres primitivas no era accesible a sus maridos porque éstos se encontraban constantemente de caza o en campañas guerreras o realizando otras actividades que exigían fortaleza muscular extraordinaria y sencillamente no tenían tiempo para pensar y para observar pacientemente. Por eso no les era posible recoger y transmitir experiencias valiosas sobre la forma de ser de la naturaleza. “Vedunja”, hechicera, se deriva de “vedatj”, saber. Por lo tanto, la sabiduría de aquel tiempo era un atributo de la mujer, que era respetada y temida por el hombre. Por eso la mujer, en la época del comunismo primitivo —la aurora de la humanidad—, no sólo se equiparaba al hombre, sino que incluso era superior por razón de una serie de hallazgos y descubrimientos útiles para toda la humanidad y que hacían progresar el desarrollo económico y social. En determinados períodos de la historia de la humanidad ha tenido, por tanto, la mujer en el desarrollo de las ciencias y de las artes un papel notoriamente más importante que el que le reconoce hoy la ciencia burguesa cargada de prejuicios. Así por ejemplo, los antropólogos que se dedican al estudio de la génesis de la humanidad han silenciado el papel que debe de haber desempeñado la hembra en el proceso de desarrollo de nuestros progenitores simioides para convertirse en seres humanos. Estos tienen que agradecer a la hembra el andar de pie, erguidos, por consiguiente el pasar de cuadrúpedos a bípedos. Porque en situaciones en que nuestra antecesora cuadrúpeda tenía que resistir ataques de enemigos, aprendió a defenderse con un brazo, mientras con el otro sujetaba a su hijo que se le agarraba al cuello. Pero esta exigencia sólo la podía cumplir andando medio erguida, lo que por otro lado fomentaba el desarrollo del cerebro humano. Sin embargo, fue muy caro el precio que la mujer pagó por ello, porque el cuerpo de la hembra no era apropiado para andar de pie. En nuestros parientes, los monos, los dolores de parto son absolutamente desconocidos. La historia de Eva que cogió la fruta del árbol de la ciencia y por eso fue condenada a parir sus hijos con dolor tiene, por lo tanto, un fondo histórico.

Pero ahora vamos a examinar el papel de la mujer en la economía de la tribu dedicada a la agricultura algo más concretamente. Al principio, el producto del cultivo de la tierra no bastaba para la alimentación de los miembros de la tribu y por ello continuaban con la caza; y esto produjo una división natural del trabajo: la porción sedentaria, por lo tanto las mujeres, se hizo cargo de la agricultura, mientras los hombres seguían yendo a cazar o a la guerra, es decir, a saquear los poblados vecinos. Sin embargo, como el cultivo de la tierra resultaba más productivo que la caza y los rendimientos eran más apreciados por los miembros del clan que los extraordinariamente arriesgados de la caza y la rapiña, comenzó a contar el clan con la agricultura como base para sus cálculos económicos. ¿Quién era en este período de la economía basada en el cultivo de la tierra el principal productor? ¡Las mujeres! Por eso era natural que el clan las respetara y valorara muy alto su trabajo. Incluso en nuestros días hay un clan dedicado a la agricultura en África Central, los “balondas”, en el que la mujer es el miembro más “apreciado” por la colectividad. El conocido explorador y viajero inglés Livingstone informaba: “Las mujeres están representadas en el consejo de ancianos; los futuros esposos tienen que trasladarse a vivir a la aldea de su futura consorte. Al ultimar el contrato de matrimonio se obliga el marido a cuidar de su suegra hasta que muera; sólo la mujer tiene derecho a pedir el divorcio, tras el cual todos los hijos quedan en su poder. Sin permiso de su esposa no puede el marido obligarse de ninguna forma con terceros, aunque esas obligaciones sean de poca monta”. Los hombres casados no se resisten porque se han conformado con su situación. Las casadas castigan a sus maridos díscolos con palos y bofetadas o dejándolos sin comer. Todos los miembros de la comunidad están obligados a obedecer a quienes gozan de “la estimación general”. Livingstone dice que en el clan “balonda” se practica una indudable “ginecocracia”, es decir, el predominio o mando de la mujer. Y sin embargo este clan no es una excepción. También afirman otros investigadores que en aquellos clanes africanos donde la mujer cultiva la tierra, siembra, construye viviendas y lleva vida activa, no sólo es completamente independiente, sino también superior en inteligencia al hombre. Los varones de estos clanes se dejan alimentar por sus esposas y se afeminan y hacen flojos; “ordeñan las vacas y chismorrean”; así lo han referido innumerables investigadores.

La época primitiva nos ofrece bastantes ejemplos de predominio femenino. En parte, en los clanes femeninos la filiación de los hijos se determinaba no por la línea paterna, sino por la materna. Y allí donde se ha establecido la propiedad privada heredan las hijas y no los hijos. Residuos de este sistema de derecho los encontramos aún hoy día en determinados pueblos de las montañas caucásicas.

La autoridad de la mujer en los clanes agrícolas creció constantemente. Era ella la que conservaba y defendía los usos y costumbres, lo que en consecuencia quiere decir que era el legislador más importante. La observancia de estos usos y costumbres era en absoluto de necesidad vital porque sin ellos habría sido extraordinariamente difícil inducir a todos los miembros del clan al cumplimiento de las decisiones que afectaban a las tareas económicas. Los seres humanos de aquel tiempo no estaban en condiciones de que les explicaran, lógica y científicamente, por qué habían de sembrar y cosechar en un momento determinado. Por eso era mucho más sencillo decirles: “Entre nosotros impera esta costumbre, creada por nuestros antepasados, por eso debemos hacerlo así y el que no lo observe es un delincuente”. La conservación de esos usos y costumbres era misión de las ancianas más viejas de la aldea, de las mujeres y madres con experiencia de la vida.

La división del trabajo en los clanes que se dedicaban tanto a la caza como a la agricultura contribuyó a que las mujeres que permanecían en los poblados para la producción y la economía, desarrollaran su inteligencia y capacidad de observación; mientras los hombres, a causa de sus tareas de caza y guerra endurecían sus músculos y aumentaban su habilidad y fuerza física. En esta fase de desarrollo, la mujer era intelectualmente superior al hombre y tenía, naturalmente, la situación rectora, el matriarcado.

No podemos olvidar que en aquel tiempo no podían hacer reservas de víveres. Por eso las manos eran “la fuerza de trabajo viva” y la fuente natural del bienestar. La población crecía lentamente porque el número de nacimientos era bajo y por esa razón la maternidad era muy estimada, y por ella alcanzaba la mujer el puesto de honor en el clan primitivo. El bajo número de los nacimientos se explica en parte por los incestos y los matrimonios entre parientes. Como es bien sabido, el matrimonio entre consanguíneos disminuye la cifra de hijos y con ello el desarrollo de la familia.

Durante el período de caza y recogida de frutos, la magnitud de la reserva de mano de obra no jugaba ningún papel; por el contrario, tan pronto como una tribu crecía demasiado en número se presentaban dificultades de abastecimiento. Todo el tiempo en que la humanidad se sustentó con los frutos recogidos y con el producto ocasional de la caza, el papel de madre en la mujer no se apreciaba, por tanto, especialmente. Los niños y ancianos eran una carga pesada. Se intentaba quitarlos de encima de la manera que fuese y se llegó a comerlos lisa y llanamente. Sin embargo aquellas tribus que se alimentaban del trabajo productivo, esto es, que practicaban la agricultura, necesitaban trabajadores. En esos núcleos alcanzó la mujer una nueva significación, la de que era quien producía la nueva fuerza de trabajo: los niños. La maternidad fue venerada religiosamente. En muchas religiones paganas el dios de mayor categoría es de sexo femenino, como, por ejemplo, la diosa Isis en Egipto y Gea en Grecia, es decir, la Tierra que en aquella época primitiva se consideraba la fuente de toda vida.

Bachofen, conocido por sus investigaciones sobre el matriarcado, ha demostrado que lo femenino dominaba sobre lo masculino en las religiones de los tiempos antiguos, lo que revela la importancia de la mujer en aquellos pueblos. La tierra y la mujer eran las fuentes de riqueza más importantes y originarias; las cualidades de la tierra y de la mujer se presentaban como idénticas: ambas creaban y daban la vida. Quien ofendía a una mujer ofendía al mismo tiempo a la tierra y ningún delito debía considerarse tan grave como el que se cometía contra una madre. El primer sacerdocio, es decir, los primeros servidores de los dioses paganos, fueron mujeres. Eran las madres y no los padres, como en otros sistemas de producción es corriente, quienes adoptaban decisiones sobre los hijos. Residuos de este predominio femenino los encontramos transmitidos en leyendas y costumbres de Oriente y Occidente. Y sin embargo, no fue su papel y significación como madre lo que en las tribus agrícolas les proporcionó aquella posición dominante, sino su intervención como “productor principal en la economía de aldea”.

Mientras la división de trabajo condujo a que el hombre se dedicara únicamente a la caza —actividad complementaria— cuando la mujer cultivaba las tierras —actividad más importante en aquellos tiempos— no era imaginable que se supeditara en absoluto al hombre o pudiera caer en su dependencia.

Por tanto es el papel de la mujer en la economía el que determina sus derechos en el matrimonio y en la sociedad. Y esto se hace evidente en especial cuando comparamos la situación de la mujer en una tribu agrícola con la de la misma en una estirpe pastoril nómada. Obsérvese ahora que el mismo fenómeno —la maternidad—, es decir, una cualidad natural femenina, bajo distintas circunstancias económicas produce consecuencias opuestas.

A través de una descripción de Tácito conocemos la vida de los germanos paganos de aquel tiempo. Eran una raza agrícola sana, fuerte y belicosa. Tenían en mucha consideración a las mujeres y escuchaban su consejo. Entre los germanos el trabajo del campo descansaba sobre los hombros de la mujer. Igualmente apreciada era la mujer entre las tribus checas que se dedicaban a la agricultura. Hay una leyenda sobre la sabiduría de la hija del príncipe Libussa en la que se refiere que una hermana de Libussa se dedicaba a la medicina, mientras la otra construía ciudades. Cuando Libussa llegó al poder eligió como consejeras a dos jóvenes doncellas que estaban especialmente versadas en cuestiones de derecho. La princesa reinó democráticamente y consultaba con el pueblo todos los asuntos importantes; más tarde Libussa fue destronado por sus hermanos. La leyenda nos da una idea de cómo se conservaba claramente en la memoria del pueblo el reinado de una mujer. El predominio de las mujeres, el matriarcado, se convirtió en la fantasía popular en la época más feliz y justa, pues la tribu sí que llevaba en aquel tiempo una vida y existencia colectiva.

¿Y qué situación tenía la mujer en una tribu de pastores? La tribu cazadora se transformó en pastora cuando las condiciones naturales fueron favorables para ello (extensas zonas esteparias, con rica vegetación de hierba y rebaños de vacas o caballos salvajes) y también cuando se disponía de cazadores lo bastante fuertes, valientes y hábiles que no sólo fueran capaces de matar a sus presas, sino también de capturarlas vivas. Las mujeres sólo transitoriamente estaban limitadas en sus condiciones para hacerlo, es decir, si no tenían precisamente obligaciones maternales. La maternidad les colocaba en una situación especial y originó una división de trabajo según la adecuación del sexo. Cuando el hombre, junto a la mujer soltera, salía de caza, la madre se quedaba para guardar los rebaños capturados y su tarea era domesticar a aquellos animales; pero esa intervención económica tenía únicamente una importancia de segundo rango, era “subordinada”. Díganme ustedes mismas: ¿a quién valorará más alto la tribu bajo el punto de vista económico: al hombre que captura un búfalo hembra o a la mujer que lo ordeña? Naturalmente, ¡al hombre! Como la riqueza del clan se calculaba por el número de animales capturados, lógicamente aquel hombre que podía aumentar el rebaño era considerado como “el principal productor” y fuente del bienestar de la tribu.

El papel económico de la mujer en las tribus pastoriles fue siempre el de una “persona complementaria”. Pero porque la mujer, considerada económicamente, valía menos y su trabajo era menos productivo, es decir, no contribuía en la misma proporción al bienestar del clan, surgió la idea de que la mujer tampoco en otros aspectos era equiparable al hombre. Además hay que tener en cuenta aquí que la mujer en la tribu ganadera no tenía, al realizar su trabajo secundario de cuidar el ganado, ni las mismas condiciones ni la análoga necesidad de desarrollar hábitos regulares de trabajo como en el caso de las mujeres en las tribus agrícolas. Pero fue decisivo que la mujer no sufriera escasez de provisiones cuando la dejaban sola en el lugar de residencia; y esto es muy importante, ya que podía sacrificar una res cuando quisiera. Por esa razón no estaba obligada a encontrar otras clases de alimentación ni a almacenar provisiones, lo que ciertamente ocurría a las mujeres de clanes que se dedicaban tanto a la caza como a la agricultura. Y además para cuidar el ganado se necesitaba menos inteligencia que para el trabajo complicado del cultivo de la tierra.

Las mujeres de las tribus ganaderas no podían de ninguna manera medirse intelectualmente con los hombres y en lo puramente físico les eran muy inferiores en lo que se refiere a fortaleza y agilidad. Y esto, naturalmente, corroboraba la idea de que era un ser inferior. Cuanto más rico se hacía el clan en número de cabezas de ganado, más se convertía la mujer en criada, de menos valor que una res, y más honda era la grieta entre los dos sexos. La transformación en guerreros y hordas de pillaje fue además más típica en los pueblos nómadas y pastores que en aquellos que se alimentaban de los productos de la tierra. La riqueza de los labradores se basaba en el trabajo pacífico; la de los pastores y nómadas, en la rapiña. Estos, al principio, sólo robaban ganado, pero con el tiempo saquearon y arruinaron a las tribus vecinas, incendiaban sus depósitos de víveres y hacían prisioneros, a los que obligaban a trabajar como esclavos.

El matrimonio por la violencia y el robo de la novia, el rapto de la mujer en los poblados vecinos se practicaron especialmente por los belicosos nómadas ganaderos. El matrimonio por la fuerza caracteriza toda una época de la historia de la humanidad y sin ninguna duda contribuyó a afirmar la opresión de la mujer. Después de su separación, contra su voluntad, de su propio poblado, la mujer se sentía totalmente desvalida. Se encontraba en poder de quien la había raptado o capturado. Con la implantación de la propiedad privada, el matrimonio a la fuerza condujo a que el guerrero heroico renunciara frecuentemente a su participación en el botín de ovejas, vacas y caballos, y en su lugar exigiera el total derecho de posesión sobre una mujer, es decir, una fuerza de trabajo. “Yo no necesito bueyes, ni caballos, ni cabras con vedijas. Denme sólo el total derecho de propiedad sobre aquella mujer que he capturado con mis propias manos”. Naturalmente, la captura o rapto por un clan extraño significaba para la mujer la abolición de su igualdad de derechos y pasaba a una situación subordinada y sin derechos frente a todo el nuevo clan y en especial frente a quien la había capturado: su marido. Sin embargo, no tienen razón aquellos investigadores que ven como causas de la permanente situación de carencia de derechos de la mujer las formas del matrimonio. No fue la forma del matrimonio, sino sobre todo el papel económico de la mujer, el que la condujo a su situación de esclava en los pueblos nómadas pastores. El matrimonio por la fuerza probablemente se produjo también en clanes agrícolas, pero en tales casos no condujo a una lesión de los derechos de la mujer firmemente enraizados en los pueblos cultivadores de la tierra. Sabemos por la historia que los romanos raptaron a las mujeres de los sabinos y entonces los romanos eran un pueblo agricultor. Aunque raptaron a las mujeres de otro pueblo por la violencia, sin embargo las mujeres romanas eran muy respetadas mientras dominó ese sistema económico. Aun hoy en día, cuando se quiere describir a una mujer que goza de la estimación de su familia y de cierto prestigio en la sociedad, se emplea la expresión “es una matrona romana”. Sin embargo, con el tiempo fue empeorando la situación de estas mujeres.

A los pueblos pastores, la mujer no les merece ningún respeto. Allí domina el hombre; y todavía existe hoy ese predominio masculino, el patriarcado. No necesitamos más que contemplar a los pueblos nómadas ganaderos en las repúblicas soviéticas autónomas: los baskires, kirguises y kalmukos. La situación de la mujer es deplorable en grado superlativo. Es propiedad del hombre, como una cabeza de ganado. La compra exactamente igual como adquiere un carnero. La convierte en una bestia de carga, muda, una esclava y un instrumento para la satisfacción de su deseo. Una kalmuka o una kirguisa no tienen derecho al amor, se la compra para el matrimonio. El nómada beduino, antes de la compra, pone un hierro candente en su mano para ver qué sufrida es su futura mujer. Si la mujer que ha comprado se pone enferma, la echa de la casa y queda convencido de que se ha derrochado su dinero. En las islas Fiji, hasta hace poco tiempo, el marido tenía derecho a comerse a su mujer. Entre los kalmukos puede el kalmuko matar —invocando a la ley— a su mujer si ésta lo engaña. Sin embargo, si ella mata a su marido, pueden cortarle las orejas y la nariz.

En muchos pueblos salvajes de la prehistoria, la mujer se consideraba tan de la propiedad del marido que estaba obligada a seguirle en la muerte. Esta antigua costumbre existió tanto en la antigua Rusia como en la India: las mujeres debían subir a una hoguera sobre la tumba de su marido y quemarse allí. Esta bárbara costumbre reinó largo tiempo entre los indios americanos, entre tribus africanas y en primitivos habitantes de Noruega, así como entre los eslavos nómadas de la Rusia pagana. Esto es cierto sobre todo en aquellas zonas esteparias meridionales aptas para la ganadería. En una serie de pueblos africanos y asiáticos, para la compra de mujeres hay precios fijos, exactamente igual que para las ovejas, la lana o la fruta. Y no es difícil imaginarse la vida de esas mujeres.

Si un hombre es rico, puede comprar muchas mujeres y éstas le proporcionan mano de obra gratuita y variación para sus placeres sexuales. Mientras que en Oriente el pobre tiene que conformarse con una sola mujer, los de la clase dominante rivalizan entre ellos por el número de las esclavas domésticas adquiridas. Un ejemplo es el rey de la tribu salvaje “Aschanti”, que se ha provisto de 300 mujeres. Pequeños príncipes indios se vanaglorian de sus cientos de mujeres. Y así ocurre también en Turquía y Persia, donde esas desgraciadas mujeres desperdician su vida encerradas tras los muros del harén. En Oriente dominan, como antes, las mismas condiciones de vida. Allí todavía subsiste aquel sistema económico primitivo que condenaba a la mujer a una existencia de violencia y esclavitud. Pero esta situación no se halla determinada solamente por el matrimonio.

La forma que adopta el matrimonio depende siempre del sistema económico y social y del papel de la mujer en el mismo. Esto lo explicaremos todavía con más detalle en una serie especial de conferencias. Se resume, por decirlo así, en lo siguiente: todos los “derechos de la mujer” —matrimoniales, políticos, sociales— se determinan únicamente por su papel dentro del sistema económico.

Permítanme que lo demuestre con un ejemplo de actualidad. Es acongojante ver hasta qué extremo carece la mujer de todo derecho entre los baskires, kirguises y tártaros. Pero tan pronto como un baskir o un tártaro fija su residencia en una ciudad y allí su mujer obtiene un salario por su propio trabajo vemos que el poder del marido sobre la mujer se debilita y se vaporiza rápidamente ante nuestros ojos.

Para resumir brevemente nuestra charla de hoy: en consecuencia, hemos visto que la situación de la mujer en las dos distintas organizaciones de tribus de las fases más antiguas de desarrollo de la humanidad se diferenciaban según fueran las formas económicas fundamentales. Allí donde la mujer era el productor principal del sistema económico gozaba de aprecio y de importantes derechos. Sin embargo, si su trabajo era de importancia secundaria, caía con el tiempo en una situación dependiente y privada de derechos y se convertía en sirviente y hasta en esclava del hombre.

A consecuencia de la productividad creciente del trabajo masculino y de la acumulación de la riqueza, el sistema económico fue complicándose con el tiempo y llegó el fin del comunismo primitivo y de la vida en clanes aislados. El primitivo comunismo fue sustituido por un sistema económico que se basaba en la propiedad privada y en el creciente intercambio, es decir, en el comercio. Y además la sociedad se fue dividiendo en clases. Sobre la situación de la mujer en ese sistema hablaremos la próxima vez.

Catorce conferencias en la Universidad Sverdlov de Leningrado (1921)

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