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SOMOS SERES RELACIONALES
Llamamos conversación a los intercambios de WhatsApp, chats o mensajes, pero nunca podrán contener la riqueza de matices y señales sutiles que tiene una charla cara a cara.
SHERRY TURKLE
COMUNICAR ES SABER VIVIR EN RESONANCIA CON OTRA PERSONA
Las sociedades modernas, a pesar de los avances técnicos, fomentan el aislamiento y la falta de comunicación. Pero el ser humano es, por naturaleza, relacional. Los conocimientos neurobiológicos nos dicen que estamos hechos para vivir en un ambiente de resonancia social y de cooperación. Para que podamos hablar de una vida lograda o malograda hemos de tener muy en cuenta el ámbito de relaciones en el que se desarrolla nuestra existencia. Antiguamente se decía que el ser humano es «por otro y para otro» (un ens ab alio). Muchos casos de inestabilidad emocional, de baja tolerancia a la frustración o numerosos desequilibrios en la personalidad, se deben al sencillo hecho de querer ser por sí mismo (a se), de valerse por sí mismo sin necesidad de ayuda.
Thomas Insel, que ha sido durante las dos primeras décadas de nuestro siglo director del Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos, fue el primer neurobiólogo que utilizó, junto con Russell Fernald, catedrático de biología humana en Stanford, la expresión inglesa social brain (cerebro social). Gracias a sus experimentos sabemos que no hay nada que active tan positivamente nuestro cerebro como saberse reconocido, querido y amado de verdad. La naturaleza nos dice que estamos hechos para la cooperación. Vivir en un ambiente de amabilidad social nos es de gran ayuda.
Comunicar es saber vivir en resonancia con otra persona con la que estoy interactuando. El dramaturgo alemán Heiner Müller[1], quien, poco antes de su muerte se quejaba con pesar de la desaparición de la metafísica, solía decir que, «no se puede tensar una cuerda si tan solo está atada a un cabo». Nos advertía así de que la vida siempre se desarrolla con tensiones. Pensemos en lo que sucedería si no hubiese otro alguien que nos reconociera, nos escuchara, y aceptara el diálogo y el don que le ofrecemos. Por supuesto, no habría tensiones, pero nuestra existencia se convertiría en un fracaso, en una tragedia. Seríamos como el solitario Robinson Crusoe, tan solo un personaje ficticio.
A veces pensamos, de forma errónea, que estaríamos más seguros tras una coraza o un caparazón, manteniendo nuestra existencia en conserva, enlatada. Pero una vida así sería insípida y aburrida. Carente de la pulsión propia de la existencia, se acabaría pudriendo. Si mi única preocupación fuese conservarme, mi vida sería estéril, inmadura, dejaría de dar frutos. Quien no arriesga, no gana. Quien no arriesga, va languideciendo hasta morir. Hay que saber trascender los propios límites, para vivir y no quedar recluidos en nosotros mismos.
La maduración de la persona va ligada a la entrega, a un modo audaz de estar en el mundo, que equivale a no quedarse chapoteando en la orilla, sino a navegar mar adentro.
El egocéntrico, al que nos referiremos con más detalle en otro capítulo, carece de elasticidad. Le falta esa buena tensión tan necesaria en la vida para armonizar desajustes y desequilibrios caracterológicos. Fácilmente podríamos caer en uno de los múltiples desórdenes o desequilibrios caracterológicos debido a nuestra debilidad humana.
Sin la ayuda del otro, yo sería un Don Nadie.
YO ME HAGO GRACIAS AL TÚ
El gran filósofo judío Martin Buber (1878-1965) dedicó sus estudios a la comunicación entre las personas. Cuando todavía era un niño se separaron sus padres, y fue a vivir con sus abuelos. Tal vez este hecho le marcó, y de ahí su temática vital: el encuentro. Su principal empeño fue el de destacar la importancia del diálogo (la persona es constitutivamente dialógica), de la relación interpersonal, de los valores, de la verdad y de lo humano entre los hombres, algo que resumió con la frase: «Yo me hago gracias al Tú» (Ich werde am Du). Buber afirma que solo la presencia del Tú permite al Yo devenir en sí mismo junto a Él. La realización solo ocurre a través del encuentro, en la interdependencia con el otro.
Lo propio de la relación de encuentro Yo-Tú, no es apoderarse del otro, sino dejarlo ser. Ser respetado en todo encuentro, es el espacio vital al que todos tienen derecho para poder reflexionar sobre algo y decidir así libremente. Por eso, un diálogo, en el sentido más profundo de la palabra, consiste en exponer una opinión de modo que el interlocutor no se sienta coaccionado a aceptar los argumentos del otro, sino que note claramente la libertad de poder tomar una decisión suya, muy personal. En el verdadero encuentro entre dos personas, una de ellas abre la puerta de su interior mostrando su verdadero yo. Esto, obviamente, nos hace vulnerables.
También Karl Jaspers, filósofo y médico alemán, afirmaba la misma idea con otras palabras: «¡Moriría desolado si únicamente fuese yo solo!» (Ich muss veröden wenn ich nur ich bin). Necesito el espejo del otro. De ahí la importancia también de las neuronas espejo[2], de las que hablaremos con más profundidad en el capítulo tercero.
Todos queremos llevar una vida de plenitud o, como diría Aristóteles, una vida eudaimónica o lograda; a tal fin hemos de cuidar las relaciones personales, pues son el verdadero escenario de la existencia humana. La vida se desarrolla gracias a pequeñas tensiones que hay que ir ajustando para disfrutar de la verdadera armonía personal.
EL AUTOGOBIERNO FAVORECE UNA COMUNICACIÓN MÁS SERENA
Hay palabras que animan mucho para mantener una buena comunicación y, por lo tanto, una buena relación. Cuando las personas nos entendemos, compartamos o no posiciones, es posible que lleguemos a un acuerdo. Pero si no nos entendemos, ya sea por nuestra falta de comunicación o por prejuicios, o porque la otra persona nos lastima, estaremos frente a un grave problema.
Para definir esta situación complicada se suele decir que se mantiene una relación tóxica o tormentosa, que produce efectos nocivos en el plano emocional: estrés, tristeza, depresión, angustia, etc.
Para transformarnos y cambiar nuestro modo de pensar hemos de aprender a conducir nuestra vida, más que a dejarnos llevar. Conducir y no ser conducidos. Tarea de la formación es esclarecer el contenido valioso de la realidad, descubrir los diversos intereses objetivos. ¡Cuántas veces pensamos que las soluciones han de ser agradables y fáciles! Pretendemos que nos beneficien a costa del perjuicio del otro. Pero no todas las alternativas son fáciles, la paz y la serenidad también tienen un precio. El problema es que las partes no quieren pagarlo; desean una solución sin concesiones, sin cambios por su parte. No es un escenario realista. La falta de aceptación de la realidad la percibimos por todas partes.
La solución para salir de esta trampa está en el autogobierno, en la capacidad de conducirse a sí mismo. Este concepto ha sido estudiado por muchos expertos en neurobiología, especialmente por Joachim Bauer[3], y está en la raíz de la serenidad y de una buena comunicación. Gracias al autogobierno somos capaces de alcanzar muchas cosas en la vida. Sin él, casi nada. Un buen autogobierno está íntimamente relacionado con la salud y el bienestar de una persona.
El autogobierno nos permitirá escuchar con más precisión. Quien sabe escuchar puede comprender mejor al otro, ser paciente cuando este se desahoga y no precipitarse a la hora de aconsejarle —si es que lo necesita—. A veces es mucho mejor tener tiempo para el interlocutor, escucharle atentamente y, más tarde, darle una respuesta bien pensada, aunque de ese modo no dé uno la imagen de ser una persona perspicaz e inteligente, como bien nos gustaría. El interlocutor se sentirá, sin embargo, mejor comprendido, ganará en confianza y buscará un nuevo encuentro.
[1] Su carrera comenzó y se desarrolló en la antigua República Democrática Alemana (Alemania Oriental). Müller falleció en Berlín Este en 1995, tras haber sido reconocido como uno de los mayores dramaturgos alemanes desde Bertold Brecht.
[2] Alfred SONNENFELD, «La empatía como soporte para educar. Las neuronas espejo», en Educar para madurar, Madrid, 2019, Rialp, 11.ª edición, pp. 93-108.
[3] Véase su libro Selbststeuerung. Die Wiederentdeckung des freien Willens, München, 2015.