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Capítulo 1

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KARI Maitland se enfadó tanto que estaba a punto de ponerse a escupir clavos. La causa de su furia era un artículo que había aparecido en el periódico que en ese momento apretaba en la mano. El mismo periódico, por cuya redacción caminaba decididamente.

Sin hacer caso al súbito silencio que había producido su entrada, ni de las cabezas que se levantaban a su paso, siguió avanzando hacia el despacho que era su destino. Nadie intentó detenerla y, si lo hubieran hecho, habría pasado por encima de sus cadáveres. Con el vestido azul zafiro se parecía mucho a un ángel vengador.

Aunque no le interesaba nada la impresión que estaba creando. Kari fijó firmemente su mirada en la figura masculina que podía ver a través del cristal de la puerta. Estaba cómodamente sentado detrás de la mesa y con los pies apoyados en el marco de la ventana. Esa visión la enfadó más todavía. Se había encontrado llorando a su amiga Sarah por culpa de ese hombre ¡y a él no parecía preocuparle nada el terremoto que había causado!

La pobre Sarah había trabajado tan duramente para superar el escándalo que su padre había organizado… Y ahora que había logrado hacer algo con su vida y había encontrado a un hombre al que podía amar y en quien confiar, el editor de ese… de esa hoja de escándalos, lo había hecho resucitar todo de nuevo.

La ira se reflejó en su rostro cuando pensó en su amiga, pero eso no pudo esconder su belleza. Ese día llevaba sujeto el rubio cabello en un moño que le permitía mostrar su cuello de cisne. Tenía una complexión claramente británica, una piel de porcelana y unos huesos tan finos que parecían hasta frágiles. Sus ojos, de largas pestañas y de un color azul profundo, miraban generalmente con un calor genuino y su boca tendía siempre a la sonrisa.

Pero no ese día. La única emoción que se reflejaba en sus ojos era la ira. Pensó de nuevo en Sarah y sus labios se apretaron. Cuando llegó al apartamento de su amiga para su almuerzo semanal juntas, sólo había tenido que mirarla para ver el estado en que se encontraba. Y no tardó mucho más en descubrir la razón: ese maldito artículo. Como era normal en ella, Sarah no quiso organizar mucho lío, pero Kari no lo podía dejar así. Alguien tenía que poner las cosas en su sitio y ella era exactamente esa persona.

No se molestó en llamar a la puerta del despacho y entró directamente. Desde donde estaba, podía ver que el hombre sentado tenía los ojos cerrados y dedicó un segundo para estudiarlo.

Su espeso cabello oscuro estaba despeinado, llevaba lo que parecía ser una chaqueta de vestir. Con ella puesta, se había quedado dormido.

Cerró la puerta de golpe.

–¿Qué demonios?

Lance Kersee se despertó de golpe, y eso le produjo un pinchazo de dolor en la cabeza. Abrió los ojos grises inyectados en sangre y se encontró directamente con el rostro de un ángel de Botticelli. Frunció el ceño. Corrección, un ángel de Botticelli muy enfadado. Un ángel de Botticelli que parecía como si acabara de oler algo muy desagradable y que emanara de él. No era esa exactamente la clase de reacción a la que estaba acostumbrado. Esa chica era más alta que la media, casi metro ochenta, y tenía curvas en los sitios adecuados. Había un aspecto de clase en ella que indicaba algo acerca de una vieja fortuna familiar. Sin duda era la mujer más impresionante que había visto desde hacía tiempo. Y esas piernas… Eran eternas. Su interés se vio inmediatamente despierto, hasta que observó de nuevo su expresión, entonces parpadeó y cerró los ojos. Perfecto, justo lo que necesitaba en sus condiciones actuales.

Le gustaría tomarse un café. Había llegado a ese estado porque había perdido el vuelo que pretendía tomar y el resultado estaba siendo tan malo como se había imaginado. Y ahora eso… Normalmente habría hecho lo que pudiera para calmar a esa mujer y descubrir lo que estaba pasando, pero como no había dormido casi nada en los últimos dos días, no estaba de humor como para ser encantador.

–¿Le han dicho alguna vez eso de que antes de entrar en un sitio hay que llamar a la puerta y esperar a que le dejen entrar? –gruñó al tiempo que se pasaba una mano por los cansados ojos.

Kari observó ese signo de fragilidad sin conmoverse y dejó el ejemplar del periódico sobre la mesa con toda la fuerza de su ira.

–Supongo que es usted el editor de esta basura –dijo lo más fríamente que pudo.

Lance la miró e, instantáneamente, se arrepintió de haber hecho ese pequeño movimiento. Tenía que haber una aspirina por alguna parte. Pero no se atrevía a moverse para buscarla. Miró con más cuidado hacia la puerta con el cartel que indicaba quien era su ocupante, o sea, el editor. Lo que habría sido cierto si su primo estuviera presente. Lance sólo estaba utilizando el despacho en su ausencia.

Realmente él era un experto en finanzas, al que llamaban para salvar negocios, tanto grandes como pequeños. Había conseguido una buena reputación con los años por sus éxitos. Había ido a Maine para cenar con un viejo amigo y había aprovechado la oportunidad para ir a ver a Nick. Desafortunadamente, Nick no estaba así que, mientras esperaba su regreso, había aprovechado la oportunidad para quitarse de encima un poco del cansancio ocasionado por el viaje y la diferencia horaria.

Pero esa belleza enfadada no era consciente de nada de eso. Había dado por hecho, razonablemente, que él era el editor, pero se había equivocado. Se dio cuenta de que debía aclarárselo antes de que llegara más lejos, pero algo se lo impidió. No tenía problemas para justificar esa falta de cortesía por su parte, ya que ella había sido la primera en no ser nada cortés al entrar como lo había hecho. Ya se lo aclararía todo más tarde.

–Puede usted suponer lo que quiera, siempre y cuando lo haga en voz baja –le dijo.

Ella se cruzó de brazos y Lance supuso que también estaría golpeando el suelo con la punta del zapato. Ciertamente era una criatura apasionada y era una lástima que no canalizara esa pasión en algo más agradable para los dos.

Ese pensamiento lo sorprendió. Normalmente no se dedicaba a fantasear con las mujeres en medio de una jornada laboral, pero lo cierto era que en ese momento no estaba trabajando. De repente tuvo una sorprendentemente erótica visión de esas largas piernas envolviéndolo en medio del calor de la pasión. No pudo recordar que una mujer lo excitara tanto en tan poco tiempo en su vida. Y eso que había conocido a bastantes. Enfadada o no, esa mujer tenía un gran atractivo sexual.

Sin darse cuenta de lo que él estaba pensando, Kari sí que estaba golpeando el suelo con el zapato. O hacía eso o le tiraba algo a la cabeza. ¡Vaya un tipo! Se había esperado por lo menos un poco de consideración y él no le estaba dando ninguna. ¡Qué típico!

–Según eso, doy por hecho que es usted el responsable de esto –exclamó señalándole el ejemplar.

Lance se movió con cuidado de su cómoda posición, apoyó los codos en la mesa y la cabeza en las manos. Era la única manera segura de que siguiera encima de sus hombros. No debería haber bebido tanto el día anterior, pero no todos los días se le casaba a uno su mejor amigo. Se pasó una mano pesadamente por la cara y comprobó que necesitaba un afeitado, pero si lo hacía, seguramente el ruido lo mataría. Le dolieron los ojos cuando trató de leer el artículo, así que abandonó el intento. De todas formas, aquello no era asunto suyo.

–Sospecho que hay algo en esto que la ha molestado, ¿no es así, princesa?

Vio fascinado como la ira transformaba el color de los ojos de ella hasta ponerlos casi violeta. Se sintió tentado de volver a meterse con ella para ver cómo sucedía de nuevo.

Kari lo miró cada vez más irritada. ¡Vaya lamentable ejemplar de hombre! No era más que un chulo con ojos sanguinolentos, sin afeitar y con la ropa arrugada. Sólo se le podía ocurrir una razón para que estuviera en un estado semejante.

–¡Está borracho! –exclamó sin dudarlo.

Aquello ya era demasiado. El asunto había pasado a ser personal y el instinto de Lance lo impulsó a devolver el ataque. Se acomodó con el cuidado del que ya lo había hecho igual muchas más veces. Lo que no era precisamente cierto. Se había pasado con la bebida en bastantes ocasiones memorables durante sus treinta y cuatro años de existencia, pero eso no hacía de él un alcohólico.

–Corrección. He estado borracho, princesa. Ahora sólo estoy con resaca. La estaba durmiendo cuando usted hizo su… gran entrada –respondió él irónicamente.

–Hace que me sangre el corazón.

Lance sonrió. Muy bien, si ella quería jugar duro, él era su hombre.

–¿Sabe? Para ser una mujer hermosa, tiene una lengua muy amarga, princesa.

Cuando la vio ponerse pálida, pensó que había acertado, a la chica no le había gustado nada eso.

Pero no le había gustado porque ese comentario había abierto una herida que nunca se había cerrado del todo. Recordó a otro desconocido quejándose de su afilada lengua. Pero el método que había usado ese hombre para solucionar lo de esa lengua afilada había sido muy doloroso. Cerró de nuevo la puerta de sus recuerdos. No iba a pensar en eso esta vez.

–Hablo como lo siento. El que siembra vientos, recoge tempestades. El comportamiento de la prensa no merece ninguna consideración especial por mi parte.

–Ese es un comentario muy despectivo, ¿no le parece?

–¿Ha oído hablar alguna vez de la responsabilidad moral? No lo creo. Dudo seriamente que sepa siquiera lo que es la decencia.

Eso le afectó. Estaba a punto de perder la frialdad, cosa que no solía hacer con una mujer. Aquel estaba empezando a parecerle ya un mal día. Primero había tomado un vuelo que cualquier persona inteligente habría evitado y ahora estaba a punto de perder los estribos.

–Oh, sé lo que es la decencia, princesa. Es lo que me hace que le advierta una cosa, aunque sé que no me lo va a agradecer. En estos momentos mi paciencia está a punto de acabarse –dijo mirándola de una forma que solía hacer que la gente temblara en sus reuniones de negocios.

Pero, al parecer, esa mujer tenía nervios de acero. A pesar de todo, se sintió impresionado.

Kari ignoró su advertencia como él había pensado que haría.

–¿Sabe? Siempre pensé que la expresión «prensa basura» se refería a un nivel del periodismo. Pero no tenía ni idea de que un requisito para el trabajo fuera parecer como si realmente se hubiera estado revolcando en la basura también.

Lance la miró y pensó que esa mujer era o muy valiente o demasiado tonta como para tener miedo. Pero de todas formas, estaba demostrando ser un verdadero grano en el trasero.

–¿Se ha dado cuenta de lo poco a menudo que suelen aceptarse los buenos consejos? Debe gustarle vivir peligrosamente. ¿Es que toma cristales rotos para desayunar, lengua viperina?

–¡Por lo menos no desayuno con una botella! Pero la verdad, para escribir lo que escribe, debe ver el mundo a través del fondo de un vaso.

Eso hizo que Lance se pusiera en pie, movimiento que lo hizo gemir. La miró airadamente hasta que la cabeza dejó de dolerle. ¡Esa mujer no sabía cuándo parar!

–Princesa, ¿su tontería es de nacimiento o es algo que ha perfeccionado con los años? Ahora sólo estoy un poco molesto. No haga que me enfade.

Kate nunca había respondido bien a las amenazas, apoyó las manos en el borde de la mesa y lo miró desafiante.

–¿Oh, vaya! ¿He herido sus sentimientos? ¿Ahora ya sabe lo que es recibir un poco de la basura que reparten usted y los de su calaña!

Lance apretó los dientes visiblemente. Ya estaba harto. Había límites que nadie, hombre o mujer, podía traspasar.

–¿Ha terminado?

–Sólo acabo de empezar, rata…

Se calló repentinamente cuando, con un ágil movimiento, él rodeó la mesa y, a pesar de su lamentable estado, se irguió amenazadoramente sobre ella.

–¡Muy bien! ¡Se acabó el ser agradable y buena persona! –gritó Lance.

Kari no retrocedió, a pesar de que ese súbito movimiento la había sorprendido. Su tamaño la sorprendió también. ¡Era grande! Un metro noventa o así. De repente se le secó la boca. Para ser un hombre dado a la bebida, era realmente impresionante. Sus hombros eran anchos y llenaban a la perfección la arrugada chaqueta. Incluso en el estado en que estaba, emanaba virilidad. El estómago se le revolvió. Tenía unos hermosos ojos grises, a pesar de la sangre inyectada en ellos. En lo más profundo de su interior, algo respondió y se sorprendió todavía más al reconocer los signos de la atracción sexual.

En sus veintiocho años de vida no había respondido de esa manera ante un hombre. Oh, se había sentido atraída por unos cuantos, pero nunca tan fuertemente como ahora. Evidentemente, ese hombre tenía algo que los demás no tenían. Ese descubrimiento la asustó. ¡Era el último hombre por el que quisiera sentirse atraída!

Así que, ignorando esos sentimientos y concentrándose sólo en su ira, levantó la barbilla y le dijo:

–¿Le llama a esto ser agradable? ¿Dónde lo ha aprendido? ¿En un curso de encanto por correspondencia?

Mientras decía aquello esperó que no se le hubiera notado su reacción, lo último que necesitaba era que él supiera lo mucho que la había afectado.

Pero Lance se había dado cuenta y eso lo afectó a él también. Así que ella también sentía esa poderosa atracción. De todas formas, antes de que pudiera pensar lo que podía hacer al respecto, ella soltó la siguiente salva verbal. Por lo menos la chica tenía espíritu. Eso casi lo hizo reír y, lo habría hecho si no tuviera tanto dolor de cabeza y ella no lo hubiera irritado tanto.

–Lo aprendí en el mismo sitio que usted, querida. A usted no le enseñaron mucho de buena educación y encanto en el colegio. Da la impresión de haber pasado demasiado tiempo con malas compañías. ¿Dónde aprendió educación, en el garaje o los establos de la bonita casa donde debía vivir?

Esas palabras volvieron a afectarla y se sorprendió al ver el don que tenía ese hombre para recordarle cosas que ella hacía lo posible por olvidar.

Por un agónico segundo, se vio transportada de nuevo a otro tiempo y lugar donde el aire era cálido, se oían los relinchos de los caballos y todo era terror y dolor. Se estremeció y volvió al presente.

–Esa es exactamente la clase de argumento que me esperaba de usted.

Lance se dio cuenta del momentáneo cambio de expresión que había pasado por el rostro de ella. Los pensamientos que pasaran entonces por su cabeza no debían ser nada agradables. Cuando ella volvió a su expresión normal, había unas sombras en sus ojos que, sinceramente, no le gustó ver. Sobre todo al haber sido el responsable de su aparición.

Pero lo cierto era que, por mucho que le atrajera esa mujer, también tenía una gran facilidad para enfurecerlo. Si dejara de insultarlo a él o a la persona que creía que era, podría pensar en cambiar de opinión. Desafortunadamente, no parecía que nada de eso fuera a suceder.

Un hecho que se confirmó al cabo de pocos momentos.

–Le pagan muy bien por escribir mentiras que destrozan las vidas de los demás, ¿no? ¡Sin duda es dinero sangriento! –exclamó ella y lo miró acusadoramente.

Lance sonrió levemente.

–Princesa, está muy cerca de perder una de sus siete vidas. ¿Por qué no se retira ahora que puede? –le aconsejó él suavemente.

Cualquiera que lo conociera habría aceptado el consejo en vez de arriesgarse a las consecuencias. A él no se le conocía precisamente por dar cuartel. Un hecho que ella ignoraba. Aunque tampoco habría sido distinto si no fuera así. Kari era una luchadora y nunca se rendía.

–No me voy a marchar hasta que no me prometa una disculpa impresa. Esta historia es un escándalo y usted lo sabe muy bien –le dijo.

–¿Lo sé?

Eso no le sorprendía nada. Sabía muy bien el tono de la información del periódico para el que trabajaba su primo. Solían discutir constantemente por ello. Pero no iba a darle la razón a esa terca mujer.

–Bueno, naturalmente que usted no pensará así –dijo Kari–. Para eso tendría que tener algunos principios morales. ¡La persona que puede permitir que se publiquen cosas como esta no debe tener moral en absoluto!

Por uno de esos extraños giros del destino, Lance se encontró defendiendo a su primo, cuando realmente ya había discutido con él por eso mismo más de una vez.

–Si se cree que me puede insultar impunemente por ser mujer, se equivoca, princesa. ¡No se lo aceptaría a un hombre y, ciertamente, no se lo voy a aceptar a usted!

–¿Y qué me va a hacer? ¿Golpearme?

Por muy tentado que se sintiera de darle unos azotes en el trasero, a Lance lo habían educado para tratar a las mujeres con respeto. Para él, un hombre que golpeara a las mujeres no era más que un cobarde y un animal que se aprovechaba de su fuerza. Había otras formas de tratar con una mujer enfadada. Si hubieran estado en cualquier otro lugar, la había abrazado y besado hasta que esa ira se transformara en otra cosa mucho más agradable. Su mirada se dirigió inmediatamente a la boca de ella. Se preguntó si sus labios se ablandarían bajo los de él como se imaginaba.

No era que lo fuera a averiguar. Aquella no era la manera de solucionar esa situación. Probablemente terminaría en la sala de urgencias de un hospital para que le dieran unos puntos en la cabeza. Además, había más de una manera de calmar a una gata.

–Se olvida de que tengo otros medios a mi disposición –le dijo inclinando la cabeza hacia el ejemplar del periódico que ella había dejado sobre la mesa.

A ella no le pasó por alto la amenaza. ¡Eso demostraba lo bajo que podía caer ese hombre!

–¡Publique algo difamatorio sobre mí y lo llevaré a juicio!

Lance agitó la cabeza, lo que fue un error porque todavía le dolía mucho. Cerró los ojos esperando a que se le pasara un poco antes de responder.

–No sería difamatorio. Me enorgullezco de decir siempre la verdad.

–La verdad, tal como la ve usted, significa evidentemente pisotear los sentimientos de los demás con botas de clavos.

–Bueno, ya ve, los sentimientos de la gente son algo curioso. Yo me atrevería a decir que un ladrón no querría que hirieran sus sentimientos cuando se dice la verdad de él.

Kari le dio una patada al suelo.

–No es lo mismo, y lo sabe. Se suponía que ese artículo era sobre el compromiso de Sarah. Pero sólo le dedican a ello un par de párrafos, el resto trata del escándalo de su padre. Él ya pagó por lo que hizo y usted no tenía derecho a sacarlo de nuevo a la luz. Ni a hacérselo pagar a ella. Quiero una disculpa. ¡No! ¡La exijo!

–¿La exige?

Si ella no hubiera utilizado esas palabras, él habría reaccionado de otra manera, pero lo había hecho, y con ello había pulsado algunos botones que él casi se había olvidado de que existían.

La segunda esposa de su padre había sido una mujer muy exigente y Lance creía que esa fue una de las razones que llevaron a una muerte temprana a su padre. No era de extrañar que él no respondiera muy bien a las exigencias.

–Querida, puede que usted viva en un mundo en el cual todas sus exigencias se vean satisfechas, pero eso no va conmigo. Eso me lleva a otra verdad que puede que no le guste. El mundo no gira alrededor de usted y sus deseos y no le vendría mal que se bajara del caballo, dejara de exigir esto y aquello y empezara a pedir las cosas por favor, como el resto de los mortales.

–¿Cómo se atreve? –le preguntó ella poniéndose roja de ira.

Todo aquello le parecía más doloroso porque se dio cuenta de que él tenía razón.

–Muy fácil. Su amabilidad me obliga a ponerme en este plan. Muy bien, princesa, ya ha dicho lo que quería, ahora es mi turno. Ha entrado aquí sin ser invitada, lo que significa que ya sabe donde está la puerta. Ciérrela cuando salga.

Lance se volvió a sentar entonces, cerró los ojos y colocó de nuevo los pies sobre la mesa.

Kari lo miró impotente, sabiendo que había cometido un error táctico.

–Es usted despreciable. Esto no ha terminado todavía. Nuestra familia es bastante conocida por aquí.

Él se rió secamente.

–Me preguntaba cuándo llegaríamos a esto. También la mía es bastante conocida.

–Sin duda por tener que ver con todo lo sórdido y lamentable que pase por aquí. ¡Un apellido del que sentirse orgulloso!

–Ahora sí que ha terminado. O se va por su propio pie o a patadas en el trasero, como quiera, pero tenga por seguro que se va a ir.

Kari lo miró fijamente. Tenía ganas de gritar de frustración, pero sabía que no iba a conseguir nada de ese hombre.

–Me voy. Debería haber sabido que venir aquí iba a ser una pérdida de tiempo. ¡Es imposible apelar a los buenos sentimientos de alguien que no tiene ninguno!

Abrió la puerta y casi se dio de bruces con el hombre que iba a entrar. Pasó a su lado sin mirarlo y salió de allí tan enfadada como cuando había llegado. ¡Ese tipo! Esperaba que se cayera de ese sillón y se partiera el cuello.

¡No quería volverlo a ver en toda su vida!

Arriesgando el corazón

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