Читать книгу Arriesgando el corazón - Amanda Browning - Страница 6
Capítulo 2
ОглавлениеNICK Fraser miró a la mujer que se alejaba y luego entró en su despacho.
–¿Qué quería? –le preguntó con curiosidad a su primo.
Lance bajó las piernas de la mesa, se levantó y empezó a pasear por el pequeño despacho, maldiciendo en voz baja. Luego miró a su primo con los párpados entornados.
–Tenía una queja y me confundió contigo. Debían haberte estado pitando los oídos. Esa dama tiene unos sentimientos muy fuertes hacia ti, y ninguno de ellos bueno. Me debes una por haberme puesto en medio, Nick.
–¿Por qué no le has dicho quién eras?
–Porque no me dio la oportunidad de hacerlo –mintió Lance–. Eso al principio, pero luego no se lo habría dicho ni en broma.
Nick contuvo una sonrisa.
–¿Te ha hecho enfadar? –le preguntó divertido.
Su primo lo miró fijamente.
–Esa mujer…
Pero cuando vio la cara de risa de su primo, Lance se contuvo, respiró profundamente, puso los brazos en jarras y se quedó mirando a la puerta. Su ira se esfumó como la niebla en un día soleado y se vio reemplazada por una sensación cálida en su interior. Agitó la cabeza y sonrió de repente.
–Era magnífica, ¿no te ha parecido?
Ahora que ella se había marchado le estaba empezando a gustar. Nunca había conocido a ninguna como ella.
–Sólo he llegado al final, ¿recuerdas? –respondió Nick sonriendo también.
–He conocido a presidentes de empresas con menos valor. Créeme, Nick, se ha enfrentado cara a cara conmigo y no ha cedido ni un centímetro. Me pone la piel de gallina sólo con pensarlo.
La verdad era que Lance hasta se sentía orgulloso de ella, a pesar de haber sido él el receptor de sus puñetazos verbales.
–De acuerdo, te ha impresionado, ¿pero y ella? A mí me ha parecido que no le has causado muy buena impresión, compañero. ¿Qué ha pasado con el famoso encanto de los Kersee?
–En ese momento no quise encantar a esa gata salvaje. Lo que quería era matarla.
Lo cierto era que se había pasado la mitad del tiempo deseando estrangularla y la otra mitad preguntándose cómo sería hacer el amor con ella.
–¿Y ahora? ¿Has cambiado de opinión?
Nick sentía curiosidad porque nunca antes había visto así a su primo.
Lance pensó en la forma en que ella se le había enfrentado y se dio cuenta de que eso era lo que más le había impresionado. Ella se había mostrado orgullosa, valiente y leal con su amiga. Como acababa de decirle a Nick, había estado magnífica. Le había hecho sentir muchas cosas en nada de tiempo y se daba cuenta de que ella era alguien especial. Tan especial que sería tonto si la dejara escapar. Con los años había descubierto que había veces que había que hacer caso al instinto y esta era una de esas veces.
Miró fijamente a su primo.
–Ella es la mujer, Nick. Es la mujer con la que me voy a casar –dijo completamente convencido.
Nick se quedó absolutamente perplejo.
–¿Qué?
–Que me voy a casar con ella.
–¡Estás loco!
–Nunca he estado más cuerdo en mi vida –respondió Lance pensando en esos grandes ojos azules de ella.
Nick se apoyó en el borde de su mesa.
–No me puedo creer que esté oyendo esto. ¿Me estás diciendo en serio que te has enamorado de ella?
La verdad era que Lance no lo había pensado de esa manera, sólo sabía que ella era diferente y que sería un idiota si la dejaba escapar. Pero ahora que Nick lo mencionaba, se dio cuenta de que era cierto. Estaba enamorado. Ella había explotado en su corazón igual que había explotado en ese mismo despacho.
Un momento antes él había ignorado su existencia y, al siguiente…
No se podía imaginar vivir sin ella.
Se sentó en el sillón de nuevo, se pasó la mano por la cabeza y se lo pensó bien. Ella le había llamado de todo, se había enfadado con él, y a él lo único que le había apetecido de verdad era abrazarla y besarla. Si eso no era amor, no sabía lo que era.
–Me ha enganchado bien en el anzuelo –dijo por fin.
–Pero sólo la conoces desde hace… ¿media hora?
Lance sonrió. Sólo había una persona que sabía que aquello no la iba a sorprender y era a su hermana Raquel. Hacía años le había hablado de su convicción, cuando ella había bromeado acerca de las chicas con las que salía. Desde entonces no había vuelto a gastarle bromas al respecto.
–Sólo se necesita un minuto cuando es la adecuada –respondió a su primo.
–¿No te estás olvidando de una cosa? La dama no estaba interesada en ti –le recordó Nick.
–Esa es una forma amable de decirlo.
Lo cierto era que estaba seguro de poder transformar esa mirada helada de ella en algo mucho más agradable. Esa mujer estaba muy lejos de ser fría. La próxima vez que la viera…
–¡Demonios! –exclamó poniéndose en pie de un salto.
–¿Qué pasa?
–No tengo ni idea de quién es.
No sabía nada de ella, pensó. Aún así, oyó reírse a Nick y lo miró incrédulamente.
–¡Esta sí que es buena! Pretendes casarte con ella y ni siquiera sabes quién es. ¡Vaya cosa!
Pero a Lance aquello no le parecía nada divertido.
–Estás pidiendo a gritos que te ponga un ojo morado.
–Ponme un dedo encima y no te diré su nombre.
La ira de Nick desapareció tan rápidamente como había llegado.
–¿La conoces?
–Sé de ella. Estuvo casada con el hijo de un ex- embajador.
Lance elevó las cejas.
–¿Estuvo casada?
–La hermosa Kari es viuda. Su marido se mató hace algunos años.
A Lance le sorprendió saber que era viuda. Parecía demasiado joven como para haber estado casada y haber enviudado.
–Kari, ¿qué?
–Maitland. Kari Maitland.
Lance se quedó más sorprendido todavía.
–¿Has dicho Maitland? ¿Ese ex-embajador no sería Robert Maitland?
Seguramente no podría tener tanta suerte.
–Eso es.
–Vaya, vaya…
–¿Por qué te extraña tanto?
–Porque sucede que voy a cenar con él y su esposa el jueves.
Había conocido a Robert y Georgia Maitland en Australia hacía algunos años y, desde entonces, eran amigos. Esa era su primera oportunidad de reunirse de nuevo desde que Robert se había retirado de la carrera diplomática el año anterior.
–Vaya suerte la tuya. ¿Estará ella allí? –le preguntó Nick.
–No tengo ni idea –respondió Lance ausentemente.
Su mente estaba pensando en esa posibilidad. Ansiaba volverla a ver. Y esa vez todo iba a ser diferente. Cuando veía algo que quería, no paraba hasta conseguirlo, y quería a Kari Maitland.
–No le va a gustar nada cuando descubra que ha hecho la tonta contigo –afirmó Nick.
Lance lo sabía, pero se negó a ser negativo. Quería que Kari Maitland fuera su esposa y siempre conseguía lo que quería.
–No permanecerá mucho tiempo enfadada. El Día del Trabajo ya estaremos casados.
–¿No crees que te estás pasando de confianza? No me pareció una mujer que estuviera lista para caer en tus brazos.
–No lo estaba intentando.
Lo cierto era que, generalmente, no lo tenía que intentar mucho, pero ese era el reto.
–Bueno, si alguien lo puede hacer, ese eres tú –admitió Nick–. Pero no va a ser fácil.
Lance se rió.
–Muy bien, me encantan los retos.
–De todas formas, yo procuraría que no se acercara a cosas afiladas o duras. Parece que tiene un carácter bastante fuerte, por lo que he visto al entrar.
Lance sonrió.
–No te preocupes. Soy muy capaz de cuidar de mí mismo y de Kari Maitland.
Lance vio entonces el ejemplar del periódico que ella había dejado sobre la mesa, lo abrió y leyó rápidamente el famoso artículo. Apretó la mandíbula cuando terminó y sintió un mal sabor de boca. Sin duda, aquella era la peor basura periodística que había leído desde hacía tiempo. Sintió un poco de compasión por la amiga de Kari.
Le tiró el ejemplar a su primo y lo miró duramente.
–Ella tenía razón en esto, Nick. Este artículo apesta –dijo mientras alcanzaba su bolsa de viaje.
Nick lo miró.
–¿Y qué quieres que haga? El dueño elige la línea editorial del periódico.
Lance se levantó.
–Podrías intentar encontrar otro trabajo, uno en que puedas emplear mejor tu talento. Si no lo haces, bien podrías publicar una disculpa.
–Eso no se ha hecho nunca anteriormente.
–Crea un precedente. Ganarás más amigos de los que podrías perder –le sugirió Lance al tiempo que le daba la mano–. Gracias por el despacho, Nick. Necesitaba el descanso.
–De nada. Y ya veré lo que se puede hacer con el artículo.
Lance le dio una palmada en el hombro y luego salió y se dirigió a los ascensores. Llamó uno y pensó que, cuanto antes llegara al hotel, mejor. Pensaba darse un largo y cálido baño, seguido de un sueño aún más largo.
Mientras bajaba, pensó de nuevo en Kari Maitland. Esa mujer era sorprendente. Admiraba la defensa que había hecho de su amiga. ¡Esa mujer sabía como pelear sucio! Había sido una oponente de altura. Y no había tenido miedo de él.
Se le escapó una risa. No iba a ser fácil ganarla, pero sabía que lo podía hacer. A pesar de que aún no lo sabía, los días de Kari Maitland como soltera estaban contados.
Sin saber lo que estaba pasando en su ausencia, Kari abandonó la redacción del periódico llena de ira. Había fallado, y ella odiaba fallar. No la aliviaba decirse a sí misma que no había tenido la menor posibilidad de ganar. La verdad era que lo había hecho todo mal desde el principio. Mantenía todo lo que había dicho, pero era lo suficientemente inteligente como para saber que lo había estropeado todo desde el comienzo. No debía haber perdido los estribos. Había tenido toda la intención de decirlo todo fríamente, pero… ¡Ese hombre la había hecho enfadar tanto!
¡Esperaba que tuviera la mayor y peor de todas las resacas posibles!
Miró su reloj y vio que ya llegaba tarde a la tienda. Era la dueña y llevaba ella misma una librería y se habría prometido que no llegaría tarde. Por supuesto, eso fue antes de haberse encontrado a Sarah llorando a lágrima viva. Nada había ido bien después de eso.
Hacía unos cinco años que se había ido a vivir a Brunswick porque no había sido capaz de seguir en la misma casa que había compartido con Russ después de que él muriera. Contenía demasiados recuerdos para ella… malos al final. Había tenido la suerte de que el anterior librero hubiera decidido jubilarse y ella había utilizado parte del dinero de la venta de la casa para comprar la librería, una pequeña casa en las afueras de la ciudad.
Comprar la librería le había dado a su vida un propósito que había perdido con Russ. En la universidad había estudiado para librera y gestión de archivos y le resultó un placer desarrollar su trabajo en esas facetas. Tenía a una ayudante contratada, Jenny, y dos estudiantes que iban un par de días a la semana para ayudar.
Jenny estaba atendiendo a un cliente cuando Kari llegó media hora más tarde. Llamó a Sarah nada más entrar en la pequeña oficina y, mientras su amiga contestaba, repasó mentalmente todos los acontecimientos. Ahora su ira se había enfriado y podía verlo todo más objetivamente. Eso la hizo ruborizarse. Cielo Santo, las cosas que había dicho. Entonces se dijo que no tenía que ser tonta. Ese hombre se lo había merecido todo y más.
Inevitablemente, pensar en él le recordó otras cosas, tal como por ejemplo, lo muy consciente que había sido de él. Sus sentidos habían cobrado vida de una manera completamente inesperada. Durante cuatro años, ningún hombre había despertado en ella más que un interés pasajero, que había desaparecido a las dos o tres citas. Ese día había mirado a esos ojos grises y todo eso había cambiado. Se había producido en ella una atracción física por él que era sorprendente.
¿Y por qué tenía que sentirla precisamente por ese tipo? Era un hombre al que no podía respetar en absoluto. ¿Cómo se podía sentir atraída precisamente por él cuando había tantos otros hombres para elegir? ¡Debía haberse vuelto loca! Se sintió aliviada cuando pensó en las pocas posibilidades que había de que se volvieran a ver.
Nada más oír la voz de su amiga por teléfono, le dijo:
–Lo siento, Sarah, lo he estropeado todo.
–No importa. Por lo menos lo has intentado –respondió Sarah Benton.
–¡Pero ha sido muy injusto!
–Estoy de acuerdo, lo mismo que Mark. Me llamó justo después de que te marcharas.
–¿Y?
Sarah se rió tan contenta.
–Me dijo que ya sabía todo eso de mi padre. Que si fuera de la clase de hombres que permiten que las historias viejas lo separaran de mí, no me merecería. Me dijo que me ama y que, si quiero escuchar algunas verdaderas historias de terror, podríamos sacar a relucir algunos de los esqueletos de su familia.
Kari se rió.
–¡Bien por él!
–¡Soy tan feliz!
–Tienes todo el derecho a serlo.
Bueno, pensó Kari, al final todo iba a ir bien.
–Fui una idiota al preocuparme tanto. Es sólo que mi padre…
–Ya lo sé.
–No voy a volver a pensar más en el pasado. Voy a mirar adelante, no atrás –dijo Sarah felizmente y Kari volvió a sonreír.
–Ese es el espíritu. Ahora lo tienes todo por delante.
–¿Verdad?
–Pero no gracias a mí –dijo Kari pensando en su fallido intento.
–Vamos, no te lo calles. ¿Qué ha pasado?
Kari se agitó incómoda en su sillón.
–Lo hice todo mal –admitió sin querer entrar en detalles.
–¿De qué manera? –insistió Sarah.
Kari se dio cuenta de que su amiga no se iba a conformar con otra cosa que no fuera la verdad, así que confesó:
–De acuerdo, si lo quieres saber, me enfadé.
–Kari Maitland, ¿me estás diciendo que perdiste los estribos?
–¿Es necesario que me lo preguntes? ¡Terminó virtualmente como un combate de boxeo!
–¡Oh, cielos! –exclamó Sarah conteniendo la risa.
–¡No te atrevas a reírte! ¡Ese hombre era imposible! ¡Un monstruo! ¡No tienes ni idea de cómo era! ¡No fue culpa mía!
–¡Oh, Kari! –dijo su amiga sin poder evitar reírse.
–Ya lo sé, ya lo sé.
Su temperamento había sido siempre una constante fuente de diversión para su amiga. No solía perder los estribos a menudo, pero cuando lo hacía, los resultados eran espectaculares. Esperó a que su amiga dejara de reírse antes de continuar.
–¿Entonces siguen los planes de boda como antes?
–Por supuesto. Va a ser perfecta. Sólo pretendo casarme una vez, así que será mejor que funcione. ¿Estás segura de que no quieres ser dama de honor?
–Lo siento, Sarah, pero no puedo.
Su amiga suspiró a pesar de que ya sabía que era un esfuerzo baldío.
–De acuerdo. Pero asegúrate de ser tú la que atrape el ramo. Apuntaré directamente a ti.
Kari dejó de sonreír.
–Estarás desperdiciando toda esa buena suerte. Ya sabes que no me voy a volver a casar.
El matrimonio significaba amor, y amor significaba dar su corazón. Pero le habían roto el corazón y no había sido capaz de soportarlo, así que lo había escondido allá donde nadie lo pudiera encontrar. Le había hecho mucho daño amar y perder a Russ y nunca más se iba a permitir caer de nuevo en ese dolor. Nunca más se iba a permitir amar. Era un riesgo que no estaba dispuesta a aceptar.
–Oh, Kari, no digas eso –le dijo Sarah–. No puedes estar tan segura. Vaya, seguro que, de aquí a un año, piensas de otra manera.
–Y, un año después de eso, lo puedo haber perdido todo. No quiero volver a pasar por lo mismo, Sarah. Seguramente me mataría.
–Eso no va a volver a suceder. Lo que pasó fue… un accidente. No te puedes negar a ti misma otra oportunidad de ser feliz sólo por eso.
–Estoy contenta con mi vida tal como es, Sarah.
Su amiga sonrió.
–Kari, ¿te has preguntado alguna vez si Russ aprobaría lo que estás haciendo?
Kari tragó saliva, sorprendida.
–¿Qué?
–Yo conocía a Russ, ¿recuerdas? Él amaba la vida. ¿No habría querido él que conocieras a otro, Kari?
Kari tardó un par de segundos en recuperar la voz, ya que sabía que Sarah tenía razón. Russ le habría dicho que encontrara a otro al que amar. Pero no fue él quien se quedó solo y dolorido.
–Eso es pedirme demasiado. Llámalo cobardía, si quieres. Llámalo lo que quieras, pero no puedo aceptar ese riesgo, Sarah.
–Pero… Cielos, me gustaría saber qué decir para convencerte.
Kari cerró los ojos y se pasó la mano por el anillo de boda con diamante que seguía llevando.
–No hay nada que me puedas decir. Tú sabes lo que es amar a alguien con todo tu corazón, Sarah. Ruego a Dios que nunca sepas lo que es perderlo.
Sarah calló por un momento y le dijo:
–Sólo me puedo imaginar cómo fue.
–Si te lo puedes imaginar, sabrás por qué no me puedo volver a arriesgar a pasar por algo así. Duele demasiado, Sarah. Duele demasiado.
La única manera que tenía de no resultar herida de nuevo era teniendo su corazón encerrado a salvo.
–Lo siento –añadió Sarah–. Te prometo que no te voy a presionar más. Sólo dime que sigues pensando venir a la boda.
–Por supuesto que iré –le confirmó Kari sin dudarlo–. No me la perdería por nada del mundo.
–¿No estás enfadada conmigo por lo que he dicho?
Kari se rió suavemente.
–Sarah, tú eres mi mejor amiga. Sé que lo has dicho porque te preocupas por mí. Necesitarías mucho más que eso para hacerme enfadar.
–Sólo quiero que seas tan feliz como lo soy yo.
Kari lo sabía. Sarah era una de las pocas personas que sabían lo que había sucedido ese verano de hacía casi cinco años. Su apoyo había sido un gran consuelo para ella.
–Verte feliz me hace estarlo a mí, muchacha. Ahora será mejor que me ponga a trabajar un poco antes de que Jenny me dedique una de sus miradas. Saluda a Mark cuando lo veas.
–De acuerdo. Ah, una cosa más. ¿Vendrás a cenar con nosotros el jueves?
–Me encantaría, pero no puedo. Papá ha invitado a cenar a un amigo y le prometí que estaría allí. Probablemente sea uno de sus viejos amigos diplomáticos.
Ella siempre había llamado mamá y papá a los padres de Russ porque sus propios padres habían muerto cuando ella era sólo una niña.
–Parece divertido –dijo Sarah irónicamente.
–Sobreviviré. Que os divirtáis los dos. Te llamaré dentro de un par de días.
Kari colgó y respiró profundamente. Echaría de menos a su amiga cuando se casara. Su relación no volvería a ser la misma. Mark sería el centro de su mundo y así tenía que ser.
Se puso en pie y se dirigió al pequeño cuarto de baño para ponerse la ropa de trabajo. Se miró en el espejo y su reflejo le reveló a una mujer hermosa. Nada revelaba el horrible acto de violencia de hacía más de cuatro años. Físicamente estaba curada, pero las cicatrices invisibles eran profundas.
Cerró los ojos un momento y luego agitó la cabeza y se cambió. Tenía muchas cosas que hacer y, por ese día, no iba a volver a pensar en el pasado. Se iba a sumergir por completo en el trabajo. Sonrió amargamente. Eso era lo que tenían de bueno los libros, que no te pueden hacer daño a no ser que una caja se te caiga en un pie. No como la vida.