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ОглавлениеCapítulo 1. La economía solidaria en Colombia: aproximaciones teóricas
Ricardo Dávila Ladrón de Guevara Amanda Vargas Prieto Lina Yubiceli Blanco Cardona Édgar Alberto Roa Martínez Luz Stella Cáceres Gómez Luis Alfredo Vargas
¿Cómo citar este capítulo?Hoy to cite this chapter?Dávila Ladrón de Gevara, R., Vargas Prieto, A., Blanco Cardona, L. Y., Roa Martínez, E. A., Cáceres Gómez, L. S. y Vargas, L. A. (2020). La economía solidaria en Colombia: aproximaciones teóricas.En A. Vargas Prieto, L. S. Cáceres Gómez y L. Y. Blanco Cardona, (Eds.), Economía solidaria en Colombia: autores y reflexión conceptual (pp. 17-46). Bogotá: Ediciones Universidad Cooperativa de Colombia. DOI: https://dx.doi.org/10.16925/9789587602159 |
Resumen
Identificar y reconocer los orígenes del concepto de economía solidaria en Colombia no ha sido una tarea fácil, pese a los importantes esfuerzos realizados. El presente capítulo abre un diálogo sobre la influencia exógena (europea) o endógena (latinoamericana y nacional) en la construcción del concepto e invita a la reflexión desde estos dos enfoques, a través de un análisis de varias teorías y autores que emergen y se relacionan de manera directa e indirecta con él. El capítulo es un abrebocas a los resultados finales de la investigación, y un aporte concreto es la identificación de algunas características que podrían ser el punto de partida para determinar un factor común entre las organizaciones de economía solidaria, de manera tal que se logren acuerdos para el reconocimiento de las organizaciones de este u otro tipo.
Palabras clave: cooperativismo, economía popular, economía social, vertiente endógena, vertiente exógena.
Abstract
The identification and recognition of the origins of the concept of solidarity economy in Colombia has been a difficult task, but several important efforts have been made. This chapter opens a dialogue on the exogenous influence - European or endogenous - Latin America - National - to the construction of the concept. It is an invitation to reflect on the issue from these two approaches, through an analysis of different theories and authors who emerge and relate directly and indirectly with the concept. This chapter presents an outline of the final results of the research; one of its contributions is the identification of some characteristics that could be the starting point to determine a common factor among the organizations of solidarity economy. This is done in such a way that common agreements can be reached for the recognition of the organizations that are part of the solidarity economy and those who are not.
Keywords: Endogenous influence, exogenous influence, cooperativism, popular economy, social economy.
Introducción
En Colombia, el origen teórico y doctrinal para la definición y conceptualización de lo que se entiende por economía solidaria no es muy claro. Por ello, a través de una metodología cualitativa basada en el análisis documental, y con el uso de diferentes técnicas de recolección de información, se analizan acá inicialmente las áreas temáticas de las publicaciones para identificar sus tendencias. De este modo, se hace una caracterización de la producción bibliográfica a fin de valorar su contribución en la construcción y evolución del concepto de economía solidaria.
El estudio identificó dos vertientes en las que el concepto puede enmarcarse. La primera es la vertiente exógena, proveniente del pensamiento eurocéntrico, que se desarrolla a partir de la Revolución Industrial y que busca reencontrar el sentido social de la economía como respuesta al impacto que el surgimiento del capitalismo generó entre los obreros en Europa. La segunda es la vertiente endógena, que busca reconocer y rescatar las relaciones de intercambio de carácter no mercantil existentes en el territorio latinoamericano y que se define como economía plural, solidaria, del trabajo, descolonización y buen vivir, etc.
Vertiente exógena
Se denomina de este modo porque refiere una línea de pensamiento de influencia externa a Latinoamérica y Colombia, con un enfoque cooperativista bajo la denominación ampliada de economía social y con algunas características y aproximaciones afines a las prácticas autóctonas de economía solidaria. El término economía social designa a un movimiento de la economía originado principalmente en las experiencias de las cooperativas y evidenciado en las primeras décadas del siglo XIX. Proviene del pensamiento eurocéntrico que comienza a desarrollarse con la Revolución Industrial, desde el siglo XVIII. Este movimiento buscaba reencontrar el sentido social de la economía como respuesta al impacto que el surgimiento del capitalismo generó entre la clase obrera. Dicha respuesta se materializó en la estructura o modelo socioeconómico del cooperativismo.
A mediados de los siglos XVIII y XIX, el cooperativismo tuvo un gran auge en Europa, donde surgió la primera cooperativa. Dicho movimiento se convirtió —y así sigue siendo— en un referente de una economía diferente, con incidencia en el desarrollo de los territorios donde opera. Los pioneros de Rochdale, acompañados por los postulados de varios socialistas utópicos como Robert Owen, Charles Fourier, Saint-Simon, Leonard de Sismondi y Benjamin Buchez, entre otros (Arango, 2005), promovieron un modelo socioeconómico diferente al propuesto por la sociedad capitalista, para dar respuesta a las necesidades sociales en términos de participación democrática, práctica empresarial autogestionada, sostenibilidad económica y participación activa del agente económico familia en la interacción con la empresa.
El cooperativismo fue y es un eje que tiene una fuerza social y monetaria en Europa, dadas las particularidades de su contribución a la participación de los trabajadores como dueños y al compromiso con la comunidad y el medio ambiente de la empresa. Los postulados, que luego son adoptados por la Alianza Cooperativa Internacional (ACI, 1995) a través de los siete principios cooperativos, son simples, claros y contundentes. Se rescata la primacía del ser humano ante el capital, su participación como actor vivo de la economía en todos sus roles (empleado, dueño, usuario) y su relación estrecha y comprometida con los procesos de comunicación y educación con impacto territorial evidenciables desde prácticas articuladas entre cooperativas. Es un modelo arraigado en una cultura europea clara y específica.
A medida que avanza el siglo XX, el movimiento cooperativo adquiere ciertas características relacionadas con las consecuencias que el desarrollo del capital genera en la sociedad, en especial a partir de los setenta. Se configura así, como resultado de este proceso, un “debate epistemológico en el seno del pensamiento económico” (Chaves, 1999, p. 3), en el que se acusa a la ciencia económica dominante de no incorporar “la dimensión social en su proceso intelectual, y […] su despreocupación por los problemas sociales reales” (p. 3), causados, entre otras razones, por el “tremendo coste humano de la Revolución Industrial y del triunfo del capitalismo como sistema económico” (p. 3). Al no plantear salidas para resolver los problemas sociales profundos de la población, esta decide agruparse en cooperativas, mutualidades y asociaciones sin fines de lucro, a través de las cuales busca atender sus dificultades con una propuesta socioeconómica diferente.
Luego de este avance y de los aportes del cooperativismo y de otras formas empresariales que emergieron gradualmente en Europa, hoy el cooperativismo absoluto migró a conceptos como la economía social. Pérez y Etxezarreta (2015) lo consideran un “concepto claramente definido y delimitado con un desarrollo institucional importante en algunos países y con un consenso elevado entre los agentes que lo conforman y estudian”. Como resultado de este proceso de consolidación del concepto, a continuación, en la tabla 1, se presentan algunas definiciones.
Tabla 1. Definiciones de economía social en Europa
Fuente | Definición |
Comunicación que la Comisión Europea dirigió al Consejo el 18 de diciembre de 1989: Las empresas de la economía social y la creación de un mercado europeo sin fronteras (citado en Montolio, 2002) | “Una empresa pertenece a la economía social si su actividad productiva se basa en técnicas organizativas específicas. Estas técnicas se fundamentan en los principios de solidaridad y participación (que normalmente responden a la norma ‘un hombre, un voto’) entre sus miembros, sean estos productores, usuarios o consumidores, así como en los valores de autonomía y de ciudadanía”. |
Zamagni (2002) | “Debemos pensar en un orden social que no tiene sólo dos pilares, el pilar del mercado y el del Estado, sino al menos tres pilares, si agregamos el pilar de la sociedad civil. Esta debe también expresarse en el ámbito económico, que es el que llaman ‘economía civil’. Entonces no sólo hay economía privada o economía pública del Estado, sino que hay también una economía civil”. |
Chaves (1999) | Plantea el conocimiento de la economía social desde tres planos: como una realidad social, por cuanto representa un campo de estudio diferente al imperante (el campo de la economía social); como una disciplina científica, porque su objeto de estudio difiere del hegemónico, que estudia la realidad anterior (la ciencia de economía social); y como enfoque metodológico, por su enfoque alternativo al de la economía política, “derivada en economía positiva” (el enfoque de economía social). Sostiene el autor que en esos tres planos la economía social se constituye en una alternativa de “hacer economía”. |
Programa del I Congreso de la Economía Social celebrado en Madrid el 11 de diciembre de 1992 y organizado por CEPES (citado en Montolio, 2002) | “Toda actividad económica, basada en la asociación de personas en entidades de tipo democrático y participativo, con la primacía de las aportaciones personales y de trabajo sobre el capital”. |
Chaves y Monzón (2007) | Los autores definen el concepto como el grupo formal de empresas privadas, con autonomía de decisión y libertad de adhesión, creadas para satisfacer las necesidades de sus socios, produciendo, asegurando o financiando bienes y/o servicios, y en las que la eventual distribución entre los socios de excedentes, así como las decisiones, no están ligadas directamente con el capital aportado por cada socio, sino que corresponde a un voto a cada uno de ellos. |
Fuente: elaboración propia.
En armonía con lo señalado, y con el propósito de distinguir lo que no es la economía social, diversos autores han considerado una serie de características, de las cuales se extraen dos aspectos fundamentales: la organización democrática y la búsqueda del interés colectivo de las personas que las integran. En la tabla 2 se hace una descripción de esta caracterización.
Tabla 2. Características de la economía social
Característica | Autores y definiciones |
Primacía del ser humano o sociedad de personas | Primacía del hombre y del objeto social sobre el capital (Montolio, 1999).Empresas u organizaciones que se constituyen para satisfacer las necesidades de sus miembros o para perseguir una utilidad social (Guerra, 2015).Ejercen una actividad económica en sí misma considerada para satisfacer necesidades de personas, hogares o familias. Por eso, se dice que las organizaciones de economía social son entidades de personas, no de capitales: trabajan con capital y otros recursos no monetarios, no para el capital (Chaves y Monzón, 2007). |
Libre adhesión | Adhesión libre, voluntaria y abierta (Montolio, 1999).Con libertad de adhesión (Pérez, Etxezarreta y Guridi, 2009), es decir, no son de afiliación obligatoria (Chaves y Monzón, 2007). |
Gestión, toma de decisiones y control de carácter democrático basado en el principio de “una persona, un voto” | Control democrático de la entidad por parte de sus miembros (Montolio, 1999).Son organizaciones que se gestionan democráticamente y donde cada persona tiene un voto (Guerra, 2015).Son organizaciones democráticas (Pérez, Etxezarreta y Guridi, 2009).Las entidades de economía social son agentes portadores de democracia y que profundizan en la participación social y económica, en lugar de ser agentes de control autocrático (Chaves, 1999).Son organizaciones de carácter democrático, de manera que, en el proceso de toma de decisiones, se aplica el principio de “una persona, un voto” (Chaves y Monzón, 2007). |
Organizaciones autónomas | Autonomía de gestión e independencia de los poderes públicos (Montolio, 1999).Con autonomía de decisión (Pérez, Etxezarreta y Guridi, 2009), lo que quiere decir que tienen plena capacidad para elegir y cesar a sus órganos de gobierno, para controlar y organizar todas sus actividades (Chaves y Monzón, 2007). |
Aplicación del excedente sin injerencia del capital | “Aplicación de los excedentes al objeto social mediante su reinversión o distribución, según los deseos de sus miembros, para creación de empleo, actividades y nuevas empresas, o para retorno sobre los capitales invertidos, servicio a los miembros y actividades socioculturales” (Montolio, 1999, p. 38).Son organizaciones cuyas eventuales utilidades se distribuyen en el interior de la organización o a prorrata, según el aporte de cada miembro (Guerra, 2015).Con una eventual distribución de beneficios no vinculada al capital aportado (Pérez, Etxezarreta y Guridi, 2009).“La eventual distribución de beneficios o excedentes entre los socios usuarios, si se produce, no es en proporción al capital o a las cotizaciones aportadas por estos, sino de acuerdo con la actividad que realizan con la entidad” (Chaves y Monzón, 2007, p. 45). |
Organizadas formalmente | Organizadas formalmente (con personalidad jurídica propia) (Pérez, Etxezarreta y Guridi, 2009).Organizadas formalmente, esto es, habitualmente están dotadas de personalidad jurídica propia (Chaves y Monzón, 2007). |
Fuente: elaboración propia.
Estas características se constituyen en factores de contraste útiles para identificar las condiciones de organización de la economía social en las diferentes formas jurídicas que adopta. Se puede concluir, entonces, que se entiende por economía social la relativa a sociedades de personas, y no de capital, por cuanto prevalece el ser humano, son de propiedad colectiva y están fundamentadas en la ayuda mutua, la solidaridad, la participación y la gestión democrática. Tienen como fines principales el bienestar de sus asociados, familias y comunidad, para lo cual realizan actividades económicas de producción de bienes y servicios, sostienen relaciones de autonomía con el sector público y privado para la toma de decisiones, no tienen ánimo de lucro y pueden repartir los excedentes entre sus miembros. Estas expresiones se identifican claramente en un gran número de cooperativas de Europa, principalmente de trabajo asociado y de otro tipo. En este sentido, puede afirmarse que el cooperativismo es una base social y económica significativa que sostiene la economía social.
Ahora bien, este último término ha tenido mayor receptividad en los países de América Latina donde la emigración europea fue importante a finales del siglo XIX, como Argentina y Uruguay. Por su parte, el término economía solidaria tiene mayor reconocimiento en países como Colombia, Ecuador, Canadá, Chile y Brasil. A este respecto, Pérez y Etxezarreta (2015) afirman:
Se deja constancia de la pugna conceptual que existe hoy en día entre diversas corrientes que teorizan sobre este tercer sector, situado entre la economía pública y la economía privada capitalista. Se analizan principalmente dos enfoques, a saber, el de las entidades no-lucrativas (non profit organizations) y el de las empresas sociales (social enterprises), cada una dominante en distintos ámbitos geográficos y ambos en confrontación con la noción de ESoc, que disfruta de cierta centralidad en este debate.
El enfoque de las organizaciones no lucrativas (NPO) es de origen anglosajón y plantea varias características que se identifican con una entidad sin ánimo de lucro (ESAL): son organizaciones formales, autogobernadas, de carácter privado, con participación de voluntariado altruista en sus actividades y, por estatuto, no pueden distribuir excedentes a las personas que las controlan, pues no tienen ánimo de lucro y su importancia radica en que producen bienes públicos no estatales provistos por la sociedad (Villar, 2001). Asimismo, forman parte de esta vertiente las organizaciones no gubernamentales (ONG), las fundaciones, las asociaciones comunitarias, las asociaciones ocupacionales, las entidades de asistencia y todas aquellas que cumplan con las cinco características en mención.
El enfoque de las empresas sociales surge en los años noventa del siglo XX tanto en Europa como en Estados Unidos y ha venido ganando interés en los ámbitos político y académico. Pérez, Etxezarreta y Guridi (2009), para el caso europeo, ubican su origen en Italia (impresa sociale) y las identifican como empresas de inserción, un tipo particular de empresa de la economía social. Mencionan también el papel relevante que ha desempeñado la Red Europea de Investigaciones (EMES) en su consolidación académica y política. Ahora bien, para el caso de Estados Unidos, la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard ha desempeñado un papel muy importante en la consolidación académica del término al lanzar la Social Enterprise Initiative, acción que fue secundada por importantes universidades norteamericanas y fundaciones de carácter empresarial. Hoy consideran que este enfoque de empresa social está evolucionando hacia la perspectiva de la empresa con carácter social y hacia la llamada humanización de la economía (Pérez, Etxezarreta y Guridi, 2009). Finalmente, se debe mencionar que en las dos últimas décadas comienza a ganar terreno una corriente de pensamiento que plantea la integración de los términos en uno solo: la economía social y solidaria.
Vertiente endógena
Hay otra forma de economía: la economía solidaria, que emerge y se identifica en un territorio específico: América del Sur (Guerra, 2012). Existe entonces una corriente de pensamiento propio alrededor de este término, y una evidencia de ello es la propuesta de Razeto (1989) sobre la teoría económica de la solidaridad, así como el planteamiento de Guerra (2002) de la socioeconomía de la solidaridad. Otras posturas respecto a una forma diferente de abordar la economía se centran en postulados como la economía del buen vivir, que incorpora de manera significativa la interacción del ser humano con otros y con la naturaleza. Su gran expositor es Karl Polanyi, que cuestiona la economía porque transciende a reflexiones como qué y para quién producir.
La economía de la solidaridad se expresa desde la realidad y las prácticas de las diferentes comunidades campesinas y ancestrales de los pueblos latinoamericanos, en concordancia con el postulado de economía para la vida, en estructuras de sobrevivencia y descolonización. Boris (2014) evidencia prácticas y relaciones sociales, económicas, ambientales y fuertemente culturales que avanzan en equilibrios acertados en la interacción entre el ser humano y su contexto natural. Otra forma emergente de hacer economía es el reconocimiento de la existencia de una interdependencia entre hechos económicos y sociales, que para ser comprendidos cabalmente deben tener referencias culturales, éticas y políticas de suma importancia, no solo elementos del entorno en el que se desarrolla el ciclo económico.
Los planteamientos constituyen una crítica clara y sustantiva1 a la teoría clásica y neoclásica, en especial a su incapacidad de desarrollar instrumentos y técnicas de análisis para estudiar, profundizar y comprender el tipo de relaciones de intercambio que corresponden a otras maneras propias de hacer economía en nuestro territorio. Algunas de estas rescatan las prácticas ancestrales en las que las relaciones de intercambio están fundamentadas en la cooperación, la redistribución, la comensalidad y la donación, más que en relaciones de intercambio de carácter mercantil.
Estas propuestas cuestionan el enfoque dominante de la economía actual, al considerar que la “práctica económica tiene una lógica propia autocontenida” (González, 2012b), pero ciertamente no permite considerar dentro del mercado las prácticas económicas no monetarias, culturales y sociales. Varios autores rescatan la idea de que el mercado es una construcción sociopolítica (Polanyi, 1989), mas no un hecho natural. Como plantea Dávila (2014), las propuestas que encajan en esta corriente recogen varios aspectos:
Las evidencias empíricas que generan los procesos económicos organizados principalmente con base en el factor trabajo no asalariado y la cooperación y solidaridad existentes en la comunidad, donde el factor capital es inexistente o escaso. […] Pero también recoge las experiencias empresariales que se basan en la cooperación, la solidaridad y la democracia como fundamento de su quehacer empresarial, organizacional y gerencial. (p. 10)
Es factible así hablar de una corriente de pensamiento que hace referencia a la existencia de “otras maneras de hacer economía” en las que se expresan lógicas de operación y racionalidades diferentes a las planteadas por la racionalidad del “hombre económico”; en suma, lógicas propias de lo que la economía formal define como un sector informal. En un rastreo preliminar sobre el origen del concepto de economía solidaria, hay autores fundamentales que cimientan su conceptualización2 desde análisis que conciben una sociedad equitativa y equilibrada entre lo social y lo económico, sin descuidar las realidades territoriales, la protección del medio ambiente y la naturalidad de las culturas. Estos postulados presentan puntos de encuentro como los siguientes:
El capitalismo ha utilizado la mano de obra solo como un factor económico, un recurso más.
La centralización del capital genera abismos en la distribución de la riqueza; por ende, se amplía la brecha de estratos o “categorías” sociales.
La categorización de los pilares de una economía diferente se basa en las prácticas de cooperación y solidaridad. La organización es concebida desde la asociatividad, la participación activa y la representatividad de los asociados, así como desde postulados sobre el consumo, el comercio justo y otros elementos.
En esta vertiente de pensamiento endógeno se pueden mencionar dos corrientes: la ético-moral, que tiene como principales autores a Luis Razeto y Pablo Guerra; y la de la economía solidaria, con autores destacados como José Luis Coraggio, Alfred Max-Neef y Peter Singer.
Corriente ético-moral
Esta corriente se caracteriza por integrar los términos economía y ética, algo que la economía clásica y neoclásica no propone. Sin lugar a dudas, está altamente influida por las ideas de la Iglesia católica, tanto desde un enfoque reformista como desde la posición radical que transmite la teología de la liberación. Una muestra se encuentra en las encíclicas que los papas han emitido para resaltar la importancia de la solidaridad como un valor para la búsqueda de un mundo más equitativo y justo, que supere los desequilibrios generados por la reproducción ampliada del capital.
En el primer enfoque de este pensamiento religioso se encuentran dos de los autores más reconocidos en nuestro territorio: Razeto y Guerra. Ahora bien, han sido instituciones de la Iglesia católica las que han impulsado la difusión de su pensamiento y apoyado algunas de sus investigaciones relacionadas en el continente. En el segundo enfoque de pensamiento se ubican autores que se sustentan en la teología de la liberación y que coinciden con una crítica radical al tipo de desarrollo que ha generado la propuesta del capital. Son autores reconocidos Hinkelammert, de Alemania, y Marcos Arruda, de Brasil.
El interés por la economía solidaria surge en América Latina debido a que las prácticas socioeconómicas que responden a su cultura abordan diferentes dinámicas en relación con la economía tradicional. Los estudios realizados en Chile por el profesor Luis Razeto alrededor de las organizaciones populares —alineados con su teoría económica de la solidaridad— revelaron cómo la sostenibilidad de las experiencias analizadas se basaba fundamentalmente en la solidaridad y la cooperación. Su propuesta concluye que se necesita incluir la solidaridad en cada uno de los procesos del ciclo económico: las evidencias empíricas estudiadas muestran que esta acción es fundamental para diferenciarse de la economía tradicional y de otras formas de economía, porque su racionalidad se enfoca en la potencialización del individuo, mas no en la utilización de este, como sucede en la economía tradicional. En palabras de Razeto (2009):
Que la solidaridad se introduzca en la economía misma, y que opere y actúe en las diversas fases del ciclo económico, o sea, en la producción, circulación, consumo y acumulación. Ello implica producir con solidaridad, distribuir con solidaridad, consumir con solidaridad acumular y desarrollar con solidaridad. Y que se introduzca y comparezca también en la teoría económica, superando una ausencia muy notoria en una disciplina en la cual el concepto de solidaridad pareciera no encajar apropiadamente. (p. 14)
Forni y Roldán (2004) consideran que Razeto en esta propuesta recoge “su visión alternativa al liberalismo económico”. Y agregan que ello “se afirma en un enfoque comprensivo de los nuevos fenómenos sociales y procesos organizativos que surgen en el marco de la modernización capitalista excluyente de Chile, y expresaría la emergencia de un nuevo actor social que se define como economía popular” (p. 22).
Uno de los principales aportes de Razeto (1989) es la creación del concepto del Factor C, un nuevo factor económico en la organización empresarial adicional a los cinco factores tradicionales de la economía convencional. Propone que las empresas solidarias se organicen alrededor de dos factores: el trabajo y el Factor C, en lugar del capital; y que ambos son los que definen la remuneración de los otros cuatro:
El Factor “C” es la fuerza creadora, organizativa y eficiente de la voluntad y la conciencia colectiva, comunitaria y asociativa. […] Se requiere que la solidaridad sea tanta que […] llegue a transformar desde dentro y estructuralmente la economía, generando nuevos y verdaderos equilibrios. (pp. 94-95)
Según Arango (2005), los principales aportes de la teoría comprensiva de la economía solidaria se pueden sintetizar así:
En la integración de los conceptos de economía y solidaridad; en una nueva visión de la economía; en una reformulación de las leyes y principios de la economía capitalista; en una lectura e interpretación de los procesos económicos que descubre una nueva racionalidad económica, y en la interpretación de interacción diferente del concepto de empresa y de los factores de producción. (p. 16)
Otro elemento importante en el planteamiento de Razeto (1989) tiene que ver con la idea de que la economía solidaria debe impulsar una propuesta de acción encaminada a lograr el entendimiento sobre el mercado, donde las relaciones en su interior estén orientadas por la solidaridad y la cooperación. Así, se puede considerar como una manera de enfrentar al mercado capitalista, entendido como otra forma de economía que interactúa en un mundo globalizado.
Para superar el positivismo económico imperante hoy, Guerra (2002) propone desarrollar un instrumento analítico que permita reconocer las prácticas y los hechos económicos presentes en la realidad de un territorio concreto como América Latina y sobre los cuales puede plantearse la idea de un mercado determinado. Retoma así la idea de Razeto respecto a que el mercado es un constructo social, y no un orden natural. Por eso denomina su tratado como Socioeconomía de la solidaridad: una teoría para dar cuenta de las experiencias sociales y económicas alternativas, que se fundamenta en la búsqueda que otros autores desde mediados del siglo XX iniciaron para explicar y analizar los comportamientos y acciones de los sujetos que no se expresaban en términos de las categorías de la economía neoclásica. Así, recoge los planteamientos de una disciplina que reúne a prestigiosos economistas y sociólogos como Boulding, Hirschman, Galbraith, Sen, Simon, Bordieu y Etzioni, y que ha sido impulsada en Estados Unidos y Europa: la socioeconomía.
La teoría socioeconómica de la solidaridad contiene inicialmente dos niveles de desafíos: el teórico y el práctico. El primero se refiere a la “crítica de la racionalidad neoclásica” y a la “elaboración de categorías de análisis solidarias para una mejor comprensión de procesos económicos”. Asimismo, “destaca y rescata las prácticas socioeconómicas solidarias con peso significativo en los actuales mercados determinados” (Guerra, 2002, p. 33).
El autor asume “la construcción teórica tanto de los asuntos morales y culturales, como de los asuntos estructurales” (pp. 33-34), y apunta a la construcción de un tercer sector: el solidario, con el ánimo de superar las críticas de los marxistas y los neoclásicos, ya sea por considerarlas funcionales al capital o por su “escasa incidencia en los procesos económicos”. Por otro lado, elabora un marco teórico fundamentado en la solidaridad y otros valores morales y éticos para explicar “numerosos comportamientos socioeconómicos” que originan “numerosas prácticas alternativas” a las hegemónicas, que inciden en mercados determinados y que están presentes principalmente en el sector solidario de la economía, diferenciándose de las que se dan en el sector privado o el sector estatal. Son, por tanto, alternativas concretas al capitalismo (Dávila, 2014).
Adicionalmente, tiene en cuenta al mercado, pues considera que este siempre ha existido como lugar de intercambio entre productores y consumidores, pero aboga por un “mercado democrático y justo”, al que se llega si se habla de mercados determinados (socialmente construidos), donde los sectores presentes tienen mayor o menor incidencia. Para Guerra (2002), los sectores presentes en el mercado son el público, el capitalista y el solidario, y cada uno es funcional a su propia lógica de operación, y no a la del sector hegemónico, que es el sector capitalista en la actualidad.
Asimismo, reconoce la importancia de la presencia de las prácticas socioeconómicas, tanto en la producción, al considerar al Factor C como el organizador de los otros factores presentes en la empresa, como en la distribución basada en relaciones de reciprocidad y altruismo. También en el impulso de un consumo crítico y responsable que reconoce la existencia de necesidades plurales y una acumulación con sentido comunitario, que se llevan a cabo en proyectos signados por la autogestión, la cooperación y los procesos asociativos. Le resta importancia a la generación o no de beneficios, a la presencia o no del dinero en la circulación o al pago o no de los factores, marcando así distancia con otras propuestas alternativas (Dávila, 2014).
La propuesta teórica de Guerra (2002) tiene como objetivo claro complementar la de Razeto, pues le critica que no dialogue con las teorías y avances —así sean marginales— logrados en disciplinas como la antropología, la economía y la sociología, porque duda de la capacidad de un solo marco teórico para dar cuenta de fenómenos complejos. Finalmente, no acepta el concepto de informalidad y habla de economía popular, pues tiene claro que no toda la economía solidaria es popular ni toda la economía popular es solidaria, aunque reconociendo que en América Latina la presencia de la solidaridad en la economía es importante (Dávila, 2014).
Los planteamientos de los autores latinoamericanos en mención configuran una corriente de pensamiento que sostiene la existencia de economías plurales y la necesidad de reconocer que desde los inicios de la humanidad han existido este tipo de relaciones no monetarias que desconocen el neoliberalismo actual y la economía neoclásica anterior. Así, en su teoría económica comprensiva, Razeto (2000) propone el mercado democrático como un constructo social, un concepto amplio de mercado determinado:
[Este concepto] no solo tiene en cuenta los flujos y las transferencias monetarias sino las relaciones de tributación y asignación jerárquica, las donaciones, la reciprocidad, la solidaridad y demás articulaciones que implican transferencias y flujos de riqueza, implicando una sociedad organizada en una vasta gama de asociaciones, comunidades y organizaciones en las cuales participan libremente las personas en función de intereses, motivaciones y objetivos compartidos, organizados democráticamente. (p. 37)
Este mercado fija exigencias y condiciones específicas a los sectores público, privado y solidario allí presentes. Guerra (2002) plantea superar la idea del mercado “como un hecho social fundado en las relaciones de intercambio con intereses que son divergentes” y, en su lugar, propone retomar la idea del mercado determinado que proponía Gramsci: considerarlo como un “constructo específicamente humano donde se ponen en juego las capacidades, valores y poderes de cada uno de los sujetos que lo integran, dando lugar por tanto a innumerables (infinitas) estructuras de comportamiento mercantil” (p. 78). De este modo, en este tipo de mercado se da cabida a “diversos actores individuales y colectivos, con sus propias lógicas y valores” (p. 79). Y allí tienen un papel importante valores como la solidaridad y la cooperación, que tendrán presencia en los sectores público, privado y solidario. Para el autor, su propuesta de mercado no solo es un mercado democrático sino justo. Por esta razón se puede denominar a esta corriente como “otra manera de hacer economía”, que conduce a otra manera de hacer empresa, organización, gestión y, finalmente, sociedad. Dávila (2014) sostiene respecto a esta corriente de pensamiento:
Hace referencia a una acción colectiva organizada que tiene un fin común y que se enfrenta a la acción colectiva que tiene un objetivo individual, egoísta y utilitarista. Así, desde la teoría de la organización podemos decir que esta otra manera de hacer empresa y gestión, en el nivel microeconómico, corresponde a un sistema de alta confianza, cooperación y reciprocidad (ayuda mutua) que se diferencia del sistema egocéntrico y competitivo propio de la empresa de capital, que se organiza bajo la orientación de la racionalidad del hombre económico. (p. 27)
Los conceptos que aparecen en todo el mundo para definir este sector o corriente económica son la economía social, la economía solidaria y el tercer sector (de origen anglosajón, que desarrolla el enfoque de las organizaciones sin ánimo de lucro).
Corriente económica crítica
Esta corriente se caracteriza por lo que podría denominarse como una crítica del capitalismo y un cuestionamiento al modelo neoliberal, por el efecto negativo que ha tenido sobre el trabajo, al precarizarlo al máximo y eliminar la mayoría de ventajas que los obreros organizados habían conseguido en el siglo XX. Por ello, pretende rescatar la importancia de que el trabajador sea dueño de los medios de producción para asegurar su reproducción.
En esta corriente se encuentran al menos tres perspectivas. La primera rescata la importancia de la economía popular como expresión de “una racionalidad especial, de una lógica interna sustentada en el tipo de comportamientos y de prácticas sociales diferentes de otros agentes con los que se podría comparar” (Álvarez y Gordo, 2007, p. 161). Tiene su autor más representativo en Coraggio, quien postula la economía del trabajo como “el conjunto de la economía a partir de la lógica del trabajo y su reproducción ampliada, confrontando esta hegemonía (la del capital) y afirmando la primacía de los intereses del conjunto de los trabajadores y de sus múltiples identidades y agrupamientos” (Coraggio, 2004, p. 151).
Denomina “a la otra economía como economía del trabajo en clara contraposición a la del capital […] y retoma de Hinkelammert y Mora la noción de racionalidad reproductiva” (Collin, 2015, p. 94). A la unidad doméstica (UD) la explica como así: “La forma elemental de organización microsocioeconómica propia del trabajo, […] formada por una o más personas ligadas por relaciones de parentesco o diversos tipos de afinidad, […] tiene como objetivo la reproducción ampliada de la vida de sus miembros” (Coraggio, 2004, pp. 151-153). Asimismo, plantea una “economía mixta” donde la economía popular —que es de carácter heterogéneo, por los actores que la conforman— coexiste con la economía pública y la del capital, considerándola como un posible mesosistema de autogobierno donde la economía solidaria participa con su propia lógica (Collin, 2015, p. 95). Para Coraggio, no toda la economía popular es economía solidaria, pero la economía solidaria es popular.
La segunda perspectiva está representada por el profesor Singer, autor característico del movimiento de la economía solidaria en Brasil. Considera que la economía es una manera de organizar las actividades económicas y su característica esencial es que los medios de producción son propiedad de los trabajadores, lo que lleva a la desaparición de la separación entre dueño del capital y trabajador, que acá son la misma persona (Dávila, 2014). Para Singer (2004), el concepto de economía solidaria “se refiere a las organizaciones de productores, consumidores, ahorristas, etc., que se distinguen por dos especificidades: a) estimulan la solidaridad entre los miembros a través de la práctica de la autogestión y b) practican la solidaridad hacia la población trabajadora en general con énfasis en la ayuda a los más desfavorecidos” (p. 199). Lo importante de tener en cuenta es el concepto de autogestión aplicado a emprendimientos de carácter informal, que son menos complejos que las empresas de capital en cuanto a tamaño y funciones productivas o de intermediación realizadas (Dávila, 2007).
La esencia de la economía solidaria es la autogestión que da a los emprendimientos el carácter solidario y no filantrópico. La solidaridad se expresa de varias maneras o niveles: altruismo, reciprocidad, cooperación económica y solidaridad política. Estas expresiones responden a diferentes prácticas socioeconómicas o prácticas más puritanas de altruismo (Coraggio, 2009). Sin embargo, la economía solidaria adopta los últimos tres niveles, acentuando su modelo desde la reciprocidad mediada por la autogestión y participación activa de sus integrantes.
Otros autores que se pueden mencionar dentro de esta corriente son Aníbal Quijano, de Perú, y Antonio Elizalde, de Chile. Quijano postula la (des)colonialidad del poder y la solidaridad económica que se caracteriza por el análisis del poder desde la relación de trabajo, moderno o colonial, y la tendencia en la cultura latinoamericana. Por su parte, Elizalde reivindica la economía desde la solidaridad con los postulados del desarrollo sustentable y el análisis de las necesidades del ser humano desde la visión de Max-Neef. Se caracteriza por fundamentar un tercer sector desde la solidaridad, considerando que esta no existe sin justicia, que es su expresión básica y primera, y la presupone en cuanto a que afirma la dignidad moral del sujeto y la igualdad entre todos los seres humanos. Ser solidario es, antes que todo, cumplir con el correspondiente deber.
Una última perspectiva proviene del sindicalismo latinoamericano (Colacot), que propone la economía solidaria como modelo de desarrollo humano integral, el cual encarna un auténtico sentido del proceso de humanización. Esto implica una profunda comprensión del ser humano como individuo y como especie; un ser viviente, entendido desde lo biológico como ser singular, único e irrepetible, y como ser histórico, abierto al mundo y a los demás, capaz de hacer uso de su libertad y de tomar decisiones autónomas. La persona humana es un ser capaz de crear y dar respuestas a los diferentes interrogantes que surgen en su existencia. Por tanto, actúa consciente y responsablemente, lo que le permite salir de sí mismo para fijar en la naturaleza, en la comunidad y en la historia su propia huella, su propia impronta, su cultura.
La emergencia de un nuevo concepto: la economía social y solidaria
En los inicios del siglo XXI surge un concepto que pretende fusionar otros dos: se trata de la economía social y solidaria (ESS). Los conceptos constituyentes, “siendo distintos, son afines, […] y vienen ganando adeptos y espacios tanto en la vida académica como en ciertos ámbitos internacionales y de aprendizajes concretos” (Pérez y Etxezarreta, 2015, p. 125). Esta propuesta cuenta con críticos y defensores.
Los críticos, desde la economía social, anotan que el concepto de economía solidaria no aporta nada significativo al juntarlo con el de economía social. Desde la economía solidaria, manifiestan que vincularlos anula “la esencia transformadora y despolitiza la aportación de la economía solidaria, […] el principal objetivo de las entidades de la economía social se centra en ser eficientes en el mercado dejando los objetivos de carácter social en un nivel secundario”. Por su parte, los defensores opinan que este esfuerzo responde a “una aproximación sincera, de un reconocimiento mutuo y de una clara voluntad de aunar esfuerzos” (Pérez y Etxezarreta, 2015, p. 73). Estos últimos autores se declaran a favor de la nueva propuesta:
Entendemos la ESS como un proyecto compartido abierto al debate y al cuestionamiento mutuo sincero. Los dos espacios deberían reconocerse en la diferencia y en la voluntad compartida de generar proyectos comunes. Es pues necesaria una interpelación continua entre ambos, siempre desde posiciones constructivas y con el afán de llegar a nuevos consensos. (p. 76)
Visión europea de la economía solidaria
El autor francés Jean Luis Laville (2015) —que para Guerra (2002) representa la visión académica europea de la economía solidaria surgida en los ochenta del siglo pasado— recoge la idea de la existencia de economías plurales, fundada en los planteamientos de Polanyi y sus estudios sobre experiencias relacionadas con las empresas de inserción impulsadas en Europa para responder a los efectos del desarrollo del capital en las últimas décadas del siglo XX. También se basa en los análisis de experiencias comunitarias en Québec, Canadá, y de las organizaciones populares en Chile. “A pesar de las diferencias, dichas prácticas comparten características que permiten establecer paralelismos: todas ellas intentan introducir la noción de solidaridad en las actividades económicas, abogando de esta manera por una economía solidaria” (Laville, 1994, citado en Guerra, 2002, p. 27). Bucheli (2007) retoma de Laville (1994) un esquema que resume su planteamiento (figura 1).
Figura 1. Institucionalización de un sector de economía solidaria
Fuente: Bucheli (2007, p. 2017).
Las referencias enunciadas permiten inferir que la economía solidaria en América Latina se expresa en diferentes intencionalidades e ideologías, propias de un proceso de construcción teórica y conceptual en pleno desarrollo. Aún no hay un consenso en relación con lo que se entiende por economía solidaria y, por tanto, es necesario hacer un llamado a tener una visión amplia que incluya las diversas y heterogéneas prácticas y hechos económicos no mercantiles que se encuentran en las realidades territoriales. Así se evitará el riesgo de proponer definiciones estrechas que dejen por fuera a algunas de ellas.
Lo que sí permiten estas diferentes interpretaciones es delimitar las características y rasgos comunes que deben tener las prácticas y hechos económicos para ser considerados como propios de la economía solidaria, así como identificar los orígenes de las diferentes vertientes que confluyen aquí. Es necesario, entonces, como lo afirma Laville (2008), considerar una teoría pluralista de la acción económica como acción social. Siguiendo a Coraggio (2008), se podría definir la economía solidaria en América Latina como una variedad de prácticas de construcción de formas económicas no capitalistas que se usan para resolver el problema del sustento cotidiano y la institucionalización de valores de solidaridad donde se prioriza al ser humano y a la naturaleza por encima del capital.
En la tabla 3 se recapitulan las características propias de la economía solidaria. Se trata de un primer aporte en la construcción conceptual colectiva del término a partir de nuevas exploraciones investigativas.
Tabla 3. Características de la economía solidaria en Colombia
Características | Descripción |
Desde lo social | Su prioridad es el bienestar, el desarrollo integral de la sociedad. No se centra en la acumulación de riqueza, sino en la potencialización del ser y su bienestar integral. Es incluyente, reconoce las habilidades y capacidades de las personas y las potencializa, las proyecta y las desarrolla. Potencializa al ser humano desde sus experiencias, conocimientos y destrezas. |
Desde lo económico | El capital es un recurso, es un medio. El factor económico se visualiza como un elemento indispensable que se obtiene con la participación activa de los asociados en la acción de asociatividad. |
Desde lo político | Se priorizan necesidades, pero con la proyección de subsanarlas todas. Busca puntos de encuentro desde el diálogo, llega a acuerdos mínimos de asociatividad. La democracia vista no desde las mayorías, sino desde la representación de la pluralidad. |
Desde lo territorial | Respeta la especificidad de los territorios, tanto en lo cultural como en lo geográfico. Se proyecta como una economía incluyente que transforma territorios para el mejoramiento de la calidad de vida de sus habitantes desde la perspectiva propia. Redefine conceptos de desarrollo, riqueza y prosperidad. |
Desde lo cultural | Respeta la idiosincrasia de los territorios, sus contextos, sus desarrollos, siempre velando por el buen vivir de las personas. |
Desde lo ambiental | Busca el equilibrio del uso de los suelos, su biodiversidad con responsabilidad, protegiendo la estabilidad global del planeta para la garantía de una Tierra habitable en el futuro. |
Desde lo organizacional | Se desenvuelve en prácticas de autorregulación, autogobierno, autocontrol, autogestión, democracia y asociatividad. |
Desde el individuo | Potencializa al ser para llevarlo a un estado de bienestar en medio de un contexto común. |
Su fin | Desarrollo integral del ser humano, desde su cosmovisión, con prácticas de solidaridad, respeto por el otro, cooperación y transparencia. |
Su medio | Los medios son el capital, los recursos materiales físicos, tangibles e intangibles, la organización jurídica, entre otros. El ser humano no es un medio, es el fin. |
Fuente: Dávila et al. (2018, p. 106).
Al considerar los aportes teóricos descritos, se evidencia que la economía solidaria abarca un sinnúmero de formas organizacionales, algunas más definidas e identificadas, como las cooperativas y asociaciones, y otras por explorar, propias de sus territorios y contextos. Por ende, la economía solidaria es otra forma de ver la relación entre economía, hombre y su contexto. Fundamenta sus acciones en prácticas de lealtad con la cultura, la humanidad y el territorio, en busca de un equilibrio entre el ser, el tener y el vivir.
Conclusiones
Se ha hecho un llamado a mantener el debate teórico, conceptual y epistemológico alrededor de un concepto que está en pleno desarrollo, no solo como una tarea propia de la academia, sino también como un elemento fundamental para nutrir y orientar los desarrollos y proyectos reales que en su nombre se comienzan a impulsar actualmente en el país. Este primer capítulo muestra la necesidad de proponer una definición amplia que incluya los diferentes hechos y prácticas económicas que puedan considerarse como economía solidaria y que alimenten el debate. No es posible pretender una definición restrictiva que deje por fuera experiencias que son útiles en este proceso de consolidación del conceptual.
La situación crítica que vive actualmente el planeta y Colombia, no solo en temas económicos y sociales, sino también ambientales, políticos, cultures y éticos, permite pensar que la solución no se encuentra en la actual propuesta neoliberal ni tampoco en una nueva economía que siga respondiendo a la visión utilitarista, egoísta y explotadora de la naturaleza que caracteriza a la lógica de operación del capital. Es necesario revalorar las prácticas nativas, informales, populares, de trabajo o solidarias, que sin lugar a dudas contribuyen significativamente al desarrollo integral de un territorio y de su población, pero que están invisibilizadas por la mal llamada informalidad, por las fuerzas oscuras de la mano invisible y por la falta de políticas públicas más transparentes.
A diferencia de países latinoamericanos como Brasil, Argentina y Uruguay, en Colombia la economía solidaria es un movimiento social incipiente, pues no tiene todavía una identidad suficiente que le dé un sentido, dada la heterogeneidad y diversidad de prácticas existentes que podrían catalogarse como economías solidarias. Son diversos los actores sociales que participan en la construcción de la economía solidaria: los sindicatos, las universidades, las entidades del sistema de economía solidaria, el Estado, el sector privado, la Iglesia, la cooperación internacional, la sociedad civil organizada, los movimientos populares rurales y urbanos. Todos ellos están llamados a dar fuerza al movimiento social y buscar políticas públicas que reconozcan su importancia en el país.
Algunas universidades colombianas han desarrollado, desde mediados del siglo XX, programas de investigación conformados por grupos que tienen diversas líneas de trabajo referidas a la economía solidaria. Cuentan además con programas formales de pregrado y posgrado y no formales de educación continua y de extensión, que proponen trabajos con la comunidad y acciones de difusión en revistas, libros, textos y eventos académicos de presentación de resultados de investigaciones. Adicionalmente, redes universitarias nacionales (la Corporación Red Unicossol y Ciriec Colombia), relacionadas con redes internacionales hace décadas, han avanzado significativamente en la construcción no solo del concepto, sino de una cultura, un movimiento y una fuerza social de la economía solidaria.
Desde lo fáctico, se encuentran experiencias como las mencionadas, donde se vive la solidaridad, la asociatividad y la participación democrática, entre otras acciones, que denotan otra forma de hacer economía, subyacente a la actual. Estas prácticas fundamentadas en el diálogo, el reconocimiento del otro, la cosmovisión del buen vivir desde la solidaridad y la colectividad ratifican la existencia de la aproximación a lo que hasta ahora en esta investigación se ha caracterizado como economía solidaria para Colombia.
Finalmente, un resultado claro de este estudio documental es que corresponde en su totalidad a textos provenientes de lo que podría denominarse como el acervo teórico tratado por diferentes autores. Sin embargo, no se encontraron documentos que recogieran lo que los actores de la economía solidaria en los diferentes territorios entienden por el término. Esto permite afirmar que se hace necesario un estudio documental sobre el término en Colombia, esto es, la realización de un trabajo que recoja lo que la gente entiende en este sentido.
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