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PEQUEÑA POSDATA A UNAS CARTAS

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José Jiménez Lozano

Este libro recoge una breve correspondencia entre don Américo Castro y quien esto escribe, que comenzó en torno a la publicación por mi parte de un libro sobre la libertad religiosa que él encontró interesante; y otras personas, ahora, han pensado que estas cartas podrían evocar de alguna manera el recuerdo de aquel problematismo vivido por dos corresponsales que hicieron, además, su amistad en torno a aquella cuestión, y venían de dos mundos distintos: católico el uno y laico el otro. Nunca he comprendido que se haya hablado tanto, y con tanta admiración, como de un episodio nacional extraordinario, de la amistad entre de don Benito Pérez Galdós y don José María de Pereda, siendo este un recio católico carlista y aquel un viejo liberal, incluso si ya en aquel tiempo funcionaba, por ahí fuera desde luego, un famoso y divertido juego dialéctico entre tesis e hipótesis, según el cual no tenía sentido reunirse para discutir sobre el calvinismo de Mr. Rothschild, pero sí sería confortante deducir la síntesis y resolución de tomar el té con él.

En este ámbito y hábito psicológico y moral, no se piensa ni en la tolerancia ni en la libertad, sino que se vive y respira en ellas como si se tratase de un modo de ser, de una configuración moral que viene de esa convivencia verdadera, y está limpia de toda ideología y de lo que pudiera funcionar como tal, y cuya presencia siempre gustaría al diablo porque, como advierte Leszek Kolakowski, toda presencia significativa de lo ideológico y lo abstracto es un puro pródromo de totalitarismo.

Por lo demás, aquel fue un tiempo en que la figura de don Américo se tornó polémica, por sus comentarios históricos ante el entonces sorprendente descubrimiento del judaísmo de santa Teresa, fray Luis de León y otros grandes españoles y, desde luego, en medio de un triunfo muy amplio de la filosofía marxista de la historia en las grandes universidades y estudios europeos y americanos, que fue tan arrasador como para resultar casi imposible tener en cuenta otro punto de vista cualquiera, y especialmente el que tuviera un cierto aroma de interpretación existencial o idea de la historia como «vividura» y res nostra, como se entendía en el caso de Dilthey o Bultmann, de cuyos conceptos era la visión de Castro tan cercana. Aunque también hubo historiadores que, incluso por implicación de este idéntico tema con sus propios estudios sobre Teresa de Ávila misma, como en el caso de la hispanista italiana, profesora Rosa Rossi, vieron facilitada su tarea.

Castro mismo ha contado que fue su situación de español exilado la que le forzó a preguntarse por lo que sería ser español, en un momento en el que se comenzó a discurrir en torno a la ascendencia y apellidos con la ocultación o cambio de nombres y gentilicios de algunos españoles que habían tenido el peso de un cierto renombre o prestigio en la vida pública de unos años atrás, pero cuyo recuerdo ahora pudiera producir incluso desdoro o perjuicio en una nueva sociedad antitética de la sociedad republicana. Había algunos escritores también en este caso, y Castro se percató enseguida de que estos españoles en conflicto con sus propios apellidos y ascendencia reaccionaban como Teresa de Jesús, en ocasión en que el padre Jerónimo Gracián invocaba la memoria de los padres de ella, sus virtudes y la alta cuna a la que pertenecieron, y fue interrumpido por Teresa para afirmar de manera terminante que más la valía a ella ser hija de Dios. Lo cual no impedía que, a la vez no se debieran ni mentar grandezas y castas, verdaderas o postizas, porque era una mención que podía acarrear devastadoras consecuencias, como Teresa misma sabía.

Lo que ocurriría, en cualquier caso es que, habiendo convertido la figura de esta en «la Santa de la Raza» hispánica, y emparentada con los más altos brillantes gentilicios de la aristocracia española, veinte títulos de los cuales firmaban la «Junta Nacional de Damas para la Organización del III Centenario de su muerte» en 1882, pronto se mostró inequívocamente no ser ella precisamente el espejo de casta, en el entorno del siguiente Cuarto Centenario de su muerte, en 1982, a tenor de los documentos publicados muy parcialmente, cuarenta años atrás, por el erudito don Narciso Alonso Cortés sobre el informe de hidalguía o limpieza de sangre de la familia paterna de santa Teresa, y unos documentos, por cierto que, para que no faltase en relación con ellos el elemento novelesco, fueron robados del archivo que los custodiaba, y se hizo su devolución más tarde en confesión sacramental antes de ser publicados in extenso, finalmente, por el especialista teresiano Teófanes Egido.

De esta manera había quedado desvelada la condición de sangre no limpia de la familia paterna de Santa Teresa, aunque ella debió de saberlo muy pronto, y en sus escrituras protestó como nadie contra el hecho terrible a todos los efectos de que la fe cristiana se equiparase, en España, a la casta y esta pudiera falsearse, y comprarse la carne y la sangre limpias que habían sido convertidas en signo de la fe cristiana.

Así las cosas, no tiene nada de extraño que las consideraciones que de este descubrimiento hizo Castro hicieron a su vez de él una especie de hebraizante de nuestra españolidad, que dividía a los españoles en buenos o malos españoles como funcionando igualmente en la dicotomía de una «mala y buena casta» perfectamente contraria y simétrica a como se descubría que habían funcionado las cosas en nuestra historia. Pero, cuando todo volvió a su cauce, un muy ilustre hispanista y gran amigo de Castro, Marcel Bataillon, pidió a este integrar su tan poderosa visión vertical de España, con la otra no menos rica y compleja visión horizontal o de historia compartida con la historia europea, porque España también es una nación continental y de un grande y singular poder e influencia.

Un discurso absolutamente libre y amistoso estuvo también presente en nuestros encuentros y cartas, y está en el quehacer de quienes publican ahora estas. Quiero agradecérselo.

Alcazarén (Valladolid), 27 de noviembre de 2019

Correspondencia (1967-1972)

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