Читать книгу Aquellos sueños olvidados - Amy Frazier - Страница 5

Capítulo 1

Оглавление

RODEADO por niños vestidos de diseño y madres con falditas de tenis, el vaquero que esperaba en la parada del autobús escolar destacaba notoriamente.

Neesa Little se frotó los ojos como reacción tanto a esa visión como al sol mañanero y fue a sacar de la guantera de su descapotable las gafas de sol, pero se acordó de que se las había dejado en la cocina.

El hombre llevaba un Stetson y no pegaba nada en ese vecindario tan lleno de clase. En absoluto. De hecho, con su camisa gastada de trabajo y los vaqueros y botas igual de gastados, no parecía venir de ninguna parte cercana a Ellis Springs, Georgia. Más bien parecía como si acabara de llegar cabalgando desde el salvaje Oeste. Lo único que le faltaba eran un lazo, el caballo y un perro pastor.

El hombre se inclinó para recibir un exuberante abrazo de la última niña que subió al autobús. Era el último día del año escolar y la alegría se mostraba en el rostro de la niña.

Esa escena le produjo un dolor ya familiar a causa de sus propias deficiencias biológicas.

Cuando se incorporó, el vaquero la miró directamente y a ella se le cortó la respiración. En los pocos segundos en que sus miradas se cruzaron, ella se sintió vulnerable y deseó no haber descapotado el coche y haber podido ponerse, por lo menos, las gafas de sol, ya que los ojos oscuros de él parecieron llegarle al alma.

Eso era una tontería. El sol debía estar afectándola.

Solo era una mirada accidental y él era un desconocido. Un padre normal y corriente del vecindario y, probablemente, estaba felizmente casado. Con dos o tres hijos, un préstamo para pagar la casa y los palos de golf en la parte trasera de una furgoneta. Lo de ir vestido de vaquero debía de ser solo una especie de demostración machista.

¿Qué poderes especiales podía tener él para conocer sus más profundas vulnerabilidades? ¿Qué interés podía tener en ella? Tragó saliva.

–¡Estás estrangulando el volante! –dijo la voz de su mejor amiga y vecina, Claire English, sorprendiéndola–. Y además, el conductor del autobús ya ha apagado los intermitentes rojos. Muévete, chica.

Cuando el autobús las pasó lentamente, Neesa quitó el pie del freno y miró a la parada una vez más. Las mamás con falditas de tenis ya rodeaban al tipo del Stetson como polillas alrededor de una llama. Evidentemente, él no necesitaba otra admiradora.

–¿No es toda una imagen? –le preguntó Claire alegremente–. ¿Crees que volverá a caballo a su rancho el lunes por la mañana o esas chicas lo convencerán para que se quede? ¿No harán de él su Vaquero de las Afueras?

–¿No vive aquí?

Neesa sabía que solo se necesitaba esa pregunta para que su amiga empezara a hablar. Claire lo sabía todo de todos. Y no había nada que le gustara más que compartir ese conocimiento con ella.

–No, no vive aquí. Se llama Hank Whittaker. Hoy está haciendo de niñera de los niños de los Russell mientras Evan y Cilla están fuera de la ciudad, trabajando un poco en su matrimonio.

–¿Es un ranchero de verdad?

–Oh, sí que lo es. Tiene un rancho de caballos. Por lo que tengo entendido, es bastante grande.

Neesa extendió su antena profesional, pero trató de no parecer muy interesada, ya que seguramente Claire malinterpretaría su atención por ese vaquero atractivo.

–Bueno, no encaja mucho en el papel de niñera –dijo.

–No, la verdad. ¿Has visto cómo le quedan esos vaqueros?

Lo cierto era que ella solo se había fijado en su mirada, intensa y con un destello de arrogancia. No, no arrogancia. Algo más sutil, más intrincado. A no ser que se confundiera mucho, ese hombre debía ser un tipo solitario. Alguien tan seguro de la distancia que había entre él y los demás que no lo afectaría nada mirar en el alma de una mujer.

Se estremeció. No le gustaba que le examinaran el alma.

Se acarició instintivamente el dedo anular de la mano izquierda. ¿Por qué después de un año todavía le dolía que hubiera desaparecido su alianza?

–¿Tenemos prisa? –le preguntó Claire al ver a la velocidad a la que iban.

–La verdad es que sí. Necesito cada minuto que pueda tener hoy. A no ser que encuentre un patrocinador, y pronto, para mi idea de Niños y Animales, mi supervisor me va a hacer que la abandone. El problema es que tengo que encontrar ese patrocinador en mi tiempo libre. Entre las citas con los clientes y el papeleo.

–Pero esa idea es maravillosa. Muchos niños se pueden beneficiar de ella.

–Ya lo sé. Pero si no puedo encontrar un patrocinador, ni siquiera podré hacer despegar el programa piloto. Y, hasta que pueda hacer eso, mi idea no dejará de ser una fantasía.

No había muchas fantasías en la vida de los niños con los que Neesa trabajaba diariamente. Ni tampoco tenía muchas necesidades de la vida cubiertas. Ella trabajaba para un grupo privado que ayudaba a las agencias estatales a encontrar casas para niños difíciles de colocar en otros sitios. Niños con problemas físicos y que no tendrían nunca un hogar si ella no se lo encontraba y trataba de encontrar apoyos financieros para ayudarlos.

Había planeado su idea de Niños y Animales como un programa de apoyo para los niños muy difíciles de colocar.

–¡Me sorprende que no hayas pensado ya en esto! –exclamó Claire.

–¿En qué?

–En nuestro vecino temporal. En el ranchero Hank Whittaker.

–¿Qué pasa con él?

–Rancho. Animales. Niños. ¿Eh?

–¿Pero cómo acercarme a él? No lo conozco de nada y ni siquiera es vecino nuestro. No me puedo acercar a él y pedirle semejante cosa así como así.

–Usa la imaginación. ¿No es para eso para lo que te paga tu agencia? Por ejemplo, la piscina se abre mañana y los niños de los Russell son medio peces. Te pones el bañador y, si juegas bien tus cartas, tendrás todo el fin de semana para conocer a ese Gary Cooper y convencerlo para que patrocine tu idea. Su rancho sería el lugar perfecto.

Neesa ya lo había pensado, pero una sensación incómoda la hacía dudar antes de actuar. Pero nunca se había echado atrás en un reto laboral. Nunca había dudado en acercarse a quien fuera que pudiera ser de ayuda para sus niños necesitados. Lo que la contenía era esa larga mirada que había recibido hacía solo unos minutos. Algo le decía que si se relacionaba con Hank Whittaker, aunque solo fuera profesionalmente, podría estar consiguiendo mucho más de lo que quería.

Ese vecindario de las afueras era como otro planeta para él. Todo le resultaba demasiado irreal.

Cuando logró escapar de la horda de madres de la parada de autobús, Hank Whittaker se alejó hacia la casa de su primo Evan Russell. Había tenido un duro día de trabajo antes de ir a recoger a Casey y Chris, los hijos de su primo.

Pero solo se podía concentrar en la imagen de la hermosa mujer de ojos azules que había visto en ese deportivo rojo. Se había sentido atraído instantáneamente por ella.

Vaya tontería.

Él no creía en eso del amor a primera vista, por mucho que sus padres le hubieran dicho que a ellos les había pasado.

Agitó la cabeza y se metió en la furgoneta que tenía aparcada delante de la casa.

Cuentos de hadas.

Él sabía por experiencia que muchas relaciones terminaban dolorosamente.

El mal humor de que estaba no tenía nada que ver con lo que tenía que hacer ese fin de semana. Le encantaba estar con los hijos de su primo, eran parte de su familia y a él nunca le importó hacerles un favor, sobre todo si eso servía para que Evan y Cilla pudieran arreglar su matrimonio. Pero eso de vivir en un sitio donde los vecinos saben todos tus movimientos lo ponía nervioso. Le gustaba su intimidad. Incluso su propio rancho, bastante grande, le parecía demasiado pequeño a veces. Tal vez tendría que ser el hermano Whittaker que se mudara y se fuera al Oeste a comprarse un rancho grande de verdad.

El viejo Oeste. La fuente de las historias de su padre. La fuente de las fantasías magníficas de infancia de los niños de la familia Whittaker.

A unos veinte kilómetros de camino, Hank metió la furgoneta en una pista de tierra y poco después pasó bajo un arco rústico donde ponía Whispering Pines. Su rancho. Su refugio de un mundo que cambiaba demasiado rápidamente.

Suspiró aliviado y se dirigió a lo que era su hogar. A lo lejos se oían los relinchos de los caballos. Caballos adiestrados según las viejas tradiciones.

Sonrió. Su padre siempre había dicho que ser vaquero era un estado mental y él había llevado más allá ese concepto. Era casi imposible recrear un rancho del Oeste en esa zona. Pero si uno se cree que ser vaquero es un estado mental en constante evolución, cualquier cosa es posible.

Entonces apareció la casa, entre grandes árboles. A la derecha Tucker, su aprendiz, trabajaba con un enorme percherón gris en el paddock. A la izquierda, cerca del gallinero, Willy, su capataz, agitaba su sombrero y gritaba maldiciones tras un cerdo que se escapaba a toda velocidad hacia una colina.

Detuvo la furgoneta delante del establo y esperó un poco antes de salir. Compuso el rostro para no sonreír ya que a Willy no gustaba nada el que él no se tomara en serio sus peleas con los cerdos.

–¿Qué haces de vuelta? –dijo Willy cuando se acercó a su ventanilla.

–Oí que necesitabas ayuda con un cerdo.

Willy miró a Hank a la cara, por si le parecía divertido.

–Uno de estos días voy a hacer que Reba me cocine uno.

–No lo harás. Reba quiere mucho a ese cerdo y tú quieres a Reba.

Reba era el ama de llaves de Hank y el amor de siempre de Willy. Hank le guiñó un ojo al anciano y salió de la furgoneta.

–No hay cerdo, no hay Reba.

Willy maldijo en voz baja.

–Para responder a tu pregunta, he vuelto a trabajar en el rancho hasta que Casey y Chris salgan del colegio –añadió Hank.

–No era necesario. Ese jovenzuelo y yo lo tenemos todo controlado.

–No lo dudo, pero no he podido pasar un momento más de lo necesario en ese barrio. No con tanta gente alrededor.

Willy se miró las botas.

–Esperaba que hubieras conocido a alguna chica guapa –murmuró.

Una imagen de la hermosa rubia se apareció entonces en su mente de repente.

–¿Y por qué quieres eso?

–Tucker y yo nos las podemos arreglar con el ganado y Reba tiene la casa controlada. Necesitas a alguien que te ocupe el corazón para que dejes de traer incordios, como ese maldito cerdo. Esto ya es más el arca de Noé que un rancho.

Como para corroborarlo, pasó delante de ellos una gata con su camada de gatitos detrás.

–¿Estás tratando de decirme que no necesitamos unos cuantos cazadores de ratones?

–Los ratones son una cosa y los cerdos vietnamitas son otra. Lo mismo que esas llamas escupidoras, las mulas viejas y los perros medio ciegos. Por no hablar de los gansos canadienses –dijo Willy exasperado–. Y todos los demás animales maltratados o abandonados que te traes. Te pasas casi tanto tiempo en esas guarderías que en tu negocio.

–¿Eso crees? –dijo Hank tratando de parecer serio.

Respetaba demasiado a su capataz como para recordarle que él era uno de esas víctimas que había rescatado.

–El caso es, por si no lo sabes, que un hombre necesita algo a lo que amar. Pero ese algo debería ser una mujer.

–Bueno, pues no has tenido suerte. No he visto a ninguna mujer que despertara mi curiosidad –mintió Hank.

–Bueno, si piensas seguir durmiendo con los perros, Bowser necesita un baño contra las pulgas. Lo necesita de mala manera.

Luego se alejó de su lado y se dirigió al establo maldiciendo en voz baja a cada paso.

Hank agitó la cabeza. Willy hacía parecer como si el estado de soltería de su jefe fuera una especie de aberración.

Se dirigió hacia la casa a trabajar un poco con el montón de papeles que lo esperaban. Para Willy era fácil hacer esos comentarios. Él amaba a Reba, una mujer de campo de buen corazón. No había muchas como ella. Mujeres que amaban la vida que él mismo amaba, que amaban la soledad, la lejanía de la ciudad. Que le encantaba el trabajo físico duro y los animales. Quería tanto a los pura sangre como a los mestizos.

A pesar de todo eso, Hank tenía un profundo y oscuro secreto que no admitiría delante de Willy. Estaba dispuesto a sentar la cabeza. Tenía un negocio de éxito, su propio rancho y dinero en el banco. Le encantaría encontrar a la mujer perfecta, casarse y tener muchos hijos. Una familia propia.

Pensó entonces en la belleza rubia de ojos azules que había visto en ese deportivo rojo. No se la podía imaginar en un rancho de ninguna manera.

Neesa se sentía incómoda por más de una razón cuando llamó de nuevo a la puerta de los Russell. Aquella era una forma muy retorcida de conseguir un patrocinador para su idea. Apretó contra su cuerpo la gran cacerola que llevaba. Con ese pequeño servicio esperaba tener un gesto amigable de buena vecina… Y que el señor Whittaker le dijera por sí mismo que era ranchero. Así ella podría aprovechar la coincidencia…

Normalmente ella habría ido directamente y le habría dicho que sabía que era ranchero y que necesitaba su ayuda. Pero la mirada formidable de ese hombre le indicaba que no le gustaría saber que ella había estado oyendo cotilleos sobre él ni que le pidiera semejante favor antes casi de tener oportunidad de conocerse.

Se abrió la puerta y, al verlo allí, casi se le cayó la cacerola con el pollo que había hecho. Ese hombre era doblemente más impresionante de cerca. E, incluso sin el Stetson, su mirada seguía siendo oscura y penetrante.

–¿Sí? –le preguntó él sonriendo levemente.

–¿Señor Whittaker?

–Hank.

–Hank –repitió ella–. Yo soy Neesa Little, y vivo en esta misma calle. Tengo entendido que está cuidando este fin de semana de Carey y Chris.

El hombre sonrió más ampliamente.

–Aquí las noticias viajan rápido.

–Sí –susurró ella ofreciéndole la cacerola–. Pensé que podría venirle bien algo de cena. Es solo un gesto de buena vecindad.

–Vaya, gracias –dijo él y se rio–. Pasa y vamos a ver si te encontramos sitio.

–¿Sitio?

Él abrió más la puerta y luego se hizo un lado para dejarla pasar. Ella siempre se había sentido incómoda visitando a los vecinos, salvo con Claire y Robert, que no tenían hijos pero que lo estaban intentando. Sus casas estaban llenas de niños y eso siempre la hacía pensar en su estado, soltera y perennemente sin hijos.

Desde el salón le llegaban las voces y ruidos de los niños jugando. Y también unos aromas deliciosos. Agarró fuertemente la cacerola y se sintió idiota. Él ya tenía controlada la cena.

Neesa lo siguió hasta la cocina, donde para su sorpresa, había una mesa llena de comida.

–Ahora vamos a ver si encontramos un sitio para lo tuyo –le dijo él sonriendo–. Este es un vecindario muy amigable.

Eso parecía.

Ella se imaginó a toda una fila de madres del barrio con cacerolas en las manos y, de repente, eso la hizo reír con ganas.

–Esa misma fue mi reacción –le dijo él tomando de sus manos la cacerola–. Y estoy seguro de que todas lo habéis hecho por el bien de Chris y Casey, claro.

Neesa casi se atragantó.

–¿Qué vas a hacer con todo esto?

–Voy a congelar la mayor parte, de esa forma tendrán comida para un mes.

–¡Hola! –dijo Chris cuando entró en la cocina–. Hey, Neesa, ¿qué has traído?

–Pollo.

–Es lo que le gusta a Hank –dijo el niño al tiempo que metía la mano en la cacerola y sacaba un muslo empanado–. A mí me gusta frito.

–No te atrevas a llevar eso al salón –dijo Hank–. Si lo haces, tu madre me va a lavar la boca con jabón de lo que te voy a decir.

–No lo haré –dijo el niño y se dirigió a la puerta trasera–. Me lo voy a comer afuera y luego iré a buscar mi traje de baño. La piscina abre mañana, ¿recuerdas?

–¿Cómo lo podría olvidar?

A Hank no parecía gustarle mucho la perspectiva.

–¿No te gusta mucho nadar? –le preguntó entonces ella.

–Lo de nadar no me importa. Pero es que no me gusta nada hacerlo en una piscina.

Neesa no se lo había imaginado tan amable y hasta humilde. Al contrario, en la parada le había parecido distante y orgulloso, además de muy macho. Tal vez la diferencia estaba en el Stetson, ya no lo llevaba, y aún sin él estaba que cortaba la respiración. Pero era guapo de una forma que no la repelía. eso la hizo desear conocerlo mejor.

Un pensamiento peligroso.

–¡Hank! –gritó Casey cuando entró en la cocina–. ¡Nadie quiere jugar conmigo a la consola! Estoy sola allí. Chris me ha dejado. Nadie me quiere.

La niña, de seis años, parecía a punto de llorar y Hank la tomó en sus brazos.

–¡Qué tontería! –dijo él–. Yo te quiero. Si alguna vez tengo una hija, me gustaría que fuera como tú.

Casey se ruborizó.

–Pero nadie quiere jugar conmigo…

–¿Y eso te ha hecho perder la buena educación?

Casey lo miró extrañada.

–Tenemos una invitada. Dile hola a Neesa.

La niña se volvió hacia ella en sus brazos.

–Neesa no es una invitada. Es nuestra vecina. En Halloween me dio muchas golosinas. De chocolate.

Hank la miró y levantó una ceja.

–Es cierto –respondió Neesa–. Son mis dulces favoritos.

–Recuérdame que venga por aquí en Halloween. A mí me encanta el chocolate.

Hank dejó a Casey en el suelo y luego le acarició el cabello.

–Deja que acompañe a Neesa a la puerta. Luego jugaré contigo. Ahora desaparece.

Estaba claro que a ese hombre le gustaban los niños. Eso sería perfecto para ella.

Cuando se volvió de nuevo hacia ella, le dedicó la misma mirada profunda de la parada del autobús y a ella casi le fallaron las piernas.

–¿Estás bien? –dijo él tomándola por lo brazos–. De repente parece como si te hubieras mareado.

El contacto de esas manos la mareó todavía más.

–Estoy bien. Es que he tenido un día de trabajo muy duro.

–Y aun así, has pensado traernos la cena. Te lo agradecemos mucho.

–De nada. Ahora será mejor que me vaya.

–¿Te veré mañana en la piscina?

–Oh, no lo sé –dijo ella tratando de sonreír–. A mí tampoco me gustan mucho las piscinas artificiales.

Él sonrió entonces ampliamente.

–Bueno, Neesa, entonces te veré en Halloween. Guárdame una gran chocolatina.

Le guiñó un ojo y cerró lentamente la puerta. Neesa se quedó allí un momento, con las rodillas temblorosas, anonadada y frustrada. Anonadada porque acababa de experimentar un caso extremo de atracción hacia un desconocido que, por lo que sabía, bien podía tener esposa e hijos en su rancho. Estaba claro que él era un padre con todas las de la ley. Un auténtico padrazo. Aunque fuera soltero, se le notaba mucho su deseo de tener hijos y eso lo eliminaba de su lista de solteros elegibles.

Y también se sentía frustrada porque ese pollo le había costado un buen dinero en la tienda de comida para llevar. Por muy bien que oliera, no había logrado siquiera que Hank Whittaker le dijera que era ranchero. Ella no había tenido la menor oportunidad de hablarle de su trabajo ni de su idea.

Maldijo en voz baja. Tendría que encontrar el bañador y demás cosas de baño para ir a la piscina al día siguiente.

Aquellos sueños olvidados

Подняться наверх