Читать книгу Aquellos sueños olvidados - Amy Frazier - Страница 6
Capítulo 2
ОглавлениеHANK? ¿Por qué no estás casado? –le preguntó Chris cuando dejó de hinchar la colchoneta.
¿Por qué no lo estaba?
Era curioso que él se sintiera muy capaz de evadirse de una pregunta similar que le hiciera un adulto, pero que fuera incapaz de hacerlo si se la hacía un niño de ocho años.
Hank tomó un refresco de la nevera portátil y le dijo:
–Casi lo estuve.
–¿Y qué pasó?
–Oh, ella era una chica de ciudad y yo un chico de campo. No estábamos de acuerdo en la mayoría de las cosas.
–¿La querías?
–Sí.
Y era cierto. Le dolió mucho cuando ella lo dejó. Y aún le seguía doliendo a veces. Ese dolor le indicaba que podía buscar por donde quisiera, pero que se necesitaba una mujer muy especial para ser la esposa de un ranchero.
–Yo te podría ayudar a encontrar otra. Mi profesora es muy bonita.
–¿Has estado hablando con Willy? –gruñó Hank–. Mira, deja que te infle eso.
Tomó la colchoneta y se puso a soplar para evitarse las preguntas del niño.
Pero lo tuvo que dejar para gritarle a Casey que dejara de correr con sus amigos por el borde de la piscina.
Además de todo eso, estaba el tumulto de gente que no paraba de gritar y chapotear.
¿Sobreviviría a ese fin de semana urbano?
–Parece que tienes las manos muy ocupadas –dijo una voz femenina que le pareció conocida.
Pero había oído tantas voces nuevas en las últimas veinticuatro horas…
Miró por debajo del ala de su Stetson y vio una silueta muy bien formada recortándose contra el sol de la tarde. Pero su rostro estaba en sombras.
–No necesito la colchoneta –dijo Chris de repente.
Luego le dijo al oído a Hank:
–Ella es incluso más bonita que mi profesora.
Antes de que Hank pudiera responder, el niño se marchó corriendo y se tiró haciendo la bomba a la piscina.
–¿Está ocupado este asiento? –le preguntó la voz femenina.
–Ahora sí. Es suyo.
Hank se llevó la mano al ala del sombrero y se levantó galantemente, maldiciendo por dentro esa invasión a su intimidad.
–Señora… –añadió.
–Por favor, Neesa.
Vaya. La chica de los ojos azules y el deportivo rojo. Su fin de semana urbano se complicaba cada vez más.
Como se había esperado que no la iba a volver a ver, la tarde anterior se había permitido ligar un poco con ella, solo un poco. Pero allí estaba ella, pretendiendo ocupar la tumbona que estaba a su lado. Tal vez durante el resto de la tarde.
De repente se le aceleró el pulso con su presencia.
Llevaba los hermosos ojos azules tapados por unas gafas de sol, pero sus demás atributos, tapados solo por un corto top de seda, eran muy evidentes. Se dio cuenta por primera vez de que no llevaba alianza y eso hizo que se le secara la boca.
Se volvió a sentar y Neesa dejó en el suelo la bolsa de paja que llevaba en la mano y luego echó una toalla en la tumbona. Se quitó las sandalias y se sentó en el borde de la hamaca.
–¡Bueno! –exclamó.
A pesar de todo el equipo de piscina, a él no le pareció que fuera a menudo por allí.
Los niños eligieron entonces ese momento para chapotear como locos y el agua fue a alcanzar la bolsa de ella. Los dos fueron a recogerla a la vez y sus manos se tocaron. Hank se sintió como un idiota cuando el corazón empezó a latirle desenfrenadamente.
–Lo siento –dijeron los dos a la vez, retirando las manos.
El agua se acercó más a la bolsa y, de nuevo, ambos fueron a recoger la bolsa al mismo tiempo.
Esa vez Hank le agarró firmemente la mano y luego, con la que le quedaba libre, retiró la bolsa y sonrió.
–Tenemos que dejar de encontrarnos de esta manera.
Ella se ruborizó y Hank pensó que debía de ser por el calor.
Para su sorpresa, se encontró con que seguía sujetándole la mano. Era una mano frágil y delicada. Su piel era cálida e increíblemente suave. Él nunca antes había entendido el que sus padres fueran siempre de la mano, pero ya sí.
Podía seguir sujetándole la mano a Neesa hasta que los georgianos perdieran el acento. Tanto le gustaba.
Ella miró sus manos unidas y se aclaró la garganta y él la soltó de mala gana.
Deseó que no llevara esas gafas de sol, los ojos reflejan mucho de lo que siente una persona y, mientras ella las llevara puestas, se sentía en desventaja.
Con movimientos bruscos, ella abrió la cremallera del bolso y sacó de él un ordenador portátil.
–¿Perdona? –dijo él desconcertado.
Ese aparato parecía completamente fuera de lugar allí.
Ella se encogió de hombros.
–He pensado que podía salir y tomar un poco el aire. Pero estaba en medio de una cosa.
–¿Negocios o placer?
–Negocios. Pero es algo que, cuando lo consigo, me produce placer.
Hank se sintió intrigado.
–Estoy creando páginas web para nuestros niños difíciles de colocar.
–¡Vaya! me lo vas a tener que explicar mejor.
Ella se quitó las gafas de sol lentamente y lo miró fijamente.
–¿De verdad que quieres saber de qué se trata?
–Me gustaría saber sobre los niños.
–Yo trabajo para una agencia privada llamada Georgia Waiting Children. Niños a la Espera de Georgia. Ayudamos a las agencias gubernamentales a encontrar casas adoptivas para niños con necesidades especiales.
–¿Necesidades especiales?
–No son los niños saludables que se asocian normalmente con las adopciones. Esos niños son mayores y pueden tener problemas mentales o físicos. O pueden ser hermanos y hermanas que quieren permanecer juntos.
–¿Y qué es lo que haces tú?
–Soy una creativa –dijo ella bajando la mirada modestamente–. Yo pienso en programas de apoyo para los niños que nunca dejarán el cuidado del estado. Programas como… Bueno, trato de pensar en formas nuevas de hacer que esos niños que necesitan familias sean visibles para el público.
–¿Cómo? –le preguntó él cada vez más intrigado y atraído por ella.
–Tienes que usar de todas las herramientas que tengas a tu disposición. Y últimamente he estado creando páginas web en Internet.
Hank agitó la cabeza.
–Ya sé que soy de otra época, ¿pero Internet?
Para él los ordenadores eran los juegos que tenían los Russell y la cosa esa que usaba para llevar la contabilidad del rancho. Punto.
–Es natural –continuó ella–. Cualquiera que tenga acceso a un ordenador y una conexión a Internet puede saber acerca de esos niños por medio de las fotos y descripciones.
–Pero eso no es como ir de compras a una tienda. Son niños vivos –dijo él genuinamente preocupado.
Esperaba que ella los viera igual que él, no como cualquier otro producto.
–Créeme, no hacemos esto como si lo fuera. Muy a menudo, este es el último recurso para encontrar buenas casas. Después de que hayamos explorado todas las demás opciones. Nuestra motivación es la creencia de que todos los niños se merecen un hogar donde sean queridos.
–Has dicho que algunos de los niños tienen necesidades especiales.
–Sí. Y el navegante de la Red que sea más que un simple curioso, puede encontrar en ella los perfiles de los niños. Pueden conocer sus problemas o situaciones especiales. Le proporcionamos unas referencias muy extensas. Por supuesto, las identidades reales de los niños están bien protegidas. Los posibles padres han de pasar por nuestra agencia o por la gubernamental antes de conocer al niño en cuestión. Nuestra principal preocupación es siempre el bienestar de los niños.
Maldición. Resultaba que la delicada y encantadora chica que tenía al lado estaba hecha de una pasta mucho más fuerte de lo que se había imaginado. Y vaya una coincidencia, ella hacía con los niños lo que él hacía con su arca de Noé de animales. La naturaleza comprometida de ella hacía que le resultara más difícil todavía luchar contra la atracción que sentía. Ese fin de semana no estaba resultando en absoluto como se había imaginado.
Neesa vio cómo a Hank le cambiaba el color de los ojos, de un color azul noche a un cobalto más cálido. Parecía genuinamente interesado en su trabajo. En los niños.
Estaba interesado, sí. ¿Pero lo seguiría estando cuando supiera lo que le iba a pedir?
–¿Y qué haces tú? –le preguntó alegremente, como si no lo supiera.
Entonces una gran pelota de playa amarilla apareció de la nada y le cayó a ella en el regazo. Casey llegó corriendo, sin respiración.
–¡Hank! Estamos jugando a una cosa y necesitamos a alguien muy grande para hacer de poste.
Hank se rio.
–¡Qué halagador!
No se necesita ninguna habilidad, solo estar quieto como un poste.
Casey agarró la pelota.
–¿Lo harás?
–¿Por favor?
–Bueno, por favor.
–Vale –dijo él y se levantó de la tumbona, dejó el sombrero en ella y tomó a Casey de la mano para seguirla luego hasta el final de la piscina.
Neesa suspiró. ¿Le diría él alguna vez que tenía un rancho? Se sentía incómoda. A lo mejor, incluso, su información era equivocada y él ni siquiera era ranchero.
Tal vez estaba allí arriesgándose a una insolación y, lo que era peor, a que sus hormonas la traicionaran, por un hombre atractivo que no le podía ofrecer nada profesionalmente y solo lo que ella no quería personalmente. Ni siquiera sabía si estaba casado. No le había visto una alianza, pero eso no significaba nada.
Se puso de nuevo las gafas de sol y se tumbó en la hamaca.
Tenía que admitir que ese tipo era irresistible. Se percató de que varias de las madres que había por allí, de repente, mostraban mucha más atención con sus hijos que estaban en el agua.
Hank, con sus fuertes brazos y pecho amplio y bronceado que indicaba largas horas de trabajo al sol, era todo un espectáculo. Además, estaba mostrando una paciencia con los niños que Neesa no se podía creer.
Cuando el interés de los críos en ese juego pareció esfumarse, él los ayudó a pensar en otro. Y luego en otro. Y otro.
En medio de todos esos niños no parecía un vaquero solitario. En vez de eso, parecía un hombre destinado a tener una gran familia.
Tal vez ya la tuviera.
El corazón le dio un salto cuando pensó eso.
–¡Neesa! –la llamó él entonces, sorprendiéndola–. Necesitamos otro jugador mayor.
Miró en su dirección y declinó la oferta con un gesto de la cabeza. Los niños gritaron decepcionados.
Hank se acercó a ella por el agua, apoyó los brazos cruzados en el borde de la piscina y la miró fijamente.
–Por favor –dijo–. Hazlo por los niños.
Ese hombre sabía las teclas que debía pulsar.
–No creo que importe mucho el número de jugadores que haya en ese juego –dijo ella.
–Bueno, técnicamente no –respondió él sonriendo–. Pero los niños quieren hacer de tiburones y perseguir ballenas realmente grandes. Así que me estaba sintiendo un poco superado por el número.
A ella empezaron a fallarle las defensas.
–Todo trabajo y nada de diversión… –añadió él.
Sabía que, si se metía en el agua y empezaba a jugar con él y los niños, se estaba buscando problemas. Problemas emocionales. Y no se lo podía permitir.
Mientras seguía tratando de resistirse, los niños con quienes había estado jugando él se agruparon a su lado y la miraban con cara triste.
–Neesa –dijo Chris–. Siempre es más divertido cuando podemos atrapar a un adulto.
Eso despertó su durmiente naturaleza competitiva.
–¿Y quién dice que me podéis atrapar? –dijo riendo–. Yo nadaba en el equipo de mi instituto.
Al final no fue ese reto lo que la hizo meterse al agua, sino darse cuenta de que había ido a la piscina para hacer un trabajo. Para conocer mejor a Hank Whittaker, para que, cuando él le hablara por fin de su rancho, ella se sintiera cómoda hablándole de su proyecto. Y no lo podría hacer si él seguía en el agua y ella fuera.
–¡Muy bien! –dijo, se levantó y se quitó el top de seda.
–¡Bien! –exclamaron los niños y salieron del agua.
Hank permaneció dentro y Neesa lo miró suspicazmente.
–Creía que necesitabas refuerzos. Me pareces bastante tiburón.
–La chica es lista –dijo él guiñándole un ojo a los niños.
–Y será mejor que seas rápida, Neesa –le dijo Casey–, si no Hank te atrapará enseguida.
Neesa se estremeció.
–¿Podemos empezar ya?
–¡Sí! –gritaron los niños.
–Cuando quieras –dijo Hank mirándola con cara siniestra.
Luego se dirigió al centro de la piscina y empezó a nadar en círculos, sin dejar de mirar a su presa y tarareando la música de Tiburón.
Los niños estaban muy agitados en el borde de la piscina.
–¡Ya! –gritó alguien y una docena de cuerpos cayeron al agua.
Neesa mantuvo a la masa de niños entre ella y Hank, se sumergió y salió sin esfuerzo al otro lado de la piscina. Cuando salió se dio cuenta de que Casey tenía razón. Hank había atrapado a media docena de niños, transformándolos a su vez en tiburones. Los demás nadaban frenéticamente de una escalera de la piscina a la otra.
El agua ya estaba llena de depredadores.
Divirtiéndose de verdad, Neesa sonreía de oreja a oreja.
Por fin, solo quedaban otro niño y ella como víctimas, en lugar seguro.
Hank reunió entonces a sus huestes a su alrededor y les dio unas indicaciones. Luego miró directamente a los ojos a Neesa y le dijo:
–Eres mía.
Vaya.
Ella se tuvo que recordar a sí misma que aquello solo era un juego.
El niño que quedaba sin ser capturado cedió a la presión y ya eran todos tiburones menos ella. Los niños se dirigieron luego al borde para ver el gran final, el gran tiburón contra la gran ballena.
Cielo santo, iba a tener que atraparla. Que tocarla. Porque ella era la última ballena y las reglas decían que no solo la iba a tener que tocar, sino que la tenía que sujetar para que ella no pudiera alcanzar el otro lado de la piscina. A su zona de seguridad. El pensamiento de uno de esos fuertes brazos rodeándola ya la estaba poniendo nerviosa.
Le resultaba cada vez más difícil pensar que solo estaba allí en misión profesional.
Hank le sonrió desde el centro de la piscina. Era una auténtica sonrisa de tiburón, pensó ella.
De repente se dio cuenta de que aquello había dejado de ser una diversión infantil.
Oh, sí que prometía ser divertido, pero una diversión de adultos.
Bueno, no se iba a dejar intimidar. Así que le sonrió y se sumergió.
Sintió la corriente a su lado cuando él se sumergió también. Lo vio tras ella extendiendo la mano y la agarró por el pie. Aun sabiendo que Hank tenía que sujetarla para ganar, ese contacto la hizo estremecerse. Soltó aire y se dio cuenta de que así no tardaría mucho en tener que salir a la superficie, donde le sería más difícil maniobrar.
Pataleó y él sonrió. Por un momento, Neesa tuvo la impresión de que estaba jugando con ella.
El corazón le latió más rápidamente y los pulmones empezaron a dolerle. Estaba baja de forma y hacía mucho tiempo de cuando estuvo en el equipo del instituto. Y durante el último año, después del divorcio, había dedicado muy poco tiempo a la diversión y al deporte. Ya le faltaba aire y tenía que salir a la superficie.
Emergió y tardó un segundo en tomar aire. Error. Hank salió a su lado y le rodeó la cintura con los brazos, apretándola contra su cuerpo.
A ella solo le quedaba admitir la derrota.
–Eres mía –le dijo Hank al oído.
Pero ella aún tenía la sorpresa de su lado.
Echó rápidamente el aire de los pulmones y se hizo pesada y delgada mentalmente, levantó las manos sobre la cabeza y se deslizó como una resbaladiza anguila hacia abajo, librándose de su agarre. Pero ese roce con su cuerpo casi la hizo arrepentirse de haberse soltado.
Casi.
Pero el pensamiento de él hacía solo unos segundos dando por hecho que había ganado el premio la había hecho reaccionar. Después de Paul, su ex marido, no iba a volver a ser el trofeo de ningún otro hombre. Ni siquiera en un juego de niños.
Luego nadó con todas sus fuerzas y tocó su zona de seguridad en la pared de la piscina. Se agarró a la escalera y, por fin, emergió jadeante y sonriendo con el puño levantado.
–¡Aupa las ballenas! –gritó antes de que sus palabras se transformaran en toses.
Hank la observó desde el centro de la piscina. Para ser tan poca cosa, era toda una luchadora. Le gustaba esa mujer. Tenía arrestos.
Los niños gritaron.
–¡Vamos a jugar otra vez! –exclamó Chris–. Ahora Neesa será el tiburón. Es muy buena.
Neesa salió de la piscina y se dirigió a su toalla.
–No ahora. Esta ballena necesita un descanso.
–¿Más tarde?
–Puede.
–¿Hank?
Él ya había jugado bastante también.
–¿Cómo creéis que se siente este tiburón derrotado? Jugad vosotros. Ahora yo necesito beber algo.
Lo que necesitaba era saber más de Neesa Little. Una mujer con ordenador portátil que había ido a la piscina lista para trabajar pero que había jugado y duro en vez de eso. Una mujer con cara de ángel que debía de ser una especie de ángel de la guarda para esos niños y que, desde el momento en que lo había mirado en la parada del autobús, había ejercido una extraña atracción sobre él.
Cuando llegó a donde estaba su toalla, ella le sonrió desde la tumbona.
–Bueno, tiburón –le dijo ella alegremente–. ¿Y cómo te ganas tú la vida? ¿Eres profesor? ¿Animador de excursiones? Si es así, se te da bastante bien.
Él se frotó el pecho vigorosamente con la toalla.
–Ranchero.
–¿En Georgia?
A pesar de la pregunta, a ella no pareció sorprenderle.
–Crío y domo caballos.
–¿Está cerca tu rancho?
–No muy lejos.
Hank no le quería dar demasiada información. Ni siquiera a un ángel de ojos azules. Su rancho era su negocio y su vida, no algo de lo que ir alardeando. Y él se sentía muy protector con su refugio. Con su vida solitaria. Invitaba a muy poca gente a que lo conociera. Ni siquiera en una conversación.
Una expresión curiosa le pasó a ella por la cara.
–¿Y qué ha traído a un ranchero a este barrio?
Él se sentó entonces.
–Evan Russell es mi primo y yo estoy cuidando a sus hijos para que Cilla y él puedan… pasar fuera el fin de semana.
No iba a hablar de los problemas maritales de sus primos.
–Bueno, los niños se te dan muy bien.
Sí. Y le encantaban. Deseaba poder tener una auténtica tribu propia en el rancho. El problema estaba en que para eso tenía que haber un feliz matrimonio y no había visto muchos. Su padre había muerto con el corazón roto. Su propia novia lo había dejado a él prácticamente al pie del altar y la relación de Evan y Cilla estaba pasando por problemas serios. Conocía las estadísticas de divorcios.
Dolor. Así era cómo terminaba la llama de la pasión.
Así que iba a tener que olvidarse de eso de los niños. Pensaba disfrutar de los de sus primos y de sus sobrinos, pero por mucho que le gustaran iba a tener que olvidarse de los placeres de ser padre para evitar el dolor de un compromiso. Sabía lo difícil que era encontrar a la mujer adecuada.
Al ver su expresión seria, ella le dijo:
–Lo siento si he tocado un punto sensible.
Él la miró y vio que ella lo había estado observando. Perfecto. Ya había sabido que ese fin de semana le iba a dar problemas.
–No es nada –respondió.
–Tal vez sea mejor que me marche.
–¡No!
Esa palabra le salió demasiado vehementemente, así que continuó:
–Quiero decir que… Bueno, es que estaba pensando en un negocio muy serio. No dejes que eso te fastidie el rato de tomar el sol.
Pero a él sí que se le había fastidiado el suyo.
Tomó dos latas de refresco de la nevera portátil y le pasó una a ella. No sonreía, pero su expresión no era tan seria como antes.
–Por lo menos deja que el tiburón invite a tomar algo a la ballena vencedora.
Ese hombre era ciertamente muy complejo, pensó ella.
Neesa aceptó la lata y luego trató de encontrar otro tema de conversación.
–Yo creo que a todas las niñas les encantan los caballos en algún momento de su infancia –dijo–. Yo no era distinta en eso. ¿Cómo es trabajar con ellos? Sobre todo con los grandes.
Él pareció relajarse entonces.
–Sí, los percherones –dijo orgullosamente–. Tenemos algunos magníficos.
–¿Para qué los entrenas?
–Para arrastras troncos.
–¿Para competir?
–No. Para trabajar. Lo hacemos como se hacía hace un siglo o así. Es un método muy selectivo que no perjudica al bosque.
–Tiene que ser digno de verse.
–Yo no hago visitas turísticas.
Vaya una forma de parar una conversación, pensó Neesa. Parecía como si Niños y Animales se estuvieran deslizando al mundo de las buenas ideas no realizadas.
Chris le ahorró el esfuerzo de buscar otro tema de conversación cuando llegó y sacó de la nevera otro refresco.
–Se te da bien el juego de los tiburones y las ballenas.
–Gracias.
Casey llegó también y se envolvió en una toalla tan grande como ella misma.
–Puedes jugar con nosotros cuando quieras –dijo la niña.
–Sí –afirmó Chris–. Mañana mismo.
Hank frunció el ceño.
–No creo que vaya a venir a la piscina mañana.
Neesa pudo leer claramente el significado del ceño fruncido de Hank. Por alguna razón, era evidente que a él no le apetecía repetir el encuentro. Bueno, ya se le ocurriría otro patrocinador el lunes.
–No va a ser en la piscina –le dijo Casey–. Mañana vamos a hacer una excursión en el rancho de Hank. Neesa puede venir también, ¿no Hank?
Hank pareció tan asombrado como la misma Neesa.
–Oh, yo… –dijo ella.
–¿Por favor? –insistió la niña pasándole los brazos por el cuello.
–¿Por favor? –repitió Chris.
Hank se aclaró la garganta.
–Eso es cosa de Neesa –dijo y la miró como advirtiéndole que no aceptara.
–De acuerdo –respondió ella sin pensárselo dos veces.
No era él el único que no se podía resistir a los niños.