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El heroísmo en su doble vertiente: vida y obra de Elena Poniatowska

Raquel Serur

Amén de sugerente, el título “heroísmo épico en clave de mujer” de este volumen nos lleva a reflexionar sobre los dos conceptos, el heroísmo y la épica, y al hacerlo, encontramos cómo ambos se resemantizan y cobran una actualidad singular al vincularse a un tipo de literatura escrita por mujeres. Trataré de esbozar algunas ideas respecto de esta resemantización centrándome en Elena Poniatowska.

Si revisamos la vida y la obra de Elena Poniatowska con estos conceptos en mente, nos daremos cuenta de cómo esta, en el siglo XX y lo que va del XXI, otorga, a través de su vasta obra y de su larga y fructífera vida, un nuevo significado a la percepción que hoy podemos tener de la épica y del heroísmo puesto que los disloca de la óptica tradicional y los reconstruye con una mirada que pone el acento en ciertas formas de asunción de una manera de ser mujer y, en algunos aspectos, del lado oculto de lo femenino.

Heroísmo y vida

Octavio Paz, en 1961, le escribe desde París a Elena Poniatowska para sugerir que se redacte una carta para hacerla circular entre varios intelectuales y artistas, con el propósito de pedirle al presidente de la República la libertad de Alvaro Mutis. Acto seguido le pregunta: “¿Qué haces? Ya sé, escribes mucho, te mueves, brincas, saltas, eres casi heroica. Estás llena de celo moral, quieres salvar, exaltar, ayudar. Eres útil” (Loaeza, 2014: 14).

Esta carta de Paz subraya algo que nos interesa destacar. En Poniatowska lo heroico cobra dos vertientes: una que apunta a la ficción y de la que hablaremos en el segundo apartado, y otra que es parte de su propia vida y que quizá proviene de la percepción que la jovencita Elena se hace de sus padres. En el contexto épico de la modernidad europea, en la Segunda Guerra Mundial, la imagen que Elena construye de sus padres los vuelve personas que, en el imaginario juvenil de nuestra autora, se convierten en objeto de su especial admiración. Son su primer contacto con el heroísmo que ella va a perseguir toda su vida dándole la connotación que sugiere Paz en su carta que fecha el 11 de noviembre: “ser útil, ayudar, exaltar, salvar”, hacer todo esto llena del celo moral que dará congruencia vital a todo su quehacer y a su vida. Su heroísmo la lleva permanentemente a realizar actos extraordinarios al servicio del prójimo y al servicio de su país sin excluir, desde luego, a su escritura.

Rafael Barajas, el Fisgón, en el preciso e incisivo libro La princesa Selenita, recurre al humor y a la sátira para decirlo de esta manera:

Como periodista, le hizo notables entrevistas a reyes, bufones, brujas y animales mitológicos (es decir a Manuel Álvarez Bravo, Cantinflas, María Félix y Diego Rivera). Pero, sobre todo, le dio voz a los que no la tenían: a los pobres, a los perseguidos, a los disidentes, a los inconformes. Después de que el gobierno reprimió, a sangre y fuego, el movimiento estudiantil de 1968, cuando el país tenía miedo de hablar, la traviesa de Elenita fue una y otra vez a la cárcel a entrevistarse con los presos políticos y publicó La noche de Tlatelolco, un relato testimonial de la represión gubernamental que desafiaba la versión oficial […]. La gente del país del Indio Fernández nunca olvidó que fue la voz de una dama menuda la que puso en entredicho el discurso oficial y cuentan que, cuando estaba solo en su exilio, el gran asesino musitaba entre dientes “¡Esa princesita salió más cabrona que bonita!” (Barajas, 2014: 14).

Desafiar al sistema en un país en el que los periodistas son asesinados un día sí y otro también, en donde el régimen de Díaz Ordaz no fue la excepción, es efectivamente un acto heroico. Aunque Poniatowska no lo viva así, aunque no se dé cuenta, Elena es una heroína y lo que ha logrado, en cuya cumbre está el Premio Cervantes, es heroico.

De lo heroico que se visibiliza en la ficción

Por la manera en que Poniatowska examina y construye a sus personajes femeninos en su novelística, podemos notar que a ella le interesan tanto heroísmos ocultos como visibles. Se enfoca tanto en heroínas desconocidas como conocidas y propone en el intertexto de cada ficción una representación de las mujeres como heroínas épicas que en silencio gestan la historia de nuestro país.

Es en la construcción de sus personajes femeninos que Poniatowska imprime una forma de ser heroica, diferente en cada caso, y diferente, por supuesto, del heroísmo masculino, que requeriría de un análisis académico minucioso que rebasa los límites que impone esta presentación en donde sólo trataré de darle forma a esta intuición en unos cuantos párrafos. No tengo la menor duda de que en la manera de adentrarse en la vida de las otras, Elena le da forma e identidad a su propia voz, a su propia actitud ante la vida. O es quizá al revés, esta voz, esta actitud ante la vida es la que le hace escoger a cada persona para transfigurarla en un ente de ficción con características heroicas en un sentido nuevo.

Tinísima le permite a Poniatowska explorar una forma naciente de ser mujer en el México de los años veinte que se vincula con su propia historia y con la de muchas mujeres de la clase media ilustrada que comienzan a buscar formas libertarias que les permitan salir del confinamiento en la esfera doméstica. El heroísmo de Modotti es un heroísmo visible por tratarse de quien se trata. Es el heroísmo de la mujer que abre brecha al romper con los esquemas de su tiempo y ser fiel a su pasión artística.

La idea de la novela surge, como lo ha dicho Poniatowska, de muchas entrevistas y de un proyecto. Se le pide que elabore un guion sobre Tina Modotti y el encargo, por falta de recursos, no decanta en película. En esta casualidad de la vida, Poniatowska encuentra una veta de trabajo que le permite explorar y expresar cosas que a ella le importan como si de una gesta épica se tratara. Poniatowska se mira en el espejo de Modotti y en su narración, en el subtexto, deja entrever el carácter heroico de la vida y hazañas de Modotti. Toma por su cuenta el proyecto y entrevista a cuanta persona conoció o estuvo cerca de la estupenda fotógrafa Tina Modotti. Con ese material recrea toda una atmósfera de la vida en el México de la primera mitad del siglo XX y centra la novela en tres aspectos de la vida de Modotti que a Poniatowska le parecen clave: la fotografía, el amor y la militancia política. La historia de la fotografía da cuenta de la pasión de Tina por esta forma del arte; su relación con personajes como Edward Weston y Diego Rivera, entre otros, está muy bien documentada y recrea toda una batalla que conduce a Modotti a una suerte de liberación espiritual y sexual; su militancia comunista la vincula con un México que siente la necesidad de abrirse al mundo y que a ella la conduce a la URSS, a Alemania y a la Guerra Civil española. Para Poniatowska, esta forma de ser mujer no sólo le permite elaborar una novela que ya tiene un lugar propio en la historia de la literatura mexicana, sino que también le da aliento para transitar con dignidad y congruencia por los caminos que ella considera fundamentales en su propia vida: la literatura, el amor, México y la política.

En el otro extremo está el personaje Jesusa Palancares quien tipifica el heroísmo oculto, no evidente. Cuando Elena conoce y entrevista de miércoles a miércoles a Josefina Bórquez, encuentra en ella a la Jesusa Palancares de Hasta no verte Jesús mío (1969), uno de los personajes de ficción más conmovedores de la Literatura Mexicana. Una mujer que fue partícipe de la Revolución mexicana y quien, en voz de Assia Mohssine, se confronta “con las vicisitudes de una marginalidad múltiple: histórica, social, étnica y de género” (Mohssine, 2012: 133). Esa Adelita que, como muchas soldaderas desconocidas, acompañó a su Juan en la valentía del silencio heroico, en tiempos posrevolucionarios, sale adelante de manera quizá más heroica y digna que cuando era parte de las filas revolucionarias, pues lava overoles, vive en el silencio de su soledad y se alimenta de la imaginación combinada con el recuerdo.

Desde una perspectiva tradicional, lavar overoles no es una actividad que presente heroísmo alguno; sin embargo, en la pluma de Elena Poniatowska se describe al personaje, a su actitud cotidiana, como heroica en medio de una realidad en donde ser una lavandera y salir adelante conlleva un heroísmo de otro tipo. Un heroísmo no reconocido como tal por el mundo establecido pero que Elena construye minuciosamente a lo largo de la novela y muestra por qué sí lo es. Es un heroísmo oculto que le da un relieve al personaje mediante la mirada de una escritora que puntualmente realza las cualidades, el lenguaje y la imaginación de un ser excepcional. Elena queda fascinada con Josefina y de esta fascinación surge Jesusa Palancares. Dicho enfáticamente, Poniatowska sugiere que el heroísmo de Jesusa Palancares radica en sobrevivir, en primer término, a la heroína anónima de la Revolución mexicana y, en segundo término, en no amilanarse y, pese a todos los pesares, encontrar una manera digna de sobrevivir en tiempos posrevolucionarios, en un México donde, en todos los estratos sociales, reinan el machismo y el racismo, donde se invisibiliza a la mujer, más aún si es pobre y de origen campesino, y todavía más si es indígena. Es la fuerza de espíritu, cualidad de todo personaje heroico, la que sostiene a Palancares quien en todo momento utiliza el recurso a la imaginación para despegarse de una condición miserable y sin salida.

Por la enorme sensibilidad de Elena Poniatowska, podríamos pensar que una de las cosas que más le impactó de México, seguramente, fue la desigualdad social. Tanto en su obra de ficción como en su periodismo y en su crónica, Elena Poniatowska decide poner el acento en el mundo de los marginales.

Antes de llegar a México, por el simple hecho de tener una madre mexicana, ella es parte de dos mundos, del de la cultura europea y del de la cultura mexicana. Se sabe princesa, se sabe parte de la familia Amor y sabe también que el mundo mexicano al que pertenecía su madre era un mundo de suyo muy europeizante. Lo que también seguramente descubre al llegar a México es que la riqueza y la complejidad de la cultura mexicana se encuentran en formas de ser y de aprehender el mundo que nada, o poco, tienen que ver con el México de las clases dominantes. Su curiosidad y su inteligencia la llevan a explorar esta cultura singular que surge de un largo proceso de mestizaje, de un colonialismo que hizo aparecer formas de comportamiento completamente distintas, distantes ya, tanto del mundo indígena como del español.

Quizá muy temprano, quizá en la forma de ser del mundo materno, Elena se da cuenta de que el racismo y el clasismo mexicanos consisten en invisibilizar al otro, a aquel de extracción humilde, al que, a lo largo de los siglos, en el mundo colonial primero y colonizado después, le toca en suerte ser el dominado frente al dominante; a quien tocó encarnar el dolor del colonialismo y quien, para superarlo, echa mano, en su condición de mestizo cultural,1 del recurso a la imaginación; para vivir dignamente en un mundo que de otra manera sería invivible, el recurso a la imaginación es indispensable.

Elena decide, seguramente muy temprano en su vida, no seguir las pautas de comportamiento propias de su clase y condición; decide no pasar de largo la mirada sobre el doliente. Más bien, escoge detenerse en él o en ellos. Le interesa darle voz con su pluma y, al hacerlo, poder comprender mejor su dolor y entender también, de mejor manera, a toda una parte de la sociedad mexicana que, si bien está marginada del poder económico y político, es fundamental en términos de la cultura nacional en el más amplio sentido del término. En el sentido de la mexicanidad que tanto trabajo ha costado a escritores, sociólogos o psicoanalistas tratar de definir en qué consiste. Ni Paz en su Laberinto de la soledad, ni Santiago Ramírez en su libro sobre lo mexicano (1977) logran dar en el clavo sobre el asunto.

Elena Poniatowska se da cuenta también de lo difícil si no es que imposible de la tarea. Por lo mismo, también sabe que es en la ficción, o mediante la ficción, que ciertos rasgos de lo mexicano pueden ponerse al descubierto. La cultura mexicana es, para Elena Poniatowska, la cultura que transita de abajo hacia arriba y no de arriba hacia abajo. Si el de arriba mira a París y habla francés, el de abajo mira las ruinas de su mundo indígena y habla tzotzil o náhuatl o no habla lengua indígena alguna, pero sí come chile, frijol y tortilla, y echa mano de la imaginación recurriendo a mitos y ritos que el colonial, católico y español nunca logró erradicar por completo. El mundo cultural que le interesa a Elena Poniatowska es el mundo que se produce y reproduce en el cotidiano acontecer del día a día; en donde decantan ciertas formas culturales que, aún hoy día y en crisis, se resisten a desaparecer a pesar de los embates de la modernidad. Es así que el personaje de Hasta no verte Jesús mío vive en este México, sí, pero también está segura de que esta es la tercera vez que regresa a la tierra: “Esta es la tercera vez que regreso a la tierra, pero nunca había sufrido tanto como en esta reencarnación ya que en la anterior fui reina. Lo sé porque en una videncia que tuve me vi la cola” (Poniatowska, 1969: 9). Esta certeza le permite, al personaje, poner su vida actual en perspectiva y vivir de lleno en la imaginación mítica y ritual, culturalmente aceptada por sus congéneres en Oaxaca, quienes también hablan de la “Obra Espiritual” sin que esto impida que sean fieles al catolicismo:

En la Obra Espiritual les conté mi revelación y me dijeron que toda esa ropa blanca era el hábito con el que tenía que hacerme presente a la hora del Juicio y que el Señor me había concedido contemplarme tal y como fui en alguna de las tres veces que vine a la tierra (Poniatowska, 1969: 9).

Jesusa Palancares, personaje singular del México revolucionario, en la ficción de Elena Poniatowska cobra vida para mostrar existencia en donde la arbitrariedad, el agotamiento cotidiano y la miseria marcan la vida de esa mujer que fue trabajadora doméstica y o obrera, pero quien también fuera una combatiente en la época de la Revolución mexicana. El sostén de todas las Jesusas Palancares, nos muestra Poniatowska, fue su cultura y su fe en la “Obra Espiritual”. Es decir, el sincretismo religioso de Jesusa Palancares le permite trascender esta vida, en donde sufre tanto, por la vía de la imaginación mítico-poética, en la que recuerda haber sido reina en una vida anterior y es eso lo que le da amparo y protección. La ironía del relato se centra, además de en el propio transcurrir, sobre todo en el final, donde Jesusa, no sin dolor, admite: “Yo no creo que la gente sea buena, la mera verdad, no. Sólo Jesucristo y no lo conocí”. Elena Poniatowska crea un personaje poderoso en la literatura mexicana y da voz a una mujer que, en su dolor, se aferra a sus valores espirituales para soportar la vida en turno, en un México poco compasivo con sus dolientes.

A manera de conclusión

John Coetzee, el Nobel de Sudáfrica, nos dice que todo texto que se escribe, ya sea crónica, ficción o incluso crítica literaria, tiene un origen autobiográfico. Yo creo esto a pie juntillas y en el caso de Elena Poniatowska su obra y su vida se entrecruzan a manera de contrapunto en una espiral que toca la épica heroica femenina desde aristas múltiples y complejas.

Si en la mitología antigua un héroe es un hombre nacido de un dios o una diosa y de un ser humano, más que hombre y menos que Dios, en la resemantización que Elena Poniatowska da a la noción de heroísmo, no vamos a encontrar ni a Hércules, ni a Aquiles, ni a Eneas, sino a mujeres que, nacidas de dos seres humanos, sufren, luchan y gestan su destino con valentía y con la convicción de su valía y de su pasión, aunque esto implique pasar por el psiquiátrico, como Leonora Carrington, o vivir en la más estricta soledad, como Josefina Bórquez. Elena no extrae el heroísmo del canon clásico y monumental sino de su experiencia, que confronta con la de las otras mujeres que le sirven de espejo en su prosa y con la de mujeres que viven en los márgenes de la sociedad y son invisibles para esta. La apuesta de Elena es por la democratización del heroísmo. Acierta y sugiere que no hay que buscar lo heroico en reyes, caballeros o superhéroes, sino en el cotidiano vivir de mujeres que hacen un esfuerzo sobrehumano por dignificar su vida y condición: mujeres insumisas, indómitas, cuestionadoras, subversivas; mujeres que tienen una vocación y se aferran a ella; mujeres que viven la vida con una pasión heroica.

Bibliografía

Barajas, Rafael, el Fisgón (2014). La princesa Selenita. México, D.F.: Era.

Echeverría, Bolívar (comp.) (1994). Modernidad, mestizaje cultural y ethos barroco. México, D.F.: UNAM/El Equilibrista.

Loaeza, Guadalupe (13 de abril de 2014). Elena Poniatowska, heroína de las letras. Forma y Fondo, revista semanal del periódico Reforma.

Mohssine, Assia (2012). Interculturalidad, escritura y género. La mística de los márgenes como resistencia cultural. Magriberia, núm. 5.

Poniatowska, Elena (1969). Hasta no verte Jesús mío. México, D.F.: Era.

Ramírez, Santiago (1977 [1959]). El mexicano: psicología de sus motivaciones. México, D.F.: Grijalbo.

1 Véase Echeverría (1994).

El heroísmo épico en clave de mujer

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