Читать книгу La crisis de la eurozona - Andrea Ginzburg - Страница 5
INTRODUCCIÓN
ОглавлениеEl 25 de marzo de 2017, los jefes de Estado de los países de la Unión Europea (UE) se reunieron en Roma para celebrar el sexagésimo aniversario del Tratado de Roma. Cuatro días después, a través de una carta dirigida al presidente del Consejo Europeo, el Reino Unido notificó oficialmente su intención de abandonar la UE. Más allá de las celebraciones, la crisis de la periferia sur de Europa (y, de hecho, de toda la eurozona) todavía está esperando una solución sostenible.
El proyecto europeo fue diseñado (y así se esperaba que ocurriese) para promover la convergencia y la armonización entre y dentro de los países miembros. Después de varias décadas de integración económica y ampliación, y de casi dos décadas de integración monetaria cada vez más estrecha y de una larga crisis económica y financiera, la realidad parece muy diferente. Las divergencias se han incrementado en la mayoría de los ámbitos, y algunos Estados miembros y regiones más débiles han quedado rezagados respecto a sus compañeros más fuertes. Además, la desigualdad económica y social también está aumentando dentro de cada uno de los Estados miembros. El flujo de capitales desde el centro hacia el sur se ha interrumpido repentinamente y ha sido sustituido por flujos de trabajadores jóvenes y altamente cualificados que se dirigen hacia el norte. La flexibilidad de precios y salarios en los países del sur todavía no ha creado nuevas oportunidades laborales, las cuales siguen concentradas en otras regiones. La ampliación europea y las fuerzas centrípetas de la construcción europea han cambiado la geografía económica de la Unión: las nuevas periferias gravitan ahora alrededor de un centro cambiante. El baricentro de la UE se está desplazando del eje norte-sur hacia el eje norte-este.
Este libro parte de la convicción de que para entender hacia dónde nos estamos dirigiendo es importante entender cómo hemos llegado hasta aquí. Para intentar proporcionar una respuesta a la crisis actual debemos ir más allá del corto plazo, analizando las diferentes trayectorias de los países de la periferia y los países centrales en términos de interdependencia entre economías con diferentes capacidades productivas. Nuestro análisis parte de tres premisas metodológicas.
HISTORIA Y DEPENDENCIA DE LA TRAYECTORIA
La crisis actual es la culminación de un proceso de integración que ha transformado profundamente la estructura de cada uno de los Estados miembros, sus interrelaciones y sus relaciones de poder. Uno de los efectos colaterales de la crisis económica que empezó en 2008 ha sido el redescubrimiento de los conceptos «centro» y «periferia» para analizar las situaciones económicas de los países europeos. El estudio de la evolución de las relaciones centro-periferia puede contribuir a una mejor comprensión de la dinámica de los procesos de integración europea de la segunda mitad del siglo XX, basándonos tanto en su cronología como en los procesos de redistribución geográfica de la producción internacional. Como observó el filósofo italiano Giambattista Vico (Vico, 2011 [1725-1728]: 61), la cronología y la geografía son los «dos ojos de la historia». En lo referente a la cronología, debería recordarse que todos los países de la periferia del sur de Europa pueden definirse como países de industrialización tardía, aunque Italia entró en una dinámica de industrialización e integración en el comercio europeo antes que cualquiera de los demás países periféricos. En cuanto a la geografía, las geografías cambiantes de la producción son el resultado contingente de la coevolución de las relaciones de poder asimétricas entre actores individuales y colectivos e instituciones.
GLOBALIZACIÓN Y EUROPEIZACIÓN
Debemos tener en cuenta el contexto en que se produjo esta coevolución, esto es, la integración europea de los países periféricos y la globalización. Ya desde principios de la década de 1970, los países de Europa se vieron envueltos en dos niveles diferentes de desregulación, global y europea. Los análisis deberían incluir la interconexión entre la globalización y la europeización, o, en otras palabras, la forma concreta en que el proceso de globalización, que se originó en Estados Unidos, se trasladó a Europa a través de la creación de la Unión Europea y la Unión Monetaria. A nivel global, la creciente importancia del sector financiero afectó a las tasas y a la calidad del crecimiento de las economías capitalistas, el cual pasó de estar impulsado por los dos motores de la inversión y las exportaciones a depender solamente de las exportaciones, ocasionalmente complementadas por booms del consumo. La europeización puede interpretarse como la aplicación en toda la UE de una política de desregulación de los mercados de bienes y capitales similar al modelo anglosajón. La desregulación de los mercados laborales y la financierización afectaron al ritmo, a la forma y a la dirección del proceso de integración europea. No obstante, la agenda neoliberal resultó difícil de conciliar con la preservación de los elementos clave del modelo social europeo y la presencia de un estado del bienestar sólido.
VINCULACIÓN
Cuando entraron en el euro, los Estados miembros renunciaron a sus instrumentos nacionales de gestión económica. La moneda única se creó sin erigir ninguna gobernanza supranacional para sustituirlos. Además, toda la arquitectura institucional de la Unión Monetaria se basaba en la asunción de que los países que cumplían los criterios de Maastricht para el acceso a la misma estaban en igualdad de condiciones. La convergencia se interpretaba con referencia a indicadores financieros en lugar de indicadores reales, y se pensaba que cualquier problema que surgiese se podría abordar y solucionar sobre la marcha (neofuncionalismo). Por tanto, la construcción de las instituciones europeas se desvinculó de las específicas instituciones sociales y políticas que proporcionan una base sólida y duradera a una unión monetaria, y sin tener en cuenta los diferentes niveles de desarrollo de sus miembros. La insuficiente cohesión política y una teoría económica equivocada jugaron un papel importante en la formación de lo que era un proyecto eminentemente político. La crisis ha hecho evidente que esta estructura institucional no era sostenible.
VIEJAS Y NUEVAS PERIFERIAS (Y PAÍSES CENTRALES)
La interacción de estos factores diversos ha reconfigurado las relaciones económicas y geopolíticas entre las economías europeas. La reunificación alemana y el colapso de la Unión Soviética abrieron el camino de la ampliación hacia el este y de una reorganización geográfica de la producción a escala europea. Como consecuencia de esto, el peso económico de Alemania en Europa aumentó. Nuevas periferias emergieron con fuerza, mientras el centro mostraba signos de fragmentación interna.
El estallido de la crisis y sus desiguales consecuencias deben interpretarse en este contexto. Erróneamente interpretada como un problema estándar fiscal o de balanza de pagos, la crisis fue el resultado final de la interacción entre la crisis financiera internacional y la naturaleza incompleta de las instituciones europeas. Un cambio de estrategia es hoy extremadamente importante, puesto que la crisis está marcando otra gran ruptura estructural en el comercio internacional, similar a las transformaciones ocurridas en la década de 1970 y en la primera década del nuevo milenio. Durante esta primera década del nuevo milenio, Alemania reorganizó —una vez más— su economía con éxito, al explotar los beneficios de la moderación salarial, la deslocalización industrial hacia las economías de la Europa oriental y el «exorbitante privilegio» de formar parte de la Unión Monetaria detentando una posición dominante dentro de esta. La crisis ha mostrado no solo la imposibilidad de reproducir el modelo alemán de crecimiento impulsado por las exportaciones en el resto de Europa, sino también las limitaciones de este modelo incluso para la propia Alemania. De hecho, las condiciones que aseguraron el éxito de las exportaciones alemanas durante el período comprendido entre 2005 y 2007 ya no concurren.
Existen muy pocas esperanzas de que se produzca un cambio radical de las políticas en una nueva dirección, lo cual implicaría cambiar las reglas de la eurozona. La voluntad de avanzar hacia una unión fiscal y política no existe en la Europa actual. Esto no solo significa que la eurozona está condenada a permanecer como una institución frágil, sino que de hecho justifica la desalentadora conclusión de Orphanides (2015) de que «en su forma actual, el euro representa una amenaza para el proyecto europeo».
Este libro está dividido en dos partes. La primera parte se centra en el medio plazo. Después del primer capítulo introductorio, se presenta una visión general de la evolución de la Unión Económica y Monetaria (UEM) desde sus inicios, para después pasar a discutir la crisis que ha sufrido. La segunda parte despliega una óptica a más largo plazo y plantea un escenario estructural dentro del que se interpretan los desarrollos de medio y corto plazo.
La formación de la UEM, desde el Informe Werner (1970) hasta el Informe Delors (Consejo Europeo, 1989) y más allá, tuvo una trayectoria accidentada en la que el equilibrio de poder entre los países, las drásticas transformaciones en las relaciones económicas internacionales y los cambios en los paradigmas de la teoría económica llevaron a una construcción institucional defectuosa, muy diferente de las expectativas y objetivos iniciales. Mientras que el Informe Werner todavía se integraba en una cultura económica que consideraba conjuntamente los instrumentos de política económica que contribuyen a la estabilización de la economía —el diseño inicial preveía una política monetaria única combinada con un «centro de decisión de política económica» con el objetivo de evitar desequilibrios regionales y estructurales—, el Informe Delors y la UEM consagraron la separación entre un Banco Central Europeo (BCE) independiente y los poderes políticos y fiscales, que seguían bajo el control de los Estados nación. El capítulo 1 explica la historia de cómo la Unión Europea pasó de Werner a Maastricht. Como se explica en este capítulo, la noción «metalística» del dinero subyace a esta separación: según esta visión, el dinero es solo un medio para simplificar las transacciones, no una institución social que depende de la autoridad central del Estado. Dicha noción del dinero es clave para interpretar la evolución de la política económica que surgió como respuesta a los sucesos ocurridos durante las décadas de 1970 y 1980. Sirvió para salvaguardar los intereses financieros que estaban adquiriendo rápidamente más y más importancia a escala nacional e internacional (financierización). Las dificultades a las que se enfrentaron las tradicionales políticas keynesianas de gestión de la demanda durante el período de estanflación que siguió al primer choque del petróleo proporcionaron la excusa para el establecimiento de un nuevo (viejo) paradigma teórico que defendía la autorregulación de los mercados y el principio de no interferencia de las políticas monetarias y fiscales con los mecanismos del mercado.
Este consenso de política económica neoliberal, que sustituyó al consenso de los acuerdos de Bretton Woods, fue traspuesto al contexto europeo (nosotros llamamos a esto europeización) a través de la adopción de dos modelos complementarios: el modelo alemán y el modelo de Estados Unidos. El primero —cuya influencia se basaba en el exitoso ajuste de Alemania al nuevo entorno inflacionario posterior al colapso de Bretton Woods— defendía la estabilidad de precios como única estrategia para el crecimiento. El nuevo paradigma teórico, a través de una curva de Phillips vertical, sostenía que podía conseguirse desinflación sin costes en términos de desempleo. El segundo modelo —legitimado por los excepcionales resultados de la economía de Estados Unidos durante la primera mitad de la década de 1980 — promovía la liberalización de los mercados de trabajo, bienes y capitales como receta para el crecimiento. La interacción entre estos dos modelos cimentó el camino europeo hacia las finanzas globales y la integración monetaria. Como resultado, las instituciones de la UEM desvincularon la divisa de las instituciones fiscales, sociales y políticas necesarias para hacer viable una unión monetaria. Es esta imperfección institucional la que subyacía a la incapacidad (política) de los líderes europeos para evitar que la crisis financiera internacional se convirtiera en una crisis económica y de deuda soberana plenamente desarrollada. Las decisiones políticas que existen detrás del diseño económico se encentran también en el núcleo de la creciente división entre los países del centro y de la periferia de Europa.
El capítulo 2 explora de manera específica las divergencias entre el centro y la periferia europeos durante el período previo a la crisis (1999-2008). El superávit por cuenta corriente de Alemania ha dominado el debate sobre las causas profundas de la crisis. Nuestro análisis rechaza la explicación monocorde del superávit alemán basada en la moderación salarial en favor de un enfoque multidisciplinario que incluye, además de la competitividad de costes, otros factores tales como las relaciones de Alemania con los mercados en expansión de los países emergentes y la deslocalización hacia los países de la Europa central y del este. Sugerimos que las reformas Hartz afectaron principalmente a la parte «no corporativista» del mercado laboral, aumentando la segmentación del mercado de trabajo alemán. La creciente proporción de trabajadores con salarios bajos y trabajadores pobres sobre el total del empleo de Alemania contribuyó a mantener bajos los costes de los servicios, lo que apuntaló de forma indirecta la competitividad de la industria de exportación y, al reducir el poder adquisitivo de una gran parte de la población, fomentó una reducción de la calidad de los bienes de consumo importados. Finalmente, la desincronización del ciclo inmobiliario alemán respecto al ciclo global del período 1997-2012 produjo una caída de los precios de la vivienda en Alemania, una reducción de la inversión residencial y una disminución del consumo de las familias, lo que resultó en una mejora en la balanza por cuenta corriente.
Todos estos factores contribuyeron a la reorganización de la estructura industrial alemana y a la reestructuración de los mercados alemanes, ejerciendo así un papel fundamental en la expansión de sus superávits y en el surgimiento de dos periferias: la periferia del sur de Europa (en adelante PS) y la periferia del este de Europa (en adelante PE). A partir de la introducción del euro, la PS experimentó un debilitamiento de su base industrial y una creciente dependencia de los flujos financieros extranjeros. En cambio, la PE pasó a formar parte de un «núcleo manufacturero de la Europa central», con sede en Alemania, que creció y reforzó de forma extraordinaria su base productiva, a la vez que desplazaba parcialmente a los proveedores ubicados en la PS.
Del mismo modo que no todas las periferias son iguales, tampoco todos los países centrales compartieron el mismo destino: el éxito económico de Alemania durante las últimas décadas contrasta con el declive económico y político de Francia. El capítulo 3 resume brevemente la evolución de la economía francesa desde la creación de la Unión Monetaria. Siendo un gran país que aspiraba a liderar el proceso de integración europea, Francia terminó compartiendo muchas características con los países de la periferia meridional: una tasa de acumulación decreciente y un desempleo elevado, déficits públicos acompañados por crecientes desequilibrios de la balanza por cuenta corriente, así como desigualdades internas. Después del fracaso de Mitterrand en su intento de aplicar en solitario una política expansiva en 1983, Francia abandonó la estrategia económica dirigista de posguerra para adoptar un vasto programa de liberalización. Para «anestesiar» (Levy, 2013) los efectos sociales y económicos de estas medidas, y más concretamente la flexibilización del mercado laboral, se aumentó de forma sustancial el gasto social. Con las restricciones fiscales que la entrada en la Unión Monetaria imponía, el incremento en el gasto social contribuyó a desplazar recursos antes dedicados a inversiones públicas y a la política industrial. Los intentos por rehabilitar los instrumentos de intervención pública tropezaron con el problema de que el desmantelamiento de la mayoría de los instrumentos de política industrial estatal durante las décadas de 1980 y 1990 había despojado al Estado francés de sus capacidades institucionales y fiscales. Después de décadas de neoliberalismo, las autoridades francesas carecían de la visión, los instrumentos de política y los medios financieros para forjar una respuesta de Estado efectiva a la crisis de 2008.
La evolución de la balanza comercial es un indicador significativo de las crecientes dificultades de la economía de Francia. Demostramos que el cambio de signo de la balanza comercial francesa puede imputarse esencialmente al sector automovilístico, cuyo progresivo deterioro desde 2004 fue de la mano de la reubicación internacional de la producción llevada a cabo por las empresas francesas (Renault, PSA). Las estrategias de internacionalización de las empresas francesas difieren enormemente de las llevadas a cabo por las compañías alemanas. Mientras que estas últimas deslocalizaron la producción de partes y componentes, manteniendo el ensamblaje final en el país (especialmente en los segmentos de calidad media y alta), la industria automovilística francesa relocalizó todo el proceso (con la mayor parte de los segmentos de calidad media y alta produciéndose en el extranjero). Estos enfoques diferentes en el proceso de internacionalización tuvieron un impacto positivo en la balanza comercial de Alemania, y un impacto negativo para Francia. Concluimos que la interpretación de los déficits comerciales como un fenómeno puramente macroeconómico, desdeñando su origen microeconómico, es una de las causas de las descaminadas terapias que amenazan con exacerbar el problema. El coste inicial en términos de pérdida de empleos industriales y erosión de la estructura productiva doméstica, debido, por ejemplo, a las estrategias de deslocalización internacional de las empresas nacionales, se agrava con el posterior declive en el empleo y la capacidad productiva resultado de las políticas macroeconómicas deflacionistas.
Las medidas deflacionistas adoptadas en Europa en respuesta a la crisis económica de 2008 se discuten extensamente en el capítulo 4. A diferencia de Estados Unidos, en muchos países europeos (especialmente en la eurozona), la crisis evolucionó como una devastadora doble recesión en forma de W. La primera caída, en 2008-2009, fue causada por un derrumbamiento de las exportaciones europeas en un contexto de colapso rápido, drástico y sincronizado del comercio mundial, debido a los efectos directos e indirectos asociados a la caída del producto interior bruto (PIB) de Estados Unidos. Mientras que el gobierno de Estados Unidos, junto con la Reserva Federal, puso en marcha contundentes medidas expansivas en 2009, la eurozona no adoptó las políticas contracíclicas adecuadas. En lugar de esto, llovieron recursos públicos para el rescate del sistema bancario. En 2010 empezó la segunda recesión de la eurozona, consecuencia de las medidas de austeridad implementadas por los gobiernos europeos para neutralizar el riesgo de impago de la deuda soberana. En este capítulo presentamos una interpretación de la crisis que difiere de la «narrativa de consenso» (CEPR, 2015), que considera que la crisis es una crisis estándar de la balanza de pagos, en la línea de los modelos aplicados en los países en desarrollo. Además ofrecemos una revisión de las políticas de austeridad implementadas en la PS desde el principio de la crisis, destacando las dramáticas consecuencias para la estructura industrial de sus economías.
Argumentamos que la narrativa de consenso —que subraya el derroche efectuado por los países deficitarios y pasa por alto los enormes y persistentes superávits correspondientes de los países del centro, ignora las circunstancias que condujeron a la «interrupción repentina» (sudden stop) del crédito entre países, olvida el papel que tuvieron los precios de la vivienda en la crisis financiera, y minimiza el rol de la defectuosa arquitectura institucional de la UEM— prácticamente equivale a una justificación de las medidas de austeridad aplicadas durante el período 2010-2014. La agenda incluía un vasto rango de medidas contractivas: recortes en el gasto público y aumentos de impuestos para reducir el déficit y la deuda pública, privatizaciones de activos públicos, y reformas estructurales para flexibilizar los mercados de trabajo y de productos con el objetivo de mejorar la competitividad de precios y fomentar las exportaciones. En lugar de alinear a los países «derrochadores» con los países más virtuosos de la eurozona, las políticas de austeridad contribuyeron a ampliar las diferencias, tanto entre el centro y la periferia como entre las periferias. Mientras que Alemania y la PE —estrechamente integrada con las redes de producción alemanas— rápidamente iniciaron la recuperación, la PS se hundió en una profunda y prolongada recesión, con efectos devastadores en su capacidad productiva, la cual se contrajo un 25% en Italia y España y un 30% en Grecia, mientras que en el centro incluso aumentó. Las consecuencias socioeconómicas de este colapso productivo en la PS fueron dramáticas: aumentó el desempleo (especialmente entre los más jóvenes), se reanudaron las migraciones norte-sur a gran escala y la pobreza alcanzó niveles alarmantes.
Los efectos de polarización y divergencia también se produjeron en el centro, al igual que en los países de la periferia, ambos históricamente caracterizados por diferencias regionales. El capítulo 5 aborda las diferencias internas dentro de dos países, Alemania e Italia, representativos, respectivamente, del centro y la periferia. La creciente segmentación del mercado laboral es la otra cara de la moneda del éxito económico de Alemania: por un lado, se encuentran los trabajadores industriales altamente cualificados que se benefician de la protección y los salarios elevados que caracterizan el sector de exportación; por el otro, los trabajadores con salarios bajos, los trabajadores pobres y los precarios, empleados fundamentalmente en el sector servicios. La segmentación del mercado laboral y la creciente desigualdad en la distribución de la renta en Alemania arrojan nueva luz sobre los orígenes del superávit comercial alemán. El aumento de la proporción de los empleos con salarios bajos coincide con el claro incremento de la incidencia de los bienes de consumo de baja calidad en las importaciones alemanas. Esta evidencia encierra dos importantes implicaciones. En primer lugar, resalta la importancia de los «efectos renta», más allá de la devaluación interna, en la generación del superávit comercial alemán. En segundo lugar, sustenta la transformación que se está produciendo en la red comercial de Alemania, esto es, la desviación de las importaciones alemanas de los bienes «de lujo» procedentes de la PS hacia bienes de consumo de baja calidad y más baratos procedentes de China, las crecientes interconexiones con China y la PE, y el declive de las relaciones con la PS.
Dentro de los países periféricos también se observa una pauta centro-periferia. Así, en la división norte-sur en Italia, demostramos cómo la participación asimétrica de las regiones italianas en los procesos de internacionalización —intensificado todavía más durante las dos últimas décadas—, el abandono de la política industrial, que prioriza una agenda orientada al mercado, y el impacto diferencial de la crisis de 2008, contribuyeron a ampliar la distancia socioeconómica entre el Mezzogiorno italiano y el resto del país. Desde 2008, la caída en el PIB del sur ha sido el doble que la del centro-norte, con un descenso más acusado de la inversión, el empleo y la capacidad productiva en el sur. La polarización estructural entre las regiones del sur y el resto de Italia se ha visto exacerbada por un resurgimiento significativo de las migraciones internas del sur hacia el centro-norte. A diferencia de lo que sucedía en el pasado, los flujos migratorios recientes desde el Mezzogiorno están formados por población joven con un elevado nivel educativo, una circunstancia que penaliza todavía más el futuro desarrollo del Mezzogiorno.
El capítulo 6 concluye la primera parte presentando una descripción de la evolución de las relaciones comerciales centro-periferia desde la introducción del euro. Los años posteriores a la creación de la UEM han sido testigos de cómo Alemania ocupaba la posición de líder comercial en Europa. La reorganización de sus plataformas industriales, incluyendo sus extensiones en el extranjero (principalmente en la PE), se ve reflejada en la evolución de su red comercial: los cambios en la composición geográfica de los flujos comerciales señalan cambios en la importancia relativa de las diferentes áreas y países directa e indirectamente ligados a la economía alemana. Nos centramos en dos redes comerciales diferentes. La primera red (R1) recoge todas las relaciones comerciales bilaterales entre seis países: los dos principales países del centro (Alemania y Francia) y los países de la periferia sur (Grecia, Italia, España y Portugal). La segunda red (R2) extiende la cobertura para incluir, además de Alemania y Francia, China y tres grupos de países que conforman respectivamente la PS, la PE y el grupo Euro-9 (formado por el resto de los países de la eurozona). Observamos que la estructura de las dos redes ha evolucionado antes y después de la introducción del euro, y antes y después de la crisis: es decir, en los años 1999, 2008 y 2014. En 1999, Alemania tenía superávits con todos sus socios (Francia y los países de la PS) en la R1, y un déficit con el grupo Euro-9 (R2). La PS mantenía intensas relaciones con todos los demás países de la Unión Europea y tenía déficits comerciales con todos ellos, con la excepción de la PE, que a su vez mantenía relaciones limitadas con toda la red, con la única excepción de Alemania.
China era todavía un actor menor en términos de volumen comercial. Pero el panorama cambió drásticamente en 2008. El superávit de Alemania con toda la red (R2) se disparó (alcanzando 113.500 millones de dólares), gracias principalmente al enorme superávit con la PS y con Francia. El fuerte incremento en los volúmenes comerciales germanos con la PE evidencia la creación de conexiones productivas con los países de la Europa del Este. El valor de las exportaciones de la PE hacia Alemania superó el valor de las exportaciones de la PS, lo que indica un desplazamiento gradual de los productores de la PS en la estructura manufacturera alemana. Finalmente, el crecimiento espectacular de las exportaciones chinas (diez veces superiores a las de 1999) nos recuerda que los procesos de reorganización productiva que se están produciendo en Europa están interrelacionados con las tendencias globales. La red comercial en 2014 revela cuán profundamente la crisis de 2008 ha reconfigurado la estructura del comercio internacional, que actualmente está dominada por el triángulo Alemania–PE–China: Alemania mantiene superávit con China y déficit con la PE, que, a su vez, tiene déficit con China. Dos elementos subyacen en la formación de este triángulo: a) la necesidad de Alemania de compensar la drástica caída en sus importaciones procedentes de la PS y su exitosa reorientación de sus exportaciones hacia China; b) la creciente importancia económica de la PE, que se refleja en su capacidad de mantener superávits con Alemania.
Retomando la discusión sobre la importancia del sector automovilístico para explicar el declive económico de Francia y el éxito de Alemania que desarrollábamos en el capítulo 3, presentamos las tendencias en la industria automovilística de Europa, cuya relevancia explica las tendencias globales. Ampliamos el análisis de las relaciones centro-periferia en Europa del corto/medio plazo al largo plazo, lo que nos proporciona un marco estructural que, abriendo una perspectiva histórica y global, nos ayuda a interpretar la evolución de la periferia meridional durante el proceso de europeización y durante la crisis.
Las tres décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial se caracterizaron por un crecimiento sostenido en el mundo industrial, favorecido por un entorno económico internacional estable. Las primeras tres décadas de Pax Americana se basaron en dos pilares fundamentales: los acuerdos de Bretton Woods y la hegemonía de Estados Unidos. Los tipos de cambio fijos (pero ajustables) y los controles de los movimientos de capitales generaron un marco monetario internacional estable; el déficit de la balanza de pagos de Estados Unidos garantizaba la liquidez necesaria para las transacciones internacionales. Dos motores sostuvieron el proceso de crecimiento económico, siguiendo la secuencia inversión–renta–importaciones. La elevada demanda doméstica de Estados Unidos (y de los otros países industrializados) resultó en una elevada demanda mundial, que estimuló el crecimiento de las exportaciones mundiales, lo cual a su vez se transmitía al sector de los bienes de capital. El elevado componente de las importaciones en la producción reforzó la expansión del mercado mundial a través del multiplicador del comercio internacional. Los dos motores que constituían así la inversión y las exportaciones supusieron una poderosa combinación que impulsó el crecimiento de posguerra. Este mecanismo se rompió a principios de la década de 1970, dejando solo las exportaciones como el principal factor del (más modesto que antes) crecimiento, apoyado únicamente de forma ocasional por el consumo privado. Como resultado del estancamiento de los salarios a partir de la década de 1980, las sucesivas olas de consumo se financiaron con deuda, una situación que era insostenible a largo plazo.
El capítulo 7 se centra en los factores que interrumpieron la década dorada del desarrollo capitalista de posguerra a finales de los años sesenta y principios de los setenta, y sostiene que la gran inflación de la década de 1970, asociada con tensiones políticas y sociales, abrió el camino a tres discontinuidades fundamentales e interrelacionadas en el modus operandi de los países capitalistas occidentales. La primera discontinuidad estaba relacionada con la transición de la gestión «politizada» de la política económica, basada en la discrecionalidad, a la gestión «despolitizada», basada en el automatismo de las reglas (Burnham, 2001; Krippner, 2011). La despolitización no debería entenderse como una eliminación de la política, sino como una redefinición del límite entre la política y la economía para permitir a los legisladores gobernar la economía «a cierta distancia» (Burnham, 2001). La segunda discontinuidad fue la transición de la fase de inflación de los años setenta a la fase siguiente, la de «financierización», definida como un proceso a través del cual las actividades financieras tienen un papel cada vez más importante en la creación de los beneficios de la economía. La tercera discontinuidad fue la desaceleración en la acumulación de capital y su desvinculación de las exportaciones, manteniéndose estas últimas como el principal factor del crecimiento doméstico.
La parte final del capítulo analiza cómo estos tres cambios globales, y concretamente el proceso de financierización, se han trasferido a los países de la periferia europea. Desde principios de la década de 1970, los países de Europa han estado sumidos en dos diferentes formas de desregulación, global y europea. Analizamos la interrelación entre globalización y europeización o, en otras palabras, la forma específica del proceso de globalización, que se originó en Estados Unidos y se trasladó a Europa a través de la formación de la Unión Europea y la Unión Monetaria. Afirmamos que el modelo neoliberal de Estados Unidos, intermediado a través de la construcción europea, sus instituciones y sus normas diseñadas a partir del modelo alemán, ha configurado la estructura y ha afectado al funcionamiento de las economías periféricas, debilitando sustancialmente su resiliencia.
El capítulo 8 se centra en detalle en el debilitamiento del motor de la inversión para los países de la periferia meridional europea desde mediados de la década de 1970. El análisis de las principales fases del desarrollo de los países europeos desde el período de la segunda posguerra ofrece evidencias de las considerables diferencias en las estructuras productivas de los países del centro y los de la periferia sur de Europa al inicio del proceso de europeización. Estas diferencias comportaban una asimetría en la capacidad de los países con diferentes niveles de desarrollo para ajustarse a choques externos. Distanciándonos de la tesis de la «terciarización prematura», ofrecemos un marco interpretativo en el que la crisis de mediados de la década de 1970, que aumentó el umbral de los estándares necesarios para competir en los mercados internacionales, representó un punto de inflexión crucial en las relaciones entre el centro y la periferia en Europa. Mientras Alemania consiguió reestructurar con éxito su economía a través de procesos de destrucción creativa y reconstrucción, llevados a cabo con el apoyo de políticas industriales, los países periféricos, que adoptaron medidas prematuras de liberalización, se quedaron atrás y sufrieron la erosión de sus estructuras productivas. La brecha en la demanda agregada como consecuencia de la crisis se llenó con una especie de «keynesianismo privatizado» liderado por los bancos (que en algunos países adoptó la forma de burbuja de la construcción y del consumo) que ocultó —hasta el estallido de la crisis global— la existencia de una restricción de demanda y oferta en el desarrollo de los países europeos periféricos. Esta perspectiva de más largo plazo nos permite valorar mejor las limitaciones de las alternativas únicamente macroeconómicas que se han propuesto para promover la salida de las economías de la eurozona del aprieto en que se encuentran. En tanto que la devaluación interna (flexibilidad de salarios) en los países con déficit (sur de Europa) ha demostrado su potencial destructivo, la expansión de la demanda interna en los países «centrales» (Alemania) o las medidas reflacionistas indiscriminadas en toda Europa, a pesar de ser indispensables, no llegan a la raíz de los problemas de desarrollo y sostenibilidad de la deuda de los países del sur de Europa, que siguen acusando la falta de una estructura productiva suficientemente amplia y diferenciada. Los problemas asociados con la rigidez estructural de las economías periféricas dependen de la limitada capacidad de estas para operar en un régimen donde prevalecen la innovación y la innovación basada en el producto, y no una escasa flexibilidad laboral.
El capítulo 9 discute las implicaciones políticas del análisis desarrollado en los capítulos previos, con un énfasis particular en las políticas industriales. Teniendo en cuenta las diferencias en los niveles de desarrollo de los diferentes países de la UE y sus diversas capacidades para lidiar con el cambio, la política fiscal debería tener asignados dos objetivos complementarios: un papel de promoción activa (a través de la inversión) tanto de la eliminación de los cuellos de botella en el desarrollo como de la renovación de la base productiva, y una función redistributiva y compensadora. Esta nueva estrategia conlleva la atribución de una importancia estratégica a la dirección estatal de la inversión, a través de políticas industriales orientadas a la diversificación, la innovación y el refuerzo de las estructuras económicas de los países periféricos. Con el objetivo de recuperar un crecimiento más sostenible, la UE debe implementar una política multinivel dirigida a reequilibrar la división entre centro y periferia en Europa. La severidad de la crisis y sus dramáticas consecuencias han conducido al retorno del concepto «política industrial» dentro de las estrategias económicas de la UE. Aunque positivos, los primeros ejemplos de esta reorientación de estrategia —el Plan de Inversiones para Europa (plan Juncker) e Industria 4.0— hasta el momento no han demostrado capacidad para sostener un proceso de convergencia estructural y, en el caso de Industria 4.0, considerando la heterogeneidad estructural existente en Europa, las nuevas tecnologías amenazan con seguir concentradas en las áreas más avanzadas. Concluimos que este cambio de estrategia es hoy todavía más urgente, puesto que la crisis constituye otra gran ruptura estructural en el comercio mundial, parecida a la de la década de 1970 y a la de la primera década del nuevo milenio, mientras que la innovación puede ampliar todavía más la división dentro de Europa.
BIBLIOGRAFÍA
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