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I. UNA VISITA INESPERADA

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Transcurrían mediados de los años noventa en la Ciudad de México. El nombre de Oriol Claramunt, violinista mexicano de origen español, ocupó los encabezados de la prensa cultural de la ciudad.

El maestro Claramunt regresaba a México a dar una serie de conciertos como parte de su gira internacional. Desde que se había ido a vivir a Nueva York, en pocas ocasiones se le había escuchado en su segunda patria. El amor de Oriol por México no había menguado y la tierra azteca seguía conmoviéndolo hasta el fondo de sus entrañas.

Era la noche de su última presentación en el país. Bellas Artes estaba hasta el tope; el músico brillaba en el escenario tocando el violín con virtuosismo. Cuando terminó de tocar, el auditorio emocionado estalló en una gran ovación. Oriol se inclinó ante su fervoroso público una y otra vez; no pudo evitar que una perla de emoción recorriera su rostro.

Oriol Claramunt se retiró del escenario y cruzó las cortinas rojas. Branco, su representante, lo acompañó a transitar por el pasillo donde la prensa lo rodeó con una lluvia de flashes, cámaras, micrófonos y preguntas.

—¡Su éxito ha sido total, todo el país está conmocionado! ¿Es cierto que cenará con el señor Presidente esta noche? ¿En dónde será la cena? ¡Mire al lente, sonría por favor!

Después de la inevitable parada con los medios caminaron por el pasillo hasta el camerino principal. Branco se alejó y Oriol entró en su camerino. Se quedó inmóvil al ver a una elegante mujer madura sentada en su silla frente al espejo.

—¿Qué hace usted aquí? ¿Cómo entró?

Sin darle tiempo para más, la mujer se incorporó, se acercó y habló suavemente:


—¿Te acuerdas de mí?

Oriol la miró afilando la vista.

—No, no me acuerdo…

Oriol estaba desconcertado, sin saber todavía si lo que sentía era molestia, curiosidad o miedo. Se sintió incómodo e invadido en su intimidad, estaba a punto de actuar con rudeza y pedirle que saliera del cuarto, pero la mujer le entregó un papel que tenía en la mano. Oriol miró el amarillento pergamino, era un dibujo a lápiz de dos chicos abrazados, uno de ellos con un violín en la mano y el mar al fondo. La boca de Oriol quedó entreabierta, sus ojos se desorbitaron y murmuró para sí…

—Xavi…

Oriol permaneció en silencio un instante. Un temblor estremeció su cuerpo y su alma; recordó ese episodio de su primera infancia en aquel barco. Después regresó al presente, observó de nuevo a la mujer y penetrando en su rostro excavó para encontrar en sus ojos la mirada de aquella niña que una vez conoció, preguntó entonces:

—¿Nuria?



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