Читать книгу Six Feet Under - Andrea Salgado - Страница 4

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Six Feet Under comienza con la muerte del padre. El señor Nathaniel Fisher va muy feliz en su carroza fúnebre de lujo fumándose un cigarro y hablando por teléfono con su esposa. Va a recoger a su hijo Nathaniel Fisher júnior al aeropuerto. Su esposa le pide que vaya por leche de soya porque su hijo no toma de otra y entonces él bromea: “¿Por qué no le diluyes con agua la leche de vaca?”. Su esposa lo regaña por la ocurrencia. Él le dice que solo bromeaba, que claro que pasará por el supermercado, y aspira una bocanada grande de humo. Su esposa, a través del teléfono, se da cuenta de que está fumando y continúa sermonéandolo: “Morirás lentamente de cáncer”, le dice. “Está bien, está bien, ya mismo lo apago y dejo de fumar”, dice, apaga el cigarrillo, cuelga y de inmediato se inclina hacia la caja de cambios para buscar otro. En ese mismo instante, un bus golpea la carroza fúnebre y él muere de inmediato. La historia rastrea entonces lo que todos los personajes están haciendo en el momento justo antes de que les llegue la noticia. La madre, Ruth, prepara un estofado. Nathaniel hijo folla en el escobero del aeropuerto con Brenda, la mujer que acaba de conocer en el avión y que es otro de los personajes centrales de la serie. Claire fuma crystal meth con sus amigos en un apartamento sucio y desordenado; y David, sin un pelo fuera de lugar, atiende un funeral. Pequeñas escenas que muestran los rasgos de los personajes con los que viviremos la historia: Ruth, la madre perfeccionista y psicorrígi­da que llora y grita por la muerte de su marido, pero que al mismo tiempo lo culpa por haber arruinado la comida. Nathaniel júnior, el hijo guapo y díscolo que huyó del negocio familiar y que a sus treinta cinco años no tiene ni un trabajo estable ni una familia. Claire, la adolescente rebelde. David, el gay obsesivo y enclosetado que siempre ha querido ser el clon perfecto de su padre, pero que en realidad es el vivo reflejo de su madre.

Durante los preparativos del funeral, de pronto y sin previo aviso, vemos al fantasma del señor Nathaniel. Le habla a David mientras supervisa la preparación de su cadáver. Le recrimina su poca habilidad manual y le sugiere que llame a Federico, otro de los personajes de la serie: el tanatopraxista puertorriqueño que practica el oficio como un arte. Luego, en el funeral, el fantasma del señor Nathaniel aparece de nuevo, esta vez sentado sobre una tumba con camisa tropical, short y el eterno cigarrillo, viendo su propia despedida. Ahí, en ese momento, no antes, fue donde me enganché al juego que me proponía la serie. Desde ese capítulo en adelante, vería, a través de los ojos de un muerto, la vida de los vivos.

Son las tres de la mañana y me acabo de despertar. En la cena me sirvieron unos trozos bien cortados de Bambi cubiertos con mantequilla derretida, me tomé dos jarras grandes de cerveza, y al final de la comida, entre charla y chanza, terminé hablando con los recién conocidos, casi todos hombres, casi todos latinoamericanos, de mi experiencia con el inodoro. Nada pudo resultar mejor para romper el hielo que hablar de pedos, deyecciones, letrinas y baños extranjeros. Aunque una suerte de pudor nos llevó a todos a evitar la primera persona (nadie dijo: en el inodoro de mi hotel cuando yo cago o el color y textura de mi mierda tal y tal cosa), la charla me sirvió para entender las razones de mi asco. En el inodoro alemán tradicional, el hueco por el que desaparece la mierda está en la parte frontal para que el que caga pueda olerla e inspeccionarla. Se trata de una medida higiénica que le permite al defecante leer su estado de salud. En la actualidad las cosas han cambiado. Los inodoros modernos, como el de mi hotel, tienen el hueco en la parte trasera, pero conservan en la parte delantera una superficie más alta, una pequeña plataforma contra la cual el mojón choca en su camino hacia el desagüe, lo que hace que, aunque desaparezca más rápido que en el baño alemán tradicional, de todas maneras deje su rastro. Inodoros de inspección o tal vez sería mejor llamarlos, oráculos coprológicos. Mientras los griegos leen la taza de café y los colombianos la de chocolate, los alemanes, leen la del baño. Por esa misma razón todos los baños están provistos de una escobilla. “Es una especie de castigo cotidiano porque no todo tiene que ser placer. Es un acto de humildad”, me dijo el único alemán que nos acompañaba. “Los alemanes somos unos sádicos”, añadió. Yo sonreí como quien no quiere la cosa y cambié de tema. Una cosa es hacer networking hablando de mierda y otra opinando sobre la identidad nacional.

Six Feet Under

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