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I.I. Nacimiento y consciencia

Nunca supe desde qué momento empezó todo. La consciencia no es algo con lo que estamos familiarizados de niños y ciertamente no sabemos de ella sino hasta después de los cinco o siete años. Antes de eso, los relatos que nos cuentan nuestros padres acerca de nuestro pasado nos parecen más bien sacados del baúl de los recuerdos de alguien más, ya que para nosotros es como si “no estábamos ahí”; no era de sorprender que mi madre me dijera que si quería corregir a mis hijos con correa lo tenía que hacer antes de esa edad porque ellos no lo recordarían, no se traumarían, corregiría sus conductas por medio de un premio o un castigo y más adelante ni siquiera sabrían el por qué no son niños altaneros.

Curiosamente esta etapa es la más difícil de entender porque podemos ser influenciados a hacer ciertas cosas o a ser de cierta forma sin siquiera darnos cuenta. La consciencia de un niño no se ha formado, él no sabe lo que hace, no entiende lo que hace y ciertamente yo hacía cosas a esta edad que no entendía, yo sólo… las hacía.

Por alguna razón sentí que empecé mi vida con la consciencia sucia. Me podías ver a los siete años masturbándome con algún ken ocasional pensando en el placer; era una constante en mi vida y en verdad nunca supe el por qué empezó. Mi razón me dice que fue por causa de mis padres, algo pasó, algo me hizo empezar la vida con el pie izquierdo; supe por mi mamá que de cuatro años, a veces, me daba por caminar rozando muslo con muslo por puro gusto y que, en una ocasión, cuando mi mamá me preguntó el por qué caminaba de esa forma, yo le respondí que “sentía cosquillitas” (ahí abajo) pero no tengo consciencia de aquello. Nadie me lo enseñó.

La rebeldía que yo tenía en mi interior era anormal. A decir verdad, rara vez se encontraba en aquella época algún niño que tuviera la osadía de retar a su papá de la manera en que yo lo hacía con el mío: en una ocasión en particular mi actitud me hizo merecedora de una cachetada que él mismo me proporcionó por decirle groserías en su cara, aún y cuando él me decía que no las dijera. Yo lo retaba y aunque él me partió la boca yo seguía haciéndolo en medio del llanto. Cabe destacar que yo todavía no cumplía ni los dos años de vida. Posterior a esto, en algún enojo con la niñera advertí muy enojada que “no le daba (una cachetada) solamente porque no la alcanzaba”; esto lo copié.

Sin embargo, había algo extraño dentro de mí y, ahora que lo pienso, parece más como una especie de monstruo que crecía en mi interior. Creo que hay cosas que en cierta manera determinan tus luchas en la vida; entre ellas conozco que la procedencia, el nivel económico y la vida espiritual son los más importantes. La primera porque determina tu crianza y tus valores, la segunda, porque determina la magnitud de la influencia física (monetariamente hablando) que puedes tener sobre tu propia vida o la de los demás, y la última, porque determinará tu destino en la eternidad.

Por mi parte; nací en un país que ya no existe. En la Venezuela que el ex-presidente, cuyo nombre no quiero mencionar, destruyó; en segundo lugar vine de una familia de nivel socioeconómico medio-alto que se vio obligada a salir del país a raíz de aquello que se veía venir sobre él y espiritualmente hablando; fui de las que desde pequeña conoció de aquellos que matan a los hombres sin que ellos se den cuenta. Yo les llamo “los invisibles”, y de ellos me atreveré a hablar, en vista de que cuando más necesité a alguien que me librara de lo que ellos me estaban haciendo, sentí que nadie supo ayudarme. Fue muy duro para mí lidiar con la soledad; sea siquiatra o sacerdote, en ninguno podía confiar, para todos ellos; yo era una loca y eso, me ofendía.

¿Sabes? Sé que si te hablo mucho de ellos podría perderse el propósito de este libro: que conozcas al que verdaderamente te puede librar de las garras de la muerte; al Príncipe de Paz, pero necesito que entiendas la magnitud de lo que viví para que sepas cuán grande fue Su Victoria sobre mí, así que te daré pistas de quiénes son o lo que hacen para que sepas qué hacer para librarte de ellos o de lo que quieran hacerte en un futuro. Primeramente, te debo advertir que ellos tienen un límite, por lo que no pueden ir más allá de donde Dios y tú les permitan, y no pueden entrar si tú no les abres la puerta; el problema está cuando les abres la puerta sin darte cuenta. Esto, aunque no lo creas, sucede muy a menudo. Más adelante entenderás por qué lo digo.

En mi familia mi papá les abrió la puerta al involucrarse con brujería e inevitablemente cuando él lo hizo no nada más cayó él, antes, nos obligó a mi hermano mayor y a mí a vivir experiencias que ciertamente no pedimos. Está demás decir que en mi casa sucedían cosas extrañas; algunas de terror; otras, muy confusas, porque aunque ellos no podían matarnos (como dije: ellos tienen un límite), sí podían tratar de asustarnos cada vez que podían y eso hicieron. Querían traumarnos para que les abriéramos alguna puerta adicional a la que abrió mi papá usando el miedo como su herramienta principal puesto que, al temerles, le damos poder a su engaño; por eso asustan, porque el miedo paraliza, te hace vulnerable y te detiene de cumplir el propósito por el cuál estás en este mundo. A decir verdad, ellos no nos temen; pero sí le temen a Jesucristo, el Príncipe de Paz, así que, mientras Él esté contigo y confíes en Él, ellos no podrán hacerte daño, pues es así como está escrito “mayor es el que está en vosotros que aquel que está en el mundo” (1 Juan 4:4)

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