Читать книгу Los libros y la noche - Andrés Galindo - Страница 4
Advertencia 1
ОглавлениеRespetable y muy querido coleccionista de libros, me quito el sombrero, hago una reverencia y doy las más sinceras gratitudes por estar aquí, en esta presentación.
Si bien, ya todos los aquí presentes conocemos —hasta el hartazgo— la monótona ceremonia, no está en menos hacer un recuento, a fin de que el probable despistado tome las debidas precauciones.
Entre cuchicheos e impaciencias, la sala se irá llenando… de sillas vacías. Llegada la hora puntual, el presentador dirá: “esperaremos unos minutos más a ver si llega un poco más de gente”. A los quince minutos —para no hacer esperar más a la soledad, a los familiares, a los amigos y a dos o tres pagados del autor— se dará inicio al ritual. Como de sobra es sabido, el editor o el presentador concederán unas palabras de elogio, a las cuales el autor replicará: “sí, claro, en principio estoy de acuerdo, aunque en realidad lo que yo quise decir con este libro es…” Y de esta suerte continuará durante no más de tres minutos para finalmente concluir con un: “… bueno, lo importante es que estemos todos aquí reunidos al calor de la palabra. No quiero cerrar esta presentación sin antes dar gracias a mis editores, que tan atinadamente han sabido dar a la luz este pobre bastardo mío. También quiero agradecer a mi mujer, a mis padres, a mi abuela y a mi gato, por mis largas ausencias que soportan, y seguirán soportando, siempre en virtud del alto nombre del arte”.
Ahora sí, desocupado lector, piense una, dos y hasta tres veces antes de abrir su cartera para pagarse un ejemplar de Los libros y la noche. ¿Ya está seguro, completamente seguro? No corra, no empuje, no grite. Al acercarse a la mesa de autógrafos, de ser posible, escriba usted mismo en la primera página una muy sentida dedicatoria, nombre incluido y fecha en curso. Pero si se da el caso de que es usted de los románticos que buscan con afán la letra manuscrita del supuesto artesano de la palabra, por favor, sea claro y conciso en lo que quiera que diga su dedicatoria; sea consciente, se lo suplico, de que el denotado literato escribe apoyado por el autocorrector de la computadora, la tablet y el teléfono celular; fuera de eso, no espere grandes destellos de genialidad. Evíteme, al fin, la pena de arruinar para siempre su ejemplar con mi torpe caligrafía y peor ortografía… o de que le corte una mano.