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3.

EL BRICOLAJE EVOLUTIVO

Leí con pasión la obra de François Jacob, La lógica de lo viviente, al poco de aparecer su edición en español. Es un pequeño tesoro intelectual en mi biblioteca, entre otras cosas porque lleva una dedicatoria del autor, aprovechando el nombramiento como Doctor Honoris Causa por la Universitat de València en 1993. Debo comentar la emoción que aprecié en sus ojos cuando los profesores o investigadores, algunos ya entrados en años, nos acercamos a él el día de la ceremonia y con ejemplares bien manidos nos dedicó la edición del año 1973. Su obra entró en nuestro país por la mejor puerta, la de los jóvenes de mi generación ávidos por tener un referente de la nueva biología. A diferencia de la obra de Monod, más filosófica, la de Jacob es un repaso de la moderna historia de la biología, pero un repaso interpretado desde un posicionamiento científico que él suscribe y al que denomina biología tomista o reduccionista. Comenta Jacob:

Contrariamente a lo que se suele imaginar frecuentemente, la biología no es una ciencia unificada. La heterogeneidad de los objetos, la divergencia de los intereses, la variedad de las técnicas, todo contribuye a multiplicar las disciplinas. En los extremos del abanico se distinguen dos grandes tendencias, dos actitudes que acaban por oponerse radicalmente. La primera de estas actitudes puede ser calificada de integrista o evolucionista (...). El biólogo integrista se niega a considerar que todas las propiedades de un ser vivo, su comportamiento, sus logros, pueden explicarse solo por sus estructuras moleculares. Para él la biología no puede reducirse a la física y a la química. No es que quiera invocar lo incognoscible de una fuerza vital. Sino que piensa que la integración, en cualquier nivel, da a los sistemas propiedades que no tienen sus elementos. El todo no es tan solo la suma de sus partes.

En el otro polo de la biología se manifiesta la actitud opuesta que podemos llamar tomista o reduccionista. Para el tomista el organismo es sin duda un todo, pero hay que explicarlo solamente por las propiedades de sus partes. La biología tomista busca dar cuenta de las funciones por medio únicamente de las estructuras. Sensible a la unidad de composición y funcionamiento que se observa detrás de la diversidad de los seres vivos, ve en las conquistas del organismo la expresión de sus reacciones químicas (...). Según esta perspectiva no existe ningún carácter del organismo que no pueda, a fin de cuentas, ser descrito en términos de moléculas y sus interacciones. Ciertamente, no se trata de negar los fenómenos de integración y de emergencia. Es evidente que el todo puede tener propiedades de las que están desprovistos los constituyentes. Pero estas propiedades resultan de la estructura misma de estos constituyentes y su disposición.

La biología, sostiene Jacob, no es una ciencia unificada. Y no lo es porque a través de su enorme heterogeneidad de observables y métodos existe una polarización, dos tendencias extremas, continúa Jacob, que acaban por oponerse frontalmente. Conviene preguntarse si la biología, como ciencia, no debiera acabar de unificarse por medio de una teoría general que unifique esos extremos. Probablemente ese sea el objetivo de una teoría de la biología, es decir, una biología con teoría. Jacob reconoce que la biología contiene mucha generalización y poca teoría, siendo la de la evolución una de las pocas que gozan de una posición privilegiada y cierto predicamento tanto dentro como fuera de la propia biología. Reconoce Jacob que se trata de una ciencia que adolece del problema de la historicidad, y que se basa en la reconstrucción de los hechos pero se presta poco a la comprobación directa. Tanto de la frase anterior como de las consideraciones que acabo de hacer uno puede colegir fácilmente el posicionamiento de Jacob en el dominio de lo que vino en llamarse, una vez se descubrió la estructura del dna, la moderna biología. En efecto, desde entonces la biología se ha constituido en una poderosa disciplina por su capacidad para llegar a las entrañas de la célula, a la estructura y a la función de sus moléculas y a las interacciones que ellas mantienen. Si Mayr, decididamente, quiere mantener la autonomía de la biología al manifestar que los seres vivos exhiben propiedades en algún momento o en algún nivel de su organización o jerarquía que no son reducibles a sus componentes –Mayr sería un buen exponente de la biología integrista–, Jacob se inclina por la tesis de que los componentes, en esencia el dna, el programa, despliega todas las propiedades, incluidas las emergentes. Jacob se inclina por la biología tomista o reduccionista.

Conviene apreciar algo en Jacob que no debiera escapársenos: se inclina por la biología reduccionista, pero admite las propiedades emergentes y las interacciones. Probablemente la biología molecular en su génesis está muy orientada a la práctica de una metodología experimental que trata de aislar los problemas y desentrañar la estructura y la función de los componentes aislados. Si esos componentes son los moleculares y si en su propia estructura se encuentra la capacidad de generar emergencias cuando interaccionan entre ellos, casi de forma mecánica, esa es otra cuestión. Pero resulta importante para la tesis que deseo mantener aquí el hecho de que para un biólogo tan fundamental en la moderna biología como es Jacob, de tendencia reduccionista, la emergencia se contemple como algo admisible. Jacob, de hecho, se encuentra sumergido en esa corriente de la historia de la biología que muestra la particularidad del fenómeno vital. Él mismo recoge en su libro la afirmación que Claude Bernard hace al respecto de lo vivo:

Admitiendo que los fenómenos vitales se relacionan con manifestaciones físico-químicas, lo cual es cierto, la cuestión en conjunto no queda por ello esclarecida; porque no es un encuentro fortuito de fenómenos físico-químicos el que construye a un ser dentro de un plan y según un diseño fijados y previstos de antemano (...). Los fenómenos vitales tienen sus condiciones físico-químicas rigurosamente determinadas; pero al mismo tiempo se subordinan y se suceden en un encadenamiento y según una ley previamente fijados: se repiten eternamente, con orden, regularidad, constancia y se armonizan a fin de obtener un resultado que es la organización y el crecimiento del individuo, animal o vegetal.

También Claude Bernard, desde su experiencia como padre de la fisiología moderna, y sin necesidad de recurrir, como Bergson o Driesch, a entelequia o fuerza vital alguna, reconoce que el orden que opera en los seres vivos es de un cuño particular. Es un orden emergido, dirigido, controlado, pero en ningún caso por algo externo. Es un orden interno, le viene al ser vivo desde dentro. Los procesos físico-químicos que acontecen en él no son fortuitos, están plenamente dirigidos.

¿Hasta dónde podemos retrotraer esta polarización de la biología? Aunque el estudio de lo vivo es complicado porque es extraordinariamente compleja la diversa fenomenología que se agrupa bajo el epígrafe de vivo, lo cierto es que ha existido, exactamente como lo manifiesta Jacob, una tradición no resuelta de pensamiento integrista-evolucionista y pensamiento tomista-reduccionista. La resolución de esa polarización constituye, como ya he comentado, la génesis de una teoría sobre lo vivo y de una biología teórica que admite en su seno reflexiones en torno a la filosofía natural de los seres vivos. Las acepciones que en la tercera parte de esta obra desarrollaré para poder perfilar estas dos concepciones de la biología las denominaré sintética y analítica, respectivamente. No hay una equivalencia completa entre mi noción de biología sintética y biología integrista-evolucionista, por un lado, y biología analítica y biología reduccionista, por otro. El motivo radica, fundamentalmente, en que el reduccionismo admite varias acepciones, bien desarrolladas en la filosofía de la ciencia, particularmente en la de la biología, y a la que Jacob se adscribe y que bien pudiera representar una mezcla de dos de ellas: una extrema representada por el reduccionismo ontológico, y otra de menor trascendencia o reduccionismo metodológico. El reduccionismo ontológico es equivalente a la acepción que sustenta Jacob de que las moléculas biológicas, particularmente el dna como programa informacional, conllevan todos los requisitos para poder entender todas las manifestaciones de lo vivo, incluidas las manifestaciones emergentes. El reduccionismo metodológico es el propio de las ciencias experimentales –de la ciencia en general podría decirse–. En efecto, para poder estudiar cualquier fenómeno complejo hay que concentrarse en el estudio de sus partes componentes.

Es muy importante desarrollar en profundidad el concepto de propiedad emergente, y creo, como tendré oportunidad de mostrar en la sección segunda de esta obra, que las aproximaciones computacionales que intentan simular el comportamiento de lo vivo pueden dar una clara luz sobre si lo que emerge en la evolución de la vida tiene o no autonomía con respecto a sus partes componentes. En otras palabras, es importante no plantear las tesis sobre el reduccionismo como posicionamiento de partida, sino realmente tener evidencia fehaciente, bien por la computación o bien por la experimentación, o el dato, de la existencia de propiedades emergentes.

El cálculo de la vida

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