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Apertura SOBRE EL SUCEDER DE LO HUMANO

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Acerca del cómo somos, y lo titulo como un suceder porque lo prefiero al de estructura, proceso, personalidad, u otra usual nominación que se observa en diversos autores.

Lo hago porque estoy convencido del fluir permanente de lo vivo, de que no somos un ser, ni un acontecer sino un suceder, un transitar, un venir un estar y un ir hacia todo junto en un aquí.

Es así que, para comenzar, me baso y sostengo la idea de lo organísmico, concepto introducido por el prestigioso neurólogo Kurt Goldstein, “padre” de la Psicología Humanística, que incluye e integra a todo el funcionar psíquico, tanto el sustrato material (el cuerpo, la mente) y su producción, como sus aspectos resultantes, lo que denominamos psiquis.

Somos un ser organísmico, biosociopsicoespiritual, en ese orden explicativo dado que cada uno suma, integra y depende del anterior.

Pensar desde este lugar nuestro funcionar personal, es decir que todo lo que implica estar vivo posee una base o impronta común.

Desde allí se observa un factor de funcionamiento similar, sea el órgano que fuere que observemos o estudiemos, siendo la mente un “órgano” más, que responde a las mismas leyes básicas de motivación, producción y acción.

Somos materia y energía que fluye, interactuando con el medio, desde un sistema dual, por un lado, cerrado y dependiente de su funcionalidad; por el otro, abierto y receptivo al ingreso de material o información.

El cuerpo es una entrama de órganos que posee un ordenamiento básico, que vive mientras se cumple.

Cada órgano es construido para producir algo en especial:

 Primero, disponible en y desde su construcción biológica.

 Segundo, recibe un estímulo.

 Tercero, lo incorpora y lo procesa.

 Cuarto, lo saca de sí, como respuesta, o como excremento.

Este orden es dado aquí solo a modo explicativo, porque en el funcionar todo está fluyendo continua, quiasmática y recursivamente, pero si detenemos, a modo de estudio y explicación lingüística –escrita u oral– la observación, se hace lineal, y vemos esos pasos.

Cada órgano funciona así, y todo el cuerpo también.

Veamos ejemplos simplificados y en una jerga secular no científica.

El corazón succiona la sangre y la distribuye expulsándola de su interioridad de órgano. El riñón toma los líquidos, los purifica y los expele, y el aparato urinario los expulsa como orina. El aparato digestivo recibe la comida, la metaboliza, la procesa, y lo que no sirve lo hace excremento, materia fecal. El aparato genital masculino produce esperma y, al ser estimulado, la expulsa por el pene. El aparato genital femenino produce óvulos; cuando no son fecundados son expulsados como menstruación y, cuando son fecundados, producen un feto, que luego de nueve meses saca de su cuerpo.

Todo lo que entra es procesado según sus características y de acuerdo con el sistema implicado; a posteriori lo redistribuye en concordancia con lo que el organismo necesita, lo bueno se lo queda, lo malo o aquello que puede hacerle daño si persiste adentro, lo saca de sí mismo.

El cuerpo como un todo cumple esas leyes mientras está vivo.

La mente, como resultado del funcionamiento cerebral, procede de la misma manera, siendo el “hardware” de lo personal que somos.

La psique, como resultado de la adquisición evolutiva del lenguaje y, desde allí, el pensamiento, la razón, la imaginación y otras funciones, hace lo mismo con la información que recibe, siendo el “software” de lo que somos; por ello es “programable”.

El nacimiento inmaduro, propio de lo humano, abre el camino biológico de esta programación que, en términos más suaves, denominamos socialización. O sea, la adquisición de la normatividad social a la cual somos arrojados, y la coconstrucción de la persona que seremos en vínculo con el semejante u otro.

En este proceso nos constituimos en quienes seremos siendo.

La pulsión de vida, tendencia al desarrollo vital o tendencia actualizante, es lo propio de lo vivo en tanto compele a la búsqueda de aquellos elementos que favorezcan vivir y el alejamiento de todo aquello que atente contra el seguir vivos.

Lo que facilita la vida es sentido como bueno; lo contrario es lo malo. En los humanos, esta tendencia o pulsión existe por el hecho de ser seres vivos, pero, con el correr de la maduración y la adquisición de la noción de sí mismo, o conciencia de sí, o yo, o mí (aquí valen las distintas nominaciones), esto último regula intermediando esta búsqueda o alejamiento; por eso en lo humano lo denominamos autoactualizante.

Los animales regulan instintivamente la expresión de la pulsión vital; los seres humanos, atravesados por el lenguaje y la percepción, metabolizamos los estímulos y emprendemos respuestas variables, tanto sea en concordancia con la cultura a la que pertenecemos y a sus valores, como a la conformación personal individual que cada uno de nosotros va siendo.

Por ello, los animales poseen un cúmulo de respuestas posibles en cada especie y, en estado natural, no se observan demasiadas diferencias entre los individuos que la comparten.

Como incluimos la valoración social/cultural/epocal que influye en lo personal, los seres humanos construimos respuestas diversas, entre ellas las conductas creativas e inesperadas que hacen a la esencia de lo que somos: seres libres que, como nos legó Jean-Paul Sartre, “estamos condenados a elegir”. Lo propiamente humano se destila en el metabolismo de la información, al constituir desde ella saltos cualitativos que construyen el pensamiento y la cultura. Sin embargo, la esencia de ese funcionar sigue siendo la disposición para recibir, el procesamiento cerrado de la información –dependiente de nuestra conformación– y la respuesta en conductas concretas.

Cuando hablamos de conductas, debemos aclarar que no nos referimos a los simples comportamientos, que tanto estudió y habló el conductismo inaugurado por JB Watson, o la reflexología de la escuela rusa, es decir aquello que es observable. Por conductas entendemos toda expresión de lo humano, sean comportamientos, sueños, actos creativos, la imaginación, el pensamiento, la memoria, etc. Si a esta intelección le sumamos la idea de que todo lo que somos y hacemos es resultado de una evolución, siendo a través de ella concomitante a la necesidad de sobrevivir, podemos decir que toda conducta es una acción destinada a seguir vivos. Desde allí propongo interpretarla y comprenderla.

Seguir vivos es, en nuestra existencia, la posibilidad de crecer, desarrollarnos y desplegarnos.

Partimos de una inicial inserción como embrión en el vientre de nuestra madre, allí recibimos todo lo necesario, y lo que excretamos se incluye en el cuerpo de ella. Al nacer, nuestro organismo está disponible al respirar, y poco al ingerir alimentos, así como buscar afecto.

Allí empezamos a captar lo que es bueno y lo que es malo, siendo lo primero lo que sentimos que nos hace bien y lo segundo lo que el organismo percibe como nocivo.

En principio, esta captación la determinan nuestros reflejos incondicionados, por ejemplo el de succión y la mirada de búsqueda del semejante. Poco después nuestro organismo –sistema cerrado– nos envía información acerca de lo que necesitamos, y lo solicitamos, estando a expensas de un adulto que pueda registrar nuestro pedido y, obviamente, proveernos de ello. Somos en un principio seres “necesitantes” –buscadores de contacto para sobrevivir– al igual que cualquier otro mamífero desarrollado, en particular nuestros primos hermanos los primates.

Desde lo primario que somos en un principio emergen gestos naturales, propios de la especie, estos se entraman en los regulados por la normatividad social del mundo adulto al cual fuimos lanzados en esta vida. Lo que se llama “el socius”, ese locus donde residen las costumbres, los sistemas de creencias, los hábitos, la moral. En ese proceso vamos incorporando lo que Humberto Maturana nominó como “lenguajear”. El gesto normatizado y aprendido en la convivencia se va haciendo lenguaje, palabras que luego se integran como un idioma “materno”.

No es casual, obviamente, esta manera de llamarlo. Todo va fluyendo en la interacción de nuestro sistema con “EL” sistema que se nos impone, y desde una mismidad corporal preperceptual, el organismo se hace urdimbre, se integra, e incorpora ese “hablar” con sus semejantes, a los cuales ha reconocido por “imprinting”, como todo animal, que toma imagen, olor, sonido, tacto, y reconoce a su propia especie.

Es así que, en un pasaje paulatino, con límites indiferenciados, con bordes difusos, como membrana permeable, se va constituyendo nuestro ser en el mundo, y lo que es un deseo organísmico se va haciendo consciente. El ser hablados y hablantes va integrando poco a poco la mismidad y la yoicidad, y nos ampliamos al ser seres deseantes, que subsume a lo necesitante.

De un “nene quiere”, hablando en tercera persona –desde un otro para autorreferirse– pasamos poco a poco a un “yo quiero”. Estamos a la vez en el mundo, y con nuestro organismo disponible al ingreso y egreso de materia e información, siempre filtrada por el sistema cerrado que somos.

Por otra parte, ya habíamos adquirido el registro de las tres vivencias básicas, la alegría, la tristeza y el miedo, que se registran a nivel corporal, como resultado de la satisfacción o no de nuestras necesidades y la percepción del riesgo. Las tres nos permiten sobrevivir.

La alegría como resultado del estar satisfecho, del logro; la tristeza como consecuencia de la no satisfacción, del fracaso; el miedo para detectar los peligros y defenderse.

Todo deriva de allí.

Toda conducta lleva en sí lo bueno lo malo lo alegre lo triste.

Lo bueno y alegre potencia, brinda energía para adelante, para salir, para existir.

Lo malo y triste quita energía, dificulta ir hacia, “problematiza” el existir.

El miedo nos cuida.

Estamos ante vivencias básicas, emociones elementales, que luego, al constituirse en sentimientos (emociones significadas por el lenguaje), hacen a lo humano.

El “hardware” brinda el dato en sí y lo hace hecho neuronal, el “software”, simboliza, significa ese hecho, y le da la forma que se hace sentimiento, razonamiento, o cualquier otra ecuación significante para la persona que está percibiendo –sumando a la prepercepción originaria–.

Desde aquí podemos repensar las distintas cuestiones que hacen a la psicología una ciencia de la conducta (en el sentido que antes se aclaró).

Toda producción psíquica humana es resultado de este funcionar del cuerpo en general y de la mente en particular, sea consciente o no.

Lo consciente, no como la conciencia, sino en el sentido de tener acceso a datos que se nos brindan en un darnos cuenta de lo que estamos “produciendo” como hecho propio de uno mismo. Lo no consciente como aquello que acontece o sucede, y de lo cual no estamos al tanto en el instante, pero podemos deducirlo desde una reflexión posterior, como entramado en las conductas que hemos producido.

Aquí empieza la intelección que hacemos los profesionales del mundo “psi”. Podemos empezar a diagramar ideas acerca de la salud, la anormalidad, y enfermedad o anormalidades mentales y psíquicas, las primeras neuronales, las segundas psíquicas en sí mismas.

En principio, con las primeras estamos ante nociones de las neurociencias; de allí las palabras de enfermedad y salud mental.

Las segundas, acerca del malestar o bienestar en el desarrollo personal.

Sobre las primeras es importante pensar de dónde deviene la palabra enfermedad, del latín infirmare, que significa la dificultad del funcionamiento de un órgano, función para lo cual está preparado para realizar.

Por ejemplo, si un riñón no filtra correctamente, se dice que ese órgano infirma su función, por lo tanto, tenemos problemas renales. Un adecuado filtrado, indicará que está confirmando un hacer correcto. Por eso se dice que sanar es lograr restitutio ad integrum, es decir restituir la integridad del órgano y lograr que confirme un adecuado funcionar.

Una enfermedad mental es, entonces, aquella que resulta de un inadecuado funcionamiento del sistema nervioso, una falla en la transmisión neuronal, una perturbación “informática” del “hardware”, o una lesión que dificulta algún tipo de estado mental, y que por ello produce síntomas que perturban a la persona o a sus allegados, estableciendo conductas bizarras o inadecuadas para sí mismo o los demás. En estos casos, el cerebro procesa la información y la envía a hacerse conducta, de una manera que es considerada poco apta para la situación. Esto de “poco apta” es un gran tema de discusión, en tanto entran en juego costumbres, valores, ideologías. Sin embargo, hay algunas categorías de problemas mentales que podemos decir hoy, gracias a las neurociencias y a estudios antropológicos, que son propias de lo humano en general, como expresiones comunes en todas las épocas, identificables por lo que las personas dicen y por sus manifestaciones corporales. Nos referimos a las depresiones y las fobias, con sus opuestos sintomáticos, las manías y/o euforias en el primer caso, y las valentías suicidas en el otro (en este último caso cuando esa conducta no es elegida por necesidad o valor en juego). Otra cuestión son las denominadas en alguna época posesiones, hoy psicosis, donde la persona pierde el juicio o evaluación de la realidad que le impone su cultura, adoptando conductas de desdoblamiento, alucinaciones, vivencias de persecución, extrañamientos y/o rupturas de la identidad, entre otras manifestaciones.

En todos estos casos, y quizás en algún otro, podemos decir que la persona adopta un modo de ser del cual no se siente dueño; habla desde un lugar que no quiere o no desea, sufre por ello o hace sufrir a los otros.

Así como sabemos que todo esto es fuente de mucha discusión, y que varias de las consideradas enfermedades mentales son epocales, es decir responden a cuestiones culturales en una época, vinculadas (coincidimos con Michel Foucault) con el poder y su influencia en la normatividad sociocultural. Tanto es así que en otra época puede no ser considerada así, o aún más no manifestarse esa denominada sintomatología, o no haber sido nombrada (lo que es igual en tanto al no nombrarse no posee existencia en sí). Quizás por eso ahora se prefiera hablar de trastornos. Es, por otra parte, muy interesante, pensar y observar que, cualquier problemática mental y/o psíquica, deviene de los modos habituales de emocionarse y sentir.

La depresión no es ni más ni menos que una tristeza que se ha instalado.

La manía y la euforia son exageraciones de la alegría.

Las fobias, de los miedos, y obviamente el pánico también.

Las denominadas neurosis obsesivas provienen de la necesidad del orden.

Las llamadas histerias, de la seducción.

Las esquizofrenias, de la posibilidad que tenemos de imaginarnos otro.

Las paranoias, de la posibilidad de percibir el riesgo y la persecución.

Las alucinaciones, de poseer un sistema imaginario ante la ausencia del objeto.

Las impotencias, de las potencias que no pueden expresarse.

Así, todas las demás manifestaciones del sufrir humano, que se instalan como tales ante las vivencias de amenaza y la necesidad de defenderse.

De todas aquellas cualidades que nos permiten enfrentar la vida, ir hacia el existir, pueden surgir inadecuaciones defensivas, que alteran y producen efectos vividos como negativos. Por ejemplo, de la tristeza como emoción que permite darnos cuenta de que hemos perdido algo, y desde allí hacer algo para reparar la pérdida y, si no se lo logra, puede surgir la depresión.

De la alegría que sirve para conectarse con los logros, la manía. Del miedo, útil para darnos cuenta de los peligros, las fobias, y quizás las paranoias. De la posibilidad de imaginar creativamente, las psicosis. Todo parte de la necesidad de sobrevivir, de crecer, de desarrollarse, de desplegarse, y mientras esto acontece sin perturbación, podemos tener los problemas que surgen del “pathos” normal, de la percepción de la incertidumbre, de la falla básica de lo humano, de las paradojas duales, del sabernos seres para la muerte, de la angustia existencial, de la incompletud, del estar obligados a elegir cada instante de nuestra vida (“condenados a la libertad”, nos dijo JP Sartre), del estar atravesados por el otro, del lenguaje que nos aleja del hecho en sí y que nunca podremos asir en su totalidad, de no haber aprendido correctamente cómo enfrentar conflictos, de tener un modelo inadecuado para lo que queremos o deseamos, de haber tenido una situación traumática que nos marcó negativamente, de estar alejados de nosotros mismos, de poseer un sistema de creencias que nos fue útil antes pero ahora no, de sufrir una pérdida afectiva grave, de que aspectos no conscientes influyen demasiado en nuestro hoy, de no saber jugar roles flexibles y ser rígido ante los cambios que la vida nos impone.

Toda conducta surge desde esas bases del suceder psíquico, desde las más triviales o cotidianas, sean un sueño, un imaginario, un proyecto, el amar, el leer, el estudiar, el proyectarse en una acción, toda conducta hasta aquellas que parecen trascendentes, como la búsqueda de sí mismo, el autoconocimiento, el creer en Dios y el filosofar.

Toda conducta tiene el sentido de seguir viviendo, y está vinculada al marco relacional en donde se establece, y aunque esté anquilosada por la historia de cada persona, es posible que sea revisada y reconstruida desde otra forma de estar con el otro.

Toda conducta fluye entre la amenaza al ser o la libertad para el ser.

Ambas son los dos polos posibles que nos encuentra el existir con otros y con nosotros mismos como otros para nosotros.

Si hay amenaza hay defensa; si hay aceptación hay fluir armónico.

Si hay defensa hay síntoma.

Si hay amenaza hay disonancia; si hay aceptación hay consonancia.

Hay que trabajar la aceptación, eso es la clave del bienestar, y si bien no niego la importancia de los acontecimientos y sucesos que han hecho ser de alguna manera a una persona, estos, si hoy se detonan como vinculación indeseable por ella o por los que están relacionados, y se la percibe como trastorno, debemos analizarla como consecuencia de un hoy que los resignifica, de un mañana que se propone e implica lo que se está siendo, y no de un ayer que influye, pero no condiciona ni determina.

Desde una mirada quiasmática, esto se ve mucho más claro, esta claridad deviene de pensar que estamos entramados, que somos urdimbre atemporal que, como veremos, se manifiesta instante tras instante en el devenir vital.

Desde que estamos en el mundo, desde que coexistimos, somos un todo en el todo, de hecho es así cómo es muy difícil detectar, salvo situaciones muy extremas, qué es lo que está causando lo que nos pasa, sea esto algo satisfactorio o penoso. Más aún, en lo que mencioné como “situaciones extremas”, también si vamos más a fondo, es factible abrir el juego al misterio del existir sin saber bien quiénes somos y qué nos pasa con lo que nos pasa.

Entrar en esta modalidad de pensar lo humano es lo que pretendo seguir explorando en lo que resta del texto que, como he dicho, es una continuación de lo planteado en varios de mis textos anteriores y especialmente en Quiasma, mi anterior publicación. Como dije en el comienzo, cuando fui transcurriendo su escritura, tomé conciencia de que era posible estar generando un nuevo paradigma post postmoderno, para pensar sobre la conducta humana, sobre la vida en general y por qué no, que podría ser aplicado en las distintas ciencias, sean estas las denominadas “blandas” o aquellas a las que se les dice “duras”. Antes, eran las humanísticas/sociales y las exactas, como si las primeras no fueran exactas y las segundas sí, como el absurdo de pensar que hay saberes exactos, casi como decir que existe la verdad.

Hasta hoy todos mis libros (ver bibliografía) se han referido al mundo “psi”, a las relaciones de ayuda psicológicas en sus distintas variables disciplinarias, la Psicoterapia, el Counseling, la Psicología Social, el Trabajo Social/Comunitario.

Este, si bien parte de allí, porque es mi profesión desde donde pienso y hablo, pretende instalarse en un ámbito intermedio que denominaría de índole “FiloPsicoSocio”, que indica la posible transdisciplinariedad necesaria para abordar el “suceso humano” en un intento de comprender ese misterio que somos y desde el cual vivimos existiendo en este mundo que nos tocó.

Digo suceso; podría decir acontecimiento o fenómeno.

Y me juego con esas tres posibilidades en tanto somos un Fenómeno/Suceso/Acontecer en ese magma que es el universo que nos contiene y en el cual hemos emergido hace miles y miles de años.

El lector se va a encontrar con reflexiones diversas, colocadas en el orden en que fueron surgiendo en mí; considero que el título, que surge de una de las reflexiones, da cuenta de la posibilidad de hacernos ver que el ser ambiguos es una virtud, una posición existencial que en general es denostada, por considerarla propia de los inseguros, de los prescindentes, de aquellos que se “lavan las manos” ante lo que hay que decidir y hacer, opiniones de aquellos que creen que la verdad y la objetividad existen, y que hay que ser asertivos, directos, no dudar, “ser fuertes”.

Estos son aquellos que vienen manejando el mundo, y así nos va.

Además, dejan de lado la particular “condición humana” que implica sentir, experienciar y simbolizar, darle nombre, lenguajear, en y sobre la vivencia. Esto implica la duda y, como verán, el darse permiso para fluir en un devenir sin sentido, hasta que este, en un cruce, en una entrama, en un bucle de ese devenir, en uno de los pliegues de ese despliegue, algo se hace un hecho que es efecto y no causa y se lo vive como instante eterno, –UN QUIASMA–, nos da cuenta de una vivencia a la que le decimos Sentido y, si bien lo sabemos transitorio, nos tranquiliza.

Tranquilidad que de ser instalada per se se convierte en traba para el desarrollo de nuestro ser persona y de la sociedad, si de ella se trata.

El lector instruido podrá inferir influencias de muchos autores, de la Filosofía, la Psicología y la Sociología, lo cual es obvio; sin embargo, no pretendo citarlos, salvo que sea necesario hacerlo, lo que escribo es lo que pienso, y eso es lo que me importa transmitir.

Se observarán varias referencias, inevitables, a mi trabajo como terapeuta, que sugiero ampliar a la vida con los otros que cada uno de nosotros transita, y otras, a mi modo de pensar lo humano y la vida.

El suceder humano

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