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Los primeros

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¿Quién fue el primer filósofo? esta pregunta es muy cercana a la pregunta ¿quién fue el primer hombre? como en el relato bíblico de un primer hombre y una primera mujer, podemos leer en las diferentes mitologías y los textos religiosos el mito de la separación de los sexos. La forma en que aparece el hombre y luego la mujer, ella de una parte de él en la versión judeocristiana; ambos al mismo tiempo en una unidad que se rompe en la versión pagana, esta separación puede verse como castigo de los dioses o como una forma degradada de la perfección masculina que encuentra en el sexo débil un soporte existencial que le llevará a prolongar la especie.

La expulsión del paraíso terrenal es otro relato que pretende simbolizar el estar-en-el-mundo solo y desnudo, buscando un refugio para la subsistencia. Libre y esclavo al mismo tiempo, el hombre intenta escapar a esta paradoja, y de ahora en más podrá pensarse a sí mismo como ser contradictorio o como animal racional que supera o al menos puede superar todas las contradicciones.

El mito identifica el comienzo de la historia humana con un acto de elección, pero acentúa singularmente el carácter pecaminoso de ese primer acto libre y el sufrimiento que éste origina. Hombre y mujer viven en el jardín edénico en completa armonía entre sí y con la naturaleza. Hay paz y no existe necesidad de trabajar; tampoco la de elegir entre alternativas; no hay libertad, ni tampoco pensamiento. Le está prohibido al hombre comer del árbol del conocimiento del bien y del mal: pero obra contra la orden divina, rompe y supera el estado de armonía con la naturaleza de la que forma parte sin trascenderla 2

Elección y decisión, problemas que luego forman parte de la ética y la política, son los motores de la tragedia humana, en ese destino cargado de encrucijadas, optar por un camino significa perder, ningún ser humano escapará a ese desafío; son los dioses que le asignan un destino en la mitología, son los mortales que lo deciden según Sócrates; pero en cualquiera de los casos, hay algo de lo cual el hombre no puede huir.

La filosofía tampoco está exenta de un mito fundador; saber quién ha sido el primer filósofo conduce a tomar partido por una definición de lo racional, lo mítico, lo religioso y por ende de lo social o de lo político.

Teniendo en cuenta, además, que también hubo una primera filósofa, Aspasia de Mileto que bajo la sombra de Platón ha quedado oscurecida para la historia oficial de la filosofía.3

Sobre los comienzos de la filosofía, podemos advertir al menos tres versiones; cada una de ellas significará trazar una identidad a las actuales corrientes del pensamiento filosófico y sus relativas consecuencias.

Una versión propone encontrar en la Odisea una primera escena filosófica, en este sentido Homero es el primer filósofo y la filosofía estaría emparentada con la literatura, hay narración filosófica que no huye de los relatos míticos y guarda distancias muy pequeñas con la tragedia y el drama en general. El nacimiento de la filosofía no escapa a su mito fundador como sostiene Barbara Cassin.

Otra es la versión oficial, aquella que presenta a Thales de Mileto como el primer filósofo y por lo tanto la filosofía está unida a la ciencia, la distancia con el mito y la tragedia se ensancha hasta hundirse en un abismo. El logos, que significa al mismo tiempo pensamiento y discurso, comienza a transitar el sendero que lo lleva a la lógica; es así que el logoses pensamiento lógico y discurso lógico que intenta convertirse en un saber riguroso, metodológico, que aleja la ambigüedad en sus argumentos como afirma Giorgio Colli.

Por último, la tercera de las versiones ubica a Sócrates como el primer filósofo, y en esta línea la filosofía está unida a la política. La superación de la tragedia, se presenta en la sospecha, el rechazo por el destino que los dioses han marcado a los mortales; Sócrates decide su propia vida en orden a su êthos porque su dios habita en él según Max Horkheimer. De estas familiaridades entre filosofía, mito, ciencia y política; de sus desencuentros en la teoría, de sus aporías en la práctica, nace la filosofía como relato, episteme o acción.

No sabemos hasta qué punto es posible proponer que estas separaciones y divorcios, puedan reunirse en un mismo discurso y en un mismo temple de ánimo. Separar al filósofo del poeta, del científico y del político, lo deja en un punto fijo, estancado; desde el cual no podrá asumir las paradojas de todo devenir humano.

¿Qué pretenden o qué proponen aquellos que ven en la filosofía una superación del mito?, seguramente arribar a una forma de logos que puede evitar las arbitrariedades y el animismo propio de los mitos fundadores; que desvía la divinidad del centro a la periferia, ahora será el hombre y su propia razón la que explica el mundo y organiza la vida en sociedad. Lo humano es el centro del universo discursivo, racional, social y político; la verdad es asequible y por lo tanto encaminarse hacia ella es abandonar las creencias en los dioses y quitar la ambigüedad del discurso.

La filosofía insiste en que las acciones y fines del hombre no deben ser producto de una ciega necesidad. Ni los conceptos científicos ni la forma de la vida social, ni el modo de pensar dominante ni las costumbres prevalecientes deben ser adoptadas como hábito y practicadas sin crítica (...) Cuando se dijo que la tensión entre filosofía y realidad es fundamental, no comparable a las dificultades ocasionales que debe afrontar la ciencia en la vida de la sociedad, ello se refería a la tendencia, inherente a la filosofía, a no dejar que el pensamiento se interrumpa en ninguna parte y a someter a un control especial todos aquellos factores de la vida que, por lo común, son tenidos por fuerzas fijas, incontrastables, o por leyes eternas. Precisamente con esto tuvo que ver el proceso contra Sócrates. A la exigencia de someterse a las costumbres sancionadas por los dioses y de adaptarse incondicionalmente a un modo de vida heredado por tradición, opuso él que el hombre debe analizar sus acciones y configurar él mismo su destino. Su Dios habitaba en él, o sea en su razón y en su voluntad. Hoy la filosofía ya no discute acerca de dioses, pero la situación del mundo no es menos crítica.4

Para los griegos el mundo es un caos que se ordena, el hombre y la sociedad son ordenamientos que devienen de un periodo arcaico caótico; los mitos ofrecen una argumentación al respecto y la tragedia es su expresión literaria. Si el logos cumple la función ordenadora, siendo sus portavoces la filosofía y la ciencia, no sólo se ordena el individuo y el grupo bajo un orden social, sino que además se inaugura una definición de libertad que hace de finalidad para toda acción humana ética y política. Esto forma parte de la versión oficial de los comienzos de la filosofía, que luego continuará en la tradición ilustrada e idealista en la que el caos, el destino trágico, las contradicciones y contrariedades, son superadas por la misma razón humana, universal, ordenadora y benevolente.

Sin embargo, debemos admitir que existen otras miradas con relación a las cuestiones aquí planteadas, ya que algunos autores realzan la función “didáctica” del pensamiento trágico, al ver que éste ayuda a comprender el pólemos, porque convive desde siempre con el conflicto. La tragedia es un desajuste entre la palabra y el sujeto porque no se organiza según la lógica ni sus principios aristotélicos5; es un género didáctico y es un tiempo fuera del tiempo: irrumpe en la continuidad, rompe con la linealidad, deja aparecer lo novedoso, lo inesperado, el desconcierto dice Eduardo Rinesi.

La filosofía ha querido evitar el conflicto, el desorden, la barbarie de lo otro, desde un modo de definir lo racional acorde a esa pretensión de paz y civilidad que, en especial los filósofos modernos como Immanuel Kant, anhelaban para el porvenir de esa ilusión.

Desde la duda metódica cartesiana que toma todos los recaudos ante la posible existencia de un genio maligno, hasta el sueño dogmático del que Hume lo despierta a Kant, genio y sueño son en definitiva mitos que alimentan la escena filosófica desde el inconsciente colectivo de la comunidad filosófica moderna.

A pesar de esto, no es éste el único camino que ha optado el quehacer filosófico, en las tradiciones que heredamos están las que establecen el orden, también las que aceptan el desorden y quienes se atreven a una posición conciliadora entre ambos extremos. En todo caso, nos quedamos con aquella que define a la filosofía como una teoría consistente de la inconsistencia en la propuesta de Alain Badiou.

Mito, que se reconoce a sí mismo como narración y ficción que se encuentra tanto en la mitología como en la literatura en general, forman parte del ritual de la filosofía; aceptarlo o negarlo tendrá consecuencias en el viejo problema de la relación entre teoría y práctica, sus condiciones de posibilidad y sus alcances.

Siempre existirá algo en el orden del discurso y de alguien que lo enuncia, que escapa a la noción de realidad como “materialidad concreta”. Qué busca el sujeto es tanto del orden de lo real como del orden de lo imaginario. Animal simbólico que observa en el espejo su propio rostro representado o su doble, que mira en los otros su semejanza o su alteridad, que ve desde la teoría realidades que se nutren del recurso irreal de la novela, de la poesía, del drama.

Nada es suficiente, ni la palabra, ni el silencio, ni la nada misma, para definir el ser, o lo que Umberto Eco presenta como “La aporía del ser aristotélico”.

El drama del ser no es que es sólo efecto del lenguaje. Es que ni siquiera el lenguaje lo define. No hay definición del ser. El ser no es un género, ni siquiera el más general de todos, y, por lo tanto, escapa a cualquier definición, si para definir hay que usar el género y la diferencia específica. El ser es lo que permite cualquier definición sucesiva. Pero cualquier definición es efecto de organización lógica y, por lo tanto, semiósica del mundo. Todas las veces que intentáramos garantizar esa organización recurriendo a ese parámetro seguro que es el ser, volveríamos a caer en el decir, esto es, en ese lenguaje cuya garantía estaríamos buscando. (...) si el ser es el horizonte de partida, decir algo “que es” no añade nada a lo que ya se ha dado como evidente por el hecho mismo de nombrar ese algo como tema de discurso. El ser proporciona el soporte a cualquier discurso, excepto al que mantenemos sobre el ser mismo...6

El ser se expresa en el registro simbólico y al mismo tiempo se escurre, se disipa; si estamos dispuestos a aceptar esta circunstancia, podremos leer la ley más allá de la letra. Ley divina, ley humana, ley natural, ley que sujeta y sostiene al sujeto que habla, ese sujeto que es el filósofo tampoco está eximido de este acontecimiento.

Admitimos que son los griegos los primeros filósofos, que en ellos nacen diferentes tradiciones de las cuales somos herederos. Un filósofo debe escoger su herencia, propone Jacques Derrida.

Sócrates sobrevive a su tiempo, no como persona sino como personaje, aquel que resuena en la Apología y reclama justicia. Dos preguntas que anuncian dos preocupaciones: ¿por qué la polis decide matar al filósofo? en Platón; ¿por qué el filósofo decide morir? como expone su diálogo Critón. Platón sugiere, por otra parte, que de la ficción del teatro hay que escapar, el arte falsifica, engaña, confunde. Ese escenario debe ser transformado, ya no se trata de persuadir, se trata de encontrar la verdad y demostrarla.

La escena del teatro griego debe ser reemplazada por la asamblea, otro espacio público no ya artístico sino político; sin máscaras ni coturnos: los hombres deben hablar con su propio rostro y desde su real estatura. Es otra ahora la representación, juego de la presencia y la ausencia, juego de la heteronomía y la autonomía.

El teatro concentra en el escenario la paradoja de la representación. Representar es sustituir a un ausente, darle presencia y confirmar la ausencia”...“el pensamiento, a pesar de todos los nombres sagrados con que se pretende invocar su espíritu, no es más que el esfuerzo del sujeto por representarse los objetos, dárselos, ponerlos para él y ante él”... “desde los propios griegos, por ‘grande’ que haya sido su inicio, es decir, desde que los ciudadanos, adueñándose de la palabra, recusaron la ley divina, su lengua (el mito), y sus maestros de la verdad (reyes, poetas y adivinos)”... “Inventar la ciudad es inventar la representación, el lugar donde el poder se disputa y se delega, donde cada uno puede presentarse en el centro del círculo y decirle a la asamblea cómo él se presenta lo que sucede y lo que hay que hacer. Lugar de nacimiento del escepticismo, del conflicto de las interpretaciones, de esa multitud de dobles, eîdos o eídolon, phantasía y phantásma, cuya apariencia corre el peligro de ser un falso semblante.7

Esta representación que se despliega en los juicios políticos de Atenas, bajo el mandato de la verdad y del orden, se nutre de una doble representación: por un lado la defensa del acusado al amparo de la ley humana, por otro, la de la filosofía como teoría que ordena el conflicto en el que aparecen las diferentes interpretaciones de la ley y su búsqueda de justicia.

La ausencia se profundiza en estos escenarios, teóricos y prácticos, donde se exponen las representaciones de los sujetos y de los pensamientos. La sustitución del actor del teatro por el actor de la polis trae consigo la sustitución en la teoría de la narración dramática por la lógica aristotélica, la que está anticipada en los argumentos y contra-argumentos de los diálogos platónicos como germen del silogismo práctico.

La filosofía se levanta pues contra la tragedia porque se levanta contra el conflicto. O –para decirlo con mayor precisión– porque ‘cuando encuentra el conflicto, lo hace a partir y dentro del presupuesto del orden’... En otras palabras, la filosofía no piensa el conflicto, sino que lo representa, es decir, lo ordena. ‘No existe filosofía del conflicto que no reduzca a éste al propio orden categorial y por tanto que, en definitiva, no lo niegue precisamente mientras lo representa y a través de tal representación’... Así pues, el conflicto, realidad factual de la política, ‘no entra en los esquemas representativos de la filosofía política, no es pronunciable en su lenguaje conceptual’... Si todo esto fuera cierto, la filosofía política sólo podría pensar el conflicto en el mismo movimiento en el que piensa las formas de encuadrarlo, superarlo, disolverlo, y, por estas vías, sacarlo de escena. Ahora: Si por un lado la trama categorial de la filosofía política –a diferencia de la del pensamiento trágico– está incapacitada para hacerse cargo de la centralidad e irreductibilidad del conflicto, y por otro lado éste constituye la propia materialidad de la política, la conclusión que se desprende es que, contra lo que podría pensarse, la filosofía política no es un conocimiento apto (...) para pensar precisamente la política.8

Una filosofía del orden, que desemboca en el disciplinamiento, reduce el discurso político a mera creación de instituciones que encauzan los cuerpos dóciles hacia la normalidad y encierran los cuerpos desviados en los espacios destinados a la anormalidad como investigó Michel Foucault.

Aceptar el conflicto como parte de la convivencia, admitir el desorden como lo mismo y no como lo otro, ilumina la mirada filosófico-política haciendo más amplio su horizonte.

Aguafuertes Filosóficas

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