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La Suri

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Juan Carlos Tomasi

sobre Anna Surinyach

Anna hizo suya aquella verdad que afirmaba el fotógrafo Xavier Miserachs: en las fotografías no solo debe expresarse el fotógrafo, sino también la propia realidad. Recuerdo muy bien cuando tomamos el primer café. Llevaba muchos años trabajando solo en aquel cuarto sin ventanas de Nou de la Rambla 26, en la sede central de MSF, y por vez primera tenía la oportunidad de compartir mis dudas profesionales y las frustraciones de mi trabajo. Luego llegaron las de mi vida.

Anna entró joven, muy joven. Recién terminada la universidad. Nuestra primera conversación, como era natural, versaba sobre su trabajo, pero terminó desembocando en su pasión por el esquí y sus títulos deportivos. Yo le insistía. Me encantaba hablar sobre ello. Desde que dejé el periodismo deportivo, era la primera vez que hablaba con alguien que vibraba con aquello. Me encantaban sus historias del Centro de Alto Rendimiento (CAR) de Sant Cugat, cuando vivía y estudiaba con una beca deportiva. Fue fácil entendernos. En algo nos parecíamos: profesionalmente no era competitiva. Era reflexiva y tranquila, pero con mucha energía.

Su llegada dio alas a las sensaciones que se vivían en «el zulo». Con ella aprendí. A veces los autodidactas necesitamos reciclarnos, y con ella entendí que ser joven no tiene segundas oportunidades. Había que vivir lo que tocaba. Anna aportó un nuevo mundo de sensaciones y herramientas. Yo pensaba en voz alta y ella lo plasmaba. Tenía el control sobre el resultado final. Ella resumía en una jornada lo que a mí me había costado años. Fue entrar en un estrato diferente. Era un tipo nuevo y diferente de comunicación. Me encantaba que hubiese aparecido en mi vida como alguien más de mi familia. Una nueva incorporación.

Empezó a viajar y a descubrir historias, y la amarga realidad la empezó a zarandear. Pasó el tiempo y su concepción sobre lo que vivía presencialmente fue madurando. Salía y entraba del zulo. Evolucionaba a un ritmo que se me escapaba. No la seguía. Empezaron los proyectos de largo recorrido. Empezó a publicar sus historias en la web. Cambiaba e inventaba soportes. Entre el vídeo y la fotografía, inventó un nuevo marco narrativo, basado en el conocimiento y la pasión. Yo seguía con el mundo de las emergencias y los conflictos olvidados. Éramos dos mundos que soltábamos lastre sin darle importancia. Era una relación natural de aprendizajes. Teníamos los mismos conceptos. No existían roles predeterminados. Con el tiempo me integré en partes de su mundo. Intercambiamos técnicas, herramientas y amigos. Fueron años de muchos cambios. De una revolución interior. De romper cadenas interiores. Incorporó nuevos elementos para contar sus historias. Aplicó nuevas metodologías. Hizo un curso en Estados Unidos y volvió con una visión diferente para interpretar la narrativa de la imagen. Yo, sin hacer nada, aprendía. Solo preguntaba. En poco tiempo descubrí que era más curiosa de lo que había intuido en un principio. Anna corría sola. Se había puesto los esquíes otra vez.

Luego llegaron sus proyectos sobre refugiados, desplazados, su interpretación sobre los movimientos de población. Atrás quedaron las vacunas, las enfermedades olvidadas, las grandes pandemias, las narraciones verticales de la organización. Ahora interpretaba el mundo con otros ojos. Ahora daba conferencias. Sabía interpretar lo que hacía. Tenía un estilo muy personal. Anna es el resultado de una voluntad forjada en el mundo del deporte y que ha sabido leer en su evolución todos los diferentes momentos de su vida. Ha aprendido de todo lo que ha sentido, por eso sus imágenes son respetuosas. Construye la dignidad de sus protagonistas a base de respeto. Cuando veo su trabajo, solo puedo sentirme satisfecho. Siempre que se terminaba la jornada, Anna se quedaba trabajando, aunque tuviera una vida social intensa. Ama lo que hace y eso es innato en su forma de interpretar el mundo. Ha pasado el tiempo y ahora soy un mar de sensaciones al escribir estas líneas. Atrás quedan muchas horas de esfuerzo, de tenacidad y, también hay que decirlo, de alegría. Confieso que he vivido, como dijo Neruda. He vivido y he compartido. Sin compartir, luego lloras solo. El tiempo me ha dado la razón y, ahora, cuando veo una imagen suya, la reconozco. Tiene la impronta de la Suri, como muchos la llaman. Esas expresiones que salen del alma. Labradas a sol y sombra. Con los años ha sabido darle luz. Ahora sus fotografías tienen una luz diferente. Se fue hace ya años a 5W y ahora controla su tiempo. Por eso tiene ese efecto su luz, esa luz roja de las horas tempranas y los atardeceres. Han pasado algunos años, pero siempre seguiré siendo el mismo que se tomó un café contigo en el bar London de Barcelona, aquella mañana de un verano que ya nos queda muy atrás.


El compromiso de la fotografía

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