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Capítulo 2

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AJENA a su angustia, Ariane se detuvo delante de ella y le tendió un oso de peluche bastante raído.

–Se le ha caído el brazo a Maxim –le dijo la niña con labios temblorosos–. ¿Me lo puedes arreglar?

Caro tardó un momento en procesar sus palabras. Estaba demasiado ocupada estudiando su rostro en forma de corazón, sus grandes ojos y las pecas que salpicaban su pequeña nariz.

A pesar de todos los indicios, había cabido la posibilidad de que hubiese habido un error.

Pero al ver a Ariane en persona no le cupo la menor duda.

Caro tomó aire y sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas por primera vez en años.

La niña retrocedió.

Y ella esbozó una sonrisa.

–Lo siento, no pretendía asustarte –le dijo, limpiándose las lágrimas–. Creo que se me ha metido algo en el ojo. Ahora, háblame de tu osito. ¿Se llama Maxim?

Ariane asintió, pero guardó las distancias.

–¿Sabes que hubo un rey llamado Maxim? Era muy valiente. Luchó contra los piratas que intentaron invadir St. Ancilla.

Ariane dio un paso hacia ella.

–De allí vengo yo –le dijo–. ¿Tú también?

–Sí –respondió Caro, sonriendo más.

Jamás se había imaginado que mantendría aquella conversación.

Fue un momento agridulce. Dulce porque, después de tanto dolor, Caro había encontrado a la niña. Y amargo porque había perdido muchos años.

Pero aquel no era el momento de pensar en el pasado.

–¿Qué le ha pasado a Maxim? ¿También ha luchado contra los piratas?

Ariane sonrió y Caro sintió que un rayo de sol le traspasaba el corazón.

–No, tonta. Los piratas no existen.

–¿No? –le preguntó ella, sintiendo que se derretía por dentro.

–El tío Jake dice que no.

–Ah.

–Así, aunque sueñe con ellos, no tengo miedo. No son de verdad.

–Es bueno saberlo. Gracias.

Caro se preguntó si eso significaba que Ariane tenía pesadillas. Volvió a contener las ganas de abrazarla.

La niña la miró con curiosidad.

–¿Quién eres? Te pareces…

Frunció el ceño y la estudió con la mirada.

–A alguien que conozco.

–¿De verdad? –le preguntó ella con el corazón acelerado–. ¿A quién?

–No lo sé.

Caro tomó aire y se recordó que Ariane era una niña pequeña, que debía de resultarle familiar porque procedían del mismo lugar y hablaban el mismo idioma. Nada más.

–¿Y qué le ha pasado a Maxim?

Ariane hizo un puchero.

–No lo sé. Me he despertado y estaba así.

–Bueno, es fácil de arreglar –le aseguró Caro.

–¿De verdad?

–Por supuesto. Solo necesitamos aguja e hilo para volver a coserlo.

Ariane se acercó más y le tendió el oso y el brazo que se le había caído.

–¿Puedes arreglarlo ahora, por favor?

–Aquí no tengo una aguja, pero podemos hacer un arreglo provisional.

–¿Sí?

–Sí. Trae mi bolso, que está junto a la mesa, y veré lo que puedo hacer.

Vio cómo la niña atravesaba la habitación. Era evidente que quería mucho a Maxim. ¿Quién se lo habría regalado? ¿Sus padres? ¿Tío Jake?

Caro pensó en el hombre reservado que la había interrogado e intentó imaginárselo con aquella preciosa niña. No lo logró, pero lo había visto protector con ella.

–Toma –le dijo Ariana, llevándole el bolso.

–Gracias. Me llamo Caro. A ver si sabes decirlo.

–Caro. Es muy fácil.

–¿Y tú? ¿Cómo te llamas?

–Ariane.

–Qué nombre tan bonito.

–Mi papá me dijo que mamá lo había elegido porque era muy bonito.

Los ojos de Ariane se llenaron de lágrimas y le tembló la barbilla.

A Caro se le hizo un nudo en el corazón. Ariane había perdido a sus padres.

–Sí. En St. Ancilla hay otras niñas que también se llaman así. Es el nombre de una señora muy famosa y muy bella, pero, sobre todo, muy buena y valiente también.

–¿Sí? –preguntó Ariane con curiosidad.

–Sí. Vivió hace mucho tiempo, antes de que hubiese buenos hospitales y medicinas. Cuando todo el mundo enfermó, los demás señores se encerraron en sus castillos, pero ella salió a ayudar a los pobres. Se aseguró de que tenían comida y agua limpia y los ayudó a ponerse bien.

–Yo quiero ser como ella. Quiero ayudar.

–Bien –le dijo Caro, sacando un pañuelo de su bolso–. Puedes practicar ayudando a Maxim. Toma. ¿Puedes sujetar su brazo así?

Ariane asintió y se concentró en sujetar al peluche. Caro sintió su mano en la rodilla y notó un escalofrío que le encogió el corazón. Tomó aire y continuó arreglando el osito.

Ya tendría tiempo para emocionarse, cuando estuviese sola. Aquel no era el momento.

Pero mientras arreglaba el muñeco prestó más atención a la niña que a él. Ariane necesitaba estabilidad, benevolencia y, sobre todo, amor. Y, costase lo que costase, ella se lo daría.

Jake se quedó en la puerta, observándolas, inclinadas sobre el oso de peluche.

No supo el motivo, pero sintió que le faltaba el aire al verlas así.

Supuso que era porque tenía que haber sido su hermana Connie la que estuviese allí, con Ariane.

Respiró hondo.

Habría dado todo lo que tenía porque Connie pudiese estar allí.

Como estaban hablando en ancillano, no entendía la conversación. Solo había entendido que Ariane se ponía triste y Caro Rivage desviaba su atención para evitar que derramase las lágrimas que habían invadido sus ojos.

Pensó que, si era capaz de hacer sonreír a Ariane, acababa de ganar muchos puntos. Le gustaba la sensibilidad de la señorita Rivage.

Aunque todavía no estuviese dispuesto a darle el puesto. Su currículum era ridículo en comparación con el de otras candidatas que llevaban mucho más tiempo en la profesión.

Jake frunció el ceño mientras veía cómo colocaban algo alrededor del oso y Caro hablaba en voz baja a Ariane.

Allí había algo, algo que no podía describir. Cierto… parecido entre ambas.

No era el color de su pelo, ni la forma de su rostro, pero sí la inclinación de los ojos y tal vez la forma de la nariz.

Jake sacudió la cabeza. No había ninguna relación entre ambas, salvo que hablaban el mismo idioma.

No sabía por qué, pero su sexto sentido se había vuelto loco desde que Caro Rivage había llegado. Tanto, que después de colgar el teléfono había revisado su candidatura en busca de alguna anomalía, pero todo le había parecido bien.

Se pasó los dedos por el pelo. Tal vez fuese demasiado exigente a la hora de escoger una niñera para Ariane. No estaba acostumbrado a tomar aquel tipo de decisiones, solo tomaba decisiones en las que lo que había en juego era dinero.

Sin embargo, con su sobrina no quería correr ningún riesgo. Ya había sufrido suficiente. Pensó en el coche de su hermana y su cuñado, aplastado bajo un enorme árbol. Era un milagro que Ariane hubiese sobrevivido al accidente en el que habían fallecido sus padres.

Tenía que hacer lo que fuese mejor para ella.

Entró en la habitación y la mujer vestida de marrón levantó la cabeza y lo miró a los ojos.

Tenía algo que hacía que se le erizase el vello.

Era evidente de que, a pesar de que parecía absorta en la niña, había sentido su presencia. Jake no supo si eso era bueno o sospechoso.

O tal vez lo que sentía en el pecho no fuese desconfianza. ¿Podía ser atracción?

Jake descartó aquella idea. Caro Rivage era guapa y tenía cierta elegancia y saber estar, pero a él le gustaban otro tipo de mujeres. Le gustaban las mujeres de belleza impresionante y gran personalidad. Él no salía nunca con mujeres aburridas y corrientes.

Ni tampoco mezclaba el trabajo con el placer. No salía con sus empleadas.

Se detuvo delante de ellas y apretó la mandíbula. Ella no era su empleada. Todavía. Era probable que no lo fuese nunca.

–¿Qué le ha pasado a Maxim? ¿Está bien?

Ariane levantó la vista y sonrió. Su sobrina se alegraba de verlo, aunque no tanto como para abrazarlo. Jake contuvo una punzada de dolor.

No la culpaba. Todavía era un extraño para ella. Sus viajes a St. Ancilla no habían sido frecuentes.

–Se le ha caído el brazo, pero Caro puede arreglarlo. Necesitamos…

Se giró hacia la mujer.

–Hilo o lana para coserle el brazo.

Ariane asintió.

–Lana. ¿Tienes lana, tío Jake? Por favor. Para que podamos arreglarlo.

Ariane le rogó con la mirada y él se sintió incómodo.

La niña necesitaba a alguien que supiese cuidar de ella. Alguien que pudiese llenar vacíos que él, con su falta de experiencia, no sabía llenar.

–Seguro que podemos conseguirlo –le dijo, agachándose junto a su sobrina y disfrutando de su sonrisa.

Lo que no había esperado Jake era descubrir el delicioso aroma de la mujer que estaba sujetando el oso de peluche de Ariane. Era el perfume de una mujer sensual, no un perfume pesado, pero mucho más que la colonia con aroma a flores que habría esperado que usase una mujer así. Respiró hondo y deseó no haberlo hecho.

La miró, pero ella evitó su mirada.

¿Sentiría ella también la atracción?

Intentó apartar aquello de su mente. No había ninguna atracción.

–Llamaré a Lotte a ver si ella tiene lana, ¿quieres?

Seguro que su eficaz ama de llaves tenía lana o podía conseguirla.

–Y una aguja, por favor, a poder ser, grande.

Oyéndola tan cerca, la voz de Caro Rivage le resultó sorprendentemente sensual. ¿Estaría intentando cautivarlo para que le diese el trabajo? Pues se iba a llevar una sorpresa, si pensaba que iba a impresionarlo con esa voz.

Jake volvió a mirarla, pero ella no le estaba prestando atención. Estaba sonriendo a Ariane mientras le devolvía el osito.

Jake se quedó de piedra al ver como la sonrisa transformaba a aquella mujer de aspecto afable en alguien casi… impresionante.

–Por favor, tío Jake. ¿Puedes preguntarle ahora?

–Por supuesto.

Jake se incorporó y llamó a Lotte por teléfono. La entrevista se había visto interrumpida por Ariane y su oso, pero tal vez aquello fuese bueno. A pesar de querer encontrar a una persona cualificada, Jake también quería a alguien cariñoso. Alguien en quien Ariane pudiese verse reflejada.

Y al observarla con Caro Rivage tuvo la sensación de que había encontrado a la persona adecuada.

Aunque no quería darle el trabajo todavía, tuvo que aceptar que a Ariane le había gustado. Así que iba a tener que darle una oportunidad.

Se giró hacia la puerta que se acababa de abrir. Como era de esperar, Lotte traía lana de distintos colores, además de agujas y tijeras. El ama de llaves se ofreció a arreglar a Maxim, pero Ariane insistió en que lo hiciese Caro.

Las mujeres se miraron y Caro pidió permiso para utilizar los materiales de Lotte y le preguntó su opinión acerca de qué color y tamaño de aguja utilizar. Unos minutos después ambas mujeres se habían convertido en verdaderas aliadas.

Jake aplaudió en silencio a Caro Rivage, que era consciente de cuál era el territorio del ama de llaves y había conseguido ponerla de su parte en vez de conseguirse una rival. Lotte solía proteger a Ariane como una gallina a un único polluelo, pero en esos momentos estaba sonriendo y asintiendo, alabando las habilidades de la recién llegada con la costura y diciéndole a Ariane que Maxim iba a quedar como nuevo.

Caro Rivage era muy hábil, capaz de entender a los demás.

¿Era eso lo que había hecho con él? ¿Había intentado hacerse pasar por la niñera ideal utilizando aquella caída de párpados?

Aunque también lo había mirado fijamente a los ojos y Jake había tenido la sensación de que estaba muy nerviosa a pesar de parecer tranquila. Era evidente que deseaba aquel trabajo.

¿Estaría en la ruina? La ropa que llevaba puesta parecía nueva, aunque fuese muy corriente. Tal vez pensase que, si trabajaba para él, después se le abrirían muchas puertas.

La idea alivió un poco su tensión. ¿Por qué no iba a querer Caro Rivage aquel trabajo? La sensación de que había algo más se disipó. Había comprobado las referencias de aquella mujer, que eran buenas, y no tenía antecedentes penales.

–Ya está Maxim arreglado –murmuró Jake al verla cortar el hilo y darle el muñeco a Ariane.

–¡Gracias, Caro!

Jake pensó que Ariane iba incluso a abrazar a la recién llegada, pero abrazó a su peluche mientras Lotte la observaba y sonreía de oreja a oreja.

Jake se aclaró la garganta.

–Lotte, ¿podrías ocuparte de Ariane un momento, mientras la señorita Rivage y yo terminamos nuestra conversación?

Ariane se mostró reacia a marcharse, pero obedeció. Jake observó cómo Caro se ponía en pie, nerviosa, y lo miraba a los ojos. Le sorprendió ver que, cuando se controlaba, era difícil interpretar sus gestos.

Y no supo si admirarla o sentirse molesto por ello.

–¿Me siento frente al escritorio otra vez? –le preguntó ella.

–No, señorita Rivage –respondió Jake–. La entrevista ha terminado.

Caro se sintió consternada. Se le hizo un nudo en el estómago y sintió náuseas. Se agarró las manos detrás de la espalda para no llevárselas al vientre.

¡No podían echarla de allí tan pronto! Solo había empezado a hablar cuando la habían interrumpido.

–Pienso que debería reconsiderar su decisión, señor Maynard –le dijo en tono calmado, con la voz un poco ronca.

–¿Reconsiderarla? Si todavía no le he dicho cuál es mi decisión.

Él la miró divertido, como si le gustase verla incómoda.

Aquello la enfadó. Se habían reído tanto de ella en su casa, de niña, por su timidez, porque era diferente, porque no encajaba con los demás, que era un tema que la crispaba.

En realidad, había sido más su madrastra que sus hermanastros la que la había hecho sentirse como una extraña, pero eran heridas que tardaban en cerrarse. En especial, sabiendo que su padre siempre se había limitado a arquear las cejas y decirle que no fuese tan sensible.

Caro estiró la espalda y miró a Jake Maynard a los ojos.

–¿Por qué no me informa entonces de su decisión? –inquirió.

Su padre se habría sentido orgulloso de su tono de voz: frío, sereno y arrogante. Jake Maynard abrió los ojos con sorpresa, pero ella se negó a retroceder. Aquello era demasiado importante. Lo era todo para ella.

–Había pensado que se quedase a pasar la noche, concederle un periodo de prueba con mi sobrina.

Caro sintió que le faltaba el aire. Solo pudo mantenerse en pie porque había estado años entrenándose para no flaquear jamás, pero tenía el corazón a punto de salírsele del pecho y un fuerte zumbido en los oídos.

–¿Qué me dice, señorita Rivage? ¿No me responde? ¿Significa eso que no está preparada para quedarse aquí?

Caro negó con la cabeza y por fin logró articular palabra.

–No, señor Maynard, en absoluto. Estaré encantada de pasar aquí la noche para poder conocer un poco mejor a Ariane.

–Bien –le respondió él sin sonreír.

De hecho, no parecía nada contento.

–Muy bien. Le pediré a mi secretario que redacte un sencillo acuerdo que nos proteja a ambos en caso de que ocurra cualquier accidente durante su estancia.

Caro pensó que era un hombre de negocios de la cabeza a los pies.

Lo vio salir por la puerta, oyó que hablaba en voz baja con su secretario y alargó la mano para agarrarse a algo. Lo primero que tocó fue la gruesa cortina.

Se dejó caer en el banco que había junto a la ventana y respiró. Tenía frío y calor, estaba nerviosa y feliz.

Tenía una oportunidad.

La oportunidad de estar con Ariane.

Su hija.

Pasión sin protocolo

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