Читать книгу Una mujer - Annie Ernaux - Страница 8
ОглавлениеDurante toda aquella semana, me echaba a llorar en cualquier sitio. Al despertarme, sabía que mi madre había muerto. Emergía de sueños pesados de los que no recordaba nada, salvo que ella estaba ahí, y muerta. No hacía nada aparte de las tareas necesarias para vivir, la compra, las comidas, poner la ropa en la lavadora. A menudo olvidaba en qué orden había que hacerlas, me detenía después de haber pelado las verduras y no encadenaba con el gesto siguiente, lavarlas, hasta después de haberlo pensado mucho. Leer me resultaba imposible. Una vez, bajé al sótano, ahí estaba la maleta de mi madre, con su monedero, un bolso de verano y unos fulares en su interior. Me quedé postrada delante de la maleta entreabierta. Fuera, en la ciudad, aún me sentía peor. Iba conduciendo y, de repente: «Nunca más estará en ninguna parte en este mundo». Había dejado de entender la manera habitual de comportarse de la gente, su atención minuciosa en la carnicería para elegir tal o cual trozo de carne me horrorizaba.
Ese estado desaparece poco a poco. Perdura la satisfacción de que el tiempo siga siendo frío y lluvioso, como a principios de mes, cuando mi madre estaba viva. Y unos instantes de vacío cada vez que constato «ya no tengo que» o «ya no necesito que» (hacer esto o lo otro por ella, para ella). La brecha de este pensamiento: la primera primavera que ella no verá. (Sentir ahora la fuerza de las frases corrientes, de los clichés incluso.)
Mañana hará tres semanas que tuvo lugar la inhumación. Solo anteayer conseguí sobreponerme al terror de escribir en lo alto de una hoja en blanco, como un principio de libro, no de carta a alguien, «mi madre murió el lunes 7 de abril». También pude mirar las fotos de ella. En una, a orillas del Sena, está sentada, con las piernas juntas. Una foto en blanco y negro, pero es como si estuviera viendo su cabello pelirrojo o los reflejos de su traje de alpaca negro.
Voy a seguir escribiendo sobre mi madre. Es la única mujer realmente importante en mi vida y estaba demente desde hacía dos años. Quizá haría mejor en esperar a que su enfermedad y su muerte se fundan en el curso pasado de mi vida, como ha sucedido con otros acontecimientos, con la muerte de mi padre y la separación de mi marido, para tener esa distancia que facilita el análisis de los recuerdos. Pero en este momento no soy capaz de hacer otra cosa.
Es una empresa difícil. Para mí, mi madre no tiene historia. Siempre ha estado ahí. Mi primera reacción, al hablar de ella, es fijarla en unas imágenes sin noción de tiempo: «era violenta», «era una mujer que encendía todo a su paso», y evocar en desorden escenas en las que aparece. Así solo encuentro a la mujer de mi imaginario, la misma que, desde hace unos días, en mis sueños, vuelvo a ver viva, sin edad precisa, en una atmósfera de tensión semejante a la de las películas de miedo. Querría aprehender también a la mujer que existió fuera de mí, la mujer real, nacida en un barrio rural de una ciudad pequeña de Normandía, y muerta en el servicio de geriatría de un hospital de la región parisina. Lo que espero escribir de manera más justa se sitúa sin duda en la intersección de lo familiar y lo social, del mito y la historia. Mi proyecto es de naturaleza literaria, puesto que se trata de encontrar una verdad sobre mi madre que solo puede alcanzarse mediante palabras. (Es decir que ni las fotos, ni mis recuerdos, ni los testimonios de mi familia pueden procurarme esa verdad.) Pero quiero permanecer, en cierta forma, por debajo de la literatura.