Читать книгу De la caza. De la pesca. Lapidario órfico. - Anonimo - Страница 6

Оглавление

INTRODUCCIÓN

Biografía

Opiano es el nombre del autor de dos poemas didácticos: Cinegética o De la Caza y Haliéutica o De la Pesca. Pero las biografías conservadas, las referencias de la Antigüedad, las dedicatorias a los emperadores y el contenido mismo de ambos poemas, inducen a pensar que se trata de dos autores distintos de diferente época.

Todos los indicios apuntan a considerar como verdadero Opiano al autor de la Haliéutica. La Cinegética podría ser obra de un imitador. En todo caso existe cierta confusión al respecto.

Las dos «Vidas» que figuran en los manuscritos, (Vita I y Vita II) 1 en gran parte coincidentes, nos presentan al bifronte Opiano como poeta griego de Cilicia, nacido en Anazarba o Corico al final del reinado de Marco Aurelio, hijo de Agesilao y Zenódota. Su padre, hombre distinguido por su rango social, y afamado, no sólo por el prestigio que proporcionan la alcurnia y las riquezas, sino aún más por la extensión de sus conocimientos, su amor a la Filosofía y la norma de su conducta moral, dio a su hijo una esmerada educación. Opiano aprendió Música, Geometría y Gramática. Al finalizar sus estudios, un acontecimiento imprevisto vino a frenar sus altos vuelos.

Septimio Severo, encumbrado al trono recientemente, visitó Anazarba y el Senado se puso a sus pies. Aunque como hombre público Agesilao tenía el deber de presentarse ante el Emperador, se abstuvo de hacerlo, y Septimio Severo, enojado, despojó al filósofo de todos sus bienes y lo desterró a la isla de Melite (Meleda) en el Adriático. La Vita II sitúa el incidente en Corico, y menciona el lugar del destierro de manera más indefinida como «una isla del Mediterráneo», quizá confundiéndola con la isla de Malta.

Opiano siguió a su padre, y fue en aquel forzado retiro donde concibió y ejecutó sus dos poemas: De la Caza y De la Pesca. Según la Vita II en el destierro habría compuesto solamente la Haliéutica; la Cinegética y otra obra que se le atribuye, la Ixéutica, serían obras de juventud. Cuando les dio fin, vino a Roma, habiendo muerto ya Severo, y los presentó ante su hijo Caracalla, al que tanto agradaron, que invitó al poeta a pedir cuanto desease. Opiano únicamente pidió el regreso de su padre, y, el Emperador, encantado con los poemas y asombrado de su piedad filial, añadió al favor que le solicitaba el regalo de una moneda de oro 2 por cada uno de sus versos. Pero murió a la edad de treinta años, víctima de la peste que se propagó en Anazarba.

Sus conciudadanos le dispensaron honras fúnebres y le erigieron un monumento con la siguiente inscripción: «Yo, Opiano, gané gloria imperecedera; pero la envidiosa trama de la Parca me arrebató y me retuvo bajo el gélido Hades, siendo todavía joven, a mí, el vate de dulce canto. Si la envidia me hubiese permitido vivir más largo tiempo, ningún hombre sobre la tierra habría tenido gloria pareja a la mía».

Otra fuente biográfica es la Suda (léxico-enciclopedia del s. X) que hace el siguiente resumen: «Opiano, Cilicio, de la ciudad de Corico, gramático y poeta, nacido en tiempo de Marco Antonino rey. Haliéutica en cinco libros, Cinegética en cuatro, Ixéutica en dos libros (escribió)». Especifica que recibió en total veinte mil estateras de oro como recompensa por parte del Emperador. Ateneo, en los Deipnosophistaí 13 b, después de citar varios autores de Haliéutica dice: «y el nacido poco antes que nosotros Opiano de Cilicia»; y S. Jerónimo, Chronicon 237, 4: «Es conocido Opiano, poeta de Cilicia, que escribió la Haliéutica de admirable brillo».

Sozómeno (s. v) en la dedicatoria de su Historia eclesiástica a Teodosio II hace alusión al autor de Haliéutica. Hay otras referencias en los Geoponica (s. x), el Etymologicum Magnum (alrededor de 1.100), Eustacio (s. XII), y la biografía de Constantino Manases (s. XII), paráfrasis en verso de la Vita I.

Las obras mismas de Opiano nos proporcionan más información: la fecha de composición de Cinegética tiene que ser posterior al año 198, porque en ella se alude a la toma de Ctesifonte, y posterior a la muerte de Geta (212), puesto que Caracalla ya gobernaba solo. En todo caso no puede ir más allá del 217. Su autor procede de Apamea sobre el Orontes, en Siria, según se desprende de C . 125 y ss., donde refiriéndose al río Orontes dice: «él mismo, corriendo impetuosamente en medio de los campos, siempre creciendo y caminando cerca de la muralla, inundó con sus aguas, a la vez, el continente y la isla, mi ciudad»; y en C . II 156 s., después de nombrar el templo de Memnón, cercano a Apamea, dice: «pero celebraremos las extensas glorias de nuestra tierra, en el orden debido, con el canto amable de Pimplea».

El sabio editor J. S. Schneider, en 1776, observando la disparidad de estilo sospechó que Cinegética y Haliéutica pertenecían a dos autores distintos. El primero, oriundo de Cilicia y autor del poema De la Pesca, habría precedido al segundo en varios años. El autor del poema De la Caza se habría esforzado en reproducir las figuras de estilo del primer Opiano.

Bellin de Ballu refutó esta opinión en el prefacio de su edición de Cinegética publicada en Estrasburgo en 1786.

Los elementos externos e internos de los poemas, que avalan la tesis de la distinción de autores, fueron cuidadosamente reunidos y evaluados un siglo después de Schneider por A. Ausfeld (De Oppiano et scriptis sub eius nomine traditis, tesis, Leipzig, 1876). Un buen trabajo crítico sobre el mismo asunto es el de R. Keydell 3 .

A. Mair (Oppian, Colluthus, Tryphiodorus, Loeb. Cl. L., 1928, 1958, 1963, 1987) acepta la dualidad de autores y concluye que sólo Haliéutica es obra del cilicio Opiano. La Cinegética pudo haber sido compuesta por un imitador sirio y dedicada a Caracalla.

Desde luego, de los datos que proporcionan los poemas parece colegirse que la Cinegética está dedicada a Caracalla, la Haliéutica a Marco Aurelio; por consiguiente, la Haliéutica debe de ser anterior a la Cinegética, y quizá haya entre ellas la distancia de una generación. La fuerte dependencia, por otra parte, del poema De la Caza respecto al De la Pesca es muy clara. Pero no sabemos ni tenemos medios de conocer si el autor de la Cinegética se llamaba también Opiano.

Que el autor del poema De la pesca es un cilicio se deduce de H. III 7 y ss.: «por ti los dioses me han alzado para ser delicia y cantor entre los cilicios, al pie del templo de Hermes, y tú, oh Hermes, dios de mis padres, el más excelente de los hijos del Portador de la Égida, la mente más sutil entre los dioses inmortales, ilumíname y sé mi norte y guía, llevándome directo a la meta de mi canción».

Y de H. III 205 y ss.: «Aprende, en primer término, el astuto procedimiento de captura de los anthías, como lo practican los habitantes de nuestra gloriosa tierra patria, sobre el promontorio de Sarpedón, los que moran en la ciudad de Hermes, la población de Corico, famosa por sus barcos, y en Eleusa, ceñida por el mar».

Por tanto, parece que procede de Corico, pero estos datos no ofrecen total seguridad. Desde luego no es razonable que se refiera a Anazarba, ciudad interior, al describir los métodos de pesca, pero no es prueba definitiva la mención de Hermes, porque la efigie del dios aparece en otras monedas de Cilicia.

En H. I 3 hace la dedicatoria al Emperador: «Oh Antonino, excelso soberano de la tierra», y es opinión generalmente aceptada que se refiere a Marco Aurelio, porque en H. II 682 y ss. concreta: «desde que gobiernan conjuntamente, ambos alzados en un poderoso trono, el excelente padre y su espléndido retoño: por cuyo gobierno está abierto para mí un dulce puerto».

La Suda situó a Opiano en tiempo de M. Aurelio Antonino. Su hijo sería M. Aurelio Cómodo. Si el hijo estaba ya asociado a su padre en el trono, el poema puede fecharse entre 177 y la muerte de M. Aurelio, en 180.

Fuentes de las obras

Citamos los autores de textos de Zoología anteriores o contemporáneos de Opiano, y algunos otros de misceláneas y obras que guardan cierta relación con la misma materia.

Corpus Hippocraticum (grupo de unos 60 escritos médicos), compuesto entre el 450 y el 350 a. C.: En el libro II de Perì Diaítes se hace una clasificación de animales comestibles.

Aristóteles (385-322 a. C.), Historia de los Animales, donde cita a otros autores: Esquilo, Alcmeón de Crotona, Ctesias de Cnido, Demócrito, Diógenes de Apolonia, Herodoro de Heraclea, Heródoto, Homero, Museo, Pólibo, yerno de Hipócrates, Simónides de Ceos, Syennesis de Chipre. Según Ateneo, Alejandro Magno dio a Aristóteles la suma de 800 talentos para sus investigaciones, y según Plinio, el Rey puso a disposición del filósofo millares de hombres para cazar, pescar, y observar todo lo que él deseaba conocer.

Teofrasto de Éreso (alrededor de 372-287 a. C.), que escribió Sobre los animales, obra que sólo conocemos por acotaciones.

Aristófanes de Bizancio (s. III a. C.) que hizo un Epítome de la Historia de los Animales de Aristóteles, extractado después por Sópatro de Apamea (s. v a. C.) y en tiempo de Constantino Porfirogénito (s. x d. C.).

Clearco de Solos (s. III a. C.) que compuso Perì enydron, o Tratado sobre los animales acuáticos.

Nicandro de Colofón (s. III a II a. C.) que escribió Theriacá y Alexiphármaca.

Antígono de Caristos (hacia el 200 a. C.) que fue el fundador de las maravillas zoológicas.

Trifón de Alejandría (s. I a. C.) que compuso un Perì z ō i ō n (Sobre los animales).

Dorion (s. I a. C.) autor de Perì ichthýon (Sobre los peces) citado por Ateneo.

Yuba II, rey de Mauritania, educado en Roma, reinstaurado en el trono por Octavio en el año 30 a. C., hombre erudito que proporcionó abundante información sobre Asiria, África y Arabia, según los datos aportados por Plutarco y Plinio.

Metrodoro de Bizancio (s. I d. C.) su hijo Leónidas, y Demóstrato escribieron obras sobre los peces (citadas por Eliano).

Alejandro de Mindos (s. I d. C.) escribió Perì zōiōn , Theriacós y Thaumasíon syn agog ē ; utilizó el Epítome que hizo Aristófanes de la Historia de los Animales de Aristóteles, así como las obras de Leónidas de Bizancio y Yuba, y fue una de las fuentes de Eliano, Dionisio Periegeta y Plutarco.

Pánfilo de Alejandría (s. I d. C.) autor de un lexicón en 95 libros, glosario y enciclopedia de información general, extractado en época de Adriano, y que fue la base del Lexicón de Hesiquio.

Plutarco de Queronea (s. II d. C.) que compuso De sollertia animalium y Bruta ratione uti (Sobre la inteligencia de los animales y Que las bestias usan la razón).

Pólux de Naucratis (Egipto), contemporáneo de Opiano, que escribió un Onomasticón en 10 libros, dedicado a Cómodo.

Eliano de Preneste (alrededor de 170-235 d. C.) autor de la obra De natura animalium o Historia de los Animales en 17 libros y Varia Historia en 14 libros.

Ateneo de Naucratis, algo posterior a Opiano, según propio testimonio, que escribió Deipnosophistai (Sabios sentados a la mesa) en 15 libros.

Marcelo de Side que compuso un poema sobre los peces Iatría en la época de Adriano (s. II d. C.), inspirado en las Coiranides 4 .

R. Keydell y M. Wellmann 5 al comparar las coincidencias entre Eliano y Opiano, llegaron a la conclusión de que habían utilizado fuentes comunes, y que el origen de sus datos, muchas veces, es más gramatical que científico, pues ambos aprovecharon los escolios de los poetas y todo el caudal proporcionado por historiadores y geógrafos, además del material de los naturalistas.

Entre los libros de caza, o que se refieren de algún modo a esta actividad en Grecia y en Roma destacan: Cinegética de Jenofonte (s. v a IV a. C.), la Ciropedia y la Equitación del mismo autor, la Cinegética de Gratio (19 a. C.), la Cinegética de Arriano (s. I d. C.), las Res rusticae de Varrón (116-27 a. C.), Res rustica de Columela (s. I d. C.), el Onomasticón de Pólux (alrededor de 138 a 188 d. C.), la Cinegética de Nemesiano (284 d. C.), la más semejante a la de Opiano, especialmente en el prólogo; y De re rustica de Paladio (s. IV d. C.).

Entre los libros de pesca o que se refieren a ella, citemos la Haliéutica de Ovidio (de 16 ó 17 d. C.) y algunos Epigramas de Marcial (s. I d. C.).

Cinegética. Lengua, estilo y métrica

La Cinegética 5 bis comprende unos dos mil ciento cuarenta y cuatro versos y está dividida en cuatro libros.

Schneider (ed. de 1776 y 1813) no creía posible que siendo la Haliéutica una obra tan perfecta y proporciona da, escrita en lengua bastante pura, perteneciese al mismo autor que la Cinegética, no tan bien estructurada, desprovista de bella forma e ingenio, y tan apartada del uso y analogía de la lengua griega. Aún en el caso de que la Cinegética hubiese sido compuesta antes, y por ello adoleciese de los defectos propios del trabajo de un joven inexperto, consideraba difícil que se pudiese operar tan profunda transformación de estilo.

Por el contrario, Lesky señala 6 : «en el aspecto formal representa un paso más la Cinegética de un tal Opiano de Apamea en Siria, que dedicó su obra a Caracalla. La materia, muy del gusto de la prosa griega, desde mucho antes, es tratada aquí en verso con gran derroche de figuras musicales, especialmente rimas».

Señalamos algunos de los recursos empleados: metáfora (C. I 121): «Barcos de alas de lino»; metonimia (C. III 199): «trabajo de llitía» = parto; comparaciones con escenas reales a semejanza de las homéricas (C. I 494): «como cuando una muchacha en el décimo mes lunar…»; símiles (C. I 520): «como una flecha del arco o como la silbadora serpiente»; exclamaciones, en las que alcanza gran altura poética (C. II 34): «¡qué dulce es dormir sobre las flores en primavera!»; «¡qué dulce en verano el lecho en el suelo de una cueva!»; anáfora (C. II 593 y ss): «ni entre todos los que recorren la madre tierra, dadora de todos los regalos, ni entre todos los que surcan con alas el ancho aire, ni entre éstos que hienden las salvajes olas en las profundidades».

Es muy destacable la atención que presta a los colores (C. IV 367): «Al igual que una jovencita en la estación de la blanca primavera…» y (C. II 447): «Su color es como el de la leche en primavera…»; a los olores (C. IV 370): «la fragancia le anuncia antes la suave violeta»; y a los sonidos (C. II 136): «y alto rugió el profundo mar y resonó el poderoso cuerpo de la costa siria», y (C. II 69): «así el estrépito del choque de los toros asciende al cielo».

Usa abundantemente la coordinación (C. I 368 y ss.): «y los carneros de retorcidos cuernos… y los fieros jabalíes… y los machos cabríos». Pero también gusta de enumeraciones aposicionales y paratácticas, a veces con climax ascendente como en C . II 422 y ss.: «tales saetas de fuego tienes tú, fiero espíritu, amargas, consumidoras, destructoras de la mente, enloquecedoras…»; y emplea un procedimiento yuxtaposicional semejante en los retratos, así en C. III 142 y ss.: «con hosco semblante; de dientes aguzados, mortífera y alargada su boca, la nariz oscura, los ojos penetrantes, el tobillo rápido, el cuerpo ágil, la cabeza ancha».

Abundan los excursos que se refieren a la vida campesina, a historias del pasado, a personajes míticos. Son cambios escénicos que proporcionan al poema agilidad y belleza. Así en C . I 239: «yo he oído que, hace mucho tiempo, un príncipe de extensas posesiones…». Algunas de sus versiones míticas son únicas o poco conocidas, por ejemplo C . II 128 y ss.. En algunos pasajes personifica a los animales, con lo cual se aproxima a la fábula (C. II 360): «huid hijos queridos…».

Haliéutica: Lengua, estilo y métrica

La Haliéutica está dividida en cinco libros y contiene unos tres mil quinientos versos. Según A. W. James es, ciertamente, la obra más importante que perdura completa de la época más temprana del último Perìodo de la poesía épica griega. En la época bizantina fue utilizada como libro escolar.

Los antiguos juzgaban su estilo brillante y suave además de denso y abundante, y ensalzaron las sentencias y los símiles. J. Tzetzes (s. XII) la llama «Océano de gracias»; Escalígero (s. XVI) compara su estilo con el de Virgilio; Schneider reprocha su exceso ornamental.

Según R. Keydell, Opiano trata los asuntos con esmero y se puede decir que pone todo su empeño en captar el interés del lector por medio de su atractivo estilo y sus frecuentes variaciones.

Opinión semejante sostiene G. Bürner 7 . Pero U. von Wilamowitz 8 censura su oscuridad, exceso, aridez y uniformidad. Asimismo A. Lesky dice que no consigue despertar nuestro interés.

Los investigadores modernos que han hecho un estudio comparativo de las dos obras de Opiano están de acuerdo respecto a la superioridad de la Haliéutica sobre la Cinegética.

La lengua de Haliéutica ha sido estudiada por A. Wifstrand 9 , K. Lehrs 10 , Th. Lohmeyer 11 y G. Munno 12 . Se observan en ella gran número de innovaciones morfológicas y flexivas. Algunos de sus adjetivos compuestos no aparecen antes.

A. W. James 13 hace un estudio detallado y minucioso de los adjetivos, sustantivos y verbos, tanto simples como compuestos, adverbios e innovaciones morfológicas; analiza y compara las nuevas formaciones con las de otros textos y llega a la conclusión de que el autor de Haliéutica tenía un profundo conocimiento, no sólo de los poemas homéricos, sino también de sus interpretaciones eruditas, y de que muchas de sus innovaciones parten exclusivamente de modelos homéricos. Generalmente, dice James, Opiano muestra moderación y buen gusto, y no es culpable de las monstruosidades (se refiere a las innovaciones) que ocasionalmente aparecen en escritores como el autor de Cinegética o en Manetón.

La versificación sigue las reglas de la técnica de Calimaco, como ha indicado P. Maas 14 . Respecto a las cesuras ha hecho interesantes observaciones A. Wifstrand.

Recursos poéticos

Citamos a continuación algunos de los recursos poéticos usados por Opiano en la Haliéutica: metáforas, así en H. IV 334: «la risa de la última ola»; metonimias, muy frecuentemente, «Anfitrite» por «mar»; abundantes comparaciones con hechos de la vida cotidiana, en los cuales pone de manifiesto su sensibilidad y ternura, así en H. IV 195 y ss.: «Como una madre está angustiada en su corazón, temblando por el agudo dolor de su tierna hija en el trance de dar a luz a su primer niño…», y en H. IV 256 y ss.: «como cuando los padres transportan desde la casa a la tumba llena de lágrimas el cadáver de un niño muerto recientemente…».

Utiliza símiles (H. V 654): «corta como un segador el cuerpo de las esponjas»; exclamaciones (H. III, 457): «¡Necios peces, no saben cuánto más astutos son los hombres!», y (H. IV 413 y ss.): «Pero ¡que el hijo de Cronos, señor de lo profundo, evite este daño a nuestros marineros!», y anáforas (H. II 587 y s.): «ya surca las profundas olas como un huracán, ya se zambulle en las más bajas honduras».

Pasajes enteros están tomados de los poemas homéricos, como ocurre en H. IV 406 y ss.: «Cuando a una barca echada a pique por la tempestad…».

Destaca vivamente los colores, así en H. V 270 y ss.: «hierve el agua infinita con la sangre de la bestia y el grisáceo mar está de color rojizo»; asimismo los sonidos están realzados con el uso de aliteración, como en H. V 294 y ss.

Abundan los excursos sobre sucesos extraños y maravillosos del pasado, leyendas y costumbres de otros pueblos, así en H. II 497 y ss.: «Ese aguijón es el que una vez dio a Telégono su madre Circe…», y en H. IV 203: «Costumbres de matrimonio semejantes yo oigo que practican los asirios que moran más allá del río Tigris, y los habitantes de Bactra, pueblo de arqueros». Entre ellos destacan la leyenda de Mirra (H. III 403 y ss.), la leyenda de Menta (II. III 486 y ss.) y la del Pan de Corico (H. III 15 y ss.).

Por último diremos que personifica en algún pasaje a los animales, como en H. II 304: «¿Por qué te agazapas, astuto?» y que, a veces, su estilo se torna sentencioso, como se puede observar en H. I 683: «pues la edad hace a los hombres discretos», y en H. V 94 y ss.: «Así ni del valor ni de la belleza se obtiene tan gran provecho como de la sabiduría; y la fuerza con necedad es vana».

Comparación de algunos pasajes de « Cinegética» y «Haliéutica»

Nos parece oportuno señalar algunas de las coincidencias de asunto y forma de Cinegética y Haliéutica. La semejanza, tan acusada incluso en pequeños matices, a veces nos lleva a pensar que va más allá de la habilidad de un mero imitador.

Así en H. II 576 y ss., al describir la lucha de los amias y el delfín: «muchos se agarran a su cabeza, otros a sus grisáceas mandíbulas, otros se clavan en sus aletas; muchos fijan en sus costados sus quijadas asesinas, otros cogen el final de su cola, otros por abajo su vientre»; y en C. II 260, refiriéndose al ciervo y las serpientes: «Algunas arriba se dirigen a su cabeza y le clavan sus dientes en las cejas y frente, otras abajo desgarran con la boca su esbelto cuello y pecho, sus lomos y su vientre, otras se adhieren a sus costillas por cada lado».

En H. IV 549 ss., refiriéndose a las pelámides: «Al contemplarlas incluso un hombre de corazón de piedra se apiadaría de ellas por su desgraciada captura y muerte». Y en C . II 251: «A pesar de su crueldad quizá te apiadarías del voraz monstruo». De este modo explica la lucha del ciervo y la serpiente en H. II 291 y ss.: «y saca al reptil a tirones, y lo devora sin cesar, mientras la serpiente se enrolla alrededor de sus rodillas, su cuello y su pecho; y algunos de sus miembros yacen desparramados medio comidos, y todavía los dientes devoran muchos de ellos en las mandíbulas del ciervo»; y en C . II 248 y ss.: «y mientras aquella se enrosca alrededor de sus rodillas y su cuello, incesantemente la devora; y quedan esparcidos en la tierra muchos restos temblorosos y con espasmos de muerte».

Muy estrecho es el paralelismo en los pasajes que tratan de la colocación de redes. Así en H. III 66 y ss.: «Pero el pescador debería desplegar la vela a favor del viento: hacia el Bóreas, cuando sopla el húmedo Noto, hacia el Noto, cuando el Bóreas guía al mar; cuando se levanta el Euro hacia los senderos del Céfiro, y hacia el Euro lleve su barca el Céfiro»; y en C. IV 72: «Que den la espalda y las extiendan hacia el Noto, cuando se levanta el claro Bóreas; pero hacia el Bóreas, cuando brama el Noto fresco de rocío. Las lleven las brisas del Céfiro, cuando se levanta el Euro; cuando se agita el Céfiro las dirijan rápidamente hacia el Euro».

Asimismo las correspondencias son muy acusadas en aquellos versos que señalan las horas más apropiadas para la pesca y la caza en las distintas estaciones. Así H. III 63 y s.: «En la floreciente primavera el día entero es propicio para toda clase de pesca»; y en C . I 114 y ss.: «La luz toda se despliega propicia, serena, para que el cazador corra el día entero en la frondosa primavera».

Respecto a las cualidades del cazador y el pescador se advierte igual concordancia. Así en H. III 29 y ss.: «Ante todo el pescador debería tener cuerpo y miembros a la vez ágiles y fuertes, ni excesivamente gordos ni faltos de carne, porque, frecuentemente, para sacarlos a tierra, debe luchar con poderosos peces que tienen desmesurada fuerza»; y en C. I 81 y ss.: «Primero, dádme ágiles jóvenes que no sean muy gordos. Pues el cazador debe montar el noble caballo entre los riscos, debe brincar zanjas…».

El esquema es muy similar en lo que concierne a los ardides y costumbres de los animales. Así en H. II 86 ss., y en C . III 433 ss.

La aproximación es evidente en H. II 247 ss., y en C. III 173 ss. Situaciones semejantes se describen en H. V 579 ss.; y en C. III 118 ss., y en varios otros pasajes.

Sobre aparejos, artes, instrumentos y métodos de pesca

Muchos de los aparejos, artes, instrumentos y métodos de pesca mencionados por Opiano perduran aún, y son utilizados por los pescadores del Mediterráneo.

El aparejo de caña y mano llevaba amarrado al cordel un filamento de crin de caballo y un anzuelo curvo de bronce.

El delfín de plomo de que nos habla Opiano era un anzuelo de cebo artificial que aún se emplea.

El polyankístron sustancialmente es lo que en España llamamos «palangre» y que hasta hace muy poco tiempo ha tenido enorme interés en las costas mediterráneas: De un largo cordel madre penden ramales con anzuelos; cuando no está en uso, los anzuelos se adujan en cofas de esparto o palma clavándose en el borde superior de la espuerta.

Respecto a las redes, aunque no es fácil describir con precisión cada una de ellas, parecen semejantes a las redes actuales con relingas de corchos y lastres de plomo, si bien ahora, junto al algodón, cáñamo y lino, se emplean en su fabricación fibras sintéticas, y los corchos han sido sustituidos por flotadores de plástico o vidrio.

La red llamada grîphos (nombre genérico) y la sagena quizá eran semejantes al trasmallo: dos redes paralelas de mallas anchas entre las cuales se encuentra otra de malla tupida más fina, que se calan verticalmente con flotadores y plomos, o quizá re des de arrastre con dos pernadas y un copo como el «bou» o la jábega de nuestras costas.

La denominada gángamon parece semejante a los gamberos actuales, con un armazón de hierro y una red en forma de saco de malla tupida donde se almacenan las capturas. Del armazón de hierro salen cabos, y, en el punto de encuentro de éstos, hay un grueso cable que va amarrado a la embarcación desde la que se arrastra el aparejo.

La hypoché parece una red en forma de bolsillo, de empleo manual, que se impulsa mediante un fuerte mango por el fondo, en aguas poco profundas, manteniéndose abierta la boca por medio de un marco semicircular; se emplea para la pesca de langostinos o camarones.

La cálymma es una red de cubierta o envoltura, cuya forma y uso es difícil determinar con exactitud. Puede ser semejante a la red arrojadiza llamada amphíblestron; o quizá una red de bolsa similar a la hypoché usada en las Espóradas para capturar la langosta: Provista de un palo lleva en la parte superior del bolsillo un trozo de corcho de modo que queda abierto en toda su altura. Cuando entra la langosta, se eleva el arte bruscamente, y el peso del animal, haciendo de báscula, arrastra el bolsillo de arriba a abajo.

La red que Opiano denomina sphaíron parece que es nuestro esparavel, que se lanza desde la orilla o desde una lancha cayendo en forma circular sobre el agua.

Las redes semejantes a ciudades, mencionadas por Opiano en el pasaje de la pesca del atún, son similares a las almadrabas que se han usado en el Mediterráneo hasta tiempo reciente: un sistema de redes fijas colocadas junto a la costa forman una barrera que intercepta el paso de los peces migrantes; el cuadro de redes está subdividida en numerosos compartimentos hacia donde se dirigen los atunes.

Las nasas de mimbres, esparto, o juncos entrelazados, formando una especie de cestos, empleadas en la captura de langostas, bogavantes, calamares, anguilas y quisquillas, eran semejantes a las actuales, que todavía conservan su carácter industrial, aunque su interés ha decaído en el ánimo de los pescadores.

La potera o calamarera con su corona de púas o alfileres es en todo igual a las actuales.

El arpón es utilizado aún por los pescadores en la modalidad de pesca submarina, aunque su forma ha ido evolucionando.

Opiano menciona cebos que consistían en una mezcla de harina, queso y leche cuajada. Pues bien, todavía en algunas playas del norte de España se atrae a los peces con pasta de huevas de bacalao amasadas con harina o algo semejante; y en el litoral levantino, a veces, con una masa de harina y anchoas.

La captura por medio del arrastre de una hembra viva se ha mantenido a lo largo de los siglos. Tenemos un testimonio en el libro de Belisario Acquaviva 15 (s. XVI): «Estando yo en Tarento, recuerdo haber presenciado un hecho extraordinario. Lo referiré. Un cierto pez llamado “cefalón” perseguía por las aguas a una hembra de su especie, presa del morro y arrastrada por el hilo de los pescadores». Aún hoy se pescan así las jibias en la isla de Mallorca y otros lugares del Mediterráneo. En nuestras costas se llama pesca «al curricán» el arrastre de un pequeño pescado vivo (a veces con plumas y trapos). Es muy empleado este método por los moros del N. de África desde tierra.

Respecto al uso del fuego para atraer a los peces, todavía pervive en la isla de Mallorca un procedimiento muy parecido al antiguo: la pesca «al vol», que consiste en arponear peces grandes con la fisga o arpón, cuando pasan cerca de la barca. Esta operación la efectúan de noche dos o tres hombres que cuelgan de la popa un tedero (pieza formada por rejas de hierro sobre la cual ponen teas para alumbrar). En los puertos de Alicante se ha usado hasta tiempo reciente la «llum», trío de barcas, una de las cuales llevaba faroles, y que ahora se ha convertido en traíña con potentes lámparas eléctricas, de gasolina o butano y una sola embarcación.

En lo que concierne a la pesca con veneno, todavía se usa este procedimiento en algunas regiones cálidas para atontar a los peces. Se vierte el tóxico en el agua y se espera a que actúe, recogiendo luego los peces muertos que flotan en la superficie. A veces se emplean plantas narcóticas en los cebos, o sulfato de cobre, para obligar a salir de las rocas a determinadas especies.

Verdaderamente curioso resulta el artificio que nos describe Opiano en la pesca de los sargos: el disfraz caprino, aprovechando la extraña afición que ellos sienten por las cabras.

En Grecia aún se pescan esponjas buceando. En la actualidad la mayor parte de los pescadores de esponjas y de coral son griegos. Plinio menciona la costumbre de sumergirse llevando en la boca una esponja empapada en aceite para soltarlo poco a poco y Opiano habla de un buche de aceite. Con esta curiosa práctica trataban de mejorar la visión subacuática, ya que el aceite, extendiéndose ante los ojos del buceador, modifica el índice de refracción del agua (véase A. RIBERA JORDÁ , La Pesca submarina, Barcelona, Hispano-Europea, 1976, donde se dice que el pueblo griego cuenta también con el galardón de las primicias de la inmersión submarina).

En cuanto a la vigorosa secuencia de la captura de la ballena, sabemos que, hasta época muy reciente, se ha practicado y quizá todavía se practica en algunos lugares un método similar; así en Annobón (Guinea Ecuatorial) la pesca del ballenato guarda estrecha semejanza con el procedimiento descrito por Opiano.

Aspecto científico, creencias religiosas y morales en la «Cinegética» y en la «Haliéutica»

En cuanto al aspecto científico, cabe señalar que los datos, recogidos por Opiano en gran parte de la tradición, son bastante acertados, pero la Cinegética contiene algunos errores, sobre todo en lo que concierne a la interpretación de las causas o fines de los hechos. Así, refiriéndose a las glándulas suborbitales del ciervo dice Opiano en C. II 181: «las narices tienen cuatro orificios, cuatro conductos para la respiración»; o cuando explica que el oso se lame los pies para saciar el hambre, siendo la verdadera causa la muda del tejido de sus plantas.

Por otra parte, tiende a dar cabida al elemento maravilloso y extraño, así, refiriéndose al órix en C. II 454: «y se dice que esos cuernos son de naturaleza venenosa». Cree en la generación espontánea (C. II 560 y ss.): «Yo ignoro de dónde proceden, pero digo, según he aprendido, que quizá esta mortífera raza brota de las rocas, o quizá son hijos del suelo… Pues también en las profundidades del mar de caminos de agua hay tribus que nacen por sí mismas y sin madre».

Respecto a las creencias religiosas y a la moral, evidentemente están encuadradas dentro del estoicismo. Existe una razón universal (C. III 464): «¡Oh padre Zeus cuántas cosas has inventado, cuántas formas has creado para nosotros!». Destaca la primacía de la naturaleza (C. III 112): «¡en tan gran medida es la naturaleza más poderosa que todo lo demás!». Todas las cosas están ligadas entre sí, y existen atracciones o rechazos mutuos; así, en C. II 426 y s.: «Es una maravilla cuando los alados francolines brincan en el moteado dorso del cornudo cervatillo»; y en C. II 233 y s.: «Pero todas las razas de las serpientes y los ciervos mantienen amargo y recíproco odio».

Reprueba la lujuria; así, refiriéndose a la liebre en C. III 523 y s.: «y nunca la desvergonzada hembra olvida su lascivia»; el asesinato, en C . II 442 y s.: «miserable soûbos, perverso, por ti, astuto y asesino de peces los pescadores tramarán en adelante la matanza marina»; los celos, en C. III 237: «¡Oh padre Zeus, qué salvaje es el corazón de los celos»; la guerra, en C. III 210 y s.: «Del mismo modo que en la penosa guerra los crueles combatientes matan a un niño ante los ojos de su madre…».

Por otro lado, en la Haliéutica sorprende la rigurosa exactitud de muchos de los datos. Así, cuando señala la ausencia del pulpo y la langosta en el Mar Negro; en efecto, la composición del agua es inadecuada para el desarrollo de cefalópodos, equinodermos y otras especies.

Son numerosos los aciertos en lo que concierne al comportamiento de los peces. Así en H. III 121 dice: «la lubina cava en las arenas con sus aletas una trinchera», y es verdad que la lubina o róbalo se entierra en la arena cuando se ve cercada por las redes de pesca.

De los mújoles explica en H. II 649: «Comen verdes algas marinas e incluso el mismo barro»; y es cierto que ellos se alimentan de los detritos en suspensión en el agua o los contenidos en el limo del fondo.

En H. V 64 indica la escasa potencia visual de algunos grandes peces: «pues ellos no ven de lejos». Efectivamente, al parecer, los tiburones tan sólo perciben las variaciones de la intensidad de la luz.

En H. I 263 y s. dice que «el bogavante alberga en su corazón un amor desmesurado e indecible por su propio cobijo» y que en poco tiempo regresa al lugar del cual se le ha alejado por la fuerza; desde luego, no emprende migraciones largas: ejemplares marcados han sido capturados nuevamente a cuatro o cinco km de distancia, como máximo, del lugar donde fueron soltados. Generalmente los peces no tardan en reconocer los puntos de referencia de su espacio vital; se ha comprobado que lubinas capturadas durante la estación de la freza, marcadas y transportadas a distintas zonas, una vez liberadas, regresaban al lugar de origen, donde fueron recapturadas en las zonas de freza; y que los salmones vuelven a los ríos donde nacieron.

Respecto al pez piloto que, según Opiano, guía a la ballena, está comprobado que esa especie acompaña a los grandes escualos y mantas o rayas gigantes, y nada en los cardúmenes de los grandes túnidos.

En cuanto al aguijón de la pastinaca que Opiano considera mortífero, lo cierto es que ese pez posee en la base de su cola un aguijón defensivo y eréctil cuya picadura puede provocar una dolorosa inflamación local y fiebre alta.

Conoce la migración de las especies y el parasitismo. Así, informa en H. I 615 y ss.: «Se agrupan todos juntos en bancos, reuniéndose en un lugar al que acuden desde sus diversos escon drijos»; y, refiriéndose al cangrejo, en H. I 324 y s.: «Porque en cuanto ven una concha completamente aislada, por haber abandonado el hogar su propietario, se introducen bajo la ajena cubierta».

Tiene noticia de la influencia de la luna sobre los seres vivos, y barrunta algo de los ciclos de energía vital; así, refiriéndose a los testáceos, dice en H. V 590 y s.: «Se dice que todos ellos en la luna creciente están más llenos de carne».

Señala que las anguilas vienen de los ríos en H. I 120; y lo cierto es que las larvas, llevadas por las aguas del Atlántico, llegan a las costas europeas, entran en las aguas salobres y después remontan los ríos.

Cuando dice en H. I 747 y s.: «Otros protegen a sus hijos atemorizados acogiéndolos en la boca a modo de casa o nido» no yerra, pues es sabido que los cazones (tiburones pequeños) protegen a sus crías metiéndolas en la boca; además, otros muchos peces marinos y de agua dulce practican la incubación oral y, cuando salen las crías, pululan alrededor de la cabeza de la madre que los llama a su boca mediante movimientos de retroceso, si se presenta alguna alteración anormal.

Acierta, cuando indica en H. II 398: «pues los peces también respiran», ya que, generalmente, obtienen oxígeno moviendo el agua, pero también hay peces que practican la respiración aérea.

En la descripción de la rémora, en H. I 215 y s. dice: «Bajo su cabeza se dobla la boca aguzada y curva, como la punta de un curvado anzuelo». Pero hay una confusión con la lamprea; y exagera cuando afirma que es capaz de inmovilizar una nave.

Describe con bastante precisión algunas tretas defensivas de los peces, así, refiriéndose al orcýnos en H. III 136 y s.: «y si tocan el fondo en seguida golpean su cabeza contra el suelo, y se desgarran la herida, y escupen la punta». Es el mismo procedimiento que sabemos emplea la murena arponeada, ya que se enrosca sobre sí misma y alrededor del arpón intentando desgarrarse.

Su adhesión a las doctrinas estoicas se pone de manifiesto en su referencia a la unidad de la naturaleza (H. I 409 y ss.): «¡Oh padre Zeus, en ti y de ti tienen sus raíces todas las cosas, ya habites en la más alta morada del cielo o habites en todas partes!»; y en la trabazón que ve entre todos sus elementos (H. I 417 y ss.): «puesto que no está el cielo sin relación con el aire, ni el aire sin nexo con el agua, ni el agua separada de la tierra».

Cree que existe un encadenamiento riguroso y complejo de causalidades cuyo conjunto equivale al destino, y la ley divina es inmutable (H. II 4 y ss.): «Pues ¿qué pueden hacer los mortales sin los dioses? Ni tan siquiera levantar un pie del suelo»; y en H. II 8 y ss.: «Y un destino inmutable obliga a los hombres a obedecer, y no hay fuerza ni poder por los cuales uno lo arranque con arrogancia y con tercas mandíbulas, y escape, como un potro que rechaza las bridas».

Elogia las virtudes y capacidades del ser humano (H . V 9 y s.): «pues no hay nada más excelente que los hombres, a excepción de los dioses. Solamente a los inmortales cederemos el sitio». Ensalza la justicia, pero en cuanto a su presencia entre los peces muestra cierta contradicción, pues en H. II 44 afirma: «Entre los peces no hay justicia digna de ser tenida en cuenta, ni respeto, ni afecto»; en cambio, en H. II 654: «y así entre todos los seres se asienta la dignidad de la venerable Justicia».

Destaca la solidaridad en H. IV 48: «Cuando un escaro ha sido capturado en la bien entramada nasa, otro le arrebata y le salva de la muerte». Y en H. IV 242: «Por el amor y mutua ayuda perecen también el gáleo y los peces perro»; y la amistad (H. IV 323 y s.): «las cabras reciben al amigable coro de buen grado y los sargos no se sacian de alegría». Menciona la repulsa de contrarios en H. II 252 y ss.: «En mayor medida que todos los demás mantienen un acerbo y recíproco odio la impetuosa langosta, y la murena, y los pulpos». Y elogia la piedad filial en H. V 84 y s.: «Como un hijo rodea de cariño a su anciano padre, con solícita preocupación por sus años…»; y el amor maternal (H. V 550): «La madre nunca lo abandona».

Reprueba la gula y la ociosidad, así en H. II 217 y ss.: «Escuchad, generaciones de hombres, qué fin está reservado a los insensatos glotones», y en H. II 219 y s.: «Ojalá algún hombre con este ejemplo aparte de su corazón y de su mano la ociosidad…».

Libros relacionados con Opiano

Dos libros curiosos relacionados con las obras de Opiano son: La caza y la cetrería de Belisario Acquaviva (cf. n. 15), y un poema sobre la caza de Nicolás Fernández de Moratín.

Belisario Acquaviva combatió a las órdenes del Gran Capitán en Ceriñola y Garellano, y Fernando el Católico le concedió el ducado de Nardo. Escribió un tratado en latín en el que ensalza y enseña el arte de la caza, basándose en la Cinegética de Opiano, de la cual recrea varios pasajes. El mismo autor confiesa que buscando algo sobre qué escribir en sus ocios literarios llegó a sus manos una obra de Opiano sobre la caza «encontrada en los confines de Yapigia».

Nicolás Fernández de Moratín compuso un poema, La Diana o Arte de la Caza en sextas rimas en el año 1765 16 . Expone en su obra el origen y antigüedad de la caza y menciona peligros y enseñanzas, caza de aves y fieras, peces y astros. Y hace una expresa referencia a Opiano: «ni el grande emperador callar pretendo/que de la caza piscatoria a Opiano/los elegantes números oyendo/con franca, liberal, y larga mano/dio al poeta dulcísimo y sonoro/por cada verso una moneda de oro». Y a lo largo de todo el poema se perciben claras resonancias de Opiano. Así cuando dice, refiriéndose a Diana: «Esta beldad, del parto temerosa, aborreció los tálamos nupciales».

Ediciones de Opiano

Edición príncipe de Haliéutica: Oppiani de natura seu venatione piscium libri quinque, Bernardus Junta, Florencia, 1515.

Edición príncipe de Cinegética: Oppiani de piscibus libri V, Eiusdem de venatione libri IV. Laurentio Lippio interprete libri V, Venecia, Aldo, 1517.

Oppiani de Venatione libri IV, París, Vascosanum, 1549.

Oppiani Anazarbei de Pisca tu libri V, de Venatione libri IV, París, Turnebum, 1555.

Oppiani Anazarbei de Piscatu libri V. Laurentio Lippio interprete, de Venatione libri IV, París, Morelium, 1555.

Oppiani Poetae Cilicis de Venatione libri IV, de Piscatu libri V, Cum Interpretatione latina, Coment ariis et Indice rerum… Conradus Rittershusius, Lugduni Batavorum, 1597.

Poetae Graeci veteres carminis heroici scriptores qui exstant omnes, apposita est e regione latina interpretado, Iacobus Lectius, Aureliae, 1606.

Oppiani Poetae Cilicis de Venatione libri IV et de Piscatione libri V cum paraphrasi graeca librorum de Aucupio, graece et latine. J. G. Schneider, Argentorati, König, 1776.

Oppiani Poemata de Venatione et Piscatione cum interpretatione latina et scholiis… Tomus I Cynegetica J. N. Belin de Ballu. Argentorati, 1786 (el editor publica al año siguiente también en Estrasburgo una buena edición francesa con notas críticas y un extracto curioso de El Domaïri).

Oppiani Cynegetica et Halieutica… enmendavit Johannes Gottlob Schneider Saxo. Accedunt versiones latinae metrica et prosaica, plurima anecdota et index graecitatis, Leipzig, 1813 (la versión métrica de Cinegética es de David Peifer, 1555, no hay versión métrica de Haliéutica).

Oppiani et Nicandri quae supersunt… graece et latine edidit F. S. Lehrs, Poetae bucolici et didactici, París , Didot, 1846.

Oppian ‘s des Jüngeren Gedicht von der Jagd… I Buch, metrisch übersetzt und mit erklärenden Bemerkungen versehen von Max Miller, Programm, Amberg, 1885; II Buch (1-377), München, 1891; IV Buch, Programm, Amberg, 1886.

Oppiani Cynegetica (Oppien d’Apamée La chasse), edición crítica , P. Boudreaux, París, 1908.

Traducciones de Opiano

La traducción latina de Laurentius Lippius, impresa en 1478, precede en treinta y siete años a la primera edición del texto griego. Otras traducciones latinas han sido citadas ya en la relación de ediciones.

En lenguas vernáculas: Florent Chrestien tradujo los cuatro libros de la Cinegética en verso francés, y dedicó la obra al Príncipe de Béarn (Enrique IV), del cual era preceptor, a mediados del s. XVI.

Pierre de Fermat, ilustre consejero de Tolosa, hizo una traducción en prosa de la Cinegética de Opiano y Arriano, Traités de Chasse composés pour Arrian et Oppian traduits en français, Paris, 1680. Sólo contiene los dos primeros libros. Hay una traducción inglesa en verso de Haliéutica de Diaper y Jones, Oxford, 1722. Nueva versión de la Cinegética en francés de M. Limes, París, 1817. Traducción de Cinegética y Haliéutica en italiano de A. Salvini, Florencia, 1728; Milán, 1864. Reaparece en francés la Cinegética y Haliéutica en la Collection des petits poèmes grecs, por Augusto Desrez, París, 1839. Otra traducción de Cinegética y Haliéutica en francés de C. J. Bourquin, La Pêche et la Chasse dans l’antiquité, Coulommiers, 1878. La traducción de Cinegética y Haliéutica en inglés de A. W. Mair, Oppian, Colluthus, Tryphiodorus, Londres, Loeb. Class. Libr., 1928, ha tenido varias ediciones; la 4.ª en 1987.

Sobre esta traducción

La presente traducción de Opiano se ha realizado con la intención de llenar de algún modo el vacío y desconocimiento en nuestra lengua de las obras de un autor injustamente olvidado o relegado, a pesar de la alta calidad y la belleza de contenido de sus versos.

Quizá nuestra época, curiosa y escudriñadora, esté más dispuesta y capacitada que otras para estimar a Opiano y devolverle su antiguo prestigio, no sólo porque, después de muchos años de procurar saber cómo son los animales, ahora la ciencia desea saber cómo viven, y en este aspecto enlaza otra vez con los antiguos, sino también porque la sociedad actual tiene apetencia del elemento maravilloso y extraño. Opiano puede atraernos porque relata con deliciosa ingenuidad hechos sorprendentes, casi de ciencia-ficción, a la vez que nos informa de las costumbres de su tiempo y de sus propios sentimientos. Por otra parte, no existen prejuicios de otrora para rechazar las escenas de crudo realismo que aparecen en algunos pasajes.

Siempre es difícil tarea verter en prosa el brillo, el color y la musicalidad de los versos; pero es que, además, Opiano es un inventor audaz de vocablos novedosos, o recreador de otros escasamente usados con anterioridad; y hay otro escollo añadido: el de la parte científica.

Particularmente en el tratado de la pesca muchas de las especies mencionadas se nos escurren o metamorfosean cuando intentamos apresarlas; a veces son de difícil identificación (Opiano cita por vez primera dieciocho especies; algunas nunca aparecen en otros autores), bien por haberse extinguido o porque llevan nombres que sirven ahora para designar especies completamente distintas.

Hemos seguido el texto de la Loeb Class. Library, fijado por A. Mair, 4.ª ed., 1987, y hemos consultado también la edición de Schneider de 1813.

Si conseguimos despertar de algún modo la curiosidad y el interés por las obras de Opiano habremos cumplido una parte de nuestro propósito. Quizá, al menos, sirva esta traducción de reclamo o cebo para otros traductores que se propongan superarla.

De la caza. De la pesca. Lapidario órfico.

Подняться наверх