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ОглавлениеINTRODUCCIÓN1
El Chile de Salvador Allende fue un Chile paradójico y difícil de descifrar desde Washington. Esto porque las representaciones construidas sobre el país se tensionaron en la visión de Chile como un oasis democrático en una región convulsionada. La discusión sobre esta imagen política sigue vigente hasta nuestros días y tiene un poder político decisivo. Es una mirada que recorre imaginarios internacionales, pero también define drásticamente los devenires propios del país. En momentos decisivos de nuestra historia, se nos ha preguntado y nos hemos preguntado qué tipo de democracia tenemos y qué nos define como país, y si bien hay distintas respuestas, siempre la controversia se somete a la percepción de la excepcionalidad democrática chilena. Ese mito ha recorrido nuestra historia y está más presente que nunca.
Esta historia nos puede ayudar a entender los efectos que ha tenido la noción del jaguar latinoamericano o la decepción latina. Si bien no pretendemos estudiar la construcción de la autopercepción de superioridad, proponemos una historia que estudie el impacto que tuvo esa batalla de imágenes políticas en Washington, en el momento que apareció el desafío de la Unidad Popular y tuvieron que comenzar a construir una política exterior. Aferrándose a nociones históricas, preconcepciones ideológicas y anhelos políticos, los estadounidenses comenzaron un proceso de interpretación y proyección, basado en una idea casi narcisista de que estaba en sus manos definir el futuro de Chile.
De esa forma se fue desarrollando un tipo de vértigo institucional en un espíritu de Guerra Fría y de acontecimientos dramáticos. El Chile de Salvador Allende, este pequeño y largo país del sur, tenía el potencial para retar a Estados Unidos y al mundo, y algunos lo leyeron como un duelo a muerte; otros no. Pero ese es el tema con las percepciones: trabajan en la dimensión más íntima, determinando una multiplicidad de lecturas. De todas formas, la pregunta decisiva fue: ¿Era Chile una república bananera o un paraíso democrático?
Lo que propone este libro es valorar históricamente lo que nos entregan los documentos desclasificados estadounidenses, publicados en dos volúmenes, el año 2014 y 2015, por el Departamento de Estado en la serie Foreign Relations of the United States (FRUS). Abarcando desde 1969 hasta 1973, se van a analizar las relaciones entre Chile y Estados Unidos desde la perspectiva de la mirada desclasificada: un análisis de cómo los burócratas y políticos estadounidenses leyeron el Chile de Salvador Allende, rescatando las representaciones e imágenes políticas que definieron las decisiones de política exterior estadounidense.
Los documentos diplomáticos desclasificados por el Departamento de Estado permiten que nos adentremos a ese mundo. Nos abren la puerta a un recorrido por los escritorios donde se narraban experiencias en Chile, las conversaciones de pasillo en Washington, los enfrentamientos y consensos que quedaron plasmados en papeles que, en su mayoría, se han mantenido inexplorados. Esto debido a que historiográficamente solo se consideraron aquellos que contaban una historia de la intervención y dólares.
De esta forma, vamos a entrar a una dimensión a menudo ignorada, pero que nos entrega una oportunidad de análisis invaluable. Detrás de cada debate, decisión y política exterior anunciada, existió un proceso complejo que se nos revela en aquellos párrafos que se desecharon en las primeras lecturas historiográficas. Rescatar esa mirada desclasificada se presenta como una tarea necesaria en el impulso de renovar los estudios históricos desde las preguntas del presente, sobre todo al comprender que las relaciones internacionales son, inevitablemente, un encuentro cultural entre naciones y tienen un efecto profundo en la política interna. El Chile actual, aquella nación que estalló, pide en forma urgente una definición, despejando todas aquellas herencias históricas de excepcionalismo, reactivando el debate sobre los pilares de nuestra sociedad, las fuerzas internas y nuestra posición en el mundo. Una de las formas de animar el debate es proponiendo una historia sobre las imágenes de excepcionalismo y sus impactos.
Como en el presente, el proceso burocrático y político de representar, imaginar y discutir es arduo. Desde ese tiempo y espacio, cualquiera pensaría que responder la pregunta del peligro de Chile en un contexto de Guerra Fría y marxismo democrático fue fácil. Pero el camino estuvo lleno de contradicciones, tensiones, decepciones y arrebatos. Analizar este camino de interpretación desde las narrativas de comprensión del otro, no solo nos permite identificar las imágenes políticas en conflicto, sino que también nos permite develar los antagonismos entre burócratas, políticos y agentes, que fueron surgiendo en la trama, en un proceso donde se entretejieron conflictos institucionales, políticos y personales.
El tema de las relaciones entre Chile y Estados Unidos ha sido profusamente estudiado a través de documentos que develan o niegan una intervención, por una gran variedad de autores. Lo novedoso de este trabajo es su apuesta metodológica: develar la dimensión más cotidiana del proceso de política exterior, trascendiendo a la pregunta de la responsabilidad de Estados Unidos en el golpe de Estado de 1973. Conociendo los límites documentales, se asume una contextualización del conflicto de intervención, pero a la vez se propone un desafío: buscar las otras historias que nos puede contar esta documentación y que permiten enriquecer nuestro conocimiento sobre el fenómeno.
Siguiendo estas pistas se invita a la lectura de una historia de actores, representaciones, imágenes políticas y apuros cotidianos, entrelazados en un conflicto internacional en el momento que Chile se embarcó en aquel experimento de marxismo democrático, inspirando admiración y desafiando el mundo como se había conocido. ¿Era posible? Y de ser así, ¿qué significaba para Estados Unidos?
El libro se divide en seis partes: la introducción, cuatro capítulos y la conclusión. En la introducción, vamos a ver la discusión historiográfica, el marco teórico y una breve reseña de los documentos utilizados.
El primer capítulo va a mostrar a los actores y fuerzas que movieron a la política exterior estadounidense de la época, sentando las bases del escenario en el cual se desenvolvió la cultura política que le dio un significado a Chile. Asumiendo el contexto mundial de Guerra Fría y el convulsionado fin de la década de los años 60, se van a introducir en el factor doméstico de la política exterior estadounidense, las demandas de los ciudadanos y los anhelos de los arquitectos de esta política internacional.
Los siguientes capítulos se ordenan según los hitos que se consideraron significativos en el proceso de interpretación y toma de decisiones estadounidenses con respecto al Chile de Salvador Allende. Tal o cual reacción internacional ante los desafíos de la Unidad Popular, tenía un impacto potente y no era una decisión que se pudiera tomar a la ligera. Ante cada desafío se dieron distintos conflictos de representación, donde fueron apareciendo varios personajes, siempre en tensión. De esta forma se fueron delineando dos bandos, ordenados en dos imágenes políticas: Chile como una excepción democrática y Chile como una república bananera.
El Capítulo II trata la elección presidencial de 1970, retratando la forma en la que fue vivida la posibilidad de una presidencia marxista elegida y estableciendo que la preocupación fue aumentando de forma progresiva. No hubo consenso sobre el dramatismo. Incluso, para muchos, todos los candidatos eran perjudiciales y a Estados Unidos arriesgarse a intervenir le costaría un escándalo internacional. El recuerdo de Bahía de Cochinos y Vietnam era una pesadilla para la Casa Blanca. De esta forma, Chile se fue presentando como una paradoja difícil de descifrar. Las ansiedades aumentaron una vez que fue elegido Salvador Allende por el Congreso Nacional, deteniendo las empresas torpes de las agencias de inteligencia estadounidense. El capítulo trata de delinear los principales actores, las ideas fuerza y busca dar luz sobre las representaciones que fueron surgiendo tímidamente desde las distintas esferas.
El tercer capítulo trata los desafíos que se vivieron en la presidencia de Salvador Allende, partiendo con los primeros meses de su administración y culminando con las reuniones del Club de París sobre la renegociación de la deuda externa de Chile. Una vez elegido Salvador Allende, tuvieron que construir una política para Chile llamada cool and correct, y ella refleja los conflictos entre ambas culturas políticas, los cuales fueron complejizando las relaciones. Poco a poco, las imágenes políticas de excepcionalidad democrática versus estereotipo latino fueron determinando decisiones concretas, significando verdaderas batallas en el aparato de política exterior estadounidense.
El cuarto y último capítulo se centra en la crisis democrática chilena. Para lo mismo, se hizo crucial tratar la forma en la que se interpretaron el sistema partidista chileno, las Fuerzas Armadas y la oposición en Chile. Surgen los primeros diagnósticos y pronósticos de cómo terminaría esta historia. En este capítulo, vemos cómo a medida que aumentaron las tensiones en Chile, aumentaron en Washington, en momentos donde el choque de imágenes políticas determinó la forma en la que se concibió el deterioro del gobierno de la Unidad Popular y las fuerzas que determinarían su final.
Volver a la política estadounidense hace sentido cuando se cambia la pregunta y se define de qué forma van a aportar estos documentos contenidos en FRUS a nuestro conocimiento. Trascendiendo la novela de agentes encubiertos y la búsqueda de culpables, este libro invita a descubrir todo lo que la desclasificación nos puede ofrecer. En los documentos se encuentran voces, representaciones y personajes que pensaron y discutieron con respecto a Chile. Analizando estas imágenes políticas y su rol en las discusiones políticas, nos podremos acercar a una cultura política estadounidense que abrió su paso en la política chilena, con una intención hegemónica, pero con menor espacio de maniobra del que imaginaban.
Una discusión en curso: historiografía de la responsabilidad
La política estadounidense en Chile ha sido ampliamente estudiada, con un especial énfasis en el período de la Unidad Popular y el rol que jugó la potencia en el golpe de Estado de 1973. Los relatos e interpretaciones de estas relaciones han tomado diversas formas, asociadas al contexto social y político desde el cual se han escrito. Principalmente, el debate se ha ordenado en torno al concepto de responsabilidad, que oscila entre el imperialismo y la implosión interna, primando la narrativa condenatoria a las acciones de Estados Unidos. Esto porque el golpe que derrocó a Salvador Allende dejó una huella potente, interpretada desde varios ámbitos como el asesinato de una ilusión, lo que invitaba a buscar un culpable.
En el contexto de la Guerra Fría, los caminos políticos que tomaran los países tenían un significado insigne. El caso de Chile fue especial, en el sentido de que Salvador Allende y Augusto Pinochet encarnaron las imágenes de las opciones políticas en juego. Esperanza inédita y brutalidad trágica. De esta forma, el acontecer político del Chile de los años setenta impactó al mundo, con un Allende y un Pinochet que representaron una utopía y una antiutopía2. Sus devenires e imágenes proyectadas se transformaron en un espejo, desde donde los distintos modelos se miraron y midieron. El impacto internacional del bombardeo a La Moneda y la muerte del jefe de Estado, dieron inicio a la búsqueda de los responsables de la muerte de la democracia chilena. Desde la herida o el júbilo, el mundo comenzó a apuntar, y los dos clásicos culpables fueron la irrupción del comunismo o el capitalismo. Ambos elementos comprendidos como extranjeros habían irrumpido en un país con una tradición democrática percibida como intachable, para contaminar y destruir. Esa percepción se entiende desde la mirada de la Guerra Fría, pero también desde la mirada del dolor. Alguien tenía que ser el culpable de esta tragedia y costó pensar en que fueran los mismos chilenos.
En esta búsqueda se generalizó la percepción del “asesinato de Chile”3. Pero, ¿quién lo había asesinado? El escritor Gabriel García Márquez escribió que el bombardeo a La Moneda había sido obra de “un grupo de acróbatas aéreos norteamericanos que habría ingresado al país bajo la pantalla de la Operación Unitas”4. Para otros había sido el destino inevitable de un proyecto que, dentro de una democracia liberal y las reglas del juego mayoritario, buscó transformar el orden establecido. Otros se dedicaron a dudar de la capacidad política de un presidente elegido con mayoría relativa. Raymond Aron, sin dudar de la legalidad, escribió que inevitablemente, este proyecto colisionaría con una poderosa oposición y eso determinaría el fin5.
El rol de la política estadounidense en el Chile de Allende ha sido materia de constante debate, no solo en una escala internacional. Cala en lo más profundo de nuestra sociedad por el hecho de que ha sido una forma de buscar una respuesta al quiebre democrático. Desde el ámbito académico, pero también desde las discusiones privadas, la intervención estadounidense es una discusión controversial, dado que, ante la pregunta de qué papel jugó Estados Unidos en el golpe de Estado, se responde según la interpretación que se tenga de la Unidad Popular. Comprendiendo los matices, se puede decir que desde el ala izquierda se culpabiliza a Estados Unidos, como una interrupción imperial a un proyecto floreciente, y desde la derecha se le exculpa, asumiendo que la vía chilena al socialismo estaba destinada al fracaso. Ambas respuestas refuerzan el argumento de cada bando en el ejercicio de nombrar a un culpable.
Tras el golpe de Estado, se fue creando una imagen política de un imperio infalible que había irrumpido en los asuntos internos de un país lejano, manejando su acontecer político y designándole un final trágico. Los “patrones” no permitieron el cambio. Esta imagen fue alimentada por las víctimas del golpe, pero también por la misma sociedad estadounidense que, indignada, buscó una respuesta. En este proceso de revisión interna, el Comité Church jugó un rol preponderante, y el resultado de esta investigación definió la forma en que, por muchos años, se entendió la política estadounidense en Chile.
La sociedad estadounidense, desde el estallido en las calles en 1968, estaba viviendo un proceso de profundo cuestionamiento. Uno de los focos de atención, en esta ola de dudas, fue la política exterior. La crítica estaba centrada en Vietnam, pero se extrapolaba a todos los aspectos del actuar internacional estadounidense6. Una fuerte crítica hacia el “deber ser” estadounidense en el exterior, fundamentó las voces que pedían un retiro de los asuntos del mundo. En ese contexto, y como veremos más adelante, llega Richard Nixon prometiendo distensión y reducción de los compromisos internacionales. Chile desafió el sentido de esta prerrogativa y, a través de escándalos periodísticos y denuncias, potenció la imagen del gigante interventor. Pero más allá del escándalo del sur, y en medio de la crítica al comportamiento exterior, Richard Nixon protagonizó el escándalo del espionaje doméstico de Watergate. Ya no solo se desconfió del comportamiento secreto en el mundo: el enemigo estaba en casa. La relación entre ambos hechos deviene en el impacto que tuvieron en la sociedad civil estadounidense. Los dos fenómenos unidos pasaron a determinar la imagen de la administración de Richard Nixon revestida de percepciones de corrupción, espionaje e intervención.
El pueblo estadounidense, ante este escenario, clamó por la transparencia y el retorno de los fundamentos de la democracia, viviendo un proceso de transformación bajo el alero de la investigación legislativa. De esta forma fue creado el Comité Church, que investigaba lo que tras bambalinas había hecho el Ejecutivo en nombre de la sociedad. Fundamentalmente se encargó de investigar los abusos de poder. Se convocó a una especie de dream team que unió a demócratas y republicanos, en una misión por esclarecer una oscuridad creada por la malicia de Nixon. Pero, como todo comité político y por ende humano, también existía una cuota de interés en sepultar su presidencia. En Chile asociamos este comité a la investigación de la acción encubierta en el país. Pero fue mucho más que eso. El recuerdo de Chile se fusionó con el trauma de Watergate, en un debate que cuestionó los cimientos de la democracia estadounidense.
La creación del Comité Church fue motivada por el clima de impaciencia, la investigación del caso Watergate (que había cuestionado a las agencias de inteligencia bajo el mandato ejecutivo) y por la denuncia del periodista Seymour Hersh en un artículo en el New York Times. Este último había causado conmoción en el debate público al hablar de las actividades ilegales de la CIA7. En enero de 1975, el senador demócrata John O. Pastore propuso la creación de un comité que investigara las operaciones federales de inteligencia, para determinar su ética y legalidad. El 25 de ese mismo mes, se creó el comité a cargo del senador demócrata Frank Church y se componía de once miembros: seis demócratas y cinco republicanos. David Atlee Philips, agente de la CIA involucrado en la mayoría de los escenarios controversiales de intervención estadounidens de la época, recuerda esta fecha como el momento donde llegó una tormenta que cambió su vida. Desde ese instante, la imagen de la CIA sería destruida por revelaciones diarias que golpearían a los agentes, hasta el punto que sus propios hijos repudiarían su profesión8.
La conclusión general del comité, en su reporte final, fue que a partir de la presidencia de Franklin Roosevelt los excesos de inteligencia domésticos e internacionales no habían sido producto de un partido, administración o individuo, sino que se habían desarrollado junto al crecimiento de Estados Unidos como una superpotencia. Los resultados fueron publicados en catorce volúmenes, que abarcaron desde planes de asesinato a líderes extranjeros hasta los derechos fundamentales norteamericanos, todo enfocado en las actividades de inteligencia. El reporte final incluyó 96 recomendaciones que tenían como fin posicionar las actividades de inteligencia dentro del esquema constitucional de poder gubernamental. Posteriormente, estos resultados desembocarían en la legislación que se encargaría de vigilar y asegurar que las actividades de inteligencia se enmarcaran en la ley9.
Dentro de este contexto de revisión, el caso de Chile se vio revestido de un significado potente. Era un ejemplo de una acción encubierta, que se hacía aún más reprochable ante la ciudadanía por estar relacionada al derrocamiento de un presidente electo. El resultado fueron dos documentos. El primero trató los complots e intentos de asesinato de líderes extranjeros (Senate Report: Alleged Assassination Plots Involving Foreign Leaders) y el segundo (Staff Report: Covert Action in Chile, 1963-1973) se centró en las operaciones encubiertas llevadas a cabo en Chile entre los años 1963 y 1973. Estos dos documentos se convirtieron en la base y fuente primaria de cualquier investigación sobre la política estadounidense previa a la desclasificación iniciada en la década de 1990.
Se hace fundamental entender el contexto histórico en el que se escribieron estos documentos. La investigación legislativa de la intervención en Chile no fue solo fruto de una excepcionalidad del caso chileno. Chile había sido producto de controversia anterior, fruto de la revelación del periodista Jack Anderson en 1972 acerca de la relación de la CIA con la compañía internacional ITT. Esto, sumado al impacto del golpe, convirtió a Chile en un foco significativo de lucha entre el Congreso y Nixon10. Y de esta forma se insertó en un proceso de cuestionamiento de los fundamentos de la acción encubierta, el consenso de la Guerra Fría y, finalmente, el compromiso de los estadounidenses con la democracia.
Leyendo el documento sobre la acción encubierta, no deja de llamar la atención la representación sobre el país. Se escribió que la historia chilena era una de trascendente continuidad democrática, con solo tres breves interrupciones en su tradición. El informe decía que Chile desafiaba el estereotipo que el estadounidense tenía de América Latina. Chile habría sido uno de los países más urbanizados e industrializados en América Latina, con una población alfabetizada casi en su totalidad11. Ante esta imagen construida de excepción, se acentuaba la tragedia del golpe.
Con respecto a sus conclusiones, el comité declaró que no se había encontrado evidencia de que Estados Unidos hubiese estado directamente involucrado en el golpe de Estado. Sin embargo, en 1970 sí había tratado de fomentar un golpe militar en Chile. Tras fracasar, se había adoptado una política abierta y encubierta de oposición a Allende, incluyendo la continuación del contacto con los militares chilenos12. Tampoco había evidencia de que EE.UU. hubiera financiado los distintos paros entre 1971 y 1973. Sin embargo, sí había entregado dinero a grupos que apoyaban a los huelguistas. Finalmente, se determinó que la acción encubierta en Chile era llamativa, pero no era un caso único y se enmarcaba en el contexto de la política exterior estadounidense y también de la participación encubierta de EE.UU. en el mundo.
Varios autores, como Seymour Hersh, James Petras y Morris Morley, tomaron estos reportes como fuentes fundamentales para comprender el rol de Estados Unidos en Chile. Pero otros, sobre todo aquellos que habían jugado un rol en esta historia, lo leyeron como una maniobra política. En palabras del exembajador en Chile Edward Korry, “(…) ese Chile ofrece claves extraordinarias de por qué los “valores”, término generalizado y común en el debate público estadounidense, casi siempre se sacrifican en función de intereses en conflicto. Solo cuando el electorado percibe que se han excedido demasiado los límites del juego limpio en el ámbito partidista, la moral colectiva se impone y reemplaza al sistema imperante”13. Para Korry, los reportes eran un cúmulo de escritos necios acerca de Chile, que asociaba a una mala película de misterio, con un guion lleno de pistas falsas. La verdad quedaba sepultada por la ideología, el partidismo y el interés personal, relegando la verdad al rincón de la memoria14, esto desde su verdad como protagonista de una porción de la historia.
El historiador Mark Falcoff vió en los documentos información útil, pero a la vez insinuó la impresión de que las actividades de la CIA estaban ligadas directamente al golpe de Estado de 197315. Para el historiador Joaquín Fermandois fue un caso asombroso del modo en que una gran potencia expuso sus motivaciones y políticas de manera pública, en medio de un sentimiento de culpa y denuncia por la falta de moralidad del gobierno16. Edward Korry, en su visita a Chile, conversando con Fermandois y Arturo Fontaine, declaró en una especie de catarsis que su país había abordado el proceso de una “manera tonta” por razones complejas y sofisticadas que tenían que ver con un problema real de Estados Unidos. Los políticos estadounidenses habían resuelto, a través del caso de Chile, problemas domésticos, “montando un gran espectáculo”17. Es importante comprender que con estas investigaciones se sepultó la carrera del exembajador, significándole un golpe en su vida política y familiar, debido a que fue utilizado como un chivo expiatorio en la pregunta de la responsabilidad estadounidense. Lo dejaron testificar cinco minutos, pero impactaron su vida entera. Después de este proceso tuvo que irse a vivir a Europa y hasta el último día de su vida buscó aclarar los eventos, puesto que fue culpado injustamente de haber tenido conocimiento de los intentos estadounidenses de motivar un golpe militar en 1970.
El embajador que había sucedido a Korry, Nathaniel Davis, dijo que vio cómo el juego de la moralidad política se escenificó en Estados Unidos con Chile como sujeto18. Davis entendió el rol de Chile en esta historia como un golpe más en la caída de gracia de EE.UU., uno que cargaba más culpa que las anteriores (Arbenz, Bosh, Lumumba o Mossadeq), debido a que, a su juicio, la imagen del presidente era más potente: “Salvador Allende had more going for him”19. De esta forma, Chile jugó un papel en una crisis de credibilidad estadounidense.
Independiente del contexto de escándalo y de “pisoteo de elefantes”20, el informe del Comité Church es una fuente importante para definir las acciones encubiertas de Estados Unidos en Chile y, por muchos años, fue la única fuente de información para los investigadores que trataron el tema. Para comprender la forma en la que se entendió el caso chileno en esos años, es importante ver el contexto de producción de la fuente utilizada. Solo de esa forma se puede entender la manera en que se ha pensado historiográficamente Estados Unidos en Chile.
La política estadounidense en el Chile de esos años se ha estudiado a través de la pregunta de la búsqueda de un responsable. Las reacciones inmediatas, las interpretaciones tras años de dictadura y la postura post desclasificación, han oscilado entre ambas posibilidades de responsabilidad. De esta forma, la trama principal ha sido la acción encubierta, la intervención y sus niveles de impacto, generalizándose la perspectiva condenatoria.
Desde sus orígenes, la discusión de la política estadounidense se ha relacionado con el tema de la dependencia y el nivel de control de la potencia en el tercer mundo. El autor Richard Fagen entendió la política de EE.UU. en Chile como algo inevitable. Esta idea era parte de una corriente heredada de la teoría de la dependencia tercermundista, que definía cómo el rol interno de los países se veía nublado frente a una potencia imperialista21. Las “indecencias en la política” eran un elemento familiar, en un país que percibía cualquier experimento tercermundista como una amenaza a los intereses nacionales vitales22. Más que un problema de vigilancia del Congreso a la CIA, la crisis se originaba en una política exterior que manejaba conflictos en una escala global. Por lo mismo, el tercer mundo, y en este caso, Chile, sufrirían de una política exterior que en sus principios no podía permitir el cambio. Esta perspectiva se generalizó, alimentada por la idea ególatra de que la tragedia de Chile se decidió en Washington23.
Una discusión ilustrativa de la forma en que se interpretó la política estadounidense en Chile en los 70, fue la de tres autores, en base a dos libros: The overthrow of Allende and the politics of Chile, 1964-1976, escrito por Paul Sigmund24, y The United States and Chile: Imperialism and the overthrow of Allende’s Chile, de James Petras y Morris Morley25. Paul Sigmund, inmediatamente después del golpe, comentó el riesgo de asumir la destrucción de la democracia chilena como responsabilidad de Estados Unidos. En su libro, buscó explicar cómo los factores internos habían determinado el destino chileno, un aspecto que discutía con la perspectiva de la dependencia. Estaba convencido de que, independiente de las acciones de la CIA, Salvador Allende no se habría mantenido en el poder los seis años de su mandato. Por el otro lado, y afines a la teoría de la dependencia, Petras y Morley definieron la intervención de Estados Unidos en Chile como parte de una estructura imperial que buscaba mantener la continuidad de las actividades de las corporaciones multinacionales. La subversión, destrucción de la democracia y apoyo a dictaduras militares, se originaron en este capitalismo imperial y la necesidad de que la existencia de regímenes que se abrieran a la explotación. Ambos autores consideraron que, en las palabras de Paul Sigmund, existía un constante esfuerzo por minimizar la intervención estadounidense en Chile, en medio de lo que calificaban como uno de los debates políticos más controversiales del último tiempo26. Sigmund criticó la visión simplista de la teoría de la dependencia, donde se asumía la inefabilidad y efectividad de las acciones estadounidenses en el mundo.
A lo largo de los 70 y principios de los 80, se debatió sobre la perspectiva imperialista versus la que primaba responsabilizar a los chilenos por sus actos. En medio, los protagonistas dieron sus visiones. Armando Uribe escribió desde el exilio que la supremacía política del imperialismo norteamericano había determinado el éxito del golpe, en un juego donde los intereses privados norteamericanos se transformaron en los intereses públicos, definiendo la razón de Estado del Imperio27. El embajador en Chile Nathaniel Davis, en su libro The last two years of Allende, relató en forma detallada su experiencia, asumiendo la influencia de EE.UU. y su incidencia en el mundo, pero a la vez atribuyendo el sentido de responsabilidad estadounidense a un tipo de etnocentrismo, desde donde se exageraba lo positivo y negativo de sus acciones en el mundo. Sin embargo, citando a Ray Cline, el exembajador notaba que Estados Unidos, queriéndolo o no, influía en los eventos en el extranjero a través de su acción, pero también su inacción. Era muy poderoso para ser neutral28.
De la dependencia imperialista a la perspectiva de la agencia interna, comenzaron a aparecer textos que buscaron delimitar el grado de la intervención y, por ende, el impacto de esta en el acontecer político chileno. El Comité Church había determinado los esfuerzos estadounidenses por motivar un golpe antes de la nominación de Salvador Allende por el Congreso. Pero dejaba sujeto a interpretación una participación directa en el golpe final. Gregory Treverton indicó que no se podían separar estos primeros esfuerzos del resultado final. Por lo mismo, independiente si no había lazos directos con el golpe de Estado, existía un alto grado de responsabilidad29. El trabajo de Mark Falcoff sobre la política estadounidense en Chile, analizó cómo estas distintas perspectivas se leyeron a través del prisma de la historia reciente, en vistas del impacto que había provocado Chile en la clase política y el mundo intelectual30.
Uno de los trabajos más relevantes sobre la política estadounidense en esa época es el de Joaquín Fermandois en su libro Chile y el mundo, 1970-1973. El gobierno de la Unidad Popular y el sistema internacional31. En él, a través de un minucioso análisis de la política exterior de la Unidad Popular y su conexión con el mundo, el autor estableció los peligros de tratar la política estadounidense bajo la tónica de la manipulación. Esta perspectiva luchaba con la idea de que el sistema político chileno de la época había estado “penetrado”. La imagen de la acción imperial negaba el grado de autonomía de los actores nacionales. El rol que había jugado la política estadounidense en Chile, según el autor, habría sido a través de una dosificada y meditada entrega de fondos y de ayuda logística a instituciones chilenas que estaban en proceso de actuar como actores extra constitucionales. El ya mencionado Paul Sigmund confirmó esta visión, declarando que su investigación sobre la política estadounidense en Chile había reforzado su idea de que habían sido los chilenos, no los estadounidenses, los actores principales del drama chileno32.
Independiente de las cifras entregadas y las visiones contrapuestas, lo fundamental para comprender esta época y su resultado historiográfico es asumir su posición de reacción. En resumen, la mayoría de las interpretaciones posteriores al golpe se centraron, naturalmente, en la búsqueda de una responsabilidad, encontrando distintos protagonistas. La idea generalizada, y la mayormente aceptada, fue la de centrar la culpa en el norte, influidos por el clima de la época y fundamentando su visión en el informe del Comité Church.
Un hito en esa batalla de responsabilidad fue la detención en Londres del dictador Augusto Pinochet el año 1998. Esto implicó una primera instancia legal internacional, donde se reconoció formalmente la transgresión a los derechos humanos en Chile y se esperó que los perpetradores del régimen pagaran por ello. El hecho de haber sido detenido fuera del país y procesado por agentes internacionales, implicó que esta detención pasara a ser un asunto global. Estados Unidos, el narrado cómplice del golpe, presionado por la opinión pública interna e internacional, decidió iniciar un proceso de desclasificación de los documentos que trataran la intervención estadounidense en Chile desde el año 1968. Esto implicó un programa de desclasificación masiva que concluyó el año 2000, llamado el “Chile Declassification Project”, que se centró en los documentos que probaran conocimiento, complicidad y apoyo de Estados Unidos a la junta militar y sus transgresiones a los derechos humanos33.
Un autor que destacó en esta nueva etapa impulsada por la desclasificación fue Peter Kornbluh. Este autor ha dedicado su vida y trabajo a ejercer presión sobre el gobierno estadounidense en pos de la desclasificación, con grandes resultados, fundamentales en el esfuerzo para desarrollar una transparencia democrática. En su trabajo más connotado, The Pinochet File, un minucioso texto, pero centrado en una pregunta con una respuesta un tanto predeterminada: la acción estadounidense desde la perspectiva de la eficacia infalible, sin dejar un espacio para los actores chilenos34. Su libro significó una apertura documental inédita, pero su análisis entrega la premisa de la culpabilidad, con una respuesta establecida: el esfuerzo estadounidense por abatir la democracia chilena35. Si bien relata en forma concisa la trama de la política estadounidense, asume el éxito de sus protagonistas.
Una autora que sigue la misma línea es Lubna Quershi36. Inicia su trabajo indicando que aún no se ha esclarecido lo que Nixon y Kissinger le hicieron a Chile. Critica a Kristian Gustafson y Jonathan Haslam por intentar relevar la responsabilidad de la Unidad Popular, en vistas de que Allende nunca podría haber equiparado el poder de Washington. Su libro se convierte en una narración de atrocidades perpetuadas por EE.UU. frente a un Chile indefenso. En una discusión con Kristian Gustafson, este nota cómo, lejos de apoyar a los chilenos, su trabajo ignora cualquier tipo de agencia y manejo de los protagonistas sobre sus vidas políticas37. Decide ignorar los problemas internos y sobredimensionar los externos. Desde su interpretación, el éxito de la Unidad Popular estaba en las manos de Estados Unidos. Un ejemplo de esta línea es su posición sobre el asesinato de René Schneider. Roberto Viaux habría tenido que ser sobornado para que se comprometiera con la causa, acusando que finalmente fueron los militares quienes pagaron por los crímenes de sus “patrones”38.
Un autor chileno que se ha sumado a esta línea argumentativa es Luis Corvalán Márquez. Su libro, La secreta obscenidad del Chile contemporáneo. Lo que dicen los documentos norteamericanos y otras fuentes documentales, dice aprovechar la ola de desclasificación, pero a lo largo de su narración aparece una interpretación fundamentada principalmente en el informe del Comité Church. El título de su libro alude a lo secreto y obsceno y una iluminación, pero revisándolo no se encuentra novedad. Según Corvalán, las acciones encubiertas en Chile compraron “casi todo”. Citando de su libro: “No hubo ámbito del quehacer nacional, fuese civil o militar, económico o político, ideológico o diplomático, en que –según estos documentos– Washington no se involucrara. Nada quedó fuera de su alcance”39.
Siguiendo en la línea de la política estadounidense imperial e infalible, no se puede dejar de mencionar a Patricia Verdugo y su trabajo Allende. Cómo la Casa Blanca provocó su muerte. “Esta es, la triste historia de cómo el gobierno del país más poderoso del planeta provocó una tragedia en una pequeña nación de su mismo continente: Chile”40. En este libro, de gran calidad literaria, EE.UU. aparece como el llamado “gran papá” que debía poner orden ante el error de un hijo. En su narración sobre la Unidad Popular y la injerencia estadounidense, se desestiman el contexto y los actores nacionales, en un relato que determina la política estadounidense como una maquinación perfecta y homogénea. La Casa Blanca había escrito el libreto de un fin trágico. Independiente del gran legado de Patricia Verdugo, este libro también se queda en un análisis que deja poco espacio de maniobra para los chilenos. Esta línea de interpretación se detiene en las intenciones estadounidenses y equipara la acción al resultado.
Las cifras de acción encubierta y el “credit squeeze” son medidas perpetuadas por una potencia hegemónica aliada con las fuerzas internas de un país y tienen un peso considerable dentro de la delimitación de las fuerzas y actores del escenario chileno. Pero esta historia tiene más actores y los autores anteriores se niegan a brindarles un protagonismo. En este proceso de reacción al golpe y de revalorización de esta perspectiva tras la desclasificación, se ha persistido en la idea de que esta es una historia de imperialismo, y no una historia que se desenvolvió en un escenario dinámico, de relaciones bilaterales, de trama interna y de Guerra Fría. En el fondo, el fenómeno de la política estadounidense en Chile es más complejo e involucra a más actores que los estadounidenses.
También es peligrosa la idea de solo considerar a los actores chilenos como los relevantes. Los años de la Unidad Popular impactaron al sistema internacional en un contexto de Guerra Fría, donde lo que pasaba en el mundo tomaba un significado determinante. Diferentes países se involucraron en el proceso. La Unión Soviética, Cuba, Alemania e Italia proveyeron fondos a sus respectivos bandos41. Pero en la misma tónica de la responsabilidad y tratando de comprender la historiografía de la política estadounidense en Chile, se hace crucial relevar el problema de solo identificar a la Casa Blanca como el actor determinante.
Diversos autores han discutido con la perspectiva de los trabajos anteriormente mencionados. El trabajo de Kristian Gustafson ha sido clave en revertir este ejercicio intelectual de la búsqueda de responsables42. En su libro busca determinar los “hechos” de las acciones encubiertas perpetuadas por el gobierno estadounidense, ejecutadas por la CIA y los diversos organismos gubernamentales. Sin buscar exonerar a Estados Unidos, comprende el error de hacer de la CIA el chivo expiatorio de los problemas en el mundo. Busca trascender a la búsqueda de culpa o inocencia. Sería imposible comprender la historia del Chile de Allende sin el papel de Estados Unidos y la CIA, pero solo basarse en las acciones de inteligencia les brinda un poder desmedido.
Otro autor que busca ampliar la perspectiva de la forma en que se ha estudiado la política estadounidense en Chile, ha sido Sebastián Hurtado. En su trabajo El golpe que no fue43, introduce a los actores chilenos en la narrativa de la intervención estadounidense, comprendiendo el rol marginal de la potencia y relevando el papel del grupo de democratacristianos que buscaron frenar la llegada de Allende al poder. De esta forma, centrado en la coyuntura de la elección presidencial de 1970, el autor desafía la perspectiva de una potencia infalible, rescatando la acción chilena dentro de la trama y comprendiendo cómo la naturaleza asimétrica de los dos países no era garantía de que el actor más poderoso alcanzara sus objetivos hegemónicos44.
Dentro de esa línea, un trabajo fundamental para comprender la complejidad de la posición internacional de la Unidad Popular y la injerencia extranjera, ha sido el de Tanya Harmer, El gobierno de Allende y la Guerra Fría Interamericana. En este, la autora propone comprender la Guerra Fría como un conflicto dinámico y, por lo mismo, propone posicionar a la Unidad Popular en un escenario de Guerra Fría Interamericana, relevando actores regionales como Cuba, Brasil, Perú, Argentina y Bolivia. La autora evalúa la política estadounidense en su hostilidad y hegemonía, relevando las intenciones que existían detrás de las decisiones políticas frente a un presidente marxista. Pero, a la vez, retrata a un Washington intimidado, frustrado y un Chile con mayor espacio de maniobra de la que imaginaba45. Superando la perspectiva de la responsabilidad, la autora busca demostrar cómo el conflicto tuvo varios escenarios, con múltiples actores que tenían autonomía suficiente para desarrollarse políticamente en la región. Según la autora, tanto Richard Nixon como Fidel Castro se mostraron profundamente frustrados por su incapacidad de manejar los eventos chilenos46.
No resulta extraño que la política estadounidense en Chile se estudie desde la perspectiva de la responsabilidad. Si bien diversos autores han propuesto ampliar la mirada hacia otros actores y han generado otras preguntas, la intervención estadounidense en Chile sigue siendo un asunto muy potente en el imaginario actual sobre esos años. Allende, en sus últimas palabras dirigidas al pueblo chileno, apuntó el dedo hacia el capital foráneo y el imperialismo que, unidos, crearon “el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición”. Apuntó al norte y todos miraron, no solo porque lo decía el mandatario, sino porque también en América Latina se había vivido un fuerte antinorteamericanismo y vigilancia ante el imperialismo. De alguna forma, hacía sentido. Existían ejemplos anteriores, y frente la tragedia resultaba más fácil responsabilizar a otro y la repuesta de EE.UU. era plausible. El autor Joaquín Fermandois ha atribuido esta “teoría de la conspiración” a la “inextinguible necesidad humana de entregar explicaciones simples de hechos y procesos muy complejos”47. Es más sencillo culpabilizar a un director que, tras bambalinas, escribe un libreto y lo reparte entre los actores, quienes, solo de esa forma, saben qué papel juegan en la historia. Ante la pregunta del peón o del actor, se hace fundamental alejarse de las respuestas simples y de los callejones conspirativos48. Ni ocupación extranjera ni guerra civil, sino un país con un desarrollo y dinámicas políticas internas, inserto en el sistema internacional en el marco de una confrontación global49.
Como dice Alfredo Riquelme, comprender los años de Salvador Allende y su derrocamiento desde las dinámicas nacionales, no implica menospreciar la importancia de las estructuras e influencias internacionales en el proceso chileno50, sino más bien significa entender el acontecer en el Chile de los 70 desde una perspectiva que equilibra el rol de los actores involucrados en los acontecimientos. Los estudios sobre la política estadounidense en Chile se han ido ampliando, pasando de la determinación de culpables hacia la comprensión de un proceso desde otras preguntas. Mirar la política estadounidense desde la perspectiva de la responsabilidad se entiende desde una experiencia de reacción ante un golpe que impactó el mundo. Pero hoy se deben asumir otros actores y equilibrar su espacio de maniobra.
Puede parecer una contradicción plantear la importancia de destacar a otros actores dentro de la trama, siendo este un estudio que analiza la perspectiva estadounidense. Pero lo interesante de esta apertura analítica es que permite generar nuevas preguntas sobre los roles y dimensiones de los mismos actores. Dejar descansar la pregunta de la responsabilidad, amplía la posibilidad de análisis y permite volver a revisar la manera en que se desenvolvieron los personajes. De esta forma, nos podemos volver a preguntar sobre la política estadounidense en Chile, pero desde una perspectiva que valora históricamente el cómo se pensó Chile desde Estados Unidos y el impacto de las imágenes políticas construidas en el proceso.
Representación, imágenes políticas y discusiones
Como se indicó, esta investigación busca valorar lo que los documentos compilados en los volúmenes Foreign Relations of the United States pueden aportar al conocimiento sobre su política en Chile. Estos documentos se hacen relevantes en cuanto a que abren las puertas a otras dimensiones de la política exterior que trascienden a las cifras de acción encubierta y las voluntades de Richard Nixon y Henry Kissinger. De esta forma, la fuente nos ayuda a ampliar la perspectiva, plantear otras preguntas y encontrar nuevas historias. Esto porque nos permiten excavar elementos que subyacen a las grandes decisiones de política exterior, en un proceso complejo de toma de decisiones, donde las representaciones, imágenes políticas y discusiones jugaron un rol preponderante.
La política exterior estadounidense en Chile se ha estudiado a través de aquellos documentos clave que probaban, matizaban o negaban una intervención. También se han estudiado las motivaciones de políticos estadounidenses, centrándose en los principales actores que decidían la política exterior. Lo que nos aportan estos documentos es el contexto de tales decisiones, las ideas que circulaban en torno a ellas y los distintos actores que aportaban a la discusión. Como dice Tanya Harmer, “incluso descentrando solo la parte norteamericana de la historia es mucho más lo que se revela, especialmente cuando se trata de explicar las motivaciones de las políticas estadounidenses, el proceso por el cual ocurrieron y sus consecuencias”51.
Estos volúmenes permiten aproximarnos al aspecto más cotidiano de las decisiones políticas en un ejercicio que involucra a distintos actores a través de las etapas que conforman el proceso de decisión en política exterior. Este tipo de decisiones sigue un camino que implica la recopilación de información (principalmente entregado por las agencias de inteligencia y el embajador), el análisis de la información (responsabilidad de los actores que desde Washington deben presentar opciones), la discusión de las distintas posiciones (presentadas en diversos contextos), la delimitación de una política específica y la implementación. En este proceso, la interpretación de la otra nación se hacía fundamental, en un camino que implicaba esclarecer lo que acontecía en el país determinado, con el fin de generar políticas.
Reiterando, las relaciones internacionales son, inevitablemente, un encuentro cultural52. Construir una política exterior implica interpretar otra nación en base a sus dinámicas internas e intenciones. A través de la información que proveen los distintos corresponsales, se produce un evento que implica traducir la realidad de un país, en un ejercicio de interpretación, donde las ideas preconcebidas y las percepciones toman preponderancia. Como escribió Nathaniel Davis, la diplomacia es una profesión de comunicación, empatía y percepción, donde los reporteros deben interpretar, desde el mismo lugar donde se desenvuelven, las dinámicas culturales y políticas de un país para entregarlas a Washington53. En ese lugar se produce otro tipo de encuentro cultural, a través de la lectura del fenómeno, pero desde el norte.
Los que toman decisiones y llevan a cabo las políticas que constituyen las relaciones internacionales son los individuos54. Si bien se puede interpretar desde una perspectiva sistémica o estatal, creemos que este foco amplía las posibilidades para entender la política exterior de un país determinado. Hablar de “acciones soviéticas” o “decisiones chinas”, se convierte en un atajo conveniente que esconde al humano que yace tras el proceso de toma de decisiones55. Los individuos son los que perciben y responden a lo percibido, basados en un sistema de valores que reflejan una cultura política.
La percepción es entendida en este trabajo como el marco desde el cual se interpreta la realidad. Esta se ve influenciada por memorias, valores, necesidades y creencias56. En ella actúan predisposiciones e impulsos internos, así como también experiencias previas y expectaciones futuras. La aplicación de la percepción en los estudios de política exterior se justifica desde la perspectiva de que es el mismo individuo quien debe interpretar este encuentro cultural y generar políticas adecuadas. Esta percepción en política exterior se ha definido desde la psicología cognitiva, pero se hace difícil ingresar a través de estos documentos en las mentes de los políticos estadounidenses, donde se ejecuta este ejercicio cognitivo57. Por eso creemos que la perspectiva adecuada es el estudio de una percepción en un acto de representación que se materializa en una imagen política, concepto que definiremos más adelante.
El escenario político actúa como una caja de resonancia de las identidades, valores, miedos y aspiraciones de una sociedad específica, que se cristalizan en una cultura política determinada58. Esta ha sido definida como el sistema de creencias empíricas, símbolos y valores que definen la situación en la cual se desenvuelve la acción política y surgirían de estructuras de significado socialmente establecidas59 60. La cultura política refleja los valores de una sociedad y permea las instituciones que actúan dentro de la misma. Sería el elemento que conecta las actitudes individuales en la estructura general de un sistema político61. En una burocracia de política exterior, la cultura política guía los comportamientos y decisiones de los individuos, en el sentido que esclarece el rol que como sociedad se quiere cumplir en el sistema internacional. Los políticos están bajo el escrutinio de la ciudadanía y sus metas deben estar en sintonía con los valores de la sociedad. Pero, fundamentalmente, la cultura política afecta a la política exterior en cuanto a que son los mismos individuos, imbuidos en estas estructuras de significado, los que toman las decisiones. El papel de la cultura política y los valores que se construyen como sociedad son dinámicos y no determinan las acciones en un sistema infalible, pero el pensar en política exterior y en los individuos que la ejecutan, necesariamente se debe pensar en las ideas que subyacen.
Estas ideas comúnmente institucionalizadas se pueden identificar con una ideología específica de política exterior62. Michael Hunt ha definido la ideología como el conjunto de convicciones y suposiciones que reducen la complejidad de una realidad particular en términos comprensibles, sugiriendo formas apropiadas para lidiar con ella63. Es un conjunto de creencias y valores que hacen el mundo inteligible, posibilitando la interacción con un mundo infinitamente complejo, lo que implica reducir las ideas de individuos y de una sociedad en términos finitos64. Los que interactúan en política exterior se enfrentan al mundo revestidos de este conjunto de ideas que definen cómo ven al mundo y la forma en que se sitúa su nación en él. Se podría definir como una sensibilidad compartida con la que la mayoría de los estadounidenses se identifica65, al menos en el escenario político.
Para determinar el papel de la ideología y este sistema de valores en la cultura política, el historiador debe identificar los grupos, agencias, partidos políticos e individuos, examinando sus metas e ideas. Los valores tales como la excepcionalidad estadounidense, emergen de estos preceptos ideológicos y símbolos culturales66. El rol determinante que juegan estos valores en la construcción de políticas implica considerar su importancia y comprender cómo se construyen en un diálogo constante entre los valores del individuo y la sociedad en la que se inserta. De esta forma, definir una ideología de política exterior centrada en la perspectiva cultural implica indagar en estos sistemas de significado, las ideas que circulan y que la componen. Y estas alimentarían una imagen del mundo, lo suficientemente convincente para apoyar el sentido de identidad colectivo e individual67.
La cultura política estadounidense se ha mantenido estable a lo largo de su vida republicana. Las ideas se enmarcan en un contexto histórico específico, pero hay valores sociales y políticos que han trascendido los devenires de la historia, en una continuidad institucional e ideológica que caracteriza a la vida política estadounidense. La excepcionalidad y el liberalismo son ejemplos de valores que han acompañado a su cultura política. Según James McCormick, la nación fue fundada con un conjunto de valores específicos que hizo que se vieran a sí mismos como diferentes a las naciones del “viejo mundo”, desde el cual se originaron68. La promoción de la democracia y el liberalismo se transformó en la bandera de lucha de una nación que desde sus inicios se designó un rol fundamental en el mundo. La grandeza de su nación dependía de su capacidad de mantener un sistema seguro para el desarrollo de la libertad69. Esta idea fundamentó la acción del país en el exterior, teniendo un fuerte impacto en América Latina, materializado en el apoyo brindado para la independencia del “viejo mundo” y la delineación de una política exterior específica, que sustentaba la defensa de la democracia y la libertad en América denominada “Doctrina Monroe”.
Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se posicionó como superpotencia y llegó la Guerra Fría. Se puede ver cómo ese mismo mandato de la defensa de la democracia delineó el discurso y la ideología que fundamentaba el conflicto. En su percepción, la Unión Soviética era una amenaza para la libertad, y los héroes de esta debían defenderla. Esto porque la Guerra Fría fue, fundamentalmente, una batalla de las ideas. Las ideologías en conflicto permearon la forma en la que los políticos definían al mundo y a los distintos países que lo conformaban. Desde la bandera de la defensa de la libertad, se delineó la imagen del comunismo como una amenaza inminente, que desafiaba los mismos fundamentos que sostenían los valores estadounidenses . La doctrina de la contención se justificaba en torno a la supervivencia de la libertad en un mundo que se enfrentaba a estos dos caminos de modernidad, que se fundamentaban en el derrocamiento del otro. Uno de los pilares de la libertad era el económico, y ese valor era que el que entraba en directo conflicto con el comunismo.
Los combatientes de la Guerra Fría eran a menudo estos políticos que, desde sus distintos puestos se sentaban a definir qué significaba tal o cual país en el contexto del conflicto mundial. Tenían que definir la imagen de un Estado, en torno a su nivel de enemistad70. La Guerra Fría permeó las percepciones e intensificó la sensación de urgencia, en un conflicto que no solo amenazaba destruir los valores de una sociedad, sino que también presentaba la posibilidad de la Mutual Assured Destruction (MAD). Una destrucción mutua asegurada que alimentaba el miedo y delineaba las reacciones de los ciudadanos frente a los avances del comunismo. También significó una estabilización en el sistema: una paz por medio del terror. Edward Korry, en su visita a Chile en 1997, se lamentaba de que estaba de moda burlarse de los combatientes de la Guerra Fría y de su miedo irracional ante una posible invasión soviética: “(…) el anticomunismo era el tosco adhesivo que mantenía unidos a los disímiles grupos de Occidente que se oponían a la expansión del poder soviético”71. Pero era el miedo al comunismo, vivido de forma real, el que generaba un marco de alerta que afectaba la forma en la que se percibía el mundo. En el proceso, el anticomunismo se transformó en un símbolo potente en una sociedad que justificó políticas intervencionistas, en el nombre de la libertad, bajo un consenso generalizado de amenaza exterior.
De todas formas, es importante comprender los matices de esta ideología, sobre todo al estudiar una época donde este mismo consenso se vio debilitado. La relación entre las ideas y la acción no es rígida. Muchas veces se fundamentó en esta ideología la necesidad de acceder a materias primas y mantener una hegemonía económica en el mundo. De esta manera, en esta compleja interacción entre un ideal y los intereses básicos de una superpotencia, se delinearon decisiones de política exterior que muchas veces poco tenían que ver con la defensa de la democracia. Más bien, respondían a la necesidad de mantener una supremacía y preservar el orden interno, en un diálogo con los grupos de interés y las multinacionales. Además, no debemos olvidar que estos mismos líderes estaban sujetos a elección y que muchas veces los intereses partidistas jugaban un rol preponderante. Las personalidades, presiones burocráticas, necesidad de acceso a recursos y el ambiente internacional, eran potentes motores tras las decisiones políticas72. A pesar de los diferentes intereses que yacen tras una decisión, creemos posible entrever en los discursos y discusiones de los políticos estadounidenses ciertos valores sustentados en la idea que la sociedad estadounidense tenía del mundo y de sí mismos.
En ellos, se hace presente el acto de representar. El concepto de representación utilizado en este trabajo deviene del trabajo de Roger Chartier El mundo como representación. Estudios sobre historia cultural73 y se nutre de la herencia de la historia cultural. La representación es entendida como un acto donde el objeto ausente es activado en la imagen presente, en un ejercicio donde pasa a ser el instrumento de un conocimiento inmediato; en palabras de Chartier, “hace ver un objeto ausente al sustituirlo por una ‘imagen’ capaz de volverlo a la memoria y de ‘pintarlo’ tal cual es”74.
En el ejercicio de interpretación de otro país se activa este ejercicio de representación y el resultado es aquello que llamamos imagen política. Estas son entendidas en este trabajo como la objetivación de abstracciones subjetivamente construidas75. Más que una representación visual, son metáforas textuales y conceptos, que adquieren agencia cuando son utilizados para interpretar la realidad y actuar sobre ella. Imágenes latentes que actúan desde lo intrínseco. El hecho de que sean subjetivas aumenta su valor histórico, en el sentido de que representan la forma en la que se pensó una sociedad en un contexto determinado. Son portadoras de la historia en cuanto a que, una vez pensadas, toman una vida propia. Como determinó Ole Holsti, la relación entre las imágenes políticas sobre una nación y el conflicto internacional es clara: los que toman decisiones actúan sobre su definición de la situación y la imagen que tienen de los otros Estados, así como también la imagen que tienen sobre sí mismos76.
Existe un universo infinito de imágenes políticas, pero el proceso de selección en la investigación se basa en la identificación de aquellas que tienen más poder sobre otras, las que generan conflicto, pero por sobre todo, las que pueden ser rastreadas en cuanto a su influencia en ciertas políticas. Estas imágenes políticas actúan como un lente a través del cual se lee y representa una situación77, generando una estela de impacto en el escenario político. Como toda interpretación humana, se guían de su percepción alimentada de la cultura política e ideologías, las que podemos rescatar a través de ellas. Imágenes más dinámicas que estáticas, que actúan en una continua interacción que se desenvuelve en un escenario político que reclama decisiones concretas.
Desclasificando miradas: la serie Foreign Relations of the United States
Nuestra historia se basa en los documentos desclasificados estadounidenses presentados en los volúmenes Foreign Relations of the United States. Por lo mismo, se hace importante detenernos a explicar el proceso de desclasificación, su íntima relación con la noción de democracia en Estados Unidos y explicar los conflictos inherentes que justifican su existencia.
La historia de la república estadounidense se ha desarrollado en conjunto con el fenómeno de la desclasificación de papeles diplomáticos. Si bien se desarrolló con más fuerza desde mediados del siglo XX, pertenece a una tradición que nace de un conflicto entre poderes. Su origen se remonta a las tempranas tensiones entre el Ejecutivo y el Congreso en torno a la controversia del secreto y los derechos de los ciudadanos a saber. La serie Foreign Relations of the United States nace como una solución a ese conflicto, en un ejercicio de publicación de los papeles diplomáticos que transparentaban las políticas que el gobierno diseñaba y ejecutaba en el exterior.
Su elaboración, metodología y propósitos han cambiado a lo largo de la historia de Estados Unidos, respondiendo a los desafíos de cada época específica. La continuidad de la serie se debe a infinitas negociaciones para determinar el balance entre la seguridad nacional y la transparencia. Las preguntas que han forjado este debate se ordenan en torno al comportamiento democrático de las instituciones, bajo la premisa de que el Ejecutivo les “debe” a los ciudadanos transparencia. Así, desde un inicio, fue un esfuerzo que estuvo ligado al mismo ejercicio de la democracia, en una conexión vital con la apertura pública78. La clasificación y desclasificación pasaron a instalarse como el clivaje de un conflicto de legitimización. En distintas etapas, una tomó prioridad sobre la otra, según las necesidades de la sociedad y la relevancia de la seguridad nacional. De esta forma, la necesidad del secreto o la transparencia se tensionaron frente a los diversos desafíos que aparecieron a lo largo de su historia.
Desde el siglo XVIII, la controversia del secreto se reveló como un aspecto fundamental en el naciente proyecto de república convirtiéndose en un asunto político significativo. Podemos tomar las palabras del padre fundador Tomas Jefferson: “Los ciudadanos son los únicos censores de sus gobiernos (…) la única forma de prevenir interposiciones irregulares es darles la información completa de los asuntos a través del canal de los papeles diplomáticos y lograr que estos documentos penetren en la masa”79. El año 1872, el Congreso demandó que existieran papeles de naturaleza pública, comprendiendo que toda acción diplomática era responsabilidad de la sociedad.
La elaboración de los volúmenes de la documentación oficial diplomática fue iniciada en el contexto de la Guerra Civil (1861-1865). El presidente Abraham Lincoln, en un mensaje anual al Congreso en diciembre de 1861, presentó un lote de documentos que daban cuenta de los problemas externos generados por la guerra. Tenían el título de Papers Relating to Foreign Affairs y contenían circulares, notas, instrucciones y despachos. Junto con ellos, se adjuntaba un análisis detallado del desarrollo de la actividad diplomática a lo largo del año, responsabilidad del secretario de Estado80.
Según el secretario de Estado, William Henry Seward (1861-1869), la publicación de la documentación tenía una sólida base constitucional, que se basaba en la idea de que el gobierno continuamente depende del apoyo del Congreso y el “pueblo”. Este apoyo solo se podía esperar bajo la condición de mantenerlos “exhaustiva y verazmente informados sobre la forma en que se ejecutan los poderes derivados de ellos”81. Para mantenerlos informados se construyó una burocracia que llevara a cabo los procedimientos de la clasificación y la desclasificación bajo los criterios de omitir la información que fueran “habladurías, acusaciones, opiniones y comunicación franca que trajera problemas al Estado y a las fuentes que proveían la información”82.
Adentrándose en el siglo XX, los editores comenzaron a recibir presiones por excluir documentos que pudieran perjudicar a la diplomacia, acuñándose el concepto de la publicación responsable. Un problema específico que presentaban los embajadores era que temían que los papeles revelaran las negociaciones o sus impresiones personales. Las publicaciones eran anuales, pero para los involucrados en la diplomacia, la liberación de información dentro del mismo año perjudicaba una amplia gama de acciones políticas. Esto no solo afectaba a los diplomáticos estadounidenses; los otros países también miraban con desconfianza esta publicación, en cuanto a que no se sentían libres para expresar sus opiniones, frente a la posibilidad de que fueran publicadas. De esta forma se complicaba el proceso de recolección de información. Las series fueron tomando un papel conflictivo en cuanto a que se comprometían con la transparencia, pero a la vez perjudicaban a los actores de la diplomacia. Además, el mundo académico solicitaba publicaciones más seguidas y documentación comprensible, mientras que el Ejecutivo buscaba utilizar las series para movilizar la opinión pública. Por otra parte, no existían criterios establecidos de selección, lo que complicaba la compilación.
El año 1925 se presentó un hito que marcaría la forma en la que se concebirían las series. Frank B. Kellogg, secretario de Estado, inició un proceso de reforma en la compilación de las series, posicionando esta elaboración como uno de los deberes más importantes del Departamento de Estado y sentando las bases que determinan el proceso de desclasificación actual. El secretario indicó que las series debían publicar los documentos que se relacionaran con las decisiones políticas más relevantes del Departamento, junto con los eventos que contribuían a la formulación de cada decisión83. Para asegurar la integridad histórica, la llamada “Kellog order” insistió en que no existieran alteraciones en el texto. Si existían censuras, debían indicarse dónde y no se podía omitir ningún hecho que fuera relevante dentro del proceso de toma de decisiones. Este fue un primer paso en un camino que buscaba que las series se comprometieran con los hechos y pudieran reflejar de forma fidedigna lo que el gobierno había llevado a cabo en el exterior en nombre de los ciudadanos estadounidenses84.
El historiador Richard Humphrey declaró en 1949 que la investigación en la elaboración de los volúmenes era crucial, tanto para la transparencia histórica como para los funcionarios del Departamento, debido a que, sin un flujo de información confiable, se minaba la base desde la cual se podían tomar buenas decisiones85. El académico Maure Goldshmidt indicó que el mayor problema era la falta de información veraz. La falta de apertura intensificaba la sensación de inseguridad, generando frustración en la sociedad norteamericana86. La presión del mundo académico y de la sociedad norteamericana comprometida con la transparencia, era un problema real a la hora de elaborar las publicaciones. Sin embargo, llegó la Guerra Fría, y con ella un consenso nacional de la importancia de lo secreto para mantener la seguridad nacional.
La Guerra Fría cristalizó todas esas discusiones, añadiéndoles un elemento crucial para entender la forma que tomaría esta fuente: había entrado en la sociedad el factor del miedo. A esto se sumó la creación de ciertas entidades que proveían seguridad ante la amenaza del comunismo: la CIA y el Consejo de Seguridad Nacional, las cuales comenzaron a jugar un rol fundamental en los asuntos internacionales, incidiendo de forma directa en el futuro de FRUS, en un momento donde la clasificación tomó prioridad frente a la desclasificación. Las series también comenzaron a tomar un rol aún más político. El historiador Samuel Flagg Bemis comentaba sobre su utilidad, en cuanto a que se podían transformar en “la voz histórica de Norteamérica”.
En vista de su utilización política, historiadores, cientistas políticos y abogados internacionales comenzaron a manifestar su preocupación. Ante esa presión, el Departamento de Estado llamó a la American Historical Association, la American Society of International Law y la American Political Science Association para que nominaran candidatos para servir en el Historical Advisroy Committee. Este comité se encargaría de vigilar la transparencia histórica de la publicación de documentos. Esto implicó la institucionalización de una fuerza que apelaría al deber del Departamento de no intervenir en la desclasificación con fines políticos ni diplomáticos. John F. Kennedy se comprometió con la causa en una carta a los secretarios de Estado, Defensa y Tesoro el 6 de septiembre de 1961: la efectividad de la democracia depende de una ciudadanía informada e inteligente. Para lo mismo, el presidente solicitaba que los departamentos y agencias colaboraran de forma más activa en los esfuerzos de la elaboración de las series87. Richard Nixon, en medio del escándalo de la filtración de los “Pentagon Papers”, a través de una orden ejecutiva, trató de definir la política que regiría los procesos de clasificación y desclasificación, con el fin de que los volúmenes se publicaran a tiempo. Esto en pos de recuperar la confianza en la transparencia del gobierno que la sociedad norteamericana había perdido88. Richard Leopold, miembro de la HAC, recalcó la desconfianza que existía entre la comunidad académica y los líderes en Washington, incluso proponiendo que se descontinuaran las series por la falta de veracidad89.
A pesar de este intento por recuperar la confianza de la sociedad, transparentando los procesos de clasificación y desclasificación, la era de Ronald Reagan marcó un retorno al secretismo. Aquí comenzó a aparecer la diferencia entre la transparencia y lo traslúcido. Se seguían publicando los volúmenes, pero a los ojos de los historiadores y comités faltaba precisión. Bartolomew H. Sparrow escribió en 1989 que, ante la orden de Reagan, la cantidad de archivos desclasificados se redujo significativamente; cerca de un 40 % de los documentos recibidos y guardados en los archivos permanecían clasificados90. En medio de toda esta polémica aparecía el “FRUS problem”. En 1990, el presidente del Historical Advisory Committee, Warren Cohen, decidió renunciar después de la publicación del volumen de Irán, el cual, a su juicio, reflejaba los problemas que había en la concepción de responsabilidad histórica y transparencia. El volumen trataba los acontecimientos ocurridos entre los años 1952 y 1954; sin embargo, no mencionaba el derrocamiento del primer ministro iraní Mohammad Mosadegh91. Muchos calificaron el volumen como un fraude. Fue “la gota que rebalsó el vaso”, en un proceso donde las distintas orientaciones de los presidentes y su apreciación o negación a la apertura impedían que se publicara de forma regular y transparente. En su carta de renuncia, Warren Cohen escribió que él ya no podía proteger la integridad de las series, la reputación del Departamento ni atestiguar sobre el interés de la administración por proveer un registro histórico honesto.
Joshua Botts conceptualiza este conflicto bajo una perspectiva interesante que refleja la cultura popular norteamericana, indicando que este conflicto habría sido una batalla entre los “campeones de la transparencia” y “los guardianes de la seguridad”92. Una civil war que enfrentó al Historical Advisory Committee y las agencias de inteligencia y la burocracia que se ocupaba de clasificar. Esta lucha reflejó un conflicto inherente en tiempos donde la acción estadounidense en el mundo se percibía como fundamental.
En medio de este conflicto, el Congreso propuso un proyecto de ley, la Pell Amendement que buscó regularizar FRUS y empoderar al Historical Advisory Committee. La enmienda resucitó los ideales de Frank B. Kellog, en cuanto que determinó que las series se guiaran por los principios de objetividad y exactitud. La ley fue aprobada, estableciendo una base constitucional sobre la cual se apoyarían los futuros editores de FRUS. Esta ley (Public Law 102-138, oct., 28, 1991) significó el triunfo de los “campeones de la transparencia”, en su constante esfuerzo por rescatar los valores de la responsabilidad histórica, entendidos como una responsabilidad democrática.
La constante pugna entre miembros del gobierno y académicos culminó en esta ley que determinaba la necesidad de mantener a FRUS bajo la vigilancia del mundo académico. De esta forma, se inició lo que Peter L. Han llamó “Glasnost in América”93. Kristin L. Ahlberg caracterizó este proceso como un renacimiento virtual, mientras que en palabras de Steven Aftergood era un proceso que traía luz solar a la política: indispensable para la vida94.
La ley establecía que el Departamento de Estado seguiría publicando las series Foreign Relations of the United States, siendo un registro completo, preciso y confiable de la documentación que tratara las decisiones más importantes de política exterior estadounidense y sus actividades diplomáticas más significativas. Los volúmenes deben incluir todos los archivos necesarios para proveer una documentación comprensiva de las principales decisiones en torno a la política exterior y las acciones del gobierno de Estados Unidos, incluyendo los hechos que contribuyeron a la formulación de tales políticas. Los archivos no pueden ser alterados ni eliminados, sin antes indicar en la publicación los elementos que habían sido excluidos. Los volúmenes tienen un límite de publicación de treinta años desde que se efectuó la política específica95.
El historiador del Departamento de Estado es el responsable de la preparación de estas series y el comité asesor de Documentación Diplomática revisa estos archivos, aconsejando en todos los aspectos de la preparación y publicación de las series FRUS. Los otros departamentos, agencias y entidades tienen como mandato cooperar con la Office of the Historian (Oficina del historiador), proveyendo un acceso completo a todos los documentos pertinentes a las decisiones de política exterior y acciones, brindando copias de los archivos seleccionados. Existen límites a la desclasificación: documentos que comprometan tecnologías importantes para la defensa nacional, revelación de información sensible con respecto al equipamiento militar, los nombre e identidad de personas que proveyeron información confidencial, los que en forma demostrable compliquen negociaciones diplomáticas presentes y los que revelen materias relacionadas al personal del Departamento de Estado. Las agencias pueden determinar que tal documento no puede ser desclasificado y se puede eliminar, pero si esto implica una omisión de una parte importante de la historia, pasa a ser criterio del comité asesor.
Este comité asesor se compone de nueve miembros y un secretario ejecutivo. Los miembros son elegidos por el secretario de Estado entre distinguidos académicos, seleccionados entre una lista de nominados por la Asociación Americana de Historia, la Organización de Historiadores Americanos, la Asociación de Ciencia Política, la Sociedad de Archivistas Americanos, la Sociedad Americana de Ley Internacional y la Sociedad de historiadores de Relaciones Internacionales Americanas. Cada miembro ejerce durante tres años y no podía estar relacionado al gobierno.
“Cuando todo es secreto, nada es secreto”96. La creación de esta ley y el establecimiento de una burocracia con parámetros rígidos de publicación, junto con una vigilancia de la sociedad estadounidense representada en el comité asesor, no significó el fin de la tensión entre la cultura del secreto y la necesidad de transparencia. Pero es esta tensión lo que le brinda un valor a la serie. En su proceso de elaboración se guarda uno de los problemas inherentes a la sociedad estadounidense: el compromiso con la democracia y sus obligaciones.
A lo largo de su historia, la serie FRUS se ha desplazado entre las promesas de apertura de gobierno y el imperativo de seguridad nacional. Los volúmenes demuestran la forma en la que los funcionarios estadounidenses dibujan los límites de la responsabilidad histórica97. La serie se valora no solo por lo que contiene y la forma en la que siguen siendo publicados hoy en día, sino que a la vez por el proceso que representa: conflictos entre poderes de Estado, formas de transparencia democrática, armas diplomáticas de guerra, burocratizaciones del conocimiento histórico y los conflictos asociados con el mundo académico.
Hoy, la elaboración de los volúmenes FRUS sigue bajo el lente de la supervisión del comité asesor y la presión de la opinión pública. Se rige según los estatutos de la ley, y su elaboración es uno de los pilares del compromiso del Estado con la responsabilidad democrática y transparencia. La serie FRUS guarda en su historia una constante lucha de fuerzas, la cual le determina sus características actuales. La serie se creó y desarrolló a lo largo de la historia estadounidense como una forma de dar una solución a la contradicción de estar en democracia, pero a la vez ser una potencia internacional que confía su seguridad nacional en lo secreto.
Cualquier estudio de relaciones internacionales depende de la disponibilidad de documentos oficiales, los cuales deben estar al servicio de la investigación98. Al estar enterrados en archivos infinitos, FRUS se ocupa de desclasificarlos, compilarlos y publicarlos. Sin embargo, al ser una publicación oficial, el investigador debe aprender a distinguir entre la transparencia, lo traslúcido y el interés político. Para Richard Humprey, la deficiencia de la fuente sería que los académicos que trabajan en su confección son en sí empleados oficiales, lo que invita a la desconfianza con respecto al compromiso con el conocimiento; su “cliente” es el mismo Estado99. Algo que Blanche Weisen Cook calificó como un oxímoron entre un fin académico y uno político100. Sin embargo, lo que falla en ese argumento es que la sociedad estadounidense también es “consumidora” de las series de FRUS y actúa en ella a través de la tensión manifestada en el debate público.
La recopilación y, por ende, la elección de estos documentos, sí afecta a la escritura de la historia diplomática, pero para muchos, FRUS es la única forma de acceder a estos archivos101. Son papeles oficiales, recopilados por funcionarios, pero que han sido vigilados a lo largo de la historia por la sociedad estadounidense. Por lo mismo, se considera fundamental comprender el alcance de estas series para la labor académica. El hecho de que los editores puedan tener acceso a los documentos completos, que puedan ser asesorados por académicos, e incluso apelar a ciertas desclasificaciones, implica que FRUS es también parte de un esfuerzo académico y de la sociedad estadounidense en conjunto.
En este trabajo no se llama a leer de forma ciega los documentos, asumiendo la recopilación como un registro fiel y verdadero del acontecimiento. ¿Acaso no es ese un imperativo para cualquier historiador? A lo que se llama es a considerar estos documentos, dentro de su carácter institucional, como una forma más de aproximarnos a la política estadounidense de la época y las relaciones diplomáticas. Sería un error desestimarlas por ser desclasificadas desde el Departamento de Estado, como a la vez sería un error leerlas sin entender el conflicto que esconde su propia elaboración.
En la actualidad, la serie sigue publicando volúmenes que presentan la documentación de las mayores decisiones políticas y actividad diplomática decisiva del Gobierno de Estados Unidos. La Oficina del historiador del Departamento de Estado carga con la responsabilidad de la preparación de las series, bajo la dirección del editor general. El personal de esta oficina se compone de historiadores profesionales que se han especializado en política exterior, en un trabajo cercano con la comunidad académica, el comité asesor y especialistas a lo largo del mundo. Hasta el día de hoy, se han elaborado más de 480 volúmenes.
Los documentos compilados se rescatan de las bibliotecas presidenciales, los Departamentos de Estado y Defensa, el Consejo de Seguridad Nacional, la CIA, la Agencia de Desarrollo Internacional, y otras agencias de política exterior, así como también papeles privados que se relacionen con la implementación de la política exterior102. El criterio de selección de estos documentos se rige según aquellos que iluminen la formulación de la política exterior y los mayores aspectos y repercusiones de su ejecución.
Los dos volúmenes sobre Chile traen en su introducción una reseña que describe el proceso de elaboración. Ambos tratan la política exterior de los Estados Unidos en Chile desde el 20 de enero de 1969 hasta el 24 de septiembre de 1973, momento en el que la administración de Nixon reconoció diplomáticamente a la junta militar encabezada por Augusto Pinochet. El principal foco de la recopilación de documentos fue elegir aquellos que reflejaran la actitud adoptada y las acciones que se llevaron a cabo. Muchos de los documentos del volumen ya habían sido analizados y desclasificados en otras instancias, tales como el Comité Church y el “Chile Declassification Project”.
Los documentos son presentados de forma cronológica, según los tiempos de Washington. En un intento por reproducir lo que aparece en los documentos de la forma más exacta posible, incluyeron las notas al margen que aparecían en los papeles y otras adiciones. Los documentos recalcan los silencios, señalando los párrafos que no han sido desclasificados. Muchos nombres o conversaciones permanecen en lo oscuro, pero son esos mismos silencios los que los historiadores pueden aprovechar. Independiente del nombre, se sabe, por ejemplo, el partido político del informante. Si dentro de una reunión se omite la conversación entre dos personajes influyentes sobre un problema específico, se puede inferir la naturaleza del asunto. Un ejercicio fascinante que implica darle significado a los silencios.
Los editores tuvieron acceso completo a todos los registros y papeles del Departamento de Estado, las bibliotecas de los presidentes Richard Nixon y Gerald Ford y otros registros de la Casa Blanca103. Para preparar el volumen, revisaron las bibliotecas presidenciales, los archivos del Consejo de Seguridad Nacional, los archivos de Seguridad Nacional, documentación de los distintos departamentos involucrados en la política exterior, las transcripciones de conversaciones telefónicas de Kissinger y las grabaciones de Nixon en la Casa Blanca, los archivos de la CIA, archivos personales de James Gardner (como subdirector de Coordinación y luego como jefe del Personal de Políticas de Operaciones) y los documentos del INR (Oficina de Coordinación de Inteligencia).
La razón detrás de valorizar y analizar esta fuente en un estudio responde a que nos revelan el proceso que está detrás de una decisión política. Esta fuente trasciende a desclasificar y publicar solo los documentos que prueban o desestiman la acción encubierta, y considerarla permite ampliar el foco. Desde el sur del mundo, gracias a la fuente FRUS, accesible a través de Internet, podemos acercarnos a lo que sucedía en las oficinas y pasillos de los edificios donde se decidía la política exterior y las controversias que existieron entre los distintos personajes que tenían que pensar en Chile.
Poder acceder a estos personajes implicó un trabajo arduo de traducción. Toda la documentación FRUS está en inglés, idioma desde el cual los estadounidenses hablaron sobre Chile. Por lo mismo, la rigurosidad y delicadeza de la traducción fue fundamental. En una mala traducción se puede perder la sustancia y ese aspecto estuvo muy claro a lo largo de toda la investigación, sobre todo por la necesidad de que no se perdiera la riqueza de los conceptos. Todas las traducciones son responsabilidad de la autora.
Integrando las discusiones de los comités, los informes de la CIA, las conversaciones entre los personajes y las controversias que existieron con el embajador, la fuente delinea el camino que existe detrás de una decisión política. Y en ella se puede apreciar el choque de las distintas imágenes que existían sobre Chile y las distintas respuestas que existieron frente a Salvador Allende.
¿Por qué ocupar solo una fuente? Se puede argumentar que existen varios documentos que pueden haber sido excluidos de los volúmenes. ¿Por qué no utilizar otro tipo de documentación? ¿Por qué vale la pena delimitarse o volver a pensar en Estados Unidos? Porque es esta misma fuente la que nos da una oportunidad para poder ingresar a las oficinas de Washington en la época. Porque es una fuente extraordinaria que presenta papeles diplomáticos fundamentales a los cuales no tenemos acceso desde Chile. Y porque, a veces, en delimitar se alcanza profundidad. Mientras otros países tienen solo un volumen que trata su historia, Chile tiene dos volúmenes que recorren solo cuatro años que fueron cruciales para esta nación. Y eso es profundamente significativo. En esos años, la historia de ambos países se vio intrínsecamente relacionada, sobre todo en torno a las expectativas de futuro. Y de esa forma, el significado de Chile para Estados Unidos queda plasmado en estos documentos recopilados en volúmenes por la misma burocracia que, años atrás, tuvo que pensar en el Chile de Salvador Allende.
1 La presente investigación se desarrolló en el marco de la tesis para el grado de magíster en Historia en la Pontificia Universidad Católica de Chile y, a su vez, fue apoyada por el proyecto de investigación de Joaquín Fermandois y Sebastián Hurtado titulado “Las relaciones de Chile con los países sudamericanos, 1964-1980”, Proyecto Fondecyt Regular Nº 1160098.
2 Joaquín Fermandois, “¿Peón o actor?, Chile en la Guerra Fría (1962-1973)”, Estudios Públicos, 72 (primavera 1998).
3 Denominación de Eric Hobsbawm situada en el libro de Alfredo Joignant y Patricio Navia, Ecos mundiales del golpe de Estado. Escritos sobre el 11 de septiembre. En este se recopilaron las reflexiones de distintos intelectuales alrededor del mundo sobre el golpe de Estado. Cada autor trató de buscar una respuesta al fenómeno desde distintas disciplinas. Los “ecos” responden a las imágenes externas que se tenían del país y ayudan a comprender la forma en la que se fue creando un mito, en un juego donde no se puede entender la imagen de Pinochet sin la de Allende.
4 Alfredo Joignant y Patricio Navia (compiladores) Ecos mundiales del Golpe de Estado: escritos sobre el 11 de septiembre de 1973, Santiago, Chile, Ed. Universidad Diego Portales, 2013.
5 Ibídem.
6 Stephen Ambrose, Nixon Volume Two. The triumph of a politician 1962-1972, Simon and Shuster, versión ebook 1989, pp. 314-315.
7 Seymour Hersh, premio Pulitzer, fue uno de los principales críticos de Nixon y Kissinger. Escribió uno de los libros más connotados sobre esta dupla (The Price of Power. Nixon and Kissinger in the White House). Su papel periodístico en medio de los escándalos de inteligencia fue crucial. También ha sido identificado como uno de los autores intelectuales de la acusación de la intervención imperial estadounidense en Chile.
8 David Altee Philips, The Nigth Watch. 25 years of peculiar service, New York, Atheneum, 1977, p. VII.
9 Un ejemplo es la Enmienda Hughes-Ryan en 1974 que determinaba cómo el Congreso debía ser informado y consultado previo a la delimitación e implementación de las acciones encubiertas.
10 Kristian Gustafson, Hostile Intent: U.S. Covert Operations in Chile, 1964- 1974, Washington DC, Potomac Books, 2007.
11 “U.S. Covert Actions by the Central Intelligence Agency (CIA) in Chile (including the ‘Assasination’ of Salvador Allende) 1963 to 1973”, Maryland, Manor, Rockville, 2008, p. 3.
12 Ibídem.
13 Edward Korry, “Los Estados Unidos en Chile y Chile en los Estados Unidos”, Estudios Públicos, 72 (1998), 22.
14 Ibíd., p. 23.
15 Mark Falcoff, “Chile: el dilema de la política exterior norteamericana”, Revista de ciencia política, Vol. 8, núm. 1-2 (1986).
16 Joaquín Fermandois, “Peón o actor…”, op. cit., p. 159.
17 Joaquín Fermandois y Arturo Fontaine Talavera, “El embajador E. M. Korry en el CEP”, Estudios Públicos, 72 (1998), 84.
18 Nathaniel Davis, “The last two years of Allende”, Ithaca, Cornell University Press, 1985, p. XI.
19 Ibíd. Traducción: “Salvador Allende tenía más a su favor”.
20 Edward Korry, en su visita al CEP en 1997, habló de forma muy sentida sobre el proceso del comité. El veredicto lo interpretó como la prueba viviente de que, cuando los elefantes pisotean el pasto, es el animal pequeño el afectado. Esto refiriéndose a cómo el informe perjudicó su imagen e impactó su vida, siendo que él ni siquiera había sido convocado como testigo. Es decir, no tuvo la oportunidad de decir su versión de los hechos.
21 Los principales autores de tal corriente fueron Raúl Prebisch (bajo el nombre de estructuralismo), Edelberto Torres-Rivas, André Gunder Frank, Theotonio Dos Santos y Enrique Cardoso Esta teoría, cuyo origen se remonta a la reunión de la Cepal en los 50, consideraba la relación entre las potencias y el tercer mundo bajo el esquema de metrópoli-satélite. Postulaba que el subdesarrollo estaba directamente ligado a la expansión de los países industrializados. Los países subdesarrollados, en su calidad de proveedores de materia prima, quedaban marginados del desarrollo tecnológico, generándose un estancamiento en su posición.
22 Richard Fagen, “The United States and Chile: Roots and Branches”, Foreign Affairs, 1, Vol. 53 (2), January 1975, 297-313.
23 Concepto utilizado por Nathaniel Davis al explicar la autopercepción de inefabilidad de los norteamericanos al comprender los acontecimientos en el exterior.
24 Paul Sigmund, The Overthrow of Allende and the Politics of Chile, 1964-1976, Pittsburgh, University of Pittsburgh Press, 1977.
25 James Petras y Morris Morley, The United States and Chile. Imperialism and the Overthrow of the Allende government, New York and London, Monthly Review Press, 1975.
26 Ibíd., p. 12.
27 Armando Uribe, El libro negro de la intervención norteamericana en Chile, México, Siglo veintiuno editores, 1974, p. 134.
28 Nathaniel Davis, op. cit., p. 335.
29 Gregory Treverton, Covert Action: The Limits of Intervention in the Postwar World, New York by Basic Books, 1987.
30 Cf. Mark Falcoff, op. cit.
31 Joaquín Fermandois, Chile y el mundo, 1970-1973: La política exterior del gobierno de la Unidad Popular y el sistema internacional, Santiago, Ediciones Universidad Católica de Chile, 1985.
32 Paul Sigmund, The United States and Democracy in Chile. Londres, Baltimore, A Twentieth, 1993.
33 James F. Siekmeier, “Politics, Access History. The Chile Declassification Project of 1998-2000”, Hemisphere: A Magazine of the Americas, Vol. 14 (Fall 2004), 14-17.
34 Peter Kornbluh, The Pinochet File: A Declassified Dossier on Atrocity and Accountability, New York, The New Press, 2013.
35 Kenneth Maxwell, en una reseña sobre Kornbluh y la concepción del “otro 9/11”, lamentaba cómo en su trabajo solo se veían los roles de los militares chilenos, las operaciones clandestinas norteamericanas y sus líderes políticos, sin lograr rescatar el clima político de la sociedad chilena. En Kenneth Maxwell, “The Othe9/11: The United States and Chile, 1973”, Foreign Affairs (November/December 2003), 149.
36 Lubna Qureshi, Nixon, Kissinger and Allende: U.S. Involvement in the 1973 Coup in Chile, Lanham, Maryland, Lexington Books, 2009.
37 Lubna Qureshi, Kristian Gustafson, “Debates and Commentary. Exchange: Debating U.S. Involvement in Chile in the 1970s”, Journal of Cold War Studies, Vol. 14, núm. 1 (Winter 2012), 114-117.
38 Lubna Qureshi, op. cit., p. 64.
39 Luis Corvalán Márquez, La secreta obscenidad de la historia de Chile contemporáneo: Lo que dicen los documentos norteamericanos y otras fuentes documentales, 1962-1976, Santiago, Ceibo Ediciones, 2012, p. 229.
40 Patricia Verdugo, Allende. Cómo la Casa Blanca provocó su muerte, Santiago de Chile, Catalonia, 2003.
41 Ver libros anteriormente citados de Joaquín Fermandois y Kristian Gustafson para las cifras específicas del aporte de estos países.
42 Cf. Kristian Gustafson, op. cit.
43 Sebastián Hurtado, “El golpe que no fue. Eduardo Frei, la Democracia Cristiana y la elección presidencial de 1970”, Estudios Públicos 129 (verano 2013), 105-149.
44 Sebastián Hurtado, op. cit., p. 108.
45 Tanya Harmer, El gobierno de Allende y la Guerra Fría Interamericana, Santiago de Chile, Ediciones Universidad Diego Portales, 2013.
46 Ibíd., p. 288.
47 Joaquín Fermandois, “La persistencia del mito: Chile en el huracán de la Guerra Fría”, Estudios Públicos, 92 (primavera 2003), 291.
48 Joaquín Fermandois, “Peón o actor…”, op. cit.
49 Ibíd., pp. 153-154.
50 Alfredo Riquelme Segovia, “La Guerra Fría en Chile: los intrincados nexos entre lo nacional y lo global”, en Tanya Harmer y Alfredo Riquelme Segovia (eds.), Chile y la guerra fría global, Santiago de Chile, RIL editores - Instituto de Historia PUC, 2014, pp. 24-25.
51 Tanya Harmer, op. cit., p. 25.
52 Charles Frankel, “Culture, Information, Foreign Policy”, Public Administration Review, Vol. 29, núm. 6 (Nov-Dec. 1969), 593-600, 593.
53 Nathaniel Davis, “In the years of Salvador Allende”, en C. Neale Ronning Albert P. Vannuci, Ambassadors in Foreign policy. The Influence of individuals on U.S.-Latin American Policy, New York, Praeger, 1987, p. 116.
54 Nitai Chakrabarti, “Beliefs, perceptions and foreign policy: the need for a perspective”, The Indian Journal of Political Science, Vol. 49, núm. 3 (July-Sept. 1988), 328-342, 337.
55 Ibíd., p. 329.
56 Eugene R. Wittkopf and Christopher M. Jones with Charles W. Kegley Jr. American Foreign Policy Pattern and Process, Belmont, USA, Thomson Wadsworth, 2008, p. 492.
57 Foreign Policy Decision Making cuestiona el modelo racional que privilegia las acciones estatales a las individuales. Esta rescata las decisiones individuales, de grupos y coaliciones que afectan en las acciones nacionales en el escenario internacional, cubriendo el campo del proceso cognitivo tras las decisiones. Esta línea se basa en la perspectiva psicológica y aplica las teorías de esta disciplina para comprender el proceso de decisión. Un pionero en esta línea de estudios fue Robert Jarvis con su libro Perception and misperception in international politics, donde explicaba las percepciones en política exterior a través de la teoría psicológica de sistemas y la teórica de códigos operacionales de la ciencia política. Bajo la perspectiva de psicología cognitiva, se aplica en política exterior con respecto a cómo las personas adquieren, procesan y guardan información, y cómo esto afecta en las decisiones. Crucial en esta corriente es la comprensión del funcionamiento de la mente humana. De esta forma se adentran en los procesos y distorsiones que fundamentan las decisiones y sus dinámicas.
58 Robert Dalleck, The American style of foreign policy: cultural politics and foreign affairs, New York, Oxford University Press, 1989, p. XIV.
59 Roland H. Ebel, Raymond Taras y James D. Cochrane, Political Culture and Foreign Policy in Latin America Case Studies from the Circum Caribbean, State University of New York Press, 1991.
60 Clifford Geertz, La interpretación de las culturas, Barcelona, Gedisa, 1992.
61 Gabriel Almond y Sidney Verba, The Civic Culture, Princeton, Princeton University Press, 1993.
62 Robert Keohane y Judith Goldstrein, Ideas and Foreign Policy. Beliefs, Institutions and Political Change, Ithaca and London, Cornell University Press, 1993, p. 3.
63 Michael Hunt, “Nationalism as an umbrella ideology”, en Frank Costigliola y Michael J. Hogan, Explaining the History of American Foreign Relations, New York, Cambridge University Pres, 2016, p. 217.
64 Michael Hunt, en Frank Costigliola Michael J. Hogan, op. cit., p. 217.
65 Sebastián Hurtado Torres, “The U.S. Press and Chile 1964-1973. Ideology and U.S. Foreign Policy”, Revista de Historia Iberoamericana, Vol 5, núm. 2 (2012), 38.
66 Melvyn Leffler, “National Security”, en Frank Costigliola y Michael J. Hogan, op. cit., p. 29.
67 Michael Hunt, Ideology and U.S. foreign policy, New Heaven and London, Yale University, 2009, p. 14.
68 James McCormick, American Foreign Policy and Process, Wadsworth, 2009.
69 Michael Hunt, op. cit., p. 171.
70 Martha Cottam, Images and Intervention: U.S. Policies in Latin America, Pittsburgh, University of Pittsburgh Press, 1994, p. 51.
71 E. M. Korry, “Chile en los archivos de Estados Unidos (1970). Documentos del embajador de EE. UU. en Chile (1967 1971)”, Estudios Públicos, 72 (1998), 30.
72 Michael Hunt, op. cit., p. 172.
73 Roger Chartier, El mundo como representación. Estudios sobre historia cultural, Barcelona, Gedisa, 1992.
74 Ibíd., pp. 57-58.
75 Alex Korner, Nikola Miller y Adam Smith, America Imagined. Images of the United States in the Nineteenth-century Europe and Latin America, Palgrave MacMillan, 2012, p. 5.
76 Ole R. Holsti, “The Belief System and National Images: A Case Study”, The Journal of Conflict Resolution, Vol. 6, núm. 3, Case Studies in Conflict (Sep. 1962), 244-252, 244.
77 Kenneth Boulding, “National images and international systems”, Journal of Conflict Resolution, Vol. 3, Issue 2 (1959), 120.
78 Maure L. Goldschmidt, “Publicity, Privacy and Secrecy”, The Western Political Quarterly, Vol. 7, núm. 3 (Sep. 1954), 401-416, 401.
79 Athan G. Theoharis, A Culture of Secrecy: The Government Versus the People’s Right to Know, Lawrence, Kansas, University Press of Kansas, 1998. Documento de Kindle, Posición 294-300.
80 Richard W. Leopold, “The Foreign Relations Series: A Centennial Estimate”, The Mississippi Valley Historical Review, Vol. 49, núm. 4 (Mar. 1963), 595-612, 595.
81 William B. McAllister, Joshua Botts, Peter Cozzens, Marrs, Aaron W. Toward, “Thorough, Accurate and Reliable: A History of the Foreign Relations of the United States Series”, Washington DC, Office of the Historian, U.S. Department of State, Printed Edition, 2015, p. 18.
82 William B. McAllister et al., op. cit.
83 Richard W. Leopold, op. cit., p. 600.
84 William B. McAllister et al., op. cit.
85 Richard A Humphrey, “Historical Research in the Department of State”, Revista de Historia de América, núm. 27 (Jun. 1949), 59-75, 66.
86 Maure L. Goldschmidt, op. cit., p. 10.
87 Denys P. Myers, “Publication and Declassification of Records”, The American Journal of International Law, Vol. 56, núm. 1 (Jan. 1962), 158-160, p. 159.
88 George Kent, “Editing Diplomatic Documents: A Review of Official U. S. and German Document Series”, The American Archivist, Vol. 57, núm. 3 (Summer 1994), 462-48, 466.
89 Richard W. Leopold, op. cit., p. 952.
90 Sparrow, Bartholomew H., “Access to the National Archives”, Political Science and Politics, Vol. 22, núm. 4 (Dec. 1989), 861-866, 862.
91 Betty Glad and Jonathan Smith, “The Role of the Historical Advisory Committee (1990-94) in the Declassification of U. S.”, Political Science and Politics, Vol. 29, núm. 2 (Jun. 1996), 185-192, 185.
92 William B McAllister et al., op. cit.
93 Peter Hahn, “Glasnost in America: Foreign Relations of the United States and the Middle East, 1955-1960”, Diplomatic History (October 1992), 631-642.
94 Steven Aftergood, “Reducing Government Secrecy: Finding What Works”, Yale Law & Policy Review, Vol. 27, núm. 2 (Spring 2009), 399-416, 399.
95 Public Law 102-138-OCT. 28, 1991 105 STAT. 647, Public Law 102-138 102d Congress.
96 Report of the commission on protecting and reducing government secrecy. Pursuant to public law 236 103rd congress. Daniel Patrick Moynihan, New York, Chairman http://www.access.gpo.gov/int, XXI.
97 William B. McAllister et al., op. cit., p. 277.
98 George Kent, op. cit., p. 463.
99 Richard A. Humphrey, op. cit., p. 66.
100 Blanche Wiesen Cook, “Presidential Papers in Crisis Some Thoughts on Lies, Secrets, and Silence”, Presidential Studies Quarterly, Vol. 26, núm. 1, The Nixon Presidency (Winter 1996), 285-292, 285.
101 Holly C. Shulman y Anna K. Nelson, “Public Documents and Public History: An Interview with Anna K. Nelson”, The Public Historian, Vol. 25, núm. 1 (Winter 2003), 29-49, 39.
102 https://history.state.gov/ En esta página se pueden encontrar en forma digital la mayoría de los volúmenes FRUS, así como también reseñas de cómo se elaboran las series, la historia de la fuente y material complementario para la lectura de los volúmenes.
103 Howard Adam (general editor), James McElveen, James Siekmeier (editors), Foreing Relations of the United States, Chile, 1969-1973, Volume XXI, United States Government Printing Office Washington, 2014.