Читать книгу Guerrero espiritual - Antonio Bezjak - Страница 10
ОглавлениеCapítulo 1. Vida en tiempos de guerra
Nací en la tierra de los eslavos unidos, Yugoslavia era mi país, unidos por la fuerza y no por acuerdos mutuos. «Alemania es Alemania, Francia es Francia y así todos los países son lo que son y Croacia debe ser Croacia», decía mi padre. Yo no entendía nada, solo sabía que Yugoslavia era mi país, mi padre era un tanto belicoso, serio y explosivo pero muy bueno conmigo, le daba poca importancia a las maldades que yo hacía y muy pocas veces me reprendía, y si alguna vez lo hacía, era con firmeza pero por mi propio bien. Mi madre se preocupaba más de aconsejarme, aunque a veces sus ojos me miraban y reprendían pero con serenidad, ella casi siempre tenía frases agradables y un tierno abrazo para mí. Cuando yo era pequeño me acompañaba a mi cuarto todas las noches antes de dormir, sentada a los pies de la cama con su mirada bondadosa, serena y siempre con una sonrisa, me aconsejaba con voz calma y persuasiva: «No olvides dar las gracias por este día y el que mañana vendrá. La vida para un niño es fácil y entretenida, tus padres se preocupan por ti, no te falta nada, tienes alimento, abrigo y el amor desinteresado de ellos tal como lo tienen otros niños en otros países del mundo». En Yugoslavia la vida era fácil y bonita.
Hoy llegué del colegio y no recuerdo nada de lo que me enseñaron, es que estuve toda la mañana distraído en clases, menos mal que no me interrogaron, porque el rubor de mi cara no se me habría quitado con nada. Sabido es que el que no responde es tonto para los demás, yo sé que no soy de esos, pero es que en mi mente permanecen los recuerdos y anécdotas de las vivencias con mis compañeros. Hoy, mientras el director daba su discurso aburrido del día lunes, yo con una ramita fina y bien seleccionada hacía cosquillas en la oreja a mi compañero que estaba dos columnas más adelante. Se golpeaba la oreja corriendo al insecto que lo molestaba y yo aguantaba lo más que podía la risa. Ivo decía que era descendiente de la realeza húngara, y que era príncipe, pero él sí que era tonto, decía que siempre los insectos lo molestaban a él y no a los otros niños «¡En nombre del rey aléjate, moscardón de mierda!», exclamó una vez, sacudiendo su oreja derecha con su mano, yo no aguanté la risa, me vio el inspector y me tiró bien fuerte las orejas sin respeto, como que él hubiese sido santo cuando niño. Todos los días ocurrían cosas graciosas en el colegio, a mí me gustaba mucho ir, pero no a clases, porque las cosas entretenidas ocurrían siempre fuera de ellas. Otro día en la mochila del gordo Frank echamos una piedra bien grande dentro de ella, el efecto de la broma debía de conocerse al día siguiente pero no fue así, al echarla a sus espaldas se desplomó cayendo al suelo y su peso sumado al de la mochila no lo dejaba levantarse y cuando iba logrando hacerlo, lo empujábamos y volvía a desplomarse, siendo motivo de las risas hasta que algún mayor se daba cuenta y se acababa la diversión.
El colegio siempre tenía entretenciones. En otra ocasión descubrí que las abejas soltaban las lancetas al tomarlas y presionarlas sobre un cinturón de cuero untado en saliva, y después esta lanceta seguía teniendo el efecto de picadura al colocarla en cualquier parte del cuerpo así que está de más contar cuántos compañeros fueron víctimas de picadas de abejas. Yo pertenecía al grupo de los poco serios en el colegio y más de una vez tuvo que acudir mi madre para enterarse de mi mala conducta, ella esperaba a mi padre para que me reprendiera, pero él le daba poca importancia: «Déjalo mujer, es niño aún, déjalo que haga lo que quiera mientras viva su niñez, no sabemos en estos tiempos qué nos espera en el futuro, tú siempre tomas las cosas a la ligera por eso Jure empeora en su conducta día a día, no exageres, mujer, él es un buen niño, todavía tiene la pepita de la inocencia reflejada en sus ojos, ve ahora a tu pieza a dormir y mañana no hagas maldades, solo travesuras que no hagan daño». Mi padre sí que era todo un personaje, siempre me defendía en todo, siempre pasaba por alto las cosas que no le parecían serias, y sin embargo estaba muy descontento con el Gobierno, y siempre hablaba de Ante Pavelic como el salvador de Croacia. Mi madre se molestaba con él, pero era solo un rato, después estaban muy juntitos otra vez, yo los miraba y me reía y ellos también, eran buenos padres, mi madre siempre perdonaba a mi hermanita menor que era muy rabiosa, y también celosita. Un día mi madre reprendía a mi hermanita menor y le decía: «Hijita, no te pongas furiosa, estás muy bebita para eso. No me obligues a castigarte con mil besos en tu carita redondita. No me obligues a abrazar tu cuerpecito perfecto, porque con o sin rabiecitas te quiero igual. Tú eres una bebita perfecta, hablas con tus manitos, hablas con tus ojitos, hablas con tu boquita, hablas con tus gestos, lo que dices es perfecto porque todos los corazones conquistas. Y lo más lindo es que eres mi hijita». Seguramente cuando crezca, mi mamá le perdonará todas las travesuras al igual que lo hace mi papá conmigo.
Mi papá decía que la historia es interesante aprenderla, que los idiomas se aprenden solos, pero las matemáticas hay que profundizar en ellas porque enseñan a resolver problemas y en la vida, más de una vez tendrás que resolver problemas, así que yo con él estudiaba las matemáticas. Y muy pronto se me presentó un problema serio que resolver.
Una tarde de primavera nos fuimos de paseo al bosque varios compañeros del colegio. Las hojas de los árboles se veían mas bonitas que nunca al ser atravesadas por la luz del sol, y pendiente abajo, el agua corría cristalina por el arroyo, las avecillas entonaban sus cantos con mucho entusiasmo y algunas volaban en bandadas cuando sentían que nos acercábamos, fue en ese momento en que algunos muchachos sacaron sus hondas y piedras del bolsillo y empezaron a hacer puntería contra ellos o contra un inocente pájaro que se quedaba quieto y posado en una ramita. Tres avecillas muertas colgaban asidas de las patitas en la punta de los dedos de los orgullosos cazadores. A mí no me gustó esta entretención, es más, en un momento estallé en pena y rabia cuando un pajarito muy pequeño que no sabía volar bien cayó abatido girando y en picada hacia el suelo como avión de la primera guerra mundial; dando sus últimos aleteos, cerró sus ojitos y murió en mis manos. Cuando llegué a casa narré lo sucedido a mi padre, y él dijo: «No vas más con ellos a ninguna parte, la vida se respeta, y no quiero que tengas malas juntas. ¿Cuántos días estuvo la madre de ese pajarillo manteniendo el calor de los huevos hasta el nacimiento de las aves, y después cuántos días pacientemente alimentándolos? ¿Y sin ninguna reflexión salen a matar avecillas tus amigos?» Mi papá pensaba igual que yo, pero esto no se quedará así, es un problema que hay que resolver, y yo estudio matemáticas así que lo resolveré.
Una semana más tarde fui invitado por los «mala junta» al bosque, pero les dije que no iría con ellos porque no me gustaba matar avecillas. «Son solo pájaros», respondió el Neri, no sé qué quería decir con solo pájaros; yo veía a estos pajaritos como los cantores que ayudaban a alegrar el paseo por el bosque, junto a las aguas del riachuelo y el agitado movimiento de las hojas de los árboles provocado por el viento, que formaban una bella sinfonía. Ese día, acompañado por mi amigo Slavko y bien armados con hondas y piedrecillas en los bolsillos nos adentramos en el bosque antes que ellos y nos ocultamos arriba de un frondoso árbol cerca de donde empezaría la cacería de avecillas. En un principio, Slavko no quería ser parte de mi plan, pero no tardé mucho en convencerlo; ya tenía un guerrillero listo para el combate, es que yo, cuando hablaba a alguien no lo miraba a los ojos, sino que lo hacía mirando fijamente entre cejas y siempre me daba buen resultado. Slavko me dijo en una ocasión:
—Tú siempre me convences aunque no quiera, te hago caso y a veces me arrepiento pero ya es tarde.
—Algún día te contaré mi secreto —le dije—, ahora a guardar silencio, ya vienen los «mala junta».
Pronto empezaron a moverse silenciosos haciendo puntería a los pajaritos y con Slavko desde arriba del árbol nosotros también hacíamos puntería contra ellos sin que se dieran cuenta, hasta que sucedió la parte chistosa. Cuando Vinko grita:
—¡Me llegó una piedra en la espalda!
—¿Quién fue?, deben de ser los vengadores del bosque por las aves que hemos matado —dijo Neri, riendo.
—Mejor vámonos de aquí —agregó Ivo.
—Sí, a mí también me llegó una —dijo Luka.
—Sí, ¡qué miedo! Vámonos.
Pero la venganza no concluía, yo donde ponía el ojo ponía la piedra, así es que cuando se marchaban estiré el elástico de la honda lo más que pude y salió proyectado un filoso guijarro que rozó la cabeza de Neri haciéndole un profundo corte y dejando ver el sangrado abundante de su cabeza que luego cubrió con el pañuelo, el que no tardó en ponerse rojo. Todos muy preocupados abandonaron el bosque. Slavko también estaba muy preocupado, gritó muy fuerte, diciendo:
—La embarraste, ¿y si muere desangrado?.
—Te echo la culpa a ti —respondí, riendo. Y él se puso rojo de temor.
—No te preocupes, no morirá y nunca te echaría la culpa. ¿O me crees cobarde? Además, no le pasará nada, lo sé porque una vez me golpeé la cabeza y también tuve una herida que tardó mucho en cortar el sangrado, y mi madre me dijo, cuando me curaba: «No te preocupes, la cabeza es la parte del cuerpo que más venas tiene, por eso sale tanta sangre, pero pasará».
—Menos mal —dijo Slavko, ya más aliviado de su preocupación.
—Ese Neri yo lo mastico, pero no lo trago, se lo merecía, siempre piensa en hacer cosas malas. Una vez quería robar el sándwich del gordo Frank y compartirlo conmigo, yo me negué y él insistía, «eso es robo» le dije, y el respondió muy tranquilo «¿y qué? Después nos confesamos con el cura y todo queda ahí, nos vamos igual al cielo», «si lo haces te delato» le dije y me respondió «chao, marica», desde ahí que yo le tengo sangre en el ojo, pero ahora pagó.
Me sentía bien, había vengado la muerte de los pajaritos y ya no morirían más.
Cuando llegué a casa, conté a mi padre lo sucedido, pero esta vez se enojó de verdad.
—Te crees Robin Hood —me dijo—, y si la piedra le hubiese dañado un ojo, ¿tú se lo devolverías? Y si hubiese caído en la sien y muere, ¿tú le devolverías la vida?
Realmente estaba furioso mi padre, pero tenía mucha razón, nunca pensé que las cosas podían haber llegado tan lejos. Fallaron mis matemáticas, pero me quedó claro que la vida es lo más preciado.