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PRÓLOGO

Asesino binario quizá no es la mejor novela de Antonio Dyaz, pero sí la más descarnada y descarada. Que su brevedad no permita que su público la juzgue por su grosor (o sus kilobytes). Fue redactada por entregas, como se hacía antes. Yo mismo publiqué mi primer título, Bajo presión, en capítulos mensuales, en la revista Astounding, allá por 1955. Y luego se recopiló en un libro que convenció a la crítica pero no al público.

Para un escritor como yo, capaz de crear la saga Dune, de más de mil páginas, resulta casi irrisorio que alguien pretenda condensar algo interesante en menos de doscientas. Sin embargo, y por eso acepté redactar este prólogo, en este libro mínimo, bajo una capa de cinismo y mucho encuentro carnal (en mi época esto último escaseaba en las narraciones literarias, no así en pasquines clandestinos de gran éxito y difusión, pero siempre apócrifos), bajo esa capa, decía, vislumbramos un mundo nuevo, un futuro tan próximo que casi es pasado, aunque hace cinco años nos habría parecido ciencia ficción.

Aunque yo fallecí en 1986, los muertos también tenemos nuestro ego, y debo reconocer que inaugurar una colección de libros bajo el sello “Harkonnen” me ha conmovido, así que no supe negarme a redactar estas líneas a su impulsor. Antonio es un auténtico Harkonnen, para bien y para mal. En su casa, como en la Casa Gedi Prime de mi saga, predominan el rojo y el negro. Y al igual que su predecesor, el Barón Vladimir Harkonnen, padece problemas en la piel.

Le fascina la invasión de la tecnología en el cuerpo y las inesperadas derivaciones de algo que solo William Gibson, supo intuir: Internet. Los demás escritores de ciencia ficción jamás imaginamos algo así. Pero Dyaz ya dio por hecho en anteriores obras de hace décadas que el ser humano tal y como hoy lo conocemos y definimos tiene fecha de caducidad. Y esa fecha está muy próxima. Su formación universitaria estudiando ciencias biológicas hizo que el complejo ecosistema del planeta Arrakis cautivara su atención. Insisto, no soy inmune a los halagos.

En Asesino Binario hay humor, hay personajes reales que todos ustedes conocen (yo estoy algo desconectado de la realidad, a causa de mi óbito), y cuyos abogados esperamos que no emprendan querellas estériles contra nuestro autor. Como he dicho hay mucho sexo, demasiado, para mi gusto católico, y predicciones que ya se intuían en su ensayo Mundo Artificial o en su novela Unicornio. Pero el enfoque es distinto, más fresco y sin duda más actual.

Es evidente que estamos ante un cambio de registro. Ha pasado más de un cuarto de siglo desde las brumas poéticas de su primer libro, La clepsidra, en el que las lecturas del Conde de Lautremont, Novalis o Georg Trakl impregnaban y sofisticaban hasta el extremo una prosa exuberante y llena de excesos que la edad ha ido podando y destilando, cosa que celebro desde este no lugar, en el que por fortuna abunda la especia melange.

Disfruten de la novela y déjenme en paz, ya que aquí no se está tan mal.

Frank Herbert

Asesino Binario

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