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DON MANUEL GONZÁLEZ GARCÍA
EN ANDALUCÍA ME FORJÓ Y EN PALENCIA ME HIZO SANTO
ОглавлениеDon Manuel González García fue una figura significativa y relevante de la Iglesia y también de la sociedad española durante la primera mitad del siglo XX. Adentrarnos en la vida de este santo supone acercarnos a un proceso de conocimiento, de realismo, de identidad, en una palabra, de profundo arraigo en una entrega sin límites, como bien recuerda el título de la presente obra: me forjó� me hizo santo.
En su vida encontramos una constante forja de conocimiento y sabiduría, y sobre todo vislumbramos un apasionante encuentro, desde la fe, con el Dios vivo, una ilustración de la realidad íntima de Cristo Eucaristía, siendo para hoy un modelo insigne de santidad, una verdadera estrella en el firmamento de la historia, porque: «cada santo es una misión; es un proyecto del Padre para reflejar y encarnar, en un momento determinado de la historia, un aspecto del Evangelio» (PAPA FRANCISCO, Gaudete et exultate, 19).
¿Cómo podemos acceder al inmenso mundo de san Manuel González? ¿Cómo podemos entrar en su pensamiento, en su vida? Don Antonio Jesús Jiménez, a través de los itinerarios más significativos que marcaron su historia en la tierra, nos ofrece un programa vasto. Una actitud destiló siempre en él: fue un padre y un pastor que dio la vida por sus ovejas. Él se fue gestando a la luz de la lámpara del Sagrario, con el Evangelio entre las manos, junto a los abandonados de su tiempo, cerca de sus seminaristas y sacerdotes, y dando forma a las obras eucarísticas que “el Amo” le iba confiando. Lo que él tenía, lo que era, no venía de sí mismo: se le había donado, era gracia, y era por ello una responsabilidad ante Dios y ante los otros. Se dejó transformar por la acción del Espíritu Santo y no tuvo miedo de tender hacia lo alto, hacia las alturas de Dios.
Modelo de fe eucarística, así lo definió san Juan Pablo II el día de la beatificación, porque san Manuel creyó las palabras de Jesús: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre (�) El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día» (Jn 6,51.54). Y la consecuencia de esta verdad le llevó a dar un testimonio de paz, de serenidad, de perdón y de alegría, aun en medio de la persecución, del dolor, de la incomprensión: «¡Qué alegría, amigos, inunda mi alma de sacerdote al ver mi vida tan entrelazada, por así decirlo, con la existencia del Sagrario!» (Qué hace y qué dice el Corazón de Jesús en el Sagrario, en OO.CC., I, n. 374).
La Presencia eucarística no era un hecho que afectaba sólo a su pensamiento, sino que implicó su vida entera, todo su ser: sentimientos, emociones, relaciones humanas. Su vida de Sagrario reveló con claridad su destino, la verdad de su vocación y el sentido de su vida: un amor que se desbordó, sin esperar nada a cambio. En la Eucaristía, en este misterio de la fe, san Manuel experimentó una fuerza vital nueva que marcó su vida con un gozo indescriptible. En él, sin duda alguna, se hizo realidad la máxima de san Agustín: Dilige et fac quod vis -Ama y haz lo que quieras- (7, 8: PL 35).
Todo fue marcando su existencia, desde su Andalucía del alma: inundada de luz, de calor, de simpatía, como su breve estancia en Palencia, la tierra castellana, llena de reciedumbre, llaneza y sobriedad. La investigación recogida en este libro, las declaraciones de los testigos, así como la propia experiencia de nuestro santo, certifican que no fue fácil el camino; fue posible porque se fió y confió en Jesús Eucaristía, su Maestro y Señor.
Dado que «la vida de los santos no comprende solo su biografía terrena, sino también su vida y actuación en Dios después de la muerte» (Deus caritas est, 42), don Manuel es una llamada; su existencia, sin herir la libertad y con pleno respeto a la identidad original de cada persona, convoca y conduce hacia la plenitud que todo ser humano anhela en lo más profundo: la felicidad.
Fue un auténtico y apasionado creyente, fue un enamorado de la Inmaculada, fue un testigo agradecido de Jesús Sacramentado, hasta que llegó a fundirse en el Amor Eterno. Dejemos que estas palabras de don Manuel: «La tierra sin santos es Dios sin amigos en ella, los hombres sin intercesores» (En busca del Escondido, en OO.CC. II, n. 2767), nos introduzcan a la lectura de En Andalucía me forjó, en Palencia me hizo santo, con la seguridad de que es y quiere ser, desde el eterno presente de Dios, nuestro amigo y nuestro intercesor.
Hna. María Teresa Castelló Torres
Superiora General de la Congregación
Misioneras Eucarísticas de Nazaret