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Mi día de pesca de doradas

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Estamos a mediados de noviembre. Desde mi nuevo domicilio, en un pueblecito de Huelva donde actualmente estoy viviendo, llamado Rosal de la Frontera, he tenido que contactar con mi proveedor de carnada en Cartaya. Necesito titas medianas, más bien chicas (como el dedo anular), y tres cajas de gusanas.

Las tiene. Me las guarda y me desplazo a por ellas; son 120 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, casi nada para lo que aún me queda, pues, a la mañana siguiente, desde Rosal tengo que desplazarme a la costa portuguesa, cruzando todo Portugal. Otros 220 kilómetros de ida, más lo mismo de vuelta, hasta Sines, mi nuevo paraíso de pesca desde que vivo aquí.

Es un día bueno, lo he escogido por la marea. Llego a las diez de la mañana, me paro un momento y me digo que tranquilo, tengo el pulso acelerado por la alegría. Miro el mar y me hago la pregunta de siempre: ¿espigón o playa? He ahí la cuestión, pues no es lo mismo; no, cada lugar tiene su pescado, en el supuesto de que entre. Así que, tras la indecisión primera, me digo que playa, que o saco doradas o no saco nada, y monto mis cañas.

Son tres cañas Mitchel de carbono de cinco metros, de tres tramos; carretes Mitchel, pinchos de hierro, plomos corredizos de pera de 150 gramos fabricados por mí, anzuelos León de Oro reforzados y estañados de los números 2 y 3, titas preciosas pasadas con aguja, con tres anzuelos con mi nueva técnica de tres hilos, y a lanzar con la marea baja, sin sacarlas para nada hasta que no se doblen.

La marea llena es a las tres de la tarde; no hay viento, el sol arriba, mar en calma, así que podría ser mi día…


El sueño de todo pescador, la pesca variada: doradas, sargos, salmonetes, rubios, brecas y lenguado. Una parrillada

Antes de continuar, me gustaría decirles que lo mío es la dorada y, sobre todo, la playa. He pescado en barco. Conozco todos los pesqueros desde la Chullera, en Málaga, hasta Ayamonte, en Huelva, pasando por Cádiz hasta punta Candor, incluidos los pesqueros dentro de Gibraltar y dentro de la Base de Rota. Y, a modo de ejemplo, están: Sotogrande, Torrenueva, La Atunara (muy buena después de un buen levante); Gibraltar, con sus acantilados, puerto de Gibraltar, Little Bay, Punta de Europa, Espigón de La Línea, Pantalán, Príncipe Alfonso, Crinavis, Puente Mayorga, Isla Verde de Algeciras, Tarifa (El Santo), Los Lances, La Duna, Bolonia, Punta Camarinal (Batería de Costa), Zahara de los Atunes (con su mítico fortín, tan peligroso como bueno), Barbate (con la desembocadura de su río y su puerto, con sus palometones de muchos kilos y sus corvinas, una de las cuales, de no menos de veinte kilos, perdí un día de mucho levante en los bloques, no sin antes haberla visto tras subirla a la superficie, vaciarme un potente Mitchel 498-Pro y recuperar el hilo tras dura lucha de casi tres horas, quedándoseme el ánimo como se le quedó al protagonista de “El viejo y el mar”, de Hemingway, y además tener que oír lo que dijo un experto —que sabía de lo que hablaba, y que también la vio— de que “esa corvina al día siguiente saldría por la playa, pues ya tenía el buche fuera cuando rompió el hilo un golpe de mar contra los bloques”); Los Caños, con su Faro de Trafalgar y sus violentas corrientes, no menos mítico; El Palmar, con sus blanquísimos sargos de arena; Conil, Sancti Petri (en la bocana del caño o río); San Felipe, en Cádiz; el Río San Pedro, donde a las doradas chicas las llaman zapatillas; Vista Hermosa (cangrejo barrilete con gomilla y doradas de varios kilos); Fuente Bravía (límite con la anterior), donde, a decir de un viejo pescador de apellido Osborne, conocido mío, “los tiburones se quitan los dientes, que se les mueven mordiendo el fondo de brea que allí hay” (que consiste en formaciones de esta especie de barro endurecido que no se debe pisar, dado que es muy resbaladizo y te caes al momento, estando cubierto de una lama negruzca y formas tales como si fuesen caparazones de tortugas redondeados, unos junto a otros y visibles a marea baja) lugar antaño conocido por la reunión de grandes cazones.

Esta historia que apunto de los dientes podría ser verdad, a tenor de los numerosos dientes de tiburón que se encuentran en ese tramo de la playa, desde la alambrada de la Base de Rota (de lo cual doy fe que los he visto, y a numerosos americanos y turistas buscándolos, paseando lentamente y con la mirada en la arena, como ocurre en una conocida zona de Florida, USA).


Doradas en el Puerto de Santa María. Salió la parejita

Siguiendo con los puntos, añadiré el interior de la Base, llena de doradas criadas en la bocana del río Salado, que desemboca en su interior; punta Candor, con su secreto muro recto de piedra sumergida, como división perfecta de la zona de arena, a la derecha y de piedra a la izquierda en dirección sudoeste, como tirado a cordel; playa de Matalascañas, Piedras Negras, Mazagón, Muelle del Vigía (donde el vigilante del mismo no nos dejaba entrar, hace cuarenta y cinco años, hasta que él no tenía medio saco lleno de bailas, a las cuales, tal como las iba sacando con la muestra, les partía la cerviz con un apretón magistral, a fin de inmovilizarlas en la pasarela y que no se le cayeran al río-ría; y mientras, nosotros, deseando probar nuestras muestras y sacar alguna durante la media hora larga en la que muestran actividad a media marea, tanto subiendo como bajando); el Espigón de Huelva, donde hace más de cuarenta y cinco años, cuando nos desplazábamos desde Sevilla con la esperanza de que al inicio de la zona de bloques el guarda de Dragados no hubiese puesto la cadena que impedía pasar y poder entrar, para estar toda la noche pescando, aguantando frío; playa de la Bota, La Antilla, punta del Caimán, Isla Cristina, etc… En fin, pesqueros que conozco y que enumero, tan tediosa y largamente, para que quede constancia del sufrimiento en el que ahora me veo, al vivir tan lejos de la costa.

Dicho esto —grosso modo, aunque algo largo—, que solo pretende justificar mi ilusión por la pesca, reconozco que sigo como el primer día: cuando voy llegando al pesquero, estoy nervioso; y si antes, como primer síntoma, me entraban ganas de orinar, ahora más, debido a la edad.

Bien: pues con estos “antecedentes” que he expuesto, heme aquí que, volviendo al principio del relato, decido quedarme en la playa; y la razón no es otra que vivir, si puedo, ese momento que yo llamaría mágico de la picada de una dorada.


La espera es larga y, sobre las doce de la mañana, una de mis cañas se dobla. Es dorada, y buena. Sopeso su fuerza, noto sus cabezazos; calculo su peso: unos dos kilos y medio, la experiencia me lo dice. Poco a poco, la acerco a la orilla y, tras ese último correr por la ola buscando soltarse, consigo tenderla en la arena. Soy feliz. Y, tras un buen rato de espera, otra de mis cañas se dobla de nuevo, pero se va; la tita está mordida. Entonces, paso a ponerle dos anzuelos, uno al final y otro con el hilo flojo en la mitad del cuerpo. Muerda por donde muerda, se quedará enganchada, si sigue ahí.


Sines. Dorada de 3,2 kg. Aún está viva, lo indica su espina dorsal levantada, su ojo atento a la cámara… Preciosa

Saco dos más, dos doradas preciosas; una de más del kilo y otra de más de dos kilos.

Con carreras y sofocos normales, y antes de que den las dos de la tarde, una caña que he puesto lejos —en la playa de Sines estoy yo solo pescando— se dobla ferozmente, parece que se partirá. Corro todo lo que puedo, llego y sopeso: es una buena pieza, no puedo con ella; es más, imagino y creo que no es dorada. Los cabezazos han sido violentísimos, y de pronto enroco y no hay forma de sacar hilo. Antes de romper totalmente, dejo la caña metida en el pincho y tenso al máximo, quedándose arqueada y fija, muy tirante y sin ceder ni un centímetro.

Pasada una media hora, la caña por sí sola se endereza; vuelta a correr hasta ella, y ahora sí, ahora noto lo que tengo, que tira y tira para romper. Yo pesco en la mayoría de mis carretes con un 35 arriba y un 32 abajo, y empieza la cuarta lucha de la mañana. No sé qué será, pero le voy ganando terreno —por no decir agua, que sería lo propio—. Sol arriba, el día claro, muy claro; la marea llenando, embestida tras embestida se va dejando venir; y de pronto, veo el sol en el agua; no señores, no exagero: solo la dorada, con su blanca escama, cuando se viene arriba y ladea su cuerpo, puede reflejar así la luz del sol que recibe y nos la envía a nuestros ojos en un fugaz destello, en forma de precioso espejo, y se nos oye decir o musitar como autómatas: “una dorada, una dorada”.


He aquí las cuatro doradas de la historia más una breca, de las que no hablo, pero he sacado muchas

Pero no nos engañemos, ha sido vista y no vista; ha sido como para decirnos: “que estoy aquí, y que aún tengo fuerzas para luchar”. Se diría que lo que ha hecho es enseñarnos quién es, porque al momento la perdemos de vista. Fuerza su defensa de la vida y corre de nuevo; solo el hilo tenso saliendo del carrete, con su trayectoria, nos indica donde está, qué distancia nos ha sacado de nuevo y cuánta agua nos separa aún de ella.


El autor, en su jardín, con las tres más grandes de su día de pesca y, en el ángulo inferior, la cuarta más pequeña más la breca de la foto anterior. Los dedos le duelen al sostenerlas

Dudo si bajar la caña —la mayoría de los pescadores viejos, en estos casos, siempre gritan a los novatos: “¡la caña arriba!” —; pero no la bajo, pues el anzuelo puede mudar de postura, no es aconsejable. Dudo si cobrar, con lo cual se fuerza mucho al pescado; y, como hay espacio suficiente en la playa, opto por andar muy despacio para atrás, e incluso doy algún paso para delante, cediendo yo a su empuje, como hacían los muy veteranos en la playa de Vistahermosa de El Puerto de Santa María con las doradas y las urtas de tres y cuatro kilos. La caña derecha, dejándola cabecear lo que quiera. Así lo hago, y así consigo sacarla, la segunda más grande de mi vida: cuatro kilos doscientos, como se ve en la foto. Una maravilla —y van cuatro hoy—, al menos para mí, y, por eso lo cuento con la ilusión de que a alguien le guste el relato de este acertadísimo e inolvidable DÍA DE PESCA.

No es, amigo lector, el día que más doradas he sacado, pues ciertamente un día, aunque no tan grandes y en otro lugar —aquí, en España—, acerté a sacar veintiuna, como se puede ver en la foto; pero… este, mi día de pesca que narro aquí, permanece en mi memoria como si fuese ahora mismo, años después de haber ocurrido. Gracias, Sines.

Rosal de la Frontera, a 27 de mayo de 2015.


Pincho de pesca. Buena pesquera en Sines: doradas, sargo y lubina

La pesca desde costa en el sur y en Canarias

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