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A modo de prólogo

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Querido lector, este libro sobre la pesca que tienes en tus manos podría decirse que nació tras un “embarazo” de muchos años de afición, la cual, tras atraparme, creció en mi mente día a día con la fuerza de lo desconocido, del desafío, de la aventura que mueve al hombre…, y sigo apasionado por ella.

Los americanos dicen que es el pescado el que atrapa al pescador, y yo lo creo, pues es difícil escapar, cuando no imposible, a la intensa atracción que una buena captura ejerce sobre uno —mi caso— toda la vida, y más si ocurre el mismo día en que te inicias en su práctica, torpemente, sin saber siquiera lanzar ni sacarlo, con caña y carrete recién comprados, con la intención, al principio, de escapar al tedio de unas vacaciones veraniegas junto al mar, y te ves en la necesidad de la ayuda de la gente cercana para lograr sacarlo a tierra.

Si además añadimos que, el primer pez, el que me atrapó esa mañana de un lejano verano no fue un minúsculo besuguito de la bahía de Algeciras, sino una dorada de dos kilos, todo queda dicho.

Desde entonces, la pesca —unida a mi vida cual uña y carne— ha sido, para mí, aprender, inventar, observar, copiar, mejorar y poner en práctica todos los sistemas que he creído convenientes, tanto míos como de mis compañeros, para tener el máximo éxito y vivir intensamente largos años arrostrando sus días y noches de pesca en los fríos meses de invierno —con hogueras nocturnas en la playa— y calurosos meses de verano —con sombrilla—, siempre esperando, mirando sin cansarme las cimeras de mis cañas, siempre tras el gran pez, buscando la utopía del pescado de cuero (tiburón) desde tierra en Fuerteventura o lanzándole una gran herrera viva que tenía en el cubo a una horca que un día entró por error en el interior de la Base de Rota donde yo estaba pescándolas, y que estuvo recorriendo el puerto unas dos horas, sumergiéndose y volviendo a salir ante mis narices en su deambular buscando la salida de la bocana, o tal vez algún atún descarriado, deseando que me rompiera el hilo —y aun la caña— si picaba; solo por la emoción de vivirlo y contarlo.

Mi modalidad preferida es la pesca al lanzado y a fondo, desde tierra, preferiblemente desde playa, sin desdeñar espigones, acantilados y roquedos, e incluso la embarcada, tanto a fondo como al garete o al curry, bien en la Península o en Canarias.

Y digo que es mi preferida por entender que es la más noble, propia, genuina, ancestral y bella de las modalidades. Las demás tienen ciertas ventajas sobre el pez y, por lo tanto, no me parecen éticas ni deseables, de ahí que mis relatos estén versados, preferentemente, sobre la practicada a pie, por ser la más lógica para el HOMBRE, en la cual imagino se inició en el albor de los tiempos.

¿Razones? Solo decir que cuando una caña plantada en una playa se dobla y dobla y dobla y suelta hilo, encorvada y sufriendo la presión a que se está siendo sometida por el pez que ha picado y huye antes de que lleguemos a ella para cogerla e iniciar la lucha, es el espectáculo más emocionante y bonito que podemos ver en este mundo del que hablo y escribo.

Si ello le ocurre a Vd., amigo lector, en alguna de sus cañas, vívalo y suerte, mucha suerte.

Mi libro, humilde trabajo, madurado a lo largo de los años, como antes digo, y en el que tanto amor y cariño he puesto al escribirlo, contiene mi experiencia y conocimientos en tales lides, pretendiendo solo que sea del agrado —y tal vez dé alguna enseñanza— de quien lo lea.

Rosal de la Frontera, a 30 de septiembre de 2015.

Antonio Rojo Morales

La pesca desde costa en el sur y en Canarias

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