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2 POR QUÉ NO PODREMOS SEGUIR UTILIZANDO EL PETRÓLEO

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Necesitamos el petróleo porque todo depende de él. Tenemos que prescindir de él, pero tenemos que hacerlo paulatinamente, so pena de sufrir graves consecuencias en el funcionamiento de todo nuestro sistema económico y social. Pero ¿qué pasaría si de repente comenzáramos a disponer de menos petróleo cada año? ¿Qué pasaría si, al margen de lo que a nosotros nos convenga más, simplemente comenzáramos a no contar con ese petróleo al que le hemos confiado nuestra estabilidad?

El peak oil supone la llegada al punto de máxima extracción posible de petróleo en el mundo. Decimos petróleo, pero usamos esta palabra en un sentido muy extenso: nos referimos a todas las sustancias líquidas más o menos asimilables al petróleo de toda la vida (el cual, en esta nueva nomenclatura, se denomina petróleo crudo convencional, mientras que los otros líquidos más o menos similares se denominan petróleos no convencionales). Es un hecho conocido desde hace décadas que, a pesar de que las reservas de petróleo puedan ser inmensas, la velocidad a la que extraemos (o producimos) petróleo se halla limitada por diversos factores físicos y no puede sobrepasar cierto valor. Peor aún: después de haber alcanzado su máximo, la velocidad de extracción de petróleo irá reduciéndose paulatinamente sin remedio.

La razón de este descenso en la producción es fácil de entender si uno piensa en cómo se encuentra el petróleo en el subsuelo. El petróleo se halla generalmente ocupando las oquedades e intersticios de una roca de tipo poroso (es decir, una roca llena de agujeros, similar a un queso gruyer, pero con agujeros más grandes y más pequeños). Se ha de pensar en esa roca porosa, también llamada reservorio, como en una esponja completamente empapada de petróleo en su interior. Cuando se comienza a explotar un yacimiento de petróleo, se realiza una perforación desde la superficie hasta llegar a la roca reservorio. Como el petróleo es un líquido y, a la profundidad a la que se encuentra, está sometido a una gran presión (la del peso de toda la roca que tiene encima), tan pronto como se le abre una vía de escape, el petróleo comienza a fluir con fuerza a la superficie. El petróleo va fluyendo libremente, pero, a medida que vamos extrayéndolo, la roca reservorio va compactándose: sin el petróleo de su interior, y sometida a presiones increíbles, la roca se comprime y cimenta. Eso es malo para el flujo del petróleo, porque los canales interiores de la roca por los que iba circulando se van primero estrangulando y finalmente cerrando a medida que la roca colapsa. Para evitar que descienda el flujo de petróleo, las compañías petroleras utilizan múltiples técnicas (denominadas de recuperación mejorada) que permiten mantener valores elevados de extracción, al menos durante un tiempo. Generalmente se abren pozos auxiliares por los que se inyecta agua o gas a presión, lo cual permite mantener la presión interior de la roca y evitar que colapse y, al mismo tiempo, empujar el petróleo hacia los pozos de extracción. A veces se hacen perforaciones en horizontal, en ocasiones se revienta la roca para favorecer que el petróleo siga fluyendo y otras veces simplemente se perfora un nuevo pozo de extracción a una cierta distancia del anterior para intentar absorber el petróleo albergado en una zona distinta de la misma formación rocosa. El caso es que, al final, lo que va quedando en la roca es el petróleo disperso, el que está diseminado aquí y allá en forma de gotitas, de pequeñas bolsas a lo sumo. La mayoría del petróleo contenido en la roca nunca llegará a ver la luz, simplemente porque se halla tan diseminado que intentar extraerlo costaría una cantidad de energía, y de dinero, tan descomunal que nunca merecerá la pena sacarlo: pensemos que, de promedio, solo se puede extraer el 35 % de todo el petróleo que alberga una formación de petróleo convencional.

Esta gran diseminación del petróleo en un reservorio que posee una geometría muy complicada de huecos interconectados por tortuosos canalillos no solo explica por qué no se puede extraer todo el petróleo contenido en la roca, sino también por qué la producción alcanza un máximo y, después, declina. Así pues, al principio extraemos todo el petróleo fácilmente interconectado y perforamos por donde nos dé más rendimiento. A medida que el yacimiento envejece y se vuelve muy explotado, se necesita cada vez un esfuerzo mayor para sacar menos petróleo. Llegados a este punto, el empresario echa sus cuentas: puede gastar, como mucho, cierta cantidad de dinero por cada litro de petróleo que extrae. A veces, la tecnología permite mejorar un poco la capacidad de extracción; otras, incluso, la subida del precio de venta del petróleo le permite gastar un poco más, pero nada de eso cambia el hecho de que siempre se acabe llegando a un punto en el que se acepta que la producción de un pozo empieza a descender, simplemente porque no vale la pena gastar mucho más en intentar extraer unas gotas de petróleo.

Es un lugar común entre las empresas que se dedican al negocio del petróleo enfatizar lo enormes que son las reservas mundiales de petróleo para, así, dar a entender que no puede haber problemas con el suministro de petróleo. Lo que no deja de ser curioso, pues si alguien entiende de veras la cuestión de la pérdida de rendimiento de los pozos son precisamente estas empresas. Y es que no importa cuán grandes sean esas reservas. De hecho, si contamos el volumen total de las reservas de todo tipo de hidrocarburos que, más o menos, podemos considerar asimilables al petróleo, nos encontraremos con que, al ritmo del consumo de hoy en día —unos noventa y tres millones de barriles diarios—, necesitaríamos varios siglos para terminarlas. El problema es que todos esos hidrocarburos no van a salir a la misma velocidad con la que hoy los consumimos, sino a la que permitan las limitaciones geológicas y físicas. Por así decir, la naturaleza nos impone un corralito en nuestra cuenta de petróleo, y no vamos a poder extraer lo que queramos cada mes, sino lo que esta nos deje. Aquí reside el verdadero problema.

A pesar de que los expertos lleven décadas explicando el problema de la extracción limitada de petróleo (primero fue Marion King Hubbert en la década de 1950; después, Colin Campbell y Jean Laherrère a finales del mismo siglo y, más tarde, muchos otros, de los cuales los más conocidos en España son el catedrático Mariano Marzo y el ingeniero Pedro Prieto), suele haber una gran confusión sobre lo que esto significa realmente. Le hablas a la gente de «agotamiento del petróleo» y la mayoría cree que el problema consiste en que el día menos pensado no va a salir ni una gota más: que pasaremos, de golpe, de la abundancia a la carestía más feroz. Esta visión equivocada proviene del hecho de pensar que la extracción de petróleo equivale a abrir un grifo de un depósito: el líquido fluye hasta que se acaba. Ya hemos explicado, sin embargo, que la disposición del petróleo en el subsuelo es mucho más complicada y que se sigue una curva de producción: con su ascenso, culminación y ulterior descenso. Por tanto, el problema que se plantea con el agotamiento del petróleo no es que su producción se detenga de golpe, sino que, a partir de cierto momento, empiece a disminuir, aunque ese descenso se produzca a lo largo de muchas décadas. El problema del peak oil es semejante, pues, al de una persona a la que le vayan reduciendo el sueldo a lo largo de los años: puede que, al principio, no le moleste mucho, pero, a medida que vaya pasando el tiempo y su sueldo sea cada vez más bajo, a esta persona le va a ir costando mayor esfuerzo llegar a fin de mes, y eso que en ningún caso deja de percibir su salario. Esa es exactamente la situación que tiene lugar en la extracción limitada de petróleo, por la que se da un descenso inevitable e irreversible —aunque progresivo— de nuestro «sueldo energético».

En 2010, la Agencia Internacional de la Energía reconoció por primera vez que la producción de petróleo crudo convencional (el petróleo de toda la vida) había tocado fondo entre 2005 y 2006. En esos años llegó a su máximo histórico, de casi setenta millones de barriles diarios y, desde entonces, ha ido cayendo lentamente: a finales de 2018, la producción de petróleo crudo convencional se situaba en los 67 millones de barriles diarios. Afortunadamente para nosotros, no todos los líquidos del petróleo que se consumen hoy en día son petróleo crudo convencional: están los otros petróleos, los no convencionales, que, al término de 2018, representaban 26 millones de barriles diarios más, hasta completar la cifra de 93 millones de barriles diarios de media de 2018. Por tanto, ahora mismo la única cosa que puede hacer crecer la producción de todos los líquidos del petróleo son esos petróleos no convencionales. No solo eso, sino que, además, tienen que compensar la caída del petróleo crudo convencional, un descenso que de momento es moderado, pero que se va a ir acelerando en los próximos años. ¿Pueden los petróleos no convencionales permitirnos continuar con nuestro consumo creciente de todos los líquidos del petróleo?

En los próximos capítulos veremos que no, que los petróleos no convencionales en absoluto van a permitirnos seguir aumentando la producción de petróleo. Y lo que es peor todavía: que quizá nunca los debíamos de haber intentado producir, porque nos van a llevar a una caída más desastrosa si cabe. Pero, antes de seguir, enumeremos cuáles son los principales petróleos no convencionales:

1 Los líquidos del gas natural.

2 Los biocombustibles.

3 Los petróleos en aguas ultraprofundas.

4 Los petróleos extrapesados provenientes de las arenas bituminosas de Canadá y de la Franja del Orinoco de Venezuela.

5 El petróleo ligero de roca compacta proveniente de la fractura hidráulica (fracking).

A cada una de estas categorías —excepto a la primera— le dedicaré un capítulo, porque estoy seguro de que en los próximos años va a dedicarse mucha atención en los medios a cada una de estas fuentes, siempre prometiendo un milagro que no se va a producir. En cuanto a la primera de estas categorías, los líquidos del gas natural, no hace falta extenderse mucho porque su producción está completamente ligada a la del gas natural (son un subproducto de su extracción), al que dedicaré todo un capítulo. Además, los líquidos del gas natural están constituidos casi totalmente —en un 90 % de su composición— por butano y propano, los cuales, aunque puedan usarse como sustitutos (limitados) de la gasolina, están lejos de ser realmente algo asimilable al petróleo, entre otras cosas porque, contrariamente a lo que podría indicar su nomenclatura —líquidos del gas natural—, estamos hablando de sustancias que son gases a temperatura ambiente y bajo la presión atmosférica (entran en el residuo líquido de la extracción de gas natural solo debido a la enorme presión a la que se extraen). Los líquidos del gas natural, en realidad, prácticamente solo tienen importancia en las refinerías, más en concreto, en las líneas de producción del propileno y del butileno, que son las sustancias utilizadas para la fabricación de plásticos. Es decir, que prácticamente los líquidos del gas natural solo sustituyen al petróleo en la producción del plástico, pero tienen un uso limitado en su sustitución como combustible, y no deberían mezclarse en esta discusión.

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